2000–2009
Uno por uno
Octubre 2000


Uno por uno

”Aceptemos la cálida invitación del Salvador de venir a él, uno por uno,y de perfeccionarnos en él”.

Mis queridos hermanos y hermanas, considero un gran privilegio y honor estar ante ustedes en este púlpito. Ruego por las bendiciones del Santo Espíritu para que lo que diga se sume a los sentimientos espirituales que todos experimentamos en la época de conferencia.

Sería muy desgradecido si no aprovechara la oportunidad para agradecer sinceramente al Señor mi llamamiento como Setenta. Deseo también agradecer a nuestro querido profeta, el presidente Hinckley, y a las demás Autoridades de la Iglesia la confianza que me tienen. Me comprometo ante ellos y ante todos ustedes a poner mi mejor esfuerzo en los años de servicio que me esperan.

Tras muchas horas de reflexión, mis pensamientos me han llevado hacia mis antepasados pioneros con profundo agradecimiento. Mis ocho bisabuelos ingresaron a la Iglesia entre los primeros conversos. Seis de los ocho inmigraron a los Estados Unidos desde Europa, lugar donde sirvo en la actualidad. Siento un profundo amor y cercanía hacia los santos europeos y me comprometo a hacer todo lo que sea posible para fortalecer a la Iglesia y edificar el reino de Dios allá, o dondequiera que se me asigne.

Expreso mi amor y gratitud a mi querida compañera eterna y a mi familia selecta por su devoción, apoyo y amor. Hago llegar mi amor a nuestros amigos y a los queridos misioneros con quienes servimos recientemente en la Misión Nueva York, Nueva York Norte. Una de las grandes bendiciones de mi vida es la de tener preciados amigos y compañeros de trabajo; ha sido un privilegio conocerlos y aprender de ellos.

A través de mi vida, he llegado a saber por experiencia propia que nuestro Padre Celestial escucha y contesta nuestras oraciones personales. Sé que Jesús es el Cristo viviente y que conoce a cada uno de nosotros en forma individual, o como lo expresan las Escrituras: ”uno por uno”.

El mismo Señor enseñó en forma compasiva esta convicción sagrada cuando se apareció al pueblo de Nefi. Lo leemos en 3 Nefi, capítulo 11, versículo 15:

”Y aconteció que los de la multitud se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies; y esto hicieron, yendo uno por uno, hasta que todos hubieron llegado…” (cursiva agregada).

Como otro ejemplo de la naturaleza del ”uno por uno” del ministerio del Salvador, leemos en 3 Nefi capítulo 17, versículo 9:

”Y sucedió que cuando hubo hablado así, toda la multitud, de común acuerdo, se acercó, con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que padecían cualquier aflicción; y los sanaba a todos, según se los llevaban” (cursiva agregada).

Luego en el versículo 21 leemos sobre la bendición especial que se dio a los preciosos niños: ”Y cuando hubo dicho estas palabras, lloró, y la multitud dio testimonio de ello; y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos” (cursiva agregada).

Ésa no fue una reunión pequeña. En el versículo 25 leemos: ”…y llegaba su número a unas dos mil quinientas almas; y se componían de hombres, mujeres y niños”.

Ciertamente, aquí hay un mensaje personal muy profundo y tierno. Jesucristo nos ministra y nos ama a todos, uno por uno.

Al reflexionar sobre la forma de amar de nuestro Salvador, apoyamos a nuestros dedicados líderes de estaca y de barrio, hombres y mujeres de gran fe. Reconocemos agradecidos los muchos esfuerzos de ustedes, los que trabajan con la juventud. Y expresamos nuestro agradecimiento a nuestros amorosos líderes y maestros de la Primaria por el servicio cristiano que prestan. Tomamos muy en cuenta el ministerio ”uno por uno” de ustedes y decimos: Gracias, y por favor, les rogamos que continúen. Quizás jamás en la historia del género humano hayamos necesitado tanto como ahora el servicio que se presta ”uno por uno”.

El año pasado, durante los últimos meses de nuestra misión, pasamos por algo que nos enseñó nuevamente este profundo principio de que Dios conoce y ama a cada uno de nosotros.

El Élder Neal A. Maxwell iba a Nueva York por asuntos de la Iglesia y se nos informó que también deseaba tener una conferencia misional. Estábamos tan felices de tener la oportunidad de escuchar a uno de los siervos escogidos del Señor. Se me pidió seleccionar a uno de nuestros misioneros para que ofreciera la primera oración en la reunión. Pude haber elegido al azar a uno de los misioneros, pero sentí que debía meditar y orar para seleccionar a uno que el Señor querría que yo llamara. Al revisar la lista de misioneros, se presentó claramente un nombre ante mí: Élder Joseph Appiah, de Accra, Ghana. Él fue el que sentí que el Señor deseaba que orara en esa reunión.

Antes de la conferencia de misión, durante una entrevista regular con el Élder Appiah, le dije que había sido inspirado a pedirle que ofreciera la oración. Asombrado y con humildad en sus ojos, empezó a llorar profundamente. Un poco sorprendido por su reacción, empecé a decirle que no se preocupara, que no tenía que dar la oración, pero me dijo que le encantaría darla, que su emoción se debía al amor que sentía por el Élder Maxwell. Me dijo que este Apóstol es muy especial para los santos de Ghana y para su propia familia. El Élder Maxwell había llamado a su padre para que fuera presidente de distrito en Accra y había sellado a su madre y a su padre en el Templo de Salt Lake.

Yo no sabía nada de lo que acabo de relatar sobre ese misionero y su familia, mas el Señor sí, e inspiró a un presidente de misión en favor de ese uno, un misionero que pasaría por una experiencia que atesoraría durante toda su vida, una experiencia que edificaría su testimonio.

En la reunión, el Élder Appiah ofreció una oración maravillosa e hizo su humilde contribución a una reunión en la que el Élder Maxwell enseñó a los misioneros los atributos de Jesucristo. Ninguno de los que estuvieron allí podrá olvidar jamás los sentimientos de amor que experimentó en aquella ocasión por su Salvador.

Tengo un testimonio en mi corazón, hermanos y hermanas, de que Dios, nuestro Padre Celestial, y Jesucristo nos conocen y nos aman en forma individual. No creo entender por completo cómo sucede; simplemente lo sé y he experimentado que es así. Exhorto a que todos nosotros en nuestros respectivos ministerios, a nuestras familias y a nuestros semejantes, aceptemos la cálida invitación del Salvador de venir a él, uno por uno, y de perfeccionarnos en él.

Comparto este testimonio y esta esperanza en el nombre de Jesucristo. Amén.