2014
La respuesta a todas las preguntas difíciles
Diciembre de 2014


La respuesta a todas las preguntas difíciles

Al afrontar preguntas difíciles, en definitiva hay sólo una que importa.

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Depiction of Jesus and the woman taken in adultery. They are both standing together.

Las preguntas que nos plantea la vida no siempre son sencillas de responder. Algunos de los retos personales que tenemos —por ejemplo, la muerte de un hijo, la traición de un amigo o un desafortunado revés económico— a menudo no son sencillos de conciliar con lo que pensamos, y necesitamos el misericordioso apoyo de quienes nos rodean. A veces, lo más difícil en esas circunstancias es reconocer que nuestro Padre Celestial nos ama y que no nos está castigando, aunque por el momento no comprendamos la razón de la prueba.

Algunas de las preguntas más difíciles se presentan cuando las cambiantes tendencias culturales o la nueva información, a veces errónea, a las que las personas que critican la Iglesia nos exponen contradicen nuestras creencias. En esos momentos podría parecer que nuestros fundamentos doctrinales o históricos no son tan firmes como pensamos. Podríamos sentirnos tentados a cuestionar las verdades que hemos dado por sentadas y las experiencias espirituales que han moldeado nuestra fe.

¿Qué hemos de hacer cuando la duda nos asalta el corazón? ¿Hay respuestas para las preguntas difíciles?

Sí, las hay. De hecho, todas las respuestas —todas las que son correctas— dependen de la respuesta a tan sólo una pregunta: ¿Confío en Dios más que en todos los demás?

Simple, pero no fácil

¿Es ese concepto demasiado simple? ¿Es demasiado sencillo?

Es posible. La verdad no siempre es obvia, en particular cuando tiene que competir con alternativas que se presentan de manera atrayente. Con frecuencia, comprendemos la verdad sólo en parte, mientras que la totalidad resta aún por aprenderse. También, al aprender, afrontamos la incómoda perspectiva de abandonar conceptos que son imperfectos, pero que hasta ese momento han sido reconfortantes. No obstante, confiar en que Dios tiene todas las respuestas, que nos ama y que contestará todas nuestras preguntas —a Su propia manera y en Su propio tiempo— puede simplificar nuestra búsqueda. Tal vez no siempre sea fácil, pero tan sólo confiar en el consejo de Dios puede guiarnos a través de las nubes de confusión.

En la Conferencia General de la Iglesia de octubre de 2013, el presidente Dieter F. Uchtdorf, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, hizo esta significativa observación:

“Es natural tener preguntas; la semilla de la duda honesta por lo general germina y madura hasta convertirse en un gran roble de entendimiento. Hay pocos miembros de la Iglesia que, en algún momento u otro, no hayan luchado con preguntas serias o delicadas. Uno de los propósitos del Evangelio es nutrir y cultivar la semilla de la fe, incluso algunas veces en el arenoso suelo de la duda y la incertidumbre. La fe es la esperanza de cosas que no se ven pero que son verdaderas.

“Por lo tanto, mis queridos hermanos y hermanas, mis queridos amigos, les pido, primero duden de sus dudas antes que dudar de su fe. Nunca debemos permitir que la duda nos mantenga prisioneros y nos prive del amor, la paz y los dones divinos que vienen mediante la fe en el Señor Jesucristo”1.

Algunos principios útiles

Entonces, ¿cómo podemos dudar de nuestras dudas con sinceridad? ¿Cómo afirmamos nuestra fe en la sólida roca de la revelación y no en el arenoso suelo de las cambiantes ideas humanas? Quizás sea de ayuda tener presente los siguientes principios:

Principio 1: Dios sabe infinitamente más que nosotros. Cuando tengamos preguntas —ya fueren personales, sociales o doctrinales— podemos confiar en el hecho de que el Creador del universo sabe muchísimo más que nosotros. Si Él ya se ha referido a cierto tema (a veces no lo ha hecho), podemos confiar en que Sus puntos de vista son más claros que los nuestros.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová.

“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9).

Principio 2: Dios comparte una parte de Su conocimiento. Como corolario del principio 1, Dios comparte con nosotros todo lo que sabe que estamos preparados para recibir y que Él está dispuesto a enseñarnos; solamente debemos prepararnos para recibirlo y luego procurarlo. Las Escrituras contestan muchas preguntas. Una de las grandes dichas de la vida es recibir instrucción del Espíritu Santo conforme Él emplea las Escrituras para revelar “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” (2 Nefi 28:30) en respuesta a nuestro estudio diligente.

Algunas preguntas, en especial las de carácter histórico, tienen una explicación discernible mediante la razón, y cuanto más información revelen los eruditos sinceros, tanto mayor será la claridad de nuestros conceptos.

También se nos bendice al tener profetas y apóstoles vivientes que nos enseñan por medio de la inspiración de los cielos. No seremos “llevados por doquiera de todo viento de doctrina”; podemos confiar en que su guía colectiva nos ayudará a que “lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (véase Efesios 4:11–15).

Principio 3: Podemos confiar en el amor de Dios. Dios nos ama mucho más de lo que podemos imaginar. Somos Sus hijos y Él quiere que regresemos a Su presencia como seres maduros y glorificados, capaces de llegar a ser semejantes a Él (véase Moisés 1:39). Todo el consejo que nos imparte lo da con el amor más profundo, para bendecirnos eternamente. Podemos confiar plenamente en ese amor.

“¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu amorosa bondad! Por eso los hijos de los hombres se refugian bajo la sombra de tus alas” (Salmos 36:7).

Principio 4: Debemos procurar las confirmaciones espirituales. No debe sorprendernos el que gran parte de la sabiduría del mundo parezca oponerse a Dios. Después de todo, por designio divino, vivimos en un mundo caído en el que estamos separados de la presencia y de la voluntad de Dios. Tal condición puede hacer que sea difícil comprender las cosas de Dios, “porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios…

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:11, 14).

Para entender las cosas de Dios, no podemos depender solamente de la sabiduría humana; es preciso que tengamos acceso al Espíritu de Dios “para que sepamos lo que Dios nos ha dado; lo cual… [se enseña] por el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (véase 1 Corintios 2:12–13).

Cuando nos bautizamos y se nos confirma miembros de la Iglesia de Cristo, se nos da el don del Espíritu Santo. Mediante ese don podemos recibir instrucción del Espíritu y Sus consoladoras confirmaciones de la verdad. Recibir dichas confirmaciones espirituales disipa la duda con mayor seguridad que la lógica más convincente, y está al alcance de todo aquel que procure la verdad a través de la oración sincera, el estudio diligente y la obediencia a los mandamientos del Señor.

“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).

Principio 5: Es posible que debamos esperar en el Señor. A veces no logramos nada al esforzarnos por entender las pruebas y preguntas que tenemos; a pesar de esforzarnos al máximo, no alcanzamos a comprender; los cielos parecen estar cerrados. Es entonces que la confianza en Dios nos permite tener la paciencia necesaria para esperar en Él. No se responderán todas las preguntas ni de inmediato ni quizás en esta vida. No todas las pruebas se aligerarán antes que el cuerpo y el espíritu se separen. No obstante, si amamos a Dios por encima de todo, si confiamos en el amor que Él nos tiene, podremos perseverar con fe hasta que llegue el día en que se descorra el velo y todo se torne claro.

“Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él, y él lo hará.

“Y exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía.

“Guarda silencio ante Jehová, y espera con paciencia en él” (Salmos 37:5–7).

Nota

  1. Dieter F. Uchtdorf, “Vengan, únanse a nosotros”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 23.