2014
Sé que Él vive
Diciembre de 2014


Hasta la próxima

Sé que Él vive

¡Daría todo lo que soy y todo lo que espero llegar a ser por volver a sentir lo que sentí aquella vez!

Imagen
Frontal head and shoulders portrait of Jesus Christ. Christ is depicted wearing a pale red robe with a white and blue shawl over one shoulder. Light emanates from His face.

Imagen de Cristo, por Heinrich Hofmann, cortesía de C. Harrison Conroy Co.

Me encanta meditar en cuanto a lo que le costó a nuestro Padre Celestial ofrecernos el don de Su Hijo Amado, ese digno Hijo de nuestro Padre que tanto amó al mundo, que dio Su vida para redimir al mundo, para salvarnos y nutrirnos espiritualmente mientras caminamos en esta vida y nos preparamos para ir y morar con Él en los mundos eternos…

Recuerdo una experiencia que… testificó a mi alma la realidad de la muerte [del Salvador], de Su crucifixión y de Su resurrección. Fue algo que nunca olvidaré…

Una noche, tuve una visión en la que me encontraba en ese sagrado edificio: el templo. Después de mucha oración y regocijo, se me informó que tendría el privilegio de entrar en uno de los cuartos para encontrarme con un personaje glorioso. Al pasar por la puerta, vi, sentado sobre una plataforma elevada, al Ser más glorioso que mis ojos hayan visto jamás, o que yo hubiese podido concebir que existiera en todos los mundos eternos.

Al acercarme para que me presentaran, se puso de pie, caminó hacia mí con los brazos extendidos y, con una sonrisa, pronunció suavemente mi nombre. Así viviera un millón de años, jamás olvidaría Su sonrisa. Me tomó entre Sus brazos, me oprimió contra Su pecho y me bendijo ¡hasta que sentí como si se me derritiera la médula de los huesos! Cuando hubo terminado, caí a Sus pies, y mientras los bañaba con mis lágrimas y besos, vi las marcas de los clavos en los pies del Redentor del mundo. El sentimiento que experimenté en la presencia de Aquél que tiene todas las cosas en Sus manos, al sentir Su amor, Su afecto y Su bendición, fue tal que si yo pudiera recibir aquello de lo cual apenas saboreé un poco, ¡daría todo lo que soy y todo lo que espero llegar a ser por volver a sentir lo que sentí aquella vez!…

Ahora no veo a Jesús en la cruz; no veo su ceja punzada por las espinas ni Sus manos rasgadas por los clavos; lo veo sonriendo, con brazos extendidos, diciéndonos a todos: “¡Venid a mí!”.