2000–2009
Los artificios y las tentaciones del mundo
Octubre 2000


Los artificios y las tentaciones del mundo

”Muchas personas que se dejan preocupar por las cosas del mundono se encuentran precisamente en transgresión, pero están ciertamente desviadas y de ese modo ’malgasta[n] los días de [su] probación’”(2 Nefi 9:27).

Para los verdaderos creyentes, los artificios y las tentaciones del mundo --incluso sus placeres, poder, halagos, riquezas y distinción-- siempre han existido (Alma 46:15). En nuestra época, sin embargo, muchos sistemas de apoyo que fueron una vez de utilidad están torcidos o estropeados; más aún, las cosas malas del mundo se promueven por medio de una tecnología que todo lo penetra, así como por una andanada de los medios de comunicación con el potencial de alcanzar casi todo hogar y poblado. Y todo esto sucede cuando hay muchas personas que se han alejado de lo espiritual, diciendo: ”…soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad…” (Apocalipsis 3:17).

En contraste, los incentivos del discipulado son tales, que si vemos acercarse una limusina, tenemos la certeza de que no viene por nosotros. El plan de Dios no es el plan de placer, es el ”plan de felicidad”.

Los artificios y las tentaciones del mundo son fuertes. Los estilos de vida mundanos se respaldan astutamente en la justificación de que ”todos lo hacen”, fomentando así una mayoría o dando la apariencia de ella. La hábil propaganda dirigida a determinados grupos promueve productos y crea actitudes.

Pedro dijo que ”el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19). Hermanos y hermanas, ¡hay tantas de esas esclavitudes particulares!

Los que se burlan tienen esta actitud indiferente que Pedro profetizó diciendo: ”¿Dónde está la promesa [del] advenimiento [de Cristo]? Porque… todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:4). Tal cinismo hace que se confunda a las sucesivas generaciones que han pasado por el escenario terrenal con la falta de un Director o de una trama.

Como un pez en una pecera, a algunos no les importa quién les cambie el agua y quién les dé de comer (Jacob 4:13:14). Son como un niño de jardín de infantes que mientras espera a su padre, un poco atrasado para buscarlo, dijera solamente: ”El hombre está solo en el universo”.

Por otra parte, es cierto que hay quienes desean sinceramente obtener más poder a fin de hacer el bien, pero sólo unas pocas personas son lo bastante buenas para ser poderosas. Pero el ambicionar poder y fama priva del oxígeno espiritual a algunos haciendo que pierdan toda sensibilidad (Efesios 4:19; 1 Nefi 17:45; Moroni 9:20). Singularmente, aunque insensibilizados, hay quienes todavía son capaces de escuchar el sonido de una cámara de televisión a cien metros de distancia. La confusa agitación de las envidiadas posiciones de poder terrenales nos recuerda el juego de las sillas y la música.

En realidad, el discipulado puede alejarnos de los honores del mundo. Como dijo Balac a Balaam, ”yo te dije que te honraría, mas he aquí que Jehová te ha privado de honra” (Números 24:11). Las pinturas de la celebridad se borronean con gran facilidad, de todos modos. Nos aflige contemplar a aquellos que tuvieron una vez los halagos del mundo, como Judas, y luego ven que se aprovechan de ellos, los desprecian y los desechan (D. y C. 121:20). No obstante, si algunos de ellos están listos, es preciso que hasta les levantemos sus manos caídas (Hebreos 12:12; D. y C. 81:5).

Aun cuando reconocemos el beneficio de las alabanzas merecidas, no debemos olvidar las palabras de Jesús sobre los que reciben honores terrenales: ”…ya tienen su recompensa” (Mateo 6:2, 5).

Hermanos y hermanas, hay una razón fundamental para todo lo que es efímero: los que confieren las cosas transitorias del mundo están, ellos mismos, en tránsito; ¡no pueden conferir lo que es duradero porque no lo poseen! Algunos, percibiéndolo pero viendo tan poco, quieren tenerlo todo ahora.

Las lamentables situaciones mencionadas nos conducen a varias sugerencias específicas:

Para empezar, no hay remedio más eficaz que el recurrir más de lo que lo hacemos a los dones del Espíritu Santo.

Reconozcamos también el lugar especial de la familia. James Q. Wilson escribió lo siguiente:

”Aprendemos a arreglárnosla con la gente del mundo porque aprendemos a arreglárnosla con los miembros de nuestra familia. Aquellos que abandonan a la familia abandonan la sociedad; privados del afecto, el tutelaje y los dilemas familiares no están preparados para enfrentar las pruebas, las críticas y las exigencias del mundo” (The Moral Sense, 1993, pág. 163).

Qué ironía es que algunos se vayan ”a una provincia apartada” (Lucas 15:13) abandonando el nutritivo huerto familiar, en el cual haya tal vez unas pocas malas hierbas, por un desierto mundano cubierto de cizaña.

La rectitud personal, la adoración, la oración y el estudio de las Escrituras son sumamente esenciales para [despojarnos] del hombre natural (Mosíah 3:19). Por lo tanto, cuidémonos de los que exigen tolerancia pública para sus indulgencias privadas, sean cuales fueren.

Tanto los jóvenes como los adultos debemos ser buenos amigos, pero también debemos escoger a nuestros amigos cuidadosamente. Si escogemos al Señor primero, el escoger amigos es más fácil y más seguro. Consideremos el contraste entre las amistades en la ciudad de Enoc y en las ciudades de Sodoma y Gomorra. Los habitantes de la ciudad de Enoc escogieron a Jesús y optaron por un estilo de vida, llegando a ser así amigos eternos. Es mucho lo que depende de a Quién y qué escojamos en primer lugar.

Debemos emular los reflejos espirituales de José en Egipto: cuando fue tentado, huyó, demostrando al mismo tiempo tener valor y piernas ágiles (Génesis 39:12). Tanto los jóvenes como los adultos deben alejarse de situaciones y circunstancias amenazadoras.

Los hijos pródigos nunca son demasiados, pero, regularmente, algunos vuelven de una ”provincia apartada” (Lucas 15:13). Por supuesto, es mejor ”ser humildes… a causa de la palabra” que ser ”obligados” por las circunstancias (Alma 32:13:14), pero esto último también es aceptable. La inanición puede inducir al hambre espiritual.

Como el hijo pródigo, también nosotros podemos irnos a una ”provincia apartada” que quizás no esté más lejos que un concierto de música estridente. La distancia a la ”provincia apartada” no se mide en kilómetros sino en cuán distantes de Jesús están nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón (véase Mosíah 5:13). La fidelidad, no la geografía, es lo que en realidad mide la distancia.

Aun con todos los poderosos artificios y tentaciones del mundo, los sentimientos espirituales continúan reafirmándose de todos modos. Es posible que invadan las dudas, y las soluciones fáciles obviamente no curan el vacío y el tedio de lo mundanal.

Más aún, algunos de los que escalan laboriosamente las alturas mundanales se encuentran, después de todo, acuclillados sobre un insignificante montoncito de arena. ¡Y se han esforzado tanto por llegar allí!

Y de todos modos, ¿por qué ambicionar riquezas?, si gastamos ”dinero en lo que no tiene valor, ni… puede satisfacer” (2 Nefi 9:51).

Como Jesús, podemos decidir, a diario o en un instante, no hacer caso a las tentaciones (véase D. y C. 20:22), e incluso responder a las irritaciones con una sonrisa en lugar de un mal gesto u ofreciendo sincero elogio en lugar de fría indiferencia. Si somos comprensivos en vez de ser rudos, quizás los demás, a su vez, decidan perseverar un poco más en vez de darse por vencidos. El amor, la paciencia y la mansedumbre pueden ser tan contagiosos como la descortesía, la vulgaridad y la grosería.

En forma general e individual podemos dar lugar a una turbulencia que redima (véase 2 Nefi 28:19). Es posible que los corazones que están puestos en las cosas del mundo tengan que ser quebrantados (véaseD. y C. 121:35), y que las mentes preocupadas en ello y alejadas del Señor tengan que recibir una sacudida de advertencia (Mosíah 5:13).

Muchas personas que se dejan preocupar por las cosas del mundo no se encuentran precisamente en transgresión, pero están ciertamente desviadas y de ese modo ”malgasta[n] los días de [su] probación” (2 Nefi 9:27); no obstante, hay quienes viven orgullosamente ”sin Dios en el mundo” (Alma 41:11) ¡pero cierran las puertas con llave por dentro! Hermanos y hermanas, recuérdenlo bien: los que están demasiado preocupados de sí mismos inevitablemente defraudarán a los demás.

Adoptemos la actitud que recomendó Brigham Young de decir: ”…a los campos… los rebaños… los hatos… el oro… la plata… los bienes y posesiones… las propiedades… y al mundo entero: ¡Apartaos, alejaos de mis pensamientos!, porque voy a adorar al Señor” (Journal of Discourses, tomo I, pág. 200). ¡Hay tantas maneras de decir al mundo: ”¡Apártate!”.

Periódicamente, el marido y la mujer pueden razonar juntos, haciendo un inventario. Tal vez sea necesario hacer pequeñas correcciones y, además, esas conversaciones pueden ser más preciadas de lo que imaginamos. Muchos son los matrimonios que están demasiado ocupados.

Los momentos son las moléculas que forman la eternidad. Hace años, el presidente Hinckley aconsejó:

”Los acontecimientos importantes no tienen tanta influencia como las pequeñas decisiones diarias que marcan el curso de nuestra vida… En realidad, nuestra vida es la suma total de las decisiones aparentemente insignificantes que tomamos y de la capacidad que tenemos de vivir de acuerdo con esas decisiones” (”Caesar, Circus or Christ?”, Universidad Brigham Young, Speeches of the Year, 26 de octubre de 1965).

Afortunadamente, un arrepentimiento firme puede absorber nuestros errores demostrando la fe para volver a empezar, ya sea en una tarea o en una relación. Esa firmeza es, realmente, una afirmación de nuestra verdadera identidad. A los hijos y a las hijas espirituales de Dios no se les puede degradar permanentemente cuando los levanta la expiación de Jesús. La infinita expiación de Cristo se aplica a la condición finita de nuestras fallas. De ahí la súplica de este himno:

Mi propensión a desviarme, Señor, siento,

tiendo a alejarme de mi Dios amado.

Toma mi corazón, que aquí te ofrezco,

y a tu corte celestial llévalo, sellado.

Además, para resistir a los artificios y a las tentaciones del mundo, también nos ayuda el saber que, aunque somos imperfectos, el curso presente que sigue nuestra vida es por lo general aceptable para el Señor (véase Lectures on Faith, Lectura 6, pág. 57). Con suficiente dedicación podemos recibir esa tranquila seguridad.

La confirmación de nuestro valor proviene realmente de saber quiénes somos y no sólo de qué hagamos. Las palabras inquisitivas de Jesús siguen teniendo validez: ”…¿qué clase de hombres [y de mujeres] habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27; véase también Mateo 5:48; 3 Nefi 23:21).

No hay duda de que las acciones valiosas realzan nuestro carácter y capacidad, pero las circunstancias y oportunidades terrenales son muy diferentes; incluso entre éstas todavía podemos llegar a parecernos más a Cristo en nuestra capacidad de ser más amorosos, mansos, pacientes y sumisos.

Al prestar más atención a lo que somos y no exclusivamente a lo que hacemos, nuestra persona, tanto pública como privada, será la misma: ¡el hombre o la mujer de Cristo! Nuestro valor intrínseco no depende de la aclamación mundana; de hecho, el mundo puede considerarnos en realidad débiles y necios (véase 1 Corintios 1:27). En oposición, hay afirmaciones divinas como ésta: ”El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).

Dios está muchísimo más interesado en el lugar que ocupemos en Su reino que en cualquier posición que tengamos en una organización. A nosotros quizás nos inquiete cuánto abarque el radio de control que podamos ejercer, pero a él le preocupa nuestra capacidad para controlarnos a nosotros mismos. El Padre quiere que regresemos al hogar llevando nuestro verdadero currículum: ¡nosotros mismos!

Aun así, nuestros recelos mortales continúan manifestándose en cuanto al dinero, la esfera de influencia, las ofensas o los vestidos y el becerro gordo que se den a otros (véase Lucas 15:22:23).

Nuestro verdadero sentido de identificación surge cuando sabemos quiénes somos y a Quién pertenecemos. Recordemos las conocidas líneas de la obra El violinista en el tejado, sobre Anatevka; en ellas, cada uno sabe quién es y qué espera Dios que haga (véase Joseph Stein, Fiddler on the Roof, 1964, pág. 3; cursiva agregada); a eso podríamos agregar ”y lo que Dios espera que la persona sea”.

Sí, tenemos la libertad de escoger los dividendos de la vida terrenal con su naturaleza efímera. Sin embargo, llegará aquel gran momento en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo (véase Mosíah 27:31; D. y C. 88:194); entonces, los anfiteatros y los tronos terrenales quedarán vacíos. Hasta el edificio grande y espacioso se derrumbará, ¡y con qué estruendo! (véase 1 Nefi 8:26:28). A la sazón, los que hayan vivido sin Dios en el mundo también confesarán que Dios es Dios (véase Mosíah 27:31). Entretanto, Su carácter y atributos deben incitar en nosotros la adoración y la emulación.

¿No es maravilloso, hermanos y hermanas, que Dios, que todo lo sabe, todavía dedique tiempo a escuchar nuestras oraciones? Comparado con la inmensidad de ese hecho, ¿qué nos ofrece el mundo en realidad? ¿Una salva de aplausos, un instante fugaz de adulación, una mirada de aprobación de una celebridad transitoria?

Dios nos bendiga para que veamos las cosas como realmente son y como realmente serán (véase Jacob 4:13; D. y C. 93:24), y que demos la gloria, el honor y la alabanza a Dios, lo cual hago ahora. En el santo nombre de Jesucristo. Amén.