Para la Fortaleza de la Juventud
Los grandes dones de la eternidad: la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y Restauración
Para la Fortaleza de la Juventud, mayo de 2025


Sesión del domingo por la mañana

Los grandes dones de la eternidad: la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y Restauración

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Hace años, nuestra clase matutina del Evangelio memorizó versículos de la Biblia. Naturalmente, me sentí atraído por los pasajes cortos. Por ejemplo, Juan 11:35, uno de los versículos más cortos de las Escrituras, con solo tres palabras: “Y lloró Jesús”.

Para mí, ahora, el hecho de que Jesús llore de dolor y de gozo da testimonio de la milagrosa realidad: el divino Hijo de Dios vino a la vida mortal física y aprendió, según la carne, cómo estar siempre con nosotros y bendecirnos.

Cuando clamamos de dolor o de gozo, Jesucristo entiende perfectamente. Él puede estar presente en los momentos en que más necesitamos los grandes dones de la eternidad: la Expiación, la Resurrección y la restauración de Jesucristo […].

La Pascua de Resurrección en Jesucristo nos permite sentir la aprobación de Dios. Este mundo nos dice que somos demasiado altos, demasiado bajos, demasiado anchos, demasiado estrechos, no lo suficientemente inteligentes, bonitos o espirituales. Mediante la transformación espiritual en Jesucristo, podemos escapar del perfeccionismo debilitante […].

El plan de Dios del albedrío moral y terrenal nos permite aprender por experiencia propia […]. Con amor, Jesucristo descendió debajo y ascendió a lo alto de todas las cosas. Él se regocija en nuestra capacidad divina para la creatividad y el deleite, la bondad que no espera recompensa, la fe para arrepentimiento y el perdón. Y Él llora de pesar por la enormidad de nuestro sufrimiento, crueldad e injusticia humanos —que a menudo son consecuencia de la elección humana—, al igual que lloran los cielos y el Dios del cielo con ellos […].

Esta es la Pascua de Resurrección en Jesucristo: Él responde a nuestro corazón menesteroso y las preguntas de nuestra alma. Él enjuga nuestras lágrimas, pero no nuestras lágrimas de gozo.