2000–2009
Sean un eslabón fuerte
Octubre 2000


Sean un eslabón fuerte

”A medida que se me debilita la vista, pienso que de alguna forma mi visión mejora: mi visión del largo sendero, mi visión de lo que yace adelante”.

Cuando el presidente Gordon B. Hinckley anunció que yo sería el último orador, estoy seguro de que se preguntaba si podría yo llegar hasta el púlpito. Él sabe que acabo de cumplir 94 años, por lo que me encuentro en el 95 de mi existencia, y de ahí sus dudas.

Él sabe también que mi vista no es muy buena, pero a medida que se me debilita la vista, pienso que de alguna forma mi visión mejora: mi visión del largo sendero, mi visión de lo que yace adelante. Y lo mismo sucede con todos ustedes esta mañana. Estoy seguro de que también dirán como yo, que ésta es una época maravillosa para estar vivos y ser miembros de esta Iglesia; lo extraordinario que significa tener la libertad que poseemos, la libertad de asamblea y de congregación religiosa.

Cuando Ruby y yo nos arrodillamos ante el altar del Templo de Salt Lake, el 4 de septiembre de 1930, con las manos unidas y mirándonos a los ojos, no teníamos idea de lo que yacía adelante. Éramos dos jóvenes; yo venía del campo, del sur de Idaho, y Ruby era del Condado de Sanpete, Utah. Tanto el padre de ella como el mío habían fallecido, pero teníamos dos madres viudas maravillosas que ese día nos acompañaron al templo. Al arrodillarnos y hacer convenios y promesas, yo supe que eso era en serio.

Ahora, después de estar casados durante 70 años, les puedo decir a todos que nuestro matrimonio está mejor que nunca, que con el correr de los años ha ido perfeccionándose cada vez más, con el cariño y la ternura, y la comprensión de las bendiciones eternas que nos esperan. De modo que a todos ustedes les diría, y, si Ruby pudiera estar junto a mí ahora también les diría lo mismo, que la vida puede ser maravillosa y sumamente significativa, pero debemos vivirla en forma sencilla. Debemos vivir los principios del Evangelio, ya que lo que de veras importa es tener el Evangelio en nuestra vida al andar por el camino de nuestra existencia.

Mientras criábamos a nuestros hijos, nos mudamos a varias partes del país y ellos asistieron a escuelas en las que eran los únicos miembros de la Iglesia de su clase. Lo hicimos muchas veces, pero eso los ayudó en su desarrollo y a adquirir entendimiento, a obtener sus propios testimonios, a ver el mundo en acción pero al mismo tiempo ver las bendiciones del Evangelio en nuestra vida.

El domingo pasado Ruby y yo asistimos a la reunión sacramental de un barrio de aquí, de la ciudad de Salt Lake. La reunión fue muy interesante ya que el barrio cuenta con gente de buena posición económica así como de personas que residen en casas establecidas para los recién salidos de la cárcel. Poco antes de la reunión de testimonios, una joven con una bebita en brazos se acercó al estrado donde se encontraba el obispo, para decirle que quería que la niña recibiera una bendición. El obispo bajó, tomó a la bebita y se le bendijo.

Más tarde, durante la reunión de testimonios, un pequeño de siete años caminó hasta el púlpito tomado de la mano de su hermanita de cinco. Ayudó a acomodar un pequeño taburete para que ella se parara sobre él y le ayudó a dar su testimonio. Apenas ella titubeaba un poco, este amoroso pequeño se siete años se inclinaba sobre su hermanita y le susurraba al oído.

Cuando ella hubo terminado, él se paró sobre el taburete mientras ella le miraba dar su testimonio; ella tenía una expresión de cariño en el rostro. Era su hermano mayor, pero se podía ver en realidad el amor familiar y la relación que los unía. El niño se bajó del taburete, tomó de la mano a su hermana pequeña y juntos regresaron a su asiento.

Casi al término de la reunión, en la que se me habían concedido unos momentos para finalizarla, le pedí a la joven que había llevado a su hijita para que la bendijeran que viniera y se parara junto a mí, y ella accedió. Entretanto, mientras se llevaba a cabo la reunión de testimonios, yo pregunté al obispo al oído: ”¿Dónde está el marido?”.

”En la cárcel”, contestó el obispo.

Le pregunté entonces: ”¿cómo se llama?”. Y el obispo me dijo el nombre de ella.

Ella vino y se paró junto a mí, con su pequeña en brazos. Al estar ante el púlpito, miré a esa amorosa bebita, de sólo unos pocos días de nacida, y a esa madre, la madre de esa hijita, a la que había llevado para que recibiera una bendición de manos del sacerdocio. Al mirarla a ella y luego mirar a esa preciosa pequeña, me pregunté lo que llegaría a ser y qué sería de ella. Hablé a la congregación y a esa joven madre sobre la proclamación que hace cinco años emitió la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, una proclamación sobre la familia y la responsabilidad que tenemos para con nuestros hijos, la de éstos para con sus padres y la de los cónyuges entre sí. Ese documento maravilloso solidifica la dirección de las Escrituras que hemos recibido y que ha guiado la vida de los hijos de Dios desde la época de Adán y Eva, y que continuará guiándonos hasta que baje el telón que ponga punto final al drama de la vida.

A medida que hablaba sobre eso y miraba a esa bella niñita, pensé en el verano pasado, cuando Ruby y yo fuimos por unos días a Idaho de visita. Allí nos encontramos con algunas personas de Mountain Home, Idaho, la familia Goodrich. La hermana Goodrich había ido a vernos con su hija Chelsea, y durante la conversación nos dijo que Chelsea había aprendido de memoria la proclamación sobre la familia.

Le pregunté a la jovencita, que tiene quince años: ”Chelsea, ¿es cierto eso?”.

”Sí”, respondió.

”¿Cuánto tiempo te llevó?”, le pregunté.

Ella dijo: ”Cuando éramos pequeños, mamá comenzó un programa en casa para ayudarnos a memorizar. Solíamos memorizar pasajes de las Escrituras, himnos para las reuniones sacramentales y otras cosas que nos eran útiles. Aprendimos así a memorizar y se convirtió en algo fácil para nosotros”.

”¿Puedes repetirla toda?”, inquirí.

”Sí, toda”, respondió.

”La aprendiste cuando tenías doce años, ahora tienes quince; muy pronto comenzarás a salir con jóvenes. Dime, ¿en qué forma te ha beneficiado?”, pregunté.

Chelsea dijo: ”Al pensar en las declaraciones de esa proclamación y al comprender más acerca de la responsabilidad que tenemos como familia y la responsabilidad que tenemos por la forma en que vivimos y debemos conducir nuestra vida, la proclamación se ha convertido en una nueva norma para mí. Al relacionarme con otras personas y cuando comience a salir con jóvenes, puedo pensar en las palabras y frases de la proclamación para la familia. Eso me dará la pauta que me guiará y la fortaleza que vaya a necesitar”.

Hace poco, el presidente Hinckley habló a los alumnos de la Universidad Brigham Young y declaró que la vida es una gran cadena de generaciones, eslabón tras eslabón, hasta el fin del tiempo. En su discurso, alentó a los alumnos a no ser un eslabón débil, sino un vínculo fuerte en su familia.

Esta mañana de conferencia hemos escuchado muchas instrucciones relacionadas con la historia familiar y las familias, la razón por la cual debemos unirlas y la responsabilidad que tenemos de efectuar la obra del templo por decenas de millares de personas que podrían ser parte de nuestra familia y que esperan del otro lado del velo para recibir las ordenanzas que deben efectuarse de este lado del velo, con el fin de que ellas lleven a cabo las cosas que tienen que hacer del otro lado. Eso todos lo comprendemos muy bien.

Por consiguiente, quisiera decirles a todos los que se encuentran presentes esta mañana que espero cultiven dentro de sus familias --y de ustedes mismos-- el deseo ferviente de no ser un eslabón débil dentro de la cadena familiar y de sus antepasados. Los aliento a ser un eslabón fuerte para su posteridad y no uno débil. ¿No sería eso terrible? Si pensamos en esa larga cadena y en toda la obra que hay que hacer para la salvación de las almas y de la maravillosa obra que es necesario efectuar, ¿no sería triste que fueran ustedes el eslabón débil que hiciera que sus descendientes no pudieran formar parte de esa cadena?

Cuando los santos se preparaban para partir de Nauvoo, con el Templo de Nauvoo sin terminar, sólo les fue posible a unos pocos recibir la investidura. El presidente Brigham Young, en ese entonces Presidente del Quórum de los Doce, era el apóstol de más antigüedad en esa época. Él escribió en su diario acerca de la preocupación que sentía la gente al tratar de preparar los carromatos para comenzar el viaje hacia el Oeste, hacia un lugar que desconocían por completo. Ellos seguían a sus líderes, aprontando las pocas cosas que podían llevar en los carromatos.

En medio de todas esas preparaciones, algunos tuvieron la oportunidad de recibir la investidura; la gente sentía un gran anhelo de recibir la investidura. Brigham Young dejó de hacer el trabajo que por lo general hacía para poder quedarse en el templo y dirigir la obra de la investidura que era tan necesaria. Al hablar de ello, dijo que él sentía un gran anhelo de hacer lo que los santos deseaban que se hiciera. Es sumamente interesante que esa palabra, anhelo, aparezca en su relato. Él escribe del anhelo que sentían de que se pudiese efectuar esa importante obra de la investidura antes de que la gente partiera hacia el Oeste.

Les dejo mi amor, mi testimonio y el conocimiento que tengo de que esta obra es verdadera. Sé que Dios vive y sé que nos ama. Nos ama de la misma forma que nosotros queremos a nuestros hijos y a nuestra posteridad. Hasta el momento tenemos 65 bisnietos, y claro está que tendremos más en camino. Los amamos a todos ellos y esperamos que las cadenas y los eslabones de nuestra familia sean fuertes y que nuestros hijos sean bendecidos. Nos sentimos muy orgullosos de todos ellos y rogamos que crezcan con el firme conocimiento y el sentimiento que tengo con respecto a Dios, de que él vive, de que es nuestro Padre y de que toda esta obra está bajo Su dirección y de la de Su Hijo, nuestro Salvador, Jesucristo. Ésta es la Iglesia de Jesucristo restaurada a la tierra en estos últimos días. Sé que eso es verdadero.

Sé que en la actualidad tenemos un profeta viviente sobre la tierra. Ustedes pueden ver las cosas maravillosas que suceden en la Iglesia en la actualidad, con 100 templos en funcionamiento. Algunos de ustedes vivirán para ver el día en que haya 200 templos en funcionamiento y después 300, o cualquiera sea la cantidad a la cual finalmente se llegará. Bueno, vivimos en una época en que suceden cosas maravillosas. Cuando hablamos de un profeta viviente que recibe revelaciones de lo alto para dirigir esta obra, yo les testifico que aquellos de nosotros que trabajamos y nos relacionamos con él podemos testificar que es el profeta de Dios en la tierra, que nos dirige para hacer lo que es correcto y apropiado.

Ruego que sus eslabones sean fuertes. Que en forma individual encuentren el gran gozo y la felicidad que pueden ser nuestros si vivimos los principios del Evangelio. Les dejo mi amor y mi testimonio de que esta Iglesia es verdadera, en el nombre de Jesucristo. Amén.