2014
Mi regalo de Navidad
Diciembre de 2014


Mi regalo de Navidad

El autor vive en Utah, EE. UU.

¿Qué le daría al Salvador este año?

Imagen
illustration of a chapel being held in young man's hands

Ilustración por Ben Simonsen.

El lugar donde generalmente me sentaba en la clase de seminario cuando estaba en el noveno grado era la última fila, donde podía hablar y bromear con mi amigo. Me había inscrito en seminario sólo porque me faltaba elegir una clase para completar mi horario escolar. Donde yo vivía, seminario se ofrecía en la escuela durante el día y era una de las clases que se podía escoger. En vista de que yo era Santo de los Últimos Días, mi asesor me sugirió que la tomara. Por un tiempo, todo lo que aprendí de la clase era el nombre del maestro.

Pero un día mi amigo faltó a la clase y se me presentó un problema: no tenía con quien bromear ni pasar el rato. ¿Qué iba a hacer todo ese tiempo? Ante la desesperación, escogí la única otra opción que tenía: escuché. Fue la primera vez que presté atención a lo que decía el maestro.

Al pensar en ello, no recuerdo nada de lo que dijo ese día, pero sí recuerdo haberme sentido fascinado. Mi amigo volvió al día siguiente, pero en lugar de ponerme a bromear, escuché, y una vez más me sentí atraído hacia lo que se decía.

Con el tiempo, decidí mudarme de la última fila y me senté en la primera, donde podía prestar más atención. No hubo ni una sola clase en la que no haya sentido un gran interés en la lección o los testimonios que expresaban los alumnos.

Me gustó tanto seminario que me volví a inscribir para el año siguiente. Me había bautizado a los ocho años, pero en realidad nunca había asistido a la Iglesia. Sin embargo, algo cambió un día de diciembre, justo antes del receso escolar para Navidad. El maestro nos invitó a pasar al frente del salón y decir qué le regalaríamos a Cristo ese año.

Yo pensé: “Nadie se va a poner de pie”. No obstante, para mi sorpresa, cada uno de los alumnos caminó hacia el frente de la clase. Algunos derramaron lágrimas, otros compartieron sus metas y otros relataron historias. Yo no podía creerlo.

El tiempo transcurría; yo era el único que faltaba. Antes de darme cuenta, me encontraba de pie; no tenía idea de lo que iba a decir. Entonces, con voz temblorosa, dije: “Este año, para el cumpleaños de Cristo, voy a comenzar a asistir a la Iglesia”.

Desde ese día en adelante, comencé a ir a la Iglesia como regalo al Salvador. Lo irónico es que fui yo quien recibió el regalo. Volver a la Iglesia cambió mi vida; y todo comenzó el día que dejé de hablar suficiente tiempo como para escuchar y permitir que el Espíritu me tocara el corazón.

El Espíritu todavía me conmueve. Todo lo que tengo que hacer es detenerme y escuchar, y luego obedecer.