Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El aprendizaje y la enseñanza del Evangelio


Capítulo 1

El aprendizaje y la enseñanza del Evangelio

La enseñanza del Evangelio es provechosa sólo cuando se presenta y se recibe por medio de la inspiración del Espíritu Santo.

De la vida de Heber J. Grant

El presidente Heber J. Grant dijo: “No sé de nada que brinde mayor regocijo al corazón humano que trabajar tanto en el propio país como en el extranjero por la salvación de las almas de los hombres. No sé de nada que nos dé un amor más grande por todo lo que es bueno que enseñar este Evangelio de Jesucristo”1.

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“No sé de nada que nos dé un amor más grande por todo lo que es bueno que enseñar este Evangelio de Jesucristo”.

Además de haber sido un dedicado maestro del Evangelio, el presidente Grant anhelaba aprender del testimonio de las demás personas. Hizo el siguiente comentario: “Siempre siento una gran satisfacción cuando tengo la oportunidad de reunirme con los Santos de los Últimos Días en cualquiera de sus asambleas. Nunca asisto a reunión alguna de los barrios o de las estacas, o de las conferencias generales, en la que no sea bendecido, instruido y animado en la fe del Evangelio, en la que no oiga algo que me alimente abundantemente con el pan de vida”2.

Cuando Heber J. Grant era un hombre joven, vivió una experiencia que le hizo ver la importancia de la enseñanza y del aprendizaje por conducto del Espíritu. Más adelante en su vida, recordó:

“Se destacan en mi vida muchos episodios de mi juventud en los que recibí una maravillosa inspiración y poder por medio de hombres que predicaban el Evangelio con el espíritu de testimonio y de oración. Recuerdo una de esas ocasiones cuando tendría yo diecisiete o dieciocho años de edad. Recuerdo haber oído al extinto obispo Millen Atwood predicar un sermón en el Barrio Trece. En aquel tiempo, me encontraba estudiando gramática, y él cometió algunos errores gramaticales al pronunciar el discurso.

“Anoté su primera expresión y, sonriendo para mi fuero interno, me dije: ‘Durante los treinta minutos que hable el hermano Atwood, conseguiré ejemplos suficientes para que me duren todo el invierno en la clase de gramática de la escuela nocturna’. Teníamos que llevar a clase, para cada lección, dos expresiones, o cuatro a la semana, que fuesen gramaticalmente incorrectas, junto con las correspondientes correcciones.

“Me propuse hacer las correcciones y escuchar el discurso del obispo Atwood al mismo tiempo. Pero no escribí nada más después de aquella primera frase, ni una sola palabra; y cuando Millen Atwood terminó de hablar, me corrían las lágrimas por las mejillas, lágrimas de gratitud y de acción de gracias que me brotaban de los ojos por el testimonio maravilloso que dio ese hombre de la misión divina de José Smith, el profeta de Dios, y por la imponente inspiración que tuvo el profeta en todas sus labores.

“Aun cuando ya han pasado más de sesenta y cinco años desde que escuché aquel discurso, lo tengo tan vívidamente grabado en la memoria en el día de hoy, al igual que las sensaciones y los sentimientos que experimenté entonces, como el día que lo oí. No se me hubiese pasado por la mente emplear las expresiones en las que él cometió errores gramaticales como no se me hubiese pasado nunca por la mente ponerme de pie en una clase y profanar el nombre de Dios. Aquel testimonio produjo en mi corazón y en mi alma la primera impresión profunda de la misión divina del profeta. Había oído muchos testimonios que me habían complacido e impresionado, pero aquél fue el primer testimonio que me conmovió hasta las lágrimas bajo la inspiración del Espíritu de Dios a ese hombre.

“Durante todos los años que han pasado desde entonces, nunca me han disgustado ni molestado los errores gramaticales ni las palabras mal pronunciadas de las personas que han predicado el Evangelio. Comprendí que juzgar el espíritu de un hombre por el ropaje de su modo de hablar era como juzgar a un hombre por la ropa que llevaba puesta. Desde entonces hasta el día de hoy, lo que me ha impresionado más que todo lo demás ha sido el Espíritu, la inspiración del Dios viviente que tiene un hombre cuando proclama el Evangelio y no su modo de hablar… he aprendido categóricamente que el Espíritu da vida y entendimiento y no la letra” [véase 2 Corintios 3:6]3.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Cuando enseñemos el Evangelio, debemos concentrarnos en los sencillos y fundamentales principios y mandamientos.

No es la contemplación del alimento que consideramos delicioso lo que nos sirve de provecho sino el ingerirlo y el digerirlo. Tampoco es un gran banquete lo que nos da más fortaleza y comodidad, ni nos sirve para efectuar bien nuestra parte en la batalla de la vida, sino por el contrario, en muchos casos, el alimento más sencillo proporciona el mejor provecho perdurable a los que participan de él. Del mismo modo, no siempre el festín preparado por los eruditos aumenta nuestra fortaleza para cumplir noble y valientemente nuestro deber en la batalla de la vida, sino que, en muchos casos, las enseñanzas de los más humildes nos conmueven el corazón y el alma toda, lo cual intensifica nuestra fortaleza para seguir adelante y cumplir con nuestro deber en nuestro diario empeño por superarnos4.

Las organizaciones de la Iglesia deben tener como objetivo la edificación de un testimonio firme en la mente y en el corazón de los santos, sobre todo, en la juventud, un testimonio de la veracidad del Evangelio restaurado, del mesiazgo de nuestro Señor Jesucristo, de la divinidad de la misión del profeta José Smith, del origen divino de esta Iglesia que fue establecida por Dios y Su Hijo por conducto del Profeta, y del hecho de que ésta es y siempre será la Iglesia de Jesucristo con todo lo que esto connota, todo ello con la finalidad de que los santos tengan esos testimonios, de que guarden los mandamientos del Señor, de que aumenten constantemente su conocimiento de la Verdad, lo que les permitirá vivir de tal forma que puedan recibir la salvación, la exaltación y la felicidad eterna en el Reino Celestial, y, por último, para que, a su vez, lleven a otras personas del mundo al conocimiento y al testimonio de la verdad tanto por medio de su precepto como de su ejemplo, a fin de llevarlos a recibir esas mismas bendiciones5.

Creo que el maestro o la maestra que tiene amor por Dios y un conocimiento de Él, que tiene amor por Jesucristo y un testimonio de Su divinidad, que tiene un testimonio de la divina misión del profeta José Smith y que inculca esas cosas en el corazón y en el alma de los niños a los que enseña se ha consagrado a una de las labores más nobles, más espléndidas y más notables a las que pueda consagrarse una persona6.

Enseñen y vivan los primeros principios del Evangelio y dejen que los misterios del cielo esperen hasta que lleguen ustedes allí7.

Del mismo modo que cantamos con frecuencia nuestros himnos… nunca es bastante repetir los mandamientos del Señor a este pueblo ni instar a los santos a vivir de conformidad con ellos8.

En muchísimas ocasiones, personas me han dicho: “Estoy harto de oír lo mismo una y otra vez. No hace falta repetir las cosas”. A muchos hombres les parecen mal los discursos que oyen porque los consideran repeticiones… Al parecer, el Señor ve la necesidad de la repetición para inculcar en el ánimo de las personas el mensaje que Él tenga que dar. Nuestro Salvador, al enseñar, repetía una y otra vez, con diferentes palabras, el mismo concepto, evidentemente para fijarlo indeleblemente en la mente y en el corazón de los que le oían9.

Para ser maestros eficaces del Evangelio, debemos enseñar por el poder del Espíritu Santo.

En el primer viaje largo que hice después de haber sido llamado a ser miembro del Consejo de los Doce, con el extinto élder Brigham Young, Jr. [que también era miembro del Consejo de los Doce], recuerdo haber tomado la determinación de no volver a hablar durante ese viaje —que duró unos cuatro meses— de lo que entre nosotros se conoce como “La Palabra de Sabiduría”… Resolví que en la siguiente reunión a la que asistiese de cierto buscaría otro tema. Intenté durante unos veinte minutos hablar de otra cosa, pero me resultó mal. Entonces hablé durante otros veinte minutos, con toda facilidad, sobre la Palabra de Sabiduría. Después me enteré de que si había algo que la gente necesitaba en el poblado que visité era que se le enseñase la Palabra de Sabiduría… Después de aquella experiencia, resolví que cada vez que tuviese la impresión de hablar sobre un asunto determinado, y tuviese deseos de hacerlo, aunque hubiera estado predicando sobre ese asunto durante semanas sin parar, ciertamente volvería a predicar sobre ello…

Al ejercer mi ministerio entre la gente, he tenido el gran placer de poder testificar que si somos humildes, si tenemos el espíritu de la oración y nos sentimos deseosos de enseñar a la gente, el Señor sí nos inspira10.

Hay un temor y una timidez que nos sobreviene a todos cuando estamos delante de una congregación para proclamar el plan de vida y salvación. Considero que está bien que así ocurra, por motivo de que nos damos cuenta de nuestra propia dependencia, de nuestra propia deficiencia y de nuestra propia ineptitud para instruir sin la ayuda del Espíritu Santo a las personas a las que dirigimos la palabra… Yo mismo me siento agradecido por el hecho de que ese espíritu de timidez siempre me ha acompañado cuando he hablado en público a los Santos de los Últimos Días, puesto que nunca quisiera pisar el terreno de no sentir el deseo de que la luz y la inspiración de Dios me acompañen cuando hable a la gente. Sé que no me es posible comprender lo que es para el mayor beneficio de la gente sino por medio de la voz de la inspiración11.

Siempre he deseado, al dirigir la palabra a los Santos de los Últimos Días, que la mente se me iluminase con la inspiración del Espíritu Santo. Me he dado cuenta de que si, al enseñar a la gente, el orador no es inspirado por nuestro Padre Celestial, es imposible que diga cosa alguna que sea de beneficio o de valor para los santos12.

Nadie puede enseñar el Evangelio de Jesucristo bajo la inspiración del Dios viviente y con poder de lo alto si no está viviendo ese Evangelio13.

Éste es nuestro deber: Encontrarnos en tales condiciones que, cuando tengamos que ponernos de pie para enseñar a la gente, podamos enseñarles por medio de la inspiración del Espíritu de Dios a medida que descienda sobre nosotros. Pero si no estamos observando los mandamientos de Dios, no podremos instar a los demás con poder, ni con eficacia ni con energía a obedecer los mandamientos que nosotros mismos no estemos observando14.

Para sacar provecho de las reuniones y de las clases de la Iglesia, debemos ser receptivos y estar dispuestos a poner en práctica lo que aprendamos.

No importa cuán potente sea el testimonio y la inspiración del que enseña, si la persona que escucha no tiene la mente receptiva, lo que aquél diga producirá poca o ninguna impresión en ésta. Es, en gran medida, como sembrar una buena semilla en un terreno estéril15.

El hambre nos hace el alimento delicioso. El hambre del Evangelio de Jesucristo nos hace disfrutar de [nuestras] conferencias16.

Hay personas que asisten a las reuniones año tras año y oyen a los siervos del Señor enseñarles con sencillez y humildad los deberes que recaen sobre sus hombros, y salen de esas reuniones sin poner nunca en práctica lo que han oído, atribuyéndose, no obstante, el gran mérito de asistir siempre a las reuniones. Ahora bien, mis amigos, si fuesen ustedes siempre a la mesa de sus comidas, se sentaran a ella y contemplaran la comida, pero nunca consumieran nada de ella, no pasaría mucho tiempo y morirían de inanición. Hay Santos de los Últimos Días que van a las reuniones, pero que mueren de inanición espiritual porque no toman ni digieren el alimento espiritual que allí se les da. No debemos ser solamente oidores de la palabra, sino también hacedores de ella [véase Santiago 1:22]17.

Cuando estamos en una reunión, participamos del espíritu de esa reunión. Cuando no hemos asistido a ella y alguien nos cuenta del maravilloso espíritu que estuvo presente y que experimentaron los que estuvieron allí y participaron de él, no nos es posible apreciar esas cosas. Es muy parecido al caso del hombre que tenía hambre y al que alguien le habló de una comida excelente, pero como el famélico sujeto no participó de esa comida, no la apreció. Tenemos que comer nosotros mismos, tenemos que vivir nosotros mismos, tenemos que estar cumpliendo con nuestro deber a fin de participar del Espíritu del Señor, si el Espíritu del Señor se manifiesta.

…Francis M. Lyman [del Quórum de los Doce Apóstoles] tenía que venir desde Tooele la noche antes de nuestra reunión y pasar la noche [en Salt Lake City], así como todo el día, para estar en las reuniones de la Presidencia y de los apóstoles, las cuales duraban de dos a tres horas; pero él nunca faltó a ninguna de ellas.

Un día le dije: “Me parece notable que usted sea tan puntual y que esté siempre presente en las reuniones que tenemos”.

Él me dijo: “No quiero perder nada de la inspiración del Señor; no deseo que el Espíritu del Señor llegue a mí mediante otra persona. Deseo participar de él, percibirlo, recibirlo y conocerlo yo mismo”18.

Por medio de la oración de fe, tanto los que enseñan como los que aprenden se benefician y se fortalecen mutuamente.

Deseo, como lo hago siempre al dirigir la palabra a los santos, contar con el beneficio de su fe y oraciones, para que el buen Espíritu esté presente en medio de nosotros, así como para que nos beneficiemos y nos fortalezcamos mutuamente en nuestra santísima fe al hallarnos reunidos… Sé que algunas personas piensan que es prácticamente una frase proverbial de los oradores pedir la fe y las oraciones de los santos; pero deseo indicar que considero que impera una gran negligencia por parte de la gente en lo que toca a suplicar al Señor que bendiga e inspire a los que hablen [a la congregación]. En ocasiones de este tipo, por lo general, somos culpables de no concentrar nuestros pensamientos ni nuestros sentimientos en el orador ni desear fervientemente y con oración que sea bendecido por el Señor. Me declaro culpable de olvidarme de vez en cuando, mientras mis hermanos dirigen la palabra, de pedir al Señor en oración que los bendiga con Su Santo Espíritu.

Sé por experiencia que ningún élder se pone de pie para dirigir la palabra a los santos, si tiene el sincero deseo de beneficiarlos, sin desear con todo fervor contar con la fe y con las oraciones de la gente… En respuesta a las oraciones de los santos que se hallan aquí congregados, sé que Dios me bendecirá tanto a mí como a los demás que se levanten a hablarles para proclamarles los deberes y las obligaciones que tienen para con su Hacedor19.

Cuando vayamos a una reunión de la Iglesia, vayamos con una oración en el corazón en la que pidamos que el Señor inspire a los que hablen, por medio de Su Espíritu, y que, después de que nos hayan hablado por la inspiración de Su Espíritu, salgamos de allí con la determinación, con el deseo y con la oración de que de hecho aprendamos la lección que hayamos oído y que la pongamos en práctica20.

Nunca he experimentado en la vida un regocijo, o felicidad o paz que pueda compararse con el regocijo, con la felicidad y con la paz que he sentido cuando personas que me han oído predicar el Evangelio de Jesucristo se han acercado a mí a decirme que han recibido un testimonio de la divinidad de esta obra, que las palabras que salieron de mis labios les hicieron saber muy dentro del alma que el plan de vida y salvación ha sido nuevamente restaurado en la tierra. Creo que no hay nada en el mundo entero que pueda compararse con la inmensa dicha que siente un hombre cuando se da cuenta de que ha sido un instrumento en las manos del Dios viviente para llegar a algún corazón sincero e inspirarle el amor por Dios y el deseo de servirle21.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Por qué es necesario enseñar los principios básicos del Evangelio “una y otra vez”? ¿Qué beneficios le ha reportado la repetición frecuente de los principios del Evangelio?

  • ¿Qué oportunidades tenemos para enseñar el Evangelio? ¿Por qué, cuando nos preparemos para enseñar, es importante reconocer ante el Señor nuestra deficiencia?

  • ¿Qué significa enseñar por medio de la inspiración del Espíritu Santo? (Véase también 2 Nefi 33:1; D. y C. 50:13–22; 100:5–8.) ¿Qué podemos hacer para recibir la orientación del Espíritu cuando enseñemos? (Véase también Alma 17:2–3; D. y C. 11:18–21; 42:14.)

  • ¿Qué responsabilidades tenemos cuando oímos a otras personas enseñar el Evangelio? ¿En qué forma influye nuestra receptividad en lo que experimentemos en las clases de la Iglesia? ¿En qué forma puede influir nuestra receptividad tanto en el maestro como en los demás miembros de la clase?

  • ¿Qué pueden hacer los maestros para alentar a los miembros de la clase a participar en las lecciones?

  • ¿De qué manera le han servido las reuniones de la Iglesia para progresar espiritualmente? ¿Por qué tenemos el deber de orar por los que enseñan en las reuniones de la Iglesia?

  • De cara al estudio que llevaremos a cabo de las enseñanzas del presidente Grant, ¿qué podemos hacer para aplicar lo que hemos aprendido en este capítulo?

Notas

  1. En Conference Report, abril de 1915, pág. 82.

  2. En Conference Report, abril de 1914, pág. 24.

  3. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, págs. 294–296.

  4. “Some Paragraphs from Life”, Improvement Era, abril de 1944, pág. 203.

  5. En James R. Clark, compilador, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 6 tomos, 1965–1975, tomo VI, págs. 210–211.

  6. “Spiritual Development Needed in Education”, Improvement Era, octubre de 1923, pág. 1092.

  7. En Conference Report, abril de 1924, pág. 8.

  8. En Conference Report, abril de 1916, pág. 38.

  9. “Spirit of the Lord Attends Elders of Church Who Strive to Obtain His Aid While Speaking in Public”, Deseret Evening News, 15 de marzo de 1919, sección 4, pág. VII.

  10. Deseret Evening News, 15 de marzo de 1919, sección 4, pág. VII.

  11. En Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo III, págs. 190–191.

  12. En Conference Report, abril de 1898, pág. 14.

  13. En Conference Report, abril de 1938, pág. 15.

  14. En Conference Report, octubre de 1898, pág. 36.

  15. “Some Sentence Sermons”, Improvement Era, septiembre de 1944, pág. 541.

  16. En Conference Report, octubre de 1933, pág. 118.

  17. En Collected Discourses, tomo III, págs. 193–194.

  18. En Conference Report, octubre de 1934, págs. 122–123.

  19. En Collected Discourses, tomo III, págs. 190–191; los párrafos se han cambiado.

  20. En Conference Report, octubre de 1914, pág. 77.

  21. Deseret Evening News, 15 de marzo de 1919, sección 4, pág. VII.