2000–2009
El morral de caza de Satanás
Octubre 2000


El morral de caza de Satanás

”¿Escucharemos a ’Satanás, el autor de todas las mentiras’...? ¿O vamos a creer a un amoroso Padre Celestial, que es la fuente de toda verdad y felicidad...?”

Cuando era joven, tras haber finalizado mi primer año de universidad y con necesidad de ganar algún dinero para cumplir una deseada misión, pasé un verano trabajando en el nuevo Hotel de Jackson Lake, en Jackson Hole, Wyoming. Los jóvenes universitarios iban de todas partes de los Estados Unidos para experimentar la emoción y el reto de trabajar juntos en una zona tan natural y hermosa.

Una de estas personas era Jill, una joven de San Francisco, California. Con la impresión de que una joven procedente de una gran ciudad podía ser un tanto ingenua en este nuevo entorno, yo y unos amigos sentimos que teníamos la obligación de enseñarle en cuanto a los modos del verdadero Oeste, así que decidimos llevarla a la ”caza del sarapín”. Para aquellos de ustedes que no estén familiarizados con la caza del sarapín, les diré que no es más que una broma, pues no hay tal cosa como un sarapín, al menos en el oeste de los Estados Unidos. El supuesto sarapín es una criatura ficticia, y su caza no es más que un engaño sin malicia. Las herramientas necesarias para la caza del sarapín son una vara y un morral. El ”cazador” camina por entre los arbustos, dándoles golpes con la vara mientras lanza alaridos con una voz estruendosa, y los ficticios sarapines entran de este modo en el morral.

Le entregamos a Jill el morral y la vara y le señalamos la zona de cacería, al otro lado del cerro. El plan consistía en regresar al punto de partida en unos quince minutos para, supuestamente, contar los sarapines.

Como ella no regresó a la hora señalada, todos nos congratulamos y estábamos muy contentos por la seriedad con que se había tomado la cacería. Después de media hora, sentimos que ya era tiempo de rescatarla, explicarle la broma, reírnos e irnos a cenar. Sin embargo, se hizo evidente que Jill se había tomado la cacería de sarapines mucho más en serio de lo que habíamos esperado, ya que no la encontramos en la zona que le habíamos indicado. Tras buscar de manera insistente sin hallar ni rastro de ella, comenzamos a adentrarnos en el bosque, llamándola en voz alta, pero con idéntico resultado.

Con la esperanza de que hubiera regresado a su dormitorio, volvimos y le pedimos a unas jóvenes que la buscaran allí, pero tampoco apareció. Oscurecía y cada vez estábamos más preocupados. Llamamos a todos los jóvenes que pudimos encontrar en los dormitorios masculinos y con la ayuda de linternas proseguimos la búsqueda en el bosque. Ya bien entrada la noche, asustados, preocupados y afónicos de tanto gritar, decidimos que era hora de notificar nuestra absurda broma a los vigilantes del parque. Mientras estábamos enfrente de los dormitorios, intentando determinar quién sería el valiente que tendría el privilegio de notificar su desaparición, Jill surgió de repente, no de su cuarto, sino del de un amiga con la que había disfrutado de la cena (cena que nosotros nos habíamos perdido) y de una agradable tarde. Sus primeras palabras lo explicaron todo: ”¿Cómo se sienten al cazar cazadores de sarapines?”. Bien, basta ya de hablar de la ingenua de la gran ciudad y de los modos del verdadero Oeste. Nosotros fuimos el objeto de la broma, y nunca he vuelto a tener ganas de cazar más sarapines.

Pero hay otra ”cacería de sarapines” en curso, y nosotros podemos ser sus ingenuas víctimas. No se trata de una broma, y no va a terminar con unas risas y una mayor amistad. Satanás es el gran impostor, mentiroso y enemigo de todo lo bueno, incluyendo nuestra felicidad y bienestar. Su gran deseo es frustrar el plan de felicidad de nuestro Padre Celestial y hacernos ”miserables como él” (2 Nefi 2:27). Siendo el autor mismo y responsable del engaño, básicamente quiere invitarnos a que nos unamos a su cacería de sarapines, para llenar nuestros morrales de entusiasmo, diversión, fama y ”la buena vida”; mas esas promesas son vanas, al igual que el ficticio sarapín. Lo que en realidad nos ofrece son mentiras, miseria, degradación espiritual y la pérdida de nuestro valor propio.

Las técnicas de persuasión de Satanás, cuando nos envía a llenar nuestros morrales, son: ”Comed, bebed y divertíos,… porque mañana moriremos” (2 Nefi 28:7). Su invitación puede parecer atractiva y convincente. Nefi tilda estas técnicas de ”pacificadoras” y ”lisonjeras” cuando el adversario dice que ”todo va bien” (2 Nefi 28:21:22). Entre otras cosas, Satanás desea que en nuestros morrales metamos todas las formas de inmoralidad, incluyendo el ver pornografía, o un lenguaje, vestimenta y comportamiento inapropiados. Y es que tales maldades suelen acarrear angustia emocional, pérdida de espiritualidad y de respeto propio, pérdida de la oportunidad de servir una misión o casarse en el templo, y a veces ocasionar incluso embarazos no deseados. Satanás desea que metamos drogas, alcohol y tabaco en nuestros morrales.

Satanás nos dirá que esas cosas están bien y que ”todos lo hacen”. Nos dirá que nos darán fama y aceptación. Sus mentiras pueden ser muy atractivas, en especial en esa etapa crítica de la vida en que los jóvenes desean ser populares y aceptados.

Sin embargo, hay ciertas pistas que nos conducen a saber qué cosas debemos evitar introducir en nuestro morral; ustedes las reconocerán porque nos resultan comunes y familiares, como por ejemplo:

  • ”Todo el mundo lo hace”.

  • ”Nadie lo sabrá”.

  • ”No le hace daño a nadie”.

  • ”Una vez no hace mal alguno”.

  • ”¿Y qué?”

  • ”Uno se puede arrepentir luego y todavía ir a la misión y casarse en el templo”.

  • ”Cristo expió por nuestros pecados; él me perdonará”.

Cuando las personas nos dan este tipo de justificaciones abiertamente, o cuando nuestro temperamento nos las susurra, sabemos que se nos está advirtiendo. No les presten atención. No experimenten con ellas. Simplemente, no lo hagan.

Dios, nuestro Padre amoroso, la fuente de toda verdad, nos ha advertido del engaño de Satanás. Escuchen lo que el Señor ha dicho por medio de Sus profetas:

  • Pablo enseñó a los santos de Corinto: ”¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16:17).

  • Jacob amonestó a los nefitas de la antigüedad diciendo: ”¡Pero ay, ay de vosotros que no sois puros de corazón, que hoy os halláis inmundos ante Dios!” (Jacob 3:3).

  • Alma recordó a su hijo rebelde, Coriantón, en cuanto a la impureza sexual: ”¿No sabes tú, hijo mío, que estas cosas son una abominación a los ojos del Señor?” (Alma 39:5). Y luego añadió: ”La maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10).

A no ser que pensemos que estas advertencias eran exclusivas para la época de la Biblia, escuchen lo que nuestro profeta actual, el presidente Gordon B. Hinckley, ha dicho:

”A pesar de lo que ahora se conoce como la ’nueva moralidad’, a pesar de los muy debatidos cambios en las normas morales, no existe ningún substituto adecuado para la virtud. Las normas de Dios serán desafiadas por todo el mundo; sin embargo, Dios no ha revocado Sus mandamientos” (”Lo que nos enseñan los profetas en cuanto a la castidad y fidelidad”, Liahona, octubre de 1999, págs. 26:27; cursiva agregada).

Así que nos preguntamos: ”¿A quién vamos a creer en nuestra búsqueda de la felicidad y el bienestar?”. ¿Será a Satanás, el autor de todas las mentiras y engaños, cuyo único objetivo es nuestra destrucción? ¿O vamos a creer a un amoroso Padre Celestial, que es la fuente de toda verdad y felicidad, cuyo exclusivo propósito es recompensarnos con Su dicha y amor eternos?

Podemos proceder de condiciones humildes, tener una educación limitada o hasta tener lo que consideramos ser logros carentes de efecto alguno en el mundo. Debido al engaño de Satanás, puede que a veces sintamos que no somos importantes, que somos insignificantes o incompetentes. Nunca olvidemos que somos los escogidos que poseen el sacerdocio de Dios. Somos Sus representantes llamados y ordenados, y eso nos convierte en alguien.

Debido a este sacerdocio poseemos un poder; somos de la realeza, y tenemos el poder de discernir entre los sarapines de Satanás y los principios verdaderos de la felicidad de Dios. Dado que sabemos quiénes somos y por qué estamos investidos con el Espíritu Santo y con el sacerdocio de Dios, tenemos el poder para decir: ”No. No, Satanás, no caeré víctima de tu engañosa, enfermiza y, con frecuencia, mortal cacería de sarapines”. Testifico que ”la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10) y que la maldad nunca será felicidad. Es más, testifico que la felicidad y el amor propio procederán únicamente del vivir los principios de Aquel que diseñó el plan de felicidad, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.