Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El regocijo de la obra misional


Capítulo 9

El regocijo de la obra misional

Tenemos la gran responsabilidad de proclamar el Evangelio de Jesucristo. El cumplimiento de este deber nos llena el corazón de regocijo y de serenidad.

De la vida de Heber J. Grant

El presidente Heber J. Grant tomó parte en la obra misional a lo largo de toda su vida adulta, dando a conocer el Evangelio a familiares, a amigos y a conocidos del mundo de los negocios. La primera oportunidad de prestar servicio en una misión de tiempo completo se le presentó en 1901, cuando fue llamado a presidir la primera misión de Japón.

Imagen
Early missionaries in Japan

De izquierda a derecha: Goro Takahashi, que fue amigo de los primeros misioneros que fueron a Japón, y los élderes Louis A. Kelsch, Horace S. Ensign, Heber J. Grant y Alma O. Taylor. El élder Grant fue el presidente de la primera misión que huboen Japón, desde el 12 de agosto de 1901 hasta el 8 de septiembre de 1903.

El presidente Grant abordó su llamamiento a Japón con optimismo y entusiasmo. Escribió: “Tengo mucha fe en que ésta ha de ser una de las misiones de mayor éxito que haya establecido la Iglesia. Va a ser una obra lenta al principio, pero lo que se segará habrá de ser algo grande que asombrará al mundo en los años venideros”1.

Con otros tres misioneros, el presidente Heber J. Grant dedicó Japón para la predicación del Evangelio en agosto de 1901, tras lo cual trabajó con diligencia en lo que en realidad fue “una obra lenta”. Cuando el presidente Grant fue relevado de su llamamiento en septiembre de 1903, había bautizado sólo a dos personas. En la conferencia general de octubre de 1903, dio el siguiente informe:

“Lamento no poder decirles que realizamos algo magnífico en Japón. Para ser perfectamente franco con ustedes, reconozco que lo que logré fue en realidad muy poco en calidad de presidente de esa misión; y muy poco han logrado —en lo que respecta a la conversión de las personas— los pocos élderes que han sido enviados allí a trabajar o las hermanas que estuvieron conmigo. Al mismo tiempo, tengo en el corazón la certeza de que aún se llevará a cabo una obra grande e importante en ese país. Los habitantes son personas magníficas”2.

Veintiún años después, el presidente Grant y sus consejeros de la Primera Presidencia cerraron la misión, mayormente por motivo de los “resultados prácticamente insignificantes de las labores misionales” en ese país3. La misión volvió a abrirse en 1948.

El 18 de mayo de 1996, 48 años después de que se reabriera la misión, el presidente Gordon B. Hinckley visitó Japón y dirigió la palabra a una numerosa congregación en la que había muchas personas de pie en una charla fogonera. Para entonces, Japón tenía un templo y los miembros de la Iglesia habían aumentado a más de 100.000 en número, en 25 estacas y 9 misiones. El presidente Hinckley recordó los comienzos de la obra en Japón y dijo: “Si el presidente Grant estuviese aquí ahora, lloraría de gratitud, que es lo que yo siento al contemplar sus rostros… Veo una gran fortaleza que nunca soñé ver en este país”4.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Es nuestro deber y nuestro privilegio dar a conocer el Evangelio.

Deseo hacer hincapié en que, como pueblo, tenemos una obra suprema que realizar, la cual es llamar al mundo al arrepentimiento del pecado y a venir a Dios. Es nuestro deber por encima de todos los demás ir a proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo, la restauración que se ha hecho en la tierra del plan de vida y salvación. Desde todas partes del mundo se solicitan más misioneros. Los Santos de los Últimos Días deben organizar su vida y sus recursos económicos, de manera que haya más de ellos listos y dispuestos, sobre todo los mayores que tienen más experiencia, y un testimonio y el conocimiento de la divinidad de esta obra, a ir al campo misional… Tenemos en efecto la perla de gran precio. Tenemos lo que es de mayor valor que toda la riqueza y la información científica que el mundo posee. Tenemos el plan de vida y salvación. El primero y grande mandamiento es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente; y el segundo es semejante: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos [véase Mateo 22:37–39]. Y la mejor manera que existe en el mundo de mostrar nuestro amor por nuestro prójimo es ir a proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo5.

La salvación de las almas, incluida la nuestra propia, es la obra más valiosa y más importante de todas las que podamos llevar a cabo, y nos acarreará las bendiciones de nuestro Padre y la buena voluntad de nuestro Señor y Maestro Jesucristo6.

Ésa es la misión que se nos ha señalado, amonestar a las naciones de los juicios que están por acontecer muy pronto, predicar el Evangelio del Redentor… e invitar a todos a venir a Cristo y recibir los beneficios de Su gloriosa expiación. El así denominado “mormonismo” está en el mundo para el bien del mundo. Su sistema misional no tiene otro objetivo que no sea bendecir y beneficiar. No se opone a ninguna creencia o religión de la época actual. Defiende y apoya la paz, la paz de Dios “que sobrepasa todo entendimiento” [véase Filipenses 4:7]. Está siempre listo para hacer el bien en toda forma posible. Aboga por el retorno a la fe “que ha sido una vez dada a los santos” [véase Judas 1:3], porque cree que todo eso salvará a la humanidad de los pecados del mundo y que al final exaltará a las personas en la presencia de Dios el Padre y de Jesucristo, Su Hijo, “que es la vida y la luz del mundo” [D. y C. 10:70]7.

Sabemos que el primer y más importante deber que tenemos es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente; y que el segundo es amar a nuestro prójimo. Ningún grupo de personas en todo el mundo, en proporción con su número, da semejante evidencia de amor al prójimo, así como de desear su bienestar, como la que dan los Santos de los Últimos Días. Nuestra obra misional proclama al mundo entero nuestra buena disposición a hacer sacrificios económicos y a trabajar, sin esperar ninguna recompensa terrenal, por la salvación de las almas de los hijos de nuestro Padre Celestial8.

Todo hombre joven debe… tener aspiraciones de hacerse merecedor de trabajar hasta el máximo de su capacidad, para que pueda llevar a cabo todo lo que le sea posible realizar en la obra de establecer firmemente en la tierra la verdad del Evangelio9.

Hay personas que dicen: “No podemos comprender la fortaleza del ‘mormonismo’, no entendemos por qué [miles de] hombres jóvenes y de mujeres jóvenes, corriendo con sus propios gastos o con el apoyo económico de su familia, van al mundo por un periodo de tiempo, dando de su tiempo sin remuneración ni recompensa, a proclamar el Evangelio, dejando de ganar el dinero que hubiesen obtenido si se hubieran quedado en casa, pagando sus propios gastos, para proclamar su fe”. Todo Santo de los Últimos Días lo entiende. Lo entienden porque esos hombres jóvenes y esas mujeres jóvenes que van a proclamar el Evangelio ponen éste en práctica, puesto que en efecto cumplen los requisitos que estableció el Salvador de “amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente” y el segundo mandamiento que es semejante: “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”10.

Debemos recordar que el Señor nos ha dicho que nuestro deber es amonestar a nuestro prójimo y predicar este Evangelio. Todos tenemos ese deber: tenemos que ser misioneros…

Démonos cuenta de que esta obra pertenece a cada uno de nosotros y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por el progreso de ella11.

La obra misional brinda verdadero regocijo al corazón humano.

Creo que todo Santo de los Últimos Días que ha recibido un testimonio de la divinidad de la obra a la que nos hemos consagrado experimenta los mismos sentimientos que tuvo Alma: el deseo de que todo el mundo oiga el testimonio del Evangelio del Señor Jesucristo [véase Alma 29:1–9]. Cuando hombres y mujeres reciben el testimonio de la misión divina del profeta José Smith, se sienten deseosos de que todo el mundo tenga ese mismo conocimiento y esa misma fe. Anhelan que el Evangelio se haga llegar a toda alma sincera. Y no hay ninguna otra obra en todo el mundo que lleve al corazón humano más regocijo —y lo digo basándome en mi propia experiencia—, más paz y serenidad que la de proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo12.

No hay en parte alguna de la obra de Dios aquí sobre la tierra en la época actual un grupo de personas más felices, más contentas ni más pacíficas que las que se encuentran en el servicio misional. El servicio es la verdadera clave de la dicha. Cuando se presta servicio para el progreso de la humanidad, cuando se trabaja sin remuneración ni recompensa, sin esperar retribución terrenal, entra en el corazón humano el verdadero y auténtico regocijo13.

De ser preciso, todo siervo de Dios que tenga conocimiento del Evangelio debe estar dispuesto a dar su vida a esta causa, la cual es verdaderamente la obra del Maestro, el plan de vida y salvación, el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Una vez que llegamos a darnos cuenta plenamente del hecho de que en efecto tenemos la Perla de Gran Precio, de que el Evangelio que tenemos para dar a las personas del mundo significa la vida eterna para las que lo acepten y lo observen con fidelidad, cuando nos damos cuenta de eso y cuando nos detenemos a reflexionar en la revelación que se dio al profeta José Smith y a Oliver Cowdery, en la que el Señor dice: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” [D. y C. 18:15–16], entonces comenzamos a ver y a comprender la magnitud de esta obra14.

Siento lástima por el hombre o por la mujer que nunca ha experimentado la gran satisfacción que siente el misionero que proclama el Evangelio de Jesucristo, que da a conocer la verdad a las almas sinceras y oye las expresiones de agradecimiento que provienen del corazón de aquellos que, por medio de su labor, han llegado a comprender lo que significa la vida eterna. También siento lástima por los que nunca han conocido la dulzura del regocijo que brinda el extender la mano para ayudar a los necesitados. Indudablemente se reciben más bendiciones cuando se es generoso que cuando se es avaro; no me cabe ninguna duda de que así es. Por otra parte, recibimos muchas más bendiciones cuando vamos a proclamar el Evangelio de Jesucristo y trabajamos por la salvación de las almas de las personas de las que podamos recibir tan sólo por tener el conocimiento de la veracidad de nuestra religión y quedarnos en casa para encargarnos de los quehaceres rutinarios de la vida y de acumular los bienes de este mundo que se deterioran con el uso. Uno de los grandes problemas es que solemos perder de vista la labor más valiosa que podemos realizar, la obra que es más agradable ante los ojos de nuestro Padre Celestial15.

Sólo por el poder del Espíritu podemos proclamar el Evangelio y ayudar a los nuevos conversos a fortalecer su testimonio.

Quiero decirles que a todos los misioneros que han ido a predicar el Evangelio… les han impuesto las manos en la cabeza siervos autorizados por Dios, hombres que han poseído Su autoridad; y en todo el ancho mundo, en todo país y en todo clima, desde las tierras que circundan el polo norte hasta Sudáfrica, adondequiera que hayan ido, el Espíritu del Dios viviente los ha acompañado. Y en todo país y en todo clima hombres y mujeres han recibido el testimonio del Espíritu Santo y han aceptado el Evangelio16.

Fui a Grantsville, el barrio más grande de la Estaca Tooele, y me dirigí al Señor con una actitud muy parecida a la de Oliver Cowdery cuando éste dijo al Señor: “Deseo traducir”, y el Señor le dijo que podía traducir. Y como no pudo hacerlo, se le dijo que no lo había estudiado en su mente, ni había orado al respecto, o sea, que no había hecho su parte [véase D. y C. 9:7–8]… me puse de pie y, tras haber hablado cinco minutos, transpirando tan profusamente como si me hubiese sumergido en el agua, se me acabaron las ideas por completo. El discurso fue el más grande de los chascos, por decirlo así, que puede sufrir un mortal…

[Después], me alejé caminando del centro de reuniones y recorrí kilómetros por los campos, entre las parvas de heno y de paja, y, cuando me hube alejado lo suficiente, después de haberme asegurado de que nadie me viera, me arrodillé detrás de un montón de heno y derramé lágrimas de humillación. Le pedí a Dios que me perdonara por no haberme acordado de que el hombre no puede predicar el Evangelio del Señor Jesucristo con poder, ni con fuerza ni con inspiración si no es bendecido con el poder que proviene de Dios; y le dije entonces, siendo sólo un muchacho, que si me perdonaba por mi vanidad, si me perdonaba por haberme imaginado que sin Su Espíritu cualquiera podía proclamar la verdad y hallar corazones dispuestos a recibirla, hasta el día de mi muerte, yo me esforzaría por recordar de dónde proviene la inspiración cuando proclamamos el Evangelio del Señor Jesucristo, el plan de vida y salvación que se ha revelado nuevamente en la tierra.

Con agradecimiento les digo que, durante los cuarenta años que han pasado desde entonces, nunca he vuelto a sentir la humillación que sentí aquel día. ¿Y por qué ha sido así? Porque — doy gracias al Señor por ello— nunca he vuelto a ponerme de pie con la idea de que hombre alguno pueda conmover el corazón de los que le oyen… si no posee el Espíritu del Dios viviente, con lo cual es capaz de dar testimonio de que ésta es la verdad, a la que ustedes y yo nos hemos consagrado17.

“Creemos en el don de lenguas” y en la interpretación de lenguas [véase Los Artículos de Fe 7]. Karl G. Maeser —que fue uno de los más leales Santos de los Últimos Días que haya vivido— me contó personalmente de una ocasión en que esto se manifestó… Me dijo: “Hermano Grant, la noche que fui bautizado, dirigí la mirada al cielo y dije: ‘Oh, Dios, creo que en verdad he hallado el Evangelio de Tu Hijo Jesucristo. Lo he obedecido al descender a las aguas del bautismo. Dame una manifestación, dame una evidencia absoluta del Espíritu de que he hallado la verdad y te ofrezco mi vida, de ser necesario, por el progreso de esta causa’ ”.

En aquel tiempo, el hermano Franklin D. Richards, [del Quórum de los Doce Apóstoles], era el presidente de la Misión Europea, cuya sede se encontraba en Liverpool, Inglaterra. El presidente Richards fue a Alemania a fin de asistir al bautismo de los primeros conversos al Evangelio en ese gran imperio. Mientras caminaban desde el lugar donde había sido bautizado hasta su casa, que se hallaba a una distancia de varios kilómetros, el hermano Maeser expresó que deseaba conversar con el presidente Richards sobre diversos principios del Evangelio con la ayuda de un intérprete. El intérprete era el hermano William Budge… El hermano Maeser, que no entendía nada de inglés, hacía las preguntas en alemán, y el hermano Richards, que no entendía nada de alemán, se las contestaba en inglés. El hermano Budge interpretaba las preguntas y las respuestas. Después de unas cuantas preguntas y respuestas traducidas por el intérprete, el hermano Richards le dijo: “No tiene que interpretar las preguntas, porque las entiendo”; entonces, el hermano Maeser le dijo a su vez: “No tiene que interpretar las respuestas, porque las entiendo”. Y conversaron a lo largo de kilómetros, uno haciendo las preguntas en alemán, y el otro, dando las respuestas en inglés. Ninguno de los dos entendía el idioma del otro. Entonces llegaron al río Elba y, mientras atravesaban el puente, se separaron; cuando hubieron llegado al otro lado, el hermano Maeser hizo otra pregunta, y el hermano Richards dijo: “Interpréteme la pregunta, hermano Budge”. Cuando el hermano Richards dio la respuesta, el hermano Maeser dijo al intérprete: “Interpréteme la respuesta”. La siguiente pregunta que éste hizo fue: “Apóstol Richards, ¿cómo es posible que hasta ahora nos hayamos entendido y que ya no podamos hacerlo?”. El hermano Richards le dijo que uno de los frutos del Evangelio de Jesucristo es el don de lenguas y la interpretación, y luego añadió: “Esta noche, Dios nos ha dado a usted y a mí el privilegio de participar de uno de los frutos del Evangelio al habernos dado la interpretación de lenguas. Hermano Maeser, ha recibido usted el testimonio de Dios de que ha hallado la verdad”.

El hermano Maeser me dijo: “Temblé como una hoja y de nuevo elevé los ojos al cielo y dije: ‘Oh, Dios, he recibido el testimonio que te he pedido, y te ofrezco mi vida, de ser ello preciso, por esta causa’ ”18.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Qué bendiciones recibimos cuando damos a conocer el Evangelio de Jesucristo? ¿Qué sentimientos ha experimentado al haber visto a familiares y a amigos aceptar el Evangelio?

  • ¿Qué espera el Señor de Sus santos en lo que respecta a llevar Su mensaje al mundo? ¿Cómo podemos adquirir y cultivar la fe y la valentía necesarias para dar a conocer el Evangelio?

  • ¿Cómo podemos disponer el orden de prioridad de lo que debemos hacer a fin de tener oportunidades de dar a conocer el Evangelio? ¿Cómo podrían cambiar las oportunidades misionales para nosotros en las diversas etapas de nuestra vida?

  • ¿Por qué es imposible proclamar las verdades del Evangelio sin el poder del Espíritu Santo? ¿De qué modo le ha ayudado a usted el Espíritu a dar a conocer el Evangelio?

  • Karl G. Maeser recibió una confirmación del testimonio que acababa de hallar cuando a él y al élder Franklin D. Richards se les dio el don de interpretación de lenguas. ¿Qué otros dones del Espíritu podemos buscar al esforzarnos por fortalecer nuestro testimonio y el testimonio de los demás? (Véase D. y C. 46:8–26.)

  • ¿Qué habían hecho tanto el hermano Maeser como el élder Richards que llevó a la confirmación del testimonio del hermano Maeser? ¿Cómo podemos ayudar a los nuevos conversos a fortalecer su testimonio?

Notas

  1. Citado por Gordon B. Hinckley, en Jerry P. Cahill, “Times of Great Blessings: Witnessing the Miracles”, Ensign, enero de 1981, pág. 74.

  2. En Conference Report, octubre de 1903, pág. 7.

  3. En “Japanese Mission of Church Closed”, Deseret News, 12 de junio de 1924, pág. 6.

  4. En “President Hinckley Visits Asian Saints, Dedicates Hong Kong Temple”, Ensign, agosto de 1996, pág. 74.

  5. En Conference Report, abril de 1927, págs. 175–176.

  6. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, pág. 31.

  7. En James R. Clark, compilador, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 6 tomos, 1965–1975, tomo V, págs. 232–233.

  8. En Conference Report, abril de 1925, pág. 4.

  9. “Work, and Keep Your Promises”, Improvement Era, enero de 1900, pág. 197.

  10. En Conference Report, octubre de 1922, pág. 10.

  11. En Conference Report, abril de 1931, pág. 131.

  12. En Conference Report, octubre de 1926, pág. 4.

  13. En Conference Report, abril de 1934, pág. 9.

  14. En Conference Report, octubre de 1907, pág. 23.

  15. Gospel Standards, pág. 104.

  16. En Conference Report, octubre de 1919, pág. 29.

  17. “Significant Counsel to the Young People of the Church”, Improvement Era, agosto de 1921, págs. 871–872; los párrafos se han cambiado.

  18. En Conference Report, abril de 1927, págs. 16–17.