Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
Enseñemos a nuestros hijos en la disciplina y la amonestación del Evangelio


Capítulo 22

Enseñemos a nuestros hijos en la disciplina y la amonestación del Evangelio

Los padres, con la ayuda de los líderes y de los maestros de la Iglesia, deben esforzarse con diligencia y sin cesar por enseñar el Evangelio a sus hijos.

De la vida de Heber J. Grant

Mucho se ha dicho de la diligencia y la obediencia del presidente Heber J. Grant. Pero si bien recibió muchas bendiciones como consecuencia de su propia fe y arduo trabajo, siempre estaba presto a expresar su agradecimiento a los que le enseñaron el Evangelio cuando era niño.

Solía tributar honores a su madre. Dijo: “Yo, desde luego, se lo debo todo a mi madre, puesto que mi padre falleció cuando yo tenía tan sólo nueve días de edad; y las maravillosas enseñanzas, la fe y la integridad de mi madre han sido una inspiración para mí”4. Refiriéndose a la decisión que tomó de casarse en el templo, dijo: “Me sentí muy agradecido por la inspiración que tuve y por la determinación que tomé de comenzar [mi vida conyugal] del modo correcto. ¿Por qué tuve esa inspiración y tomé esa determinación? Lo hice porque mi madre creía en el Evangelio, porque me enseñó la importancia de él, me infundió el deseo de obtener todas las bendiciones de comenzar la vida [matrimonial] del modo correcto y de hacer las cosas de conformidad con las enseñanzas del Evangelio”2.

El presidente Grant también expresaba su agradecimiento por los maestros de la Escuela Dominical y por otras personas que le habían guiado en la niñez. Dijo: “Estaré agradecido a lo largo de todas las etapas de la eternidad a esos hombres por la influencia que ejercieron en mí”3.

Siguiendo el ejemplo de los excelentes maestros que habían influido en su vida, el presidente Grant se esforzó con denuedo por enseñar la verdad a sus propios hijos. Su hija Frances Grant Bennett contó del afectuoso y delicado modo de su progenitor de enseñarles tanto a ella como a sus hermanos a vivir el Evangelio: “Con respecto a los asuntos de poca importancia, nuestro padre rara vez nos decía ‘No’. Por consiguiente, cuando nos decía ‘No’, sabíamos que quería decir exactamente eso. Sus enseñanzas nos permitían tomar nuestras propias decisiones cada vez que ello fuese posible. Siempre nos explicaba con mucha paciencia por qué ciertos procederes eran desaconsejables y, a continuación, nos decía: ‘Eso es lo que pienso; pero, desde luego, deben determinarlo ustedes mismos’. En consecuencia, nuestra decisión solía ser la misma que la suya. Tenía la virtud de motivarnos a desear hacer lo correcto en lugar de obligarnos a hacerlo”4.

El presidente Grant nunca se cansaba en sus esfuerzos por enseñar a sus hijos aun cuando muchos de ellos ya habían crecido. A los 52 años de edad, cuando era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, escuchó atentamente el discurso que dio el presidente Joseph F. Smith en el cual exhortó a los miembros de la Iglesia a “poner de manifiesto su fe, su devoción y amor para con los principios del Evangelio por la forma en la que enseñaran a sus hijos y los criaran en la fe”5. Más adelante ese día, el élder Grant se puso de pie ante el púlpito y dijo:

“Uno de los mayores deseos de mi vida ha sido vivir siendo digno del padre y de la madre que tuve; y otro de los mayores deseos de mi vida ha sido que mis hijos crezcan en la disciplina y la amonestación del Evangelio. Uno de los temas preferidos que he tenido al predicar a los Santos de los Últimos Días tiene su origen en la revelación del Señor que nos dice que es nuestro deber instruir a nuestros hijos y enseñarles el Evangelio de Jesucristo, inspirar en ellos la fe en el Señor y Salvador del mundo, y enseñarles a orar y a andar rectamente delante del Señor [véase D. y C. 68:25–28]. Creo que este mandamiento se ha desatendido mucho, y me regocijo en grado sumo por lo que nos ha dicho hoy nuestro Presidente, exhortando a los Santos de los Últimos Días a cumplir su deber en este respecto. Me he esforzado por cumplir con esto, pero he tomado la resolución de ser más fiel en hacerlo en el futuro. Creo que hay lugar para que todos mejoremos en este aspecto”6.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos los principios del Evangelio.

Creo que puedo decir sin temor a equivocarme que el deseo más ferviente de todo fiel Santo de los Últimos Días es que sus hijos crezcan en la disciplina y la amonestación del Evangelio, guardando los mandamientos de Dios, a fin de que sean salvos en Su reino. Es sencillamente absurdo imaginar que si al niño se le siembran en la mente las semillas de la falsedad y de la maldad a lo largo de la vida, podrán ustedes, de una sola vez, sembrar en esa mente las semillas de la verdad y hacerlas producir toda una cosecha de verdad… Consideraríamos un perfecto tonto al agricultor que pidiese a todos los que pasaran por su granja que tirasen en el terreno unas cuantas semillas de malas hierbas, que hiciesen eso durante un periodo de veinte años, y que entonces esperara tener toda una cosecha de grano y que fuese muy buena.

Yo puedo saberme las tablas de multiplicar y también mi esposa, pero no por eso puedo esperar que mis hijos nazcan con el conocimiento de las tablas de multiplicar en la cabeza. Yo puedo saber que el Evangelio es verdadero y mi esposa también puede saberlo, pero no se me ocurriría ni por un momento que mis hijos nacieran con ese conocimiento. Recibimos un testimonio del Evangelio porque obedecemos las leyes y las ordenanzas de él; y nuestros hijos recibirán ese conocimiento exactamente de la misma manera; y si no les enseñamos, y si ellos no caminan por el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna, jamás recibirán ese conocimiento. He oído a personas decir que sus hijos han nacido herederos de todas las promesas del nuevo y sempiterno convenio, y que crecerían con un conocimiento del Evangelio hicieran lo que hiciesen. Quiero decirles que ésa no es doctrina verdadera y que es totalmente contraria al mandamiento de nuestro Padre Celestial. A los Santos de los Últimos Días se les ha dado la responsabilidad, que no es una petición, de enseñar a sus hijos:

“Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.

“Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.

“Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos.

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” [D. y C. 68:25–28]…

Todo padre de familia que ama el Evangelio está listo y dispuesto a ir a los extremos de la tierra a predicarlo, y uno de los mayores regocijos que hombre alguno puede tener es ser hallado llevando almas al conocimiento de la verdad. Debe ser un regocijo mucho mayor para nosotros enseñar a nuestros hijos el plan de salvación7.

Entre los primeros mandamientos que el Señor dio a Adán y Eva, les dijo: “multiplicaos; llenad la tierra” [Génesis 1:28]. Él ha repetido ese mandamiento en nuestra época. Nuevamente ha revelado en ésta, la última dispensación, el principio de la eternidad del convenio del matrimonio. Ha restaurado en la tierra la autoridad para hacer ese convenio y ha dicho que es la única manera debida y apropiada de unir a marido y mujer, y el único medio por el cual la sagrada relación familiar puede llevarse más allá del sepulcro y por la eternidad. Él ha dicho que esta relación eterna puede establecerse únicamente mediante las ordenanzas que se administran en los santos templos del Señor y que, por consiguiente, los de Su pueblo deben casarse sólo en Su templo de conformidad con tales ordenanzas.

El Señor nos ha dicho que es el deber de todo marido y mujer obedecer el mandamiento que se dio a Adán de multiplicarse y llenar la tierra, a fin de que las legiones de espíritus selectos que esperan recibir su tabernáculo de carne puedan venir aquí y seguir progresando bajo el grandioso plan de Dios para llegar a ser almas perfectas, puesto que sin el tabernáculo de carne no pueden progresar ni avanzar hacia el destino que Dios ha trazado para ellos. Por eso, todo marido y mujer debe llegar a ser, respectivamente, padre y madre en Israel de hijos que les nazcan bajo el santo y eterno convenio.

Al traer a la tierra a esos espíritus escogidos, todo padre y toda madre asume, para con el espíritu en su tabernáculo de carne y también para con el Señor, por haber aprovechado la oportunidad ofrecida por Él, una obligación de la índole más sagrada, por motivo de que la trayectoria que ha de seguir ese espíritu en las eternidades venideras, las bendiciones o los castigos que le aguarden en la existencia venidera, dependerán en gran parte de la atención, de las enseñanzas y del modo como críen los padres a ese espíritu.

Ningún padre ni ninguna madre puede librarse de esa obligación y responsabilidad, y el Señor nos hará estrictamente responsables del debido cumplimiento de esa obligación y responsabilidad. Ése es el deber más elevado que los mortales puedan tomar sobre sí.

Por consiguiente, la maternidad viene a ser un santo llamamiento, una dedicación sagrada a la misión de llevar a cabo los planes del Señor, una santa dedicación a la crianza, a la educación y a la formación en cuerpo, mente y espíritu de los que guardaron su primer estado y han venido a esta tierra, a su segundo estado “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” [Abraham 3:25]. Guiarlos para que guarden su segundo estado es la obra de la madre, “y a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás” [Abraham 3:26]…

La maternidad está cerca de la divinidad. Es el servicio más elevado y más santo que puede emprender el ser humano, y pone junto a los ángeles a la mujer que honra su santo llamamiento y servicio. A ustedes, las madres de Israel, decimos, Dios las bendiga y las proteja, y les dé fortaleza y valentía, fe y conocimiento, así como el santo amor y la consagración al deber que les permita cumplir en toda su medida el sagrado llamamiento que tienen. A ustedes, las madres, y a ustedes, las que algún día serán madres, decimos: Sean castas, consérvense puras, vivan con rectitud, a fin de que su posteridad, hasta la última generación, las llame bienaventuradas”8.

He oído a hombres y mujeres decir que ellos iban a dejar que sus hijos llegaran a la madurez antes de procurar enseñarles los principios del Evangelio, que no iban a forzarlos a aprender el Evangelio en la niñez, antes de que pudiesen comprenderlo. Cuando oigo a hombres y mujeres decir eso, pienso que carecen de fe en los principios del Evangelio y que no lo comprenden como debieran. El Señor ha dicho que es nuestro deber enseñar a nuestros hijos cuando son pequeños, y yo prefiero fiarme de la palabra del Señor en lugar de confiar en la palabra de los que no están obedeciendo Sus mandamientos. Es insensatez suponer que nuestros hijos crecerán con un conocimiento del Evangelio sin enseñárselo. Algunos hombres y mujeres sostienen: “Y bien, soy Santo de los Últimos Días; nos casamos en el templo y fuimos sellados ante el altar por un hombre que posee el sacerdocio de Dios, según el nuevo y sempiterno convenio; nuestros hijos inevitablemente van a crecer y van a ser buenos Santos de los Últimos Días; no puede ser de otra manera”… Pero quiero decirles que nuestros hijos no sabrán que el Evangelio es verdadero si no lo estudian y obtienen un testimonio por sí mismos. Los padres se están engañando si se imaginan que sus hijos nacerán con un conocimiento del Evangelio. Desde luego, tendrán mayor derecho a las bendiciones de Dios por haber nacido bajo el nuevo y sempiterno convenio, y será natural para ellos crecer y cumplir sus deberes; pero el diablo sabe eso y, por lo tanto, se esfuerza con mayor ahínco por alejar a nuestros hijos de la verdad9.

Ruego al Señor que dé a los padres entendimiento para que se den cuenta de los peligros y de las tentaciones a que sus hijos están expuestos, que reciban orientación para vigorizar espiritualmente a sus hijos, así como para guiarlos y enseñarles a vivir como el Señor desea que vivan10.

¿Qué nos estamos esforzando por alcanzar? ¿Bienes? ¿Riquezas? Si hemos aceptado el Evangelio de Jesucristo y vivimos de acuerdo con él, entonces nos estamos esforzando por alcanzar la vida eterna. Entonces estamos procurando salvar nuestras almas. Y después de salvar nuestras propias almas, estamos procurando la salvación de nuestros hijos… Deseo afirmar que la mejor herencia que pueden dejar a sus hijos e hijas serán los caudales de bendiciones que recibirán por la comprensión que ustedes les den del reino de Dios y la dedicación de ellos a él11.

Los líderes y los maestros de la Iglesia ayudan a los padres a enseñar a sus hijos.

Los maestros de los niños están ayudando a los padres a formar la vida de sus hijos. También es grande la responsabilidad de ellos de todo lo que enseñan, y tendrán que rendir cuentas de esa responsabilidad12.

No hay duda de que los conceptos que se graban en la mente de los niños a una muy temprana edad, así como en los jovencitos y las jovencitas, tienen un efecto más duradero en sus vidas futuras que los que se les graben en cualquier otra época. Hablando en sentido figurado, es como escribir en un papel blanco que no tenga nada que obstruya ni confunda lo que se escriba en él.

Hay muchas personas que han hecho grandes cosas que han quedado en el historial de su trayectoria por la batalla de la vida aun después de haber hecho en su juventud cosas que no eran agradables a la vista de nuestro Padre Celestial ni para su propio bien; pero será mucho mejor si nos esforzamos por lograr que los niños emprendan la batalla de la vida sin tener nada registrado en las páginas de su vida que no sean buenas obras y pensamientos dignos que incrementen la fe. Hay un adagio que dice: “Árbol que crece torcido nunca su tronco endereza”. Ustedes, los que enseñan a nuestros hijos tienen parte en la tarea de enderezar el tronco…

No hay dividendo alguno que pueda conseguirse de bonos y acciones, ni de las riquezas del mundo, que se comparen con el sentimiento de satisfacción que se experimenta cuando se ha sido un instrumento en las manos de Dios para ejercer una buena influencia en la formación de otra persona; y prometo a los maestros rectos de nuestra juventud que, a medida que vayan pasando los años, irán recibiendo dividendos de gratitud de aquellos niños cuyas vidas hayan podido encauzar para bien al haber sido instrumentos en las manos de Dios para llevarlo a cabo.

Quizá pensemos que la influencia que ejerzamos no será duradera, pero les aseguro que lo será. Sé con certeza que el testimonio que expresa un maestro a niños pequeños, bajo la inspiración del Dios viviente, es difícil que ellos lo olviden…

Todos nuestros maestros tienen oportunidades y el poder, bajo la inspiración del Espíritu de Dios, de ejercer una influencia favorable en el corazón y en el alma de los niños pequeños e inocentes, lo mismo que en los de los niños y las niñas más grandecitos, que están emprendiendo el camino de la batalla de la vida. Ruego con todo el fervor de mi alma que Dios les ayude en sus labores, y les prometo que Él lo hará. Lo importante es que ustedes sientan amor por su trabajo y que lo realicen bajo la inspiración del Espíritu del Dios viviente13.

En una conferencia de la “Sunday School Union” [Unión de Escuelas Dominicales]… tuvimos una de las más hermosas reuniones a las que he concurrido. A varios de los oradores se les dieron cuatro minutos para dirigir la palabra, y, en lo que respecta a cada uno de ellos, en los cuatro minutos que hablaron, expresaron pensamientos extraordinarios. El notable tenor de los comentarios de todos… los que hablaron sobre el tema: “Las necesidades de nuestras Escuelas Dominicales” no fue la necesidad de que hubiese más sistemas, ni más de esto, de eso o de aquello, sino la gran necesidad de que haya más del Espíritu del Señor en el corazón de los maestros, para que den ese Espíritu a los niños14.

Los niños aprenden del ejemplo que les dan sus padres y maestros.

¿Podemos esperar que nuestros pequeños crezcan para creer en los principios del Evangelio si no les enseñamos por medio del ejemplo? No creo que podamos convencer a nuestros hijos de la verdad del Evangelio tan sólo por profesar tener fe; nuestro modo de vivir debe ejemplificar lo que profesamos creer15.

A los padres, digo: busquen el Espíritu de Dios. Dejen huellas indelebles en la mente de sus hijos por la humildad, la mansedumbre y la bondad de la vida que lleven16.

La fe es un don de Dios. Si buscamos la fe, el Señor nos bendice con esa fe. Viene a ser una dádiva de Él, y se nos ha prometido que si hacemos la voluntad del Padre sabremos que la doctrina es de Dios [véase Juan 7:17]. Si, en calidad de padres, ponemos nuestras vidas en orden de tal manera que nuestros hijos sepan y comprendan muy dentro de su alma que efectivamente somos Santos de los Últimos Días, que en realidad sabemos de lo que hablamos, ellos, al buscar al Señor, obtendrán ese mismo testimonio17.

Yo, naturalmente, no sé nada de los consejos y enseñanzas de un padre, por motivo de que mi progenitor falleció pocos días después de haber nacido yo; pero me he enterado, por otras personas, de la buena reputación que tenía, pues me han asegurado categóricamente que Jedediah M. Grant fue uno de los hombres nobles de esta Iglesia.

Recuerdo la ocasión en que pedí al capitán William H. Hooper que firmara unos bonos para mí cuando era yo un joven de veinte años que apenas comenzaba a entrar en el mundo de los negocios.

Él me dijo: “Nunca hago este tipo de cosas; sencillamente no las hago”.

Acababa de regresar a mi oficina cuando un joven mensajero del banco llegó a decirme que el capitán deseaba verme.

Le dije: “No deseo ir a verle”.

“Debo explicarle que él me mandó venir a buscarle para llevarle al banco”.

Regresé a verle, y él me dijo: “Muchacho, muchacho, déme esos bonos”. Así lo hice, y él los firmó. Entonces me dijo: “Cuando usted se fue, me volví al Señor Hills y le dije: ‘Lew, ¿quién es ese muchacho? Me ha venido saludando por la calle desde hace años. No sé quién es. Nunca firmo bonos por alguien a quien no conozco. ¿Quién es él?’. Y me contestó: ‘Es Heber J. Grant, hijo de Jeddy Grant’. ‘¿Hijo de Jeddy Grant? Vaya a buscarlo y tráigalo otra vez aquí. Firmaría ese bono aunque supiera que tendría que pagarlo yo’ ”.

He mencionado eso con la esperanza de que los padres se den cuenta de que el ejemplo de integridad, de devoción, de lealtad al Evangelio y la virtud de no criticar, sino de trabajar con diligencia y en forma constante por el progreso de la verdad es una herencia magnífica para dejar a sus hijos18.

[El capitán Hooper] contó varios sucesos con respecto a mi padre que pusieron de manifiesto el afecto que sentía por él, así como la confianza que había tenido en él.

Lo que me dijo el capitán me llenó el corazón de gratitud a Dios por haberme dado un padre de ese calibre, y nunca he olvidado los comentarios favorables del capitán Hooper, los cuales me infundieron el firme deseo de vivir y de esforzarme de tal forma que mis hijos se beneficiaran, aun después de que yo hubiese fallecido, por el ejemplo que yo hubiera dado en mi vida19.

Preferiría morir en la pobreza antes que tener toda la riqueza del mundo, sabiendo que mi familia podría testificar que, con toda la capacidad de que Dios me había dotado, yo había observado Sus leyes y guardado Sus mandamientos, y que, con el ejemplo que yo había dado, había proclamado el Evangelio20.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Qué podemos hacer para ejercer una buena y recta influencia tanto en los niños como en los jóvenes?

  • ¿Qué pueden hacer los padres para enseñar a sus hijos a obedecer las leyes y las ordenanzas del Evangelio? ¿Qué pueden hacer los padres para hacer llegar a sus hijos las bendiciones de nuestro Padre Celestial?

  • ¿Por qué algunos hijos se van por el mal camino a pesar de los esfuerzos que han hecho sus padres por enseñarles el Evangelio? ¿Qué pueden hacer los padres y otras personas para ayudar a los hijos que se van por el mal camino?

  • El presidente Grant dijo a los padres: “La mejor herencia que pueden dejar a sus hijos e hijas serán los caudales de bendiciones que recibirán por la comprensión que ustedes les den del reino de Dios y la dedicación de ellos a él”. ¿Qué significa eso para usted?

  • ¿Cómo podemos lograr que los niños reconozcan la influencia del Espíritu?

  • ¿Qué bendiciones ha recibido usted por haber enseñado a niños y a jóvenes de la Iglesia?

  • ¿Por qué es importante que los padres comprendan que los líderes y los maestros de la Iglesia han sido llamados únicamente para ayudarles en la enseñanza de sus hijos?

Notas

  1. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, pág. 151.

  2. Gospel Standards, pág. 360; los párrafos se han cambiado.

  3. “To Those Who Teach Our Children”, Improvement Era, marzo de 1939, pág. 135.

  4. Glimpses of a Mormon Family, 1968, pág. 301.

  5. En Conference Report, octubre de 1909, pág. 4.

  6. En Conference Report, octubre de 1909, pág. 26.

  7. En Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo IV, págs. 34–35; los párrafos se han cambiado.

  8. Mensaje de la Primera Presidencia, en Conference Report, octubre de 1942, págs. 12–13; leído por el presidente J. Reuben Clark Jr.

  9. Gospel Standards, págs. 155–156.

  10. En Conference Report, abril de 1943, pág. 6.

  11. Gospel Standards, pág. 182.

  12. Improvement Era, marzo de 1939, pág. 135.

  13. Improvement Era, marzo de 1939, pág. 135.

  14. Gospel Standards, pág. 73.

  15. En Collected Discourses, tomo I, pág. 336.

  16. En Collected Discourses, tomo V, pág. 72.

  17. Gospel Standards, pág. 154.

  18. En Conference Report, octubre de 1934, pág. 4.

  19. Gospel Standards, pág. 340.

  20. Gospel Standards, pág. 58.