2018
Los buenos hermanos de St. George.
2018 de julio


Los buenos hermanos de St. George

Claudio González, Antofagasta, Chile

Imagen
man thinking of st. george

Ilustración por Allen Garns.

Cuando tenía 12 años de edad, vi un vídeo de la Iglesia que mostraba al presidente Lorenzo Snow (1814–1901) orando por los santos en St. George, Utah, E.E. U.U. quienes estaban experimentando una sequía severa.

“Señor”, oraba el presidente Snow, “bendice a los buenos hermanos de St. George”.

Esa frase, “Los buenos hermanos de St. George”, dejó una impresión duradera en mi mente juvenil. Ya que vivía en Chile, trataba de imaginarme qué tipo de fieles santos debían ser los buenos hermanos de St. George. Quería conocerlos.

Más de 30 años después, en 2005, mi familia y yo llevamos a nuestro segundo hijo a Provo, Utah, a unirse con su hermano que estaba estudiando en la Universidad Brigham Young. Esa noche, después de haber llegado, dije: “Quiero ir a ver a los buenos hermanos de St. George”.

“Pero papá“, objetó mi hijo mayor, “St. George está muy lejos”.

“Mira”, le dije, “papá pagó por los pasajes de avión. Papá está pagando por la comida. Papá está pagando el combustible. Papá solamente está pidiendo una cosa. ¡Él quiere conocer a los buenos hermanos de St. George!”

“OK,” dijo mi hijo al darse cuenta de que hablaba en serio.

Al siguiente día manejamos las 260 millas o 418 km. Después de llegar a St. George, nos dirigimos al centro de visitantes del templo e hicimos un recorrido por la casa de invierno del presidente Brigham Young (1801–1877). También visitamos el tabernáculo, en donde se me invitó a hablarle a mi familia por un minuto desde el mismo púlpito en donde el presidente Snow se dirigió a los “buenos hermanos de St. George”. Caminamos por la ciudad viendo y conociendo personas. Parecían ser Santos de los Últimos Días normales y fieles.

Me sentía feliz de haber ido. Al regresar a Chile, me di cuenta de algo: Yo ya había visto a los “buenos hermanos de St. George” antes.

Debido a mi trabajo y a mis llamamientos en la Iglesia, había viajado por todo Chile. En Calama, he visto a jóvenes adultos que se esfuerzan en guardar los mandamientos. En La Serena, he visto a dedicados padres llegar a la capilla temprano con sus hijos para asistir a las reuniones de la Iglesia. En Antofagasta, he visto a los Santos de los Últimos Días que luchan por hacer lo correcto cada día. En Vallenar, Copiapó, Caldera, Tocopilla, y otras ciudades, he visto a miembros que se arrodillan y oran, luego siguen adelante aun cuando las circunstancias no son fáciles.

Cuando veo a fieles Santos de los Últimos Días que obedecen y perseveran, sin importar dónde vivan o qué desafíos afronten, me digo a mí mismo: “estos son los buenos hermanos de St. George”.