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6 El don y el poder de Dios


“El don y el poder de Dios”, capítulo 6 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846, 2018

Capítulo 6: “El don y el poder de Dios”

Capítulo 6

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Tintero

El don y el poder de Dios

Cuando José regresó a Harmony en el verano de 1828, Moroni apareció nuevamente ante él y se llevó las planchas. “Si eres suficientemente humilde y te arrepientes —le dijo el ángel—, volverás a recibirlas el 22 de septiembre”1.

Las tinieblas ofuscaban la mente de José2; él sabía que se había equivocado al ignorar la voluntad de Dios y confiarle el manuscrito a Martin. Ahora, Dios ya no le confiaba las planchas ni los intérpretes. José sentía que merecía cualquier castigo que los cielos le enviasen3.

Agobiado por la culpa y el remordimiento, se arrodilló, confesó sus pecados y suplicó perdón; reflexionó sobre lo que había hecho mal y lo que podía hacer mejor, si el Señor le permitía volver a traducir4.

Un día de julio, mientras José caminaba a poca distancia de su casa, Moroni apareció ante él. El ángel le entregó los intérpretes, y José vio un mensaje divino en ellos: “Las obras, los designios y los propósitos de Dios no se pueden frustrar ni tampoco pueden reducirse a la nada”5.

Las palabras eran alentadoras, pero enseguida dieron lugar a una fuerte reprimenda. “Cuán estrictos fueron tus mandamientos —dijo el Señor—. No debiste haber temido al hombre más que a Dios”. Le mandó a José que se arrepintiera y que fuera más cuidadoso con las cosas sagradas. El registro escrito en las planchas de oro era más importante que la reputación de Martin y que el deseo de José de complacer a la gente. El Señor lo había preparado para renovar Su antiguo convenio y enseñar a todo pueblo a confiar en Jesucristo para obtener la salvación.

El Señor instó a José a recordar Su misericordia. “Arrepiéntete, pues, de lo que has hecho —le mandó—, y todavía eres escogido”. Una vez más, Él llamó a José para que fuera Su profeta y vidente; pero le advirtió que diera oído a Su palabra.

“A menos que hagas esto, serás desamparado, y llegarás a ser como los demás hombres, y no tendrás más don”6.


En el otoño de ese año, los padres de José viajaron al sur, a Harmony. Habían pasado casi dos meses desde que José había estado con ellos en Manchester, y no habían vuelto a oír nada de él; temían que las tragedias del verano lo hubiesen devastado. En cuestión de semanas, él había sufrido la pérdida de su primer hijo, casi había perdido a su esposa y había perdido las páginas manuscritas. Ellos querían asegurarse de que él y Emma estuvieran bien.

Faltando poco más de un kilómetro para llegar a su destino, Joseph, padre, y Lucy se llenaron de gran gozo al encontrarse con José en el camino y ver que estaba calmado y feliz. Él les contó de cómo había perdido la confianza de Dios, se había arrepentido de sus pecados y había recibido la revelación. La reprimenda del Señor lo había afligido, pero la escribió para que otras personas la leyeran, tal como hicieron los profetas de la antigüedad. Esa fue la primera vez que él registró por escrito las palabras que el Señor le comunicaba.

José también les contó a sus padres que desde entonces, Moroni le había vuelto a dar las planchas y los intérpretes. El ángel parecía estar complacido, relató José. “Me dijo que el Señor me amaba por mi fidelidad y humildad”.

El registro ahora se encontraba guardado de manera segura en la casa, oculto en un baúl. “Emma es mi escribiente ahora —les contó José—, pero el ángel dijo que el Señor enviaría a alguien para ser mi escriba, y yo tengo confianza de que así será”7.


La primavera siguiente, Martin Harris viajó a Harmony llevando malas noticias; su esposa había hecho una denuncia en la corte, declarando que José era un estafador que fingía traducir planchas de oro. Martin ahora estaba a la espera de una citación para testificar en la corte; tendría que declarar que José lo había estafado o Lucy también lo acusaría de engaño8.

Martin presionó a José para que le diera más evidencias de que las planchas eran reales. Quería relatar en la corte todo lo relativo a la traducción, pero le preocupaba que la gente no le creyera; después de todo, Lucy había inspeccionado la casa de los Smith sin poder dar con el registro. Y aunque había servido como escribiente de José por dos meses, Martin nunca había visto las planchas, por lo que no podía testificar que las había visto9.

José dirigió la pregunta al Señor y recibió una respuesta para su amigo. El Señor no le diría a Martin qué debía decir en la corte ni tampoco le daría más evidencia hasta que Martin decidiera ser humilde y ejercer la fe. “Si no quieren creer mis palabras, no te creerían a ti, mi siervo José —le dijo Él—, aunque te fuese posible mostrarles todas estas cosas que te he encomendado”.

No obstante, el Señor prometió tratar a Martin con misericordia si hacía lo que José había hecho ese verano y se humillaba, confiaba en Dios y aprendía de sus errores. A su debido tiempo, tres testigos verían las planchas, declaró el Señor, y Martin podría ser uno de ellos si dejaba de procurar la aprobación de los demás10.

Antes de concluir Sus palabras, el Señor hizo una declaración. “Si los de esta generación no endurecen sus corazones —declaró—, estableceré… mi iglesia”11.

José meditó en esas palabras mientras Martin copiaba la revelación. Luego, él y Emma escucharon cuando Martin las leyó para comprobar su exactitud. Mientras leían, el padre de Emma entró en la habitación y escuchó. Cuando terminaron, preguntó de quién eran esas palabras.

—Son palabras de Jesucristo —explicaron José y Emma.

—Considero que todo esto es un engaño —replicó Isaac—. Déjenlo12.

Haciendo caso omiso de las palabras del padre de Emma, Martin tomó su copia de la revelación y abordó una diligencia para irse a casa. Había venido a Harmony buscando evidencia de las planchas, y ahora partía con una revelación que testificaba de su realidad. No podía usarla en la corte, pero Martin regresó a Palmyra sabiendo que Dios estaba al tanto de su existencia.

Posteriormente, cuando Martin compareció ante el juez, ofreció un sencillo y poderoso testimonio. Con una mano elevada al cielo, dio testimonio de la veracidad de las planchas de oro, y declaró que le había dado libremente 50 dólares a José para que hiciera la obra de Dios. Sin evidencias que respaldaran las acusaciones de Lucy, la corte desestimó el caso13.

Mientras tanto, José continuó la traducción, pidiendo en oración que el Señor pronto le enviara otro escribiente14.


En Manchester, un joven llamado Oliver Cowdery estaba alojado en casa de los padres de José. Oliver era un año menor que José y, en el otoño de 1828, había comenzado a enseñar en una escuela que se encontraba a unos dos kilómetros al sur de la granja de la familia Smith.

Los maestros como Oliver a menudo se hospedaban con las familias de sus alumnos. Cuando Oliver escuchó los rumores sobre José y las planchas de oro, él procuró alojarse con los Smith. Al principio no pudo averiguar más que unos pocos detalles de parte de la familia; el manuscrito robado y los chismes de la localidad los habían vuelto cautelosos hasta el punto de no hablar del asunto15.

Sin embargo, durante el invierno de 1828–1829, mientras Oliver enseñaba a los niños de la familia Smith, se ganó la confianza de sus anfitriones. Por ese tiempo, Joseph, padre, había regresado de un viaje a Harmony con una revelación que declaraba que el Señor estaba a punto de comenzar una obra maravillosa16. Para entonces, Oliver había dado muestras de ser sincero en su búsqueda de la verdad, y los padres de José le hablaron del llamamiento divino de su hijo17.

Oliver se sintió cautivado por lo que ellos le relataron, y sintió un profundo deseo de ayudar en la traducción. Al igual que José, Oliver estaba descontento con las iglesias modernas y creía en un Dios de milagros que aún revelaba Su voluntad a las personas18. No obstante, José y las planchas de oro se hallaban lejos, y Oliver no sabía cómo podría ayudar en la obra si permanecía en Manchester.

Un día de primavera, mientras la lluvia azotaba el tejado de los Smith, Oliver le expresó a la familia su deseo de ir a Harmony para ayudar a José cuando terminara el curso escolar. Lucy y Joseph, padre, lo instaron a preguntarle al Señor si sus deseos eran correctos19.

Al irse a la cama, Oliver oró en privado para saber si lo que había oído acerca de las planchas de oro era verdadero. El Señor le mostró una visión de las planchas de oro y a José esforzándose por traducirlas. Un sentimiento de paz descansó sobre él, y entonces, supo que él debía ofrecerse para ser el escriba de José20.

Oliver no le contó a nadie acerca de su oración. Tan pronto finalizó el curso escolar, él y Samuel, el hermano de José, partieron a pie hacia Harmony, a más de ciento sesenta kilómetros de distancia. El camino estaba frío y lleno de lodo, debido a las lluvias de primavera, y para cuando él y Samuel llegaron ante la puerta de José y Emma, Oliver tenía un dedo del pie congelado. Sin embargo, estaba ansioso por conocer a la pareja y ver por sí mismo cómo el Señor obraba por medio del joven profeta21.


En cuanto Oliver llegó a Harmony, se sintió como si siempre hubiese vivido allí. José habló con él hasta bien entrada la noche, escuchó su historia y contestó sus preguntas. Era evidente que Oliver tenía una buena formación, y José aceptó de buen grado su ofrecimiento de servir como escribiente.

Tras la llegada de Oliver, José se dispuso primeramente a asegurarse un lugar para trabajar. Le pidió a Oliver que redactara un contrato en el que José prometía pagarle a su suegro la pequeña casa de madera donde él y Emma vivían, así como también el granero, las tierras de cultivo y un manantial cercano22. Teniendo presente el bienestar de su hija, los padres de Emma aceptaron las condiciones y prometieron ayudar a calmar los temores de los vecinos con respecto a José23.

Entretanto, José y Oliver comenzaron a traducir. Trabajaron muy bien juntos, semana tras semana; con frecuencia, estando Emma en la misma habitación haciendo sus faenas cotidianas24. En ocasiones, José traducía mirando a través de los intérpretes y leyendo en inglés los caracteres de las planchas.

A menudo, le resultaba más conveniente trabajar con una sola piedra de vidente. José colocaba la piedra de vidente en su sombrero, apoyaba el rostro en el sombrero para bloquear la luz y miraba detenidamente la piedra. La luz que provenía de la piedra brillaba en la oscuridad y revelaba palabras que José dictaba, y Oliver las escribía rápidamente25.

Siguiendo la dirección del Señor, José no intentó traducir nuevamente lo que había perdido. En vez de ello, él y Oliver siguieron adelante con el registro. El Señor reveló que Satanás había seducido a hombres inicuos para que se llevaran las páginas, cambiaran las palabras y las emplearan para sembrar dudas en cuanto a la traducción. Pero el Señor le aseguró a José que Él había inspirado a los antiguos profetas que prepararon las planchas, a que incluyeran otro relato más completo del material perdido26.

—Confundiré a los que han alterado mis palabras —dijo el Señor a José—, sí, les mostraré que mi sabiduría es más potente que la astucia del diablo”27.

A Oliver le encantaba servir como escribiente de José. Día tras día, escuchaba conforme su amigo iba dictando la compleja historia de dos grandes civilizaciones: los nefitas y los lamanitas. Él fue aprendiendo acerca de reyes justos y reyes inicuos, de pueblos que cayeron en el cautiverio y que fueron librados, y de un profeta de la antigüedad que utilizaba piedras de vidente para traducir anales encontrados en campos cubiertos de huesos. Al igual que José, ese profeta era un revelador y un vidente bendecido con el don y el poder de Dios28.

El registro testificaba una y otra vez de Jesucristo, y José y Oliver vieron cómo los profetas dirigían la Iglesia en la antigüedad; y cómo hombres y mujeres comunes hacían la obra de Dios.

Sin embargo, Oliver tenía aún muchas preguntas sobre la obra del Señor, y tenía hambre de hallar las respuestas. José oró pidiendo una revelación para él por medio del Urim y Tumim, y el Señor respondió. “Por consiguiente, si me pedís, recibiréis —Él declaró—, y si preguntas, conocerás misterios grandes y maravillosos”.

El Señor también instó a Oliver a recordar el testimonio que había recibido antes de ir a Harmony, que Oliver no lo había dicho a nadie. “¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto? ¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios? —preguntó el Señor— Si te he declarado cosas que ningún hombre conoce, ¿no has recibido un testimonio?”29.

Oliver estaba atónito. Inmediatamente, le contó a José acerca de su oración secreta y el testimonio divino que había recibido. Nadie podría haber sabido eso, salvo Dios, dijo Oliver, por lo que él ahora sabía que la obra era verdadera.

Continuaron con la labor, y Oliver comenzó a preguntarse si él podría traducir también30. Él creía que Dios podía valerse de instrumentos, como piedras de vidente, y de vez en cuando había utilizado una vara de adivinación para encontrar agua y minerales. Sin embargo, no estaba seguro si su vara funcionaba por el poder de Dios. El proceso de revelación seguía siendo un misterio para él31.

José nuevamente planteó las preguntas de Oliver ante el Señor, y el Señor le dijo a Oliver que él tenía el poder para adquirir conocimiento si pedía con fe. El Señor confirmó que la vara de Oliver funcionaba por el poder de Dios, al igual que la vara de Aarón en el Antiguo Testamento; y le enseñó entonces más acerca de la revelación. “Hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo—dijo Él—. He aquí, este es el espíritu de revelación”.

También le dijo a Oliver que podría traducir el registro como lo hacía José, siempre y cuando tuviera fe. “Recuerda —declaró el Señor—, que sin fe no puedes hacer nada”32.

Después de la revelación, Oliver estaba ansioso por traducir; siguió el ejemplo de José, pero como las palabras no llegaban fácilmente, se sintió frustrado y confuso.

Viendo el esfuerzo de su amigo, José sintió compasión por él. A José le había llevado tiempo poner su corazón y su mente a tono con la obra de traducción, pero Oliver parecía creer que podría aprenderlo y dominarlo rápidamente. Que tuviera un don espiritual no era suficiente; debía cultivarlo y desarrollarlo con el tiempo para emplearlo en la obra de Dios.

Oliver pronto se dio por vencido, y le preguntó a José por qué no había podido traducir.

José preguntó al Señor. “Has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme —respondió el Señor—. Debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien”.

El Señor le mandó a Oliver que fuera paciente. “No es oportuno que traduzcas ahora —dijo Él—. La obra a la cual has sido llamado es la de escribir por mi siervo José”. Le prometió a Oliver que tendría otras oportunidades de traducir más adelante, pero por ahora, él sería el escriba y José, el vidente33.