2000–2009
El cultivar tradiciones rectas
Octubre 2000


El cultivar tradiciones rectas

”Las tradiciones edificantes... aquellas que fomentan el amor por Dios,la unidad en la familia y entre las demás personas son de especial importancia”.

Siempre estaré agradecido por haber nacido y haber sido criado en Hawai, tierra que forma parte de lo que las Escrituras llaman ”las islas del mar”. La llaman también un ”crisol de culturas diversas”, y otros, con más exactitud, dicen que esas islas son como un ”guiso delicioso” en el que todas las culturas mantienen su propia identidad pero que se unen para formar una sociedad armoniosa de la que todos pueden disfrutar. El haber prestado servicio misional en Inglaterra, haber pasado mucho tiempo en Estados Unidos continental y ahora vivir y prestar servicio en Asia, ha hecho que desde hace mucho tenga interés en la cultura y en las tradiciones, y en la forma en que éstas influyen en nuestro aspecto, en nuestros pensamientos y en nuestros hechos. El diccionario define la cultura como el ”conjunto de modos de vida y costumbres… grado de desarrollo artístico, científico e industrial, [de un] grupo social” (Diccionario de la Real Academia Española). Las tradiciones --hábitos de conducta trasmitidos de generación en generación-- son parte inherente de una cultura. Nuestra cultura y sus tradiciones sirven para establecer nuestro sentido de identidad y satisfacen la necesidad humana de pertenecer a algo.

En cuanto a las tradiciones que complementan el Evangelio de Jesucristo, Pablo amonestó a los tesalonicenses: ”Así que… estad firmes, y retened la doctrina [tradición] que habéis aprendido” (2 Tesalonicenses 2:15). En la Iglesia tenemos magníficas tradiciones que nos recuerdan la fortaleza y el sacrificio de nuestros antepasados e inspiran nuestros hechos. Entre ellas están la laboriosidad, la frugalidad y una dedicación plena a una causa justa. Otras están basadas en una doctrina y en normas que podrían parecer extrañas para el mundo, pero que concuerdan con las pautas de Dios. Entre ellas se encuentran una conducta casta, modestia en el vestir, evitar el lenguaje vulgar, guardar el día de reposo, cumplir con la Palabra de Sabiduría y el pago de los diezmos.

Aun en la cultura étnica, hay muchas tradiciones que puedenreafirmar las normas y los principios del Evangelio. Por ejemplo, los antiguos hawaianos tenían una costumbre, el espíritu de la cual se manifiesta todavía entre muchos isleños. Cuando se saludaba a una persona, uno se acercaba cara a cara y decía ”ha” sobre su rostro, expulsando el aliento para que la otra persona lo pudiera sentir. La traducción literal de ”ha” es ”el aliento de vida”. Era una forma de dar de sí y de demostrar un profundo sentimiento de hermandad y afecto por el prójimo. Cuando los extranjeros llegaron por primera vez a Hawai, no demostraron ese mismo respeto por los demás y fueron llamados ”haole” por los nativos, palabra que significa ”sin ha”.

Si hay personas que deberían tener ”ha”, o sea, un intenso sentimiento de caridad y compasión por los demás, esas deberían ser los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Un verdadero Santo de los Últimos Días posee un amor por los demás que es compatible con la creencia de que todos somos hermanos y hermanas.

Las tradiciones edificantes cumplen la importante función de guiarnos hacia las cosas del Espíritu; y aquellas que fomentan el amor por Dios, la unidad en la familia y entre las demás personas son de especial importancia.

Sin embargo, el poder de la tradición representa un peligro significativo, ya que puede ser la causa de que olvidemos nuestro patrimonio celestial. Para alcanzar metas eternas, debemos conciliar nuestra cultura terrenal con la doctrina del Evangelio sempiterno. Ese proceso requiere adoptar todo lo que sea espiritualmente edificante de las tradiciones de nuestra familia y de nuestra sociedad, y descartar todo aquello que sea una barrera para nuestra perspectiva y nuestros logros eternos. Debemos despojarnos del hombre y de la mujer ”natural” que describió el rey Benjamín, y hacernos santos al someternos ”al influjo del Santo Espíritu” (véase Mosíah 3:19).

Para advertirnos de ese peligro y de su gravedad, también el profeta José Smith fue inspirado a aclarar una de las epístolas de Pablo al pueblo de Corinto, declarando: ”Y aconteció que los hijos, habiéndose creado bajo la sujeción de la ley de Moisés, se guiaban por las tradiciones de sus padres y no creían en el evangelio de Cristo, de manera que llegaron a ser inmundos” (D. y C. 74:4).

Les ruego que no hagan oídos sordos a esto y no piensen que este principio se aplica sólo a los demás y a su cultura; sepan que es tan válido para ustedes como lo es para mí, en dondequiera que vivamos y sea cual fuese nuestra situación familiar.

Las tradiciones que no deseamos son las que nos impiden efectuar las sagradas ordenanzas y guardar los sagrados convenios. Nuestra guía debe ser la doctrina que enseñan las Escrituras y los profetas. Las tradiciones que subvaloran el matrimonio y la familia, que degradan a la mujer o que no reconocen la majestuosa función que Dios les ha otorgado, que honran el éxito temporal más que el espiritual o que enseñan que el depender de Dios equivale a tener un carácter débil, todas ésas nos alejan de las verdades eternas.

De todas las tradiciones que debemos cultivar dentro de nosotros y de nuestras familias, ”la tradición de la rectitud” debe estar en primer lugar. Un sello distintivo de esta tradición es un amor inquebrantable por Dios y por Su Hijo Unigénito, respeto por los profetas y por el poder del sacerdocio, la búsqueda constante del Espíritu Santo y la disciplina del discipulado que transforma el creer en hacer. Una tradición de rectitud determina una forma de vida que acerca a los hijos a sus padres y ambos a Dios, y hace que la obediencia no sea una carga sino una bendición.

En un mundo donde las tradiciones muchas veces confunden lo correcto con lo incorrecto:

  • Nos inspira la valentía de toda persona joven que guarda el día de reposo, que cumple con la Palabra de Sabiduría y que permanece casta cuando la cultura popular ha establecido que lo opuesto no sólo es aceptable sino que se espera que se haga.

  • Nos inspira la sabiduría de todo hombre que haya logrado alcanzar una carrera que le permita cumplir con su responsabilidad principal de guiar espiritualmente a su familia, cuando para el mundo tienen más valor la riqueza y el poder.

  • Nos inspira la nobleza de todo marido y de toda mujer que hayan establecido una relación de igualdad y afecto cuando es tan común en ésta el egoísmo y la indiferencia.

    Cuando se comienza a comprender y a experimentar la naturaleza divina de nuestra vida, no deseamos que nada temporal se interponga en nuestra jornada celestial.

Humilde ante la responsabilidad, pero gozoso de la oportunidad de predicar el Evangelio y de dar testimonio en todo el mundo, ratifico mi conocimiento de las verdades eternas y de la cultura sempiterna. Yo testifico de 15 hombres que poseen llamamientos proféticos y autoridad apostólica, entre los que se encuentra el presidente Gordon B. Hinckley, que preside con dignidad, visión y un claro sentido de la tradición de rectitud. Pero lo más importante es que testifico del Salvador y Redentor de la humanidad, de Su Iglesia y de Su amor expiatorio. En el nombre de Jesucristo. Amén.