2000–2009
Discipulado
Octubre 2000


Discipulado

”Debemos crear... procesos continuos e ininterrumpidos que nos acerquen más al Señor nuestro Salvador a fin de ser contados entre Sus discípulos”.

Mi madre era muy buena para delegar. Cada sábado por la mañana, cuando mis hermanos, hermanas y yo éramos niños, nos daba la asignación de los quehaceres de la casa. Las instrucciones que nos daba las había aprendido de su madre.

Asegúrense de limpiar muy bien los rincones y a lo largo de los rodapiés. Si van a dejar algo mal, más vale que sea en el centro de la habitación.

Ella sabía muy bien que si nos esmerábamos en los rincones, nunca tendría problemas con lo que se dejara en el centro de la habitación. Lo que queda a la vista jamás se dejaría sin limpiar.

A través de los años, el consejo de mi madre ha tenido enormes aplicaciones en muchas y diferentes formas en mi vida. Es especialmente aplicable a las tareas de limpieza espiritual. Los aspectos públicos de nuestra vida se solucionan por sí solos porque deseamos dar la mejor impresión posible. Pero es en las partes más recónditas donde existen cosas que sólo nosotros sabemos y con las que debemos ser particularmente esmerados para asegurarnos de que estamos limpios.

Uno de esos rincones de nuestra vida que requiere atención especial es el de nuestros pensamientos. Debemos cuidarnos continuamente de esos momentos en que no hacemos nada y dejamos que nuestra mente vague por territorios prohibidos. En Proverbios leemos:

”Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7).

Y Judas ha escrito:

”…soñadores mancillan la carne…” (Judas 1:8).

Ineludiblemente, nuestros pensamientos conforman nuestra vida. James Allen lo expresa de esta forma en su libro Como piensa el hombre:

”Del mismo modo que la planta nace y no podría existir sin la simiente, cada acto del hombre florece de las ocultas semillas del pensamiento y no podría haber nacido de no ser por ellas. Esto se aplica tanto a aquellos actos llamados ’espontáneos’ o ’no premeditados’, como a los que realizamos de manera consciente…

”…En el arsenal del pensamiento forja él las armas que le destruyen; también da forma a las herramientas con las que edifica para sí mansiones celestiales de dicha, fortaleza y paz… Entre estos dos extremos se hallan todos los grados del carácter, y el hombre es su propio creador y maestro… Es el dueño del pensamiento, el moldeador del carácter y el hacedor y forjador de su condición, entorno y destino” (Allen, James, As a Man Thinketh, 1983, págs. 7:10).

Entonces el señor Allen añadió:

”Dejemos que un hombre altere sus pensamientos de manera radical y se asombrará de la rápida transformación que se efectuará en las condiciones materiales de su vida. Los hombres piensan que pueden mantener sus pensamientos en secreto, pero no es así; éstos cristalizan rápidamente en hábitos, y el hábito se consolida en el carácter” (As a Man Thinketh, págs. 33: 34).

Ciertamente, una de la áreas que debemos esforzarnos por mantener limpia es la de nuestros pensamientos. Lo ideal es mantenerlos centrados en cosas espirituales.

Otro rincón en el que se puede acumular el polvo por nuestra negligencia es el de la instrucción que damos a nuestra familia. El presidente Kimball dejó bien claras sus inquietudes con estas palabras:

”Nuestro éxito, como individuos y como Iglesia, lo determinará en gran medida la exactitud con la que vivamos el Evangelio en el hogar. Sólo cuando entendemos con claridad las responsabilidades que tiene cada persona y el papel que desempeñan la familia y el hogar, podemos comprender de forma apropiada que los quórumes del sacerdocio y las organizaciones auxiliares, incluso los barrios y las estacas, existen principalmente para ayudar a los miembros a vivir el Evangelio en el hogar. Entonces podremos entender que las personas son más importantes que los programas, y que los programas de la Iglesia deben siempreapoyar y no restar a las actividades familiares centradas en el Evangelio…

”Todos deben trabajar en unión para hacer del hogar un sitio en el que nos guste estar, un lugar donde se nos escuche y donde aprendamos, donde cada miembro de la familia pueda hallar amor, apoyo, aprecio y ánimo.

”Repito que nuestro éxito, como individuos y como Iglesia, dependerá en gran medida de la exactitud con la que vivamos el Evangelio en el hogar” (Spencer W. Kimball, ”Living the Gospel in the home”, Ensign, 1978, pág. 101).

Mi consejo para todos ustedes es que debemos crear procesos que motiven una limpieza espiritual del hogar, procesos continuos e ininterrumpidos que nos acerquen más al Señor nuestro Salvador a fin de ser contados entre Sus discípulos.

El objetivo central de nuestra probación mortal es prepararnos para presentarnos ante Dios y heredar las bendiciones que ha prometido a Sus hijos dignos. El Salvador estableció el ejemplo durante Su ministerio mortal y animó a quienes le seguían para que llegaran a ser discípulos Suyos.

Lo siguiente se ha escrito sobre el discipulado:

”La palabra discípulo viene del latín… [y significa] aprendiz. Un discípulo de Cristo es aquel que está aprendiendo a ser como él, aprendiendo a pensar, sentir y obrar igual que él. Ser un discípulo verdadero y cumplir con esta labor de aprendizaje es el proceso que más exige del hombre. Ninguna otra disciplina se le compara en requisitos y recompensas, pues requiere de una transformación total de la persona desde el estado del hombre natural hacia el de santo, uno que ama al Señor y le sirve con todo Su corazón, alma, mente y fuerza” (Chauncey C. Riddle, ”Becoming a Disciple”, Ensign, septiembre de 1978, pág. 81).

El Salvador instruyó a quienes le seguían sobre la esencia del discipulado, cuando dijo:

”…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.

”Y ahora, para que el hombre tome su cruz, debe abstenerse de toda impiedad, y de todo deseo mundano, y guardar mis mandamientos” (Mateo 16:25).

”No quebrantéis mis mandamientos para salvar vuestra vida; pues el que salve su vida en este mundo, la perderá en el venidero.

”Y cualquiera que pierda su vida en este mundo, por mi causa, la hallará en el venidero.

”Por tanto, renunciad al mundo y salvad vuestras almas” (TJS--Mateo 16:25:26; JST--Matthew 16:27:29).

Cuando el Espíritu conquista la carne, ésta se convierte en siervo, y no en maestro. Una vez que hemos limpiado los rincones de lo mundano y estamos listos para ser obedientes al Señor, podemos recibir Su palabra y guardar Sus mandamientos.

Cuando las personas se consagran a convertirse en discípulos del Señor tiene lugar un cambio dramático en sus vidas. Uno de los ejemplos más representativos que recuerdo de las Escrituras es el de la conversión de Alma, hijo, y del cambio acaecido en su semblante mismo cuando se convirtió en discípulo del Señor. Recuerden que Alma y los hijos de Mosíah se contaban entre los incrédulos. Alma era un hombre de mucha palabrería que podía lisonjear mucho a las personas, y que condujo a muchos de los del pueblo a hacer toda clase de iniquidad. Se convirtió en un gran tropiezo para la Iglesia pues se granjeó el corazón del pueblo y causó mucha disensión entre la gente. Mas debido a la humilde súplica de su padre, se le apareció un ángel mientras andaba causando problemas. Alma se quedó tan atónito que cayó al suelo y el ángel le mandó:

”Alma, levántate y acércate, pues ¿por qué persigues tú a la iglesia de Dios? Porque el Señor ha dicho: ésta es mi iglesia, y yo la estableceré; y nada la hará caer sino la transgresión de mi pueblo” (Mosíah 27:13).

Estaba tan débil que no podía moverse y tuvieron que llevárselo. También estaba mudo. Lo llevaron ante su padre, el cual se llenó de gozo y llamó al pueblo para que orara por su hijo.

”Y aconteció que después de que hubieron ayunado y orado por el espacio de dos días y dos noches, los miembros de alma recobraron su fuerza, y se puso de pie y comenzó a hablarles, diciéndoles que se animaran;

”porque, dijo él, me he arrepentido de mis pecados, y el Señor me ha redimido; he aquí, he nacido del Espíritu” (Mosíah 27:23:24).

Y entonces relata la gran tribulación y sufrimiento por los que pasó al darse cuenta de que había sido expulsado del reino de Dios, y recordó las enseñanzas de su padre y clamó al Señor para que pudiera ser preservado.

Ahora vemos el dramático cambio que tiene lugar cuando se convierte en discípulo de nuestro Redentor.

”Y aconteció que de allí en adelante, Alma y los que estaban con él cuando el ángel se les apareció empezaron a enseñar al pueblo, viajando por toda la tierra, proclamando a todo el pueblo las cosas que habían oído y visto, y predicando la palabra de Dios con mucha tribulación…” (Mosíah 27:32).

En la historia pionera de mi familia hay muchos relatos de almas nobles que exhibían las características del verdadero discipulado. El bisabuelo de mis hijos fue un valiente discípulo de Jesucristo, que procedía de una acaudalada familia de propietarios de tierras en Dinamarca. Siendo el hijo favorito, iba a heredar las propiedades de su padre. Se enamoró de una joven hermosa que no era de la misma clase social de la familia, por lo que se le instó a discontinuar la relación. Él no estaba dispuesto a seguir el consejo de su familia y en una de las veces que fue a visitar a la muchacha, descubrió que toda la familia de ella se había unido a la Iglesia. Él se negó a escuchar la doctrina que la familia de ella había abrazado y muy seriamente le dijo a la joven que tenía que escoger entre él y la Iglesia, a lo que ella contestó con audacia que no dejaría su religión.

Ante tal disposición, él decidió que escucharía las enseñanzas que tan importantes eran para ella. Poco después sintió la inspiración del Espíritu y también él se convirtió al Evangelio. Mas cuando informó a sus padres de su decisión de unirse a la Iglesia y casarse con la joven, ellos se enfadaron con él y le obligaron a decidir entre su familia, con sus riquezas, y la Iglesia. El joven se alejó de las comodidades que había conocido durante toda la vida, se unió a la Iglesia y se casó con la muchacha.

Inmediatamente comenzaron a prepararse para dejar Dinamarca y partir hacia Sión. Al no contar con el apoyo de su familia, él tuvo que trabajar en cualquier empleo que pudiera encontrar para poder ahorrar para el viaje a esa nueva tierra. Tras un año de duro trabajo, había ahorrado dinero suficiente para el pasaje. Pero cuando estaban con los preparativos de la partida, les visitó su presidente de rama y les dijo que había una familia con necesidades mayores que las de él y su esposa, y le preguntó si daría el dinero que había ahorrado para que esa familia pudiera ir a Sión.

El discipulado requiere sacrificio. Ellos dieron sus ahorros a la familia necesitada y comenzaron otro año de dura labor de ahorro para financiarse el viaje. Finalmente llegaron a Sión, pero no sin antes hacer muchos otros sacrificios de verdaderos discípulos.

Al joven rico se le dio una de las pruebas más duras del discipulado cuando se le dijo:

”…vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven y sígueme” (Mateo 19:21).

Para muchos de nosotros una prueba igualmente difícil es la de desprendernos de nuestros malos hábitos y pensamientos mundanos para que no haya conflictos ni compromisos en nuestra devoción al servicio del Señor.

Como verdaderos discípulos de Cristo, deseo que nuestra vida sea un reflejo de Su ejemplo, que tomemos Su nombre sobre nosotros y seamos testigos Suyos en todo tiempo y en todo lugar (véase Mosíah 18:9).

Además, ruego que Dios nos bendiga para que deseemos de todo corazón hacer una limpieza espiritual, llegando a todos los rincones y limpiando todas aquellas cosas que nos empequeñezcan como discípulos del Señor, para que podamos avanzar en el servicio de Aquel que es nuestro Salvador y Rey, lo ruego humildemente, en el nombre de nuestro Señor, Jesucristo. Amén.