Solo para la versión digital: Voces de los jóvenes
“Oye, tú eres Matteo, ‘el mormón’, ¿verdad?”
Mi plan para hacer amigos e integrarme rápidamente en mi nueva escuela de internado [escuela a pupilo] había funcionado como esperaba hasta el primer domingo por la mañana, cuando me apresuré a entrar en el comedor vestido con traje y corbata para comer algo pronto, antes de dirigirme a la iglesia. Sentí como si toda la sala se quedara en silencio cuando mis compañeros, que todavía llevaban puestos sus pijamas, dejaron de comer y me miraron con los ojos entrecerrados y somnolientos. Rápidamente me di cuenta de que era el único miembro activo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la escuela.
El Señor ha dicho a los miembros de la Iglesia: “Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones” (Doctrina y Convenios 115:5).
“¿No comen naranjas, muchachos?”
Sin que yo hubiera dicho una sola palabra, la novedad en cuanto a mi religión se difundió rápidamente. A diario empecé a recibir preguntas sobre mi fe, que por lo general comenzaban con “Oye, tú eres Matteo, ‘el mormón’, ¿verdad?”. La mayoría de las preguntas eran sinceras, algunas eran desconcertantes, otras eran maliciosas y algunas eran sencillamente graciosos.
Un amigo me preguntó con sinceridad: “¿Es cierto que ustedes no comen naranjas?”, a lo que respondí en broma: “Oh, sí, las naranjas definitivamente son del diablo”. Mientras ambos reíamos, me di cuenta de que su recelo inicial se desvaneció y sentimos una conexión más fuerte como amigos.
Correr el riesgo en Halloween
Como no podía huir de mi nueva notoriedad, decidí crear oportunidades que generaran risas ante conversaciones potencialmente incómodas. Me arriesgué y me puse un disfraz de misionero con placa para Halloween (una festividad de disfraces que se celebra en octubre). Sabía que era una movida arriesgada, ya que podría ser completamente ridiculizado, pero tenía la sensación de que al hacerlo demostraría que estaba seguro de mis creencias.
El riesgo valió la pena. Caminar por el campus vestido de misionero hizo sonreír a todos y provocó divertidas dramatizaciones. Eliminé algunos estereotipos e hice nuevos amigos.
De la burla a la búsqueda de consejos
Después de Halloween, la actitud de las personas hacia mí cambió, y las preguntas sobre mi fe se convirtieron en compañeros que me pedían consejo sobre su vida. Para mi sorpresa, amigos y conocidos, que habían superado la sorpresa inicial de enterarse de que no bebo, ni fumo, ni consumo drogas, y de que aguardo a casarme para tener relaciones sexuales, acudieron a mí en busca de orientación específica sobre esos temas.
Tranquilizaba a amigos que se sentían presionados a tener relaciones sexuales y les decía que ellos tenían la facultad de decidir, alentaba a algunos a acudir al consejero escolar para hablar sobre problemas de salud mental y adicciones, e incluso consolaba a quien hubiera cometido algún error que probablemente conduciría a la expulsión. Estaba desconcertado por la forma en que muchos de mis compañeros pasaban de burlarse de mí a buscar mi consejo.
Con el tiempo, comprendí que tener plena confianza y ser franco y no temer exponerme en cuanto a quién era atraía a mí a otras personas que buscaban alguien libre de prejuicios y un oído que los escuchara.
Dos lecciones
Estoy agradecido por dos de las muchas lecciones importantes que aprendí ese año. La primera es que la risa sana puede disipar el recelo y la contención, y es una excelente manera de unir a las personas. La segunda es que el decidir tener confianza en quiénes somos nos brinda extraordinarias oportunidades de ayudar a los demás que, de otra manera, nunca ocurrirían.
Hubo muchas ocasiones en las que quise ocultar mi religión y que se me conociera por otra cosa. Pero tener sentido del humor y no temer exponerme en cuanto a quién soy permitió que las personas me conocieran como Matteo, en lugar de verme solo como alguien con creencias diferentes.
Élder Matteo Huish, 18 años, Arizona, EE. UU.
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