Historia de la Iglesia
22 Recompensa eterna


Capítulo 22

Recompensa eterna

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La familia Daniels caminando hacia su casa, tomados de la mano

En la mañana del 17 de mayo de 1933, John y Leah Widtsoe despertaron con su primera vista de la Tierra Santa. Desde la ventana del tren vieron una llanura árida y pedregosa, interrumpida por campos cultivados y huertos de árboles frutales. John, que había pasado años estudiando la ciencia del cultivo en los desiertos, estaba fascinado por el paisaje. “Sumamente interesante”, escribió en su diario personal.

Luego de regresar a Londres en el otoño de 1931, los Widtsoe habían retomado sus responsabilidades en la Misión Europea. Ahora estaban de camino a Haifa, una ciudad en la costa este del Mar Mediterráneo, para apartar a un hombre llamado Badwagan Piranian y a su esposa, Bertha, para liderar la Misión Palestina-Siria de la Iglesia1. La misión, que pronto supervisaría cuatro ramas en la región, era una de las más pequeñas de la Iglesia. Badwagan era armenio, como la mayoría de los santos en Medio Oriente, y Bertha era suiza. Ambos se habían unido a la Iglesia en la última década2.

Al principio, Leah no tenía en sus planes ir a Palestina con John. La depresión económica se había extendido por todo el mundo, devastando comunidades que todavía se estaban recuperando de la guerra mundial. Los medios económicos de los Widtsoe eran reducidos, y un viaje transcontinental no sería barato. Pero John le había insistido a Leah que lo acompañara.

—En la vida hemos hecho todo juntos, y este viaje no será la excepción —le había dicho—. Saldremos de este ‘agujero financiero’ de alguna forma3.

Luego de llegar a Haifa, los Widtsoe se reunieron con los Piranian y con su hija de dieciséis años, Ausdrig. John estaba impresionado con el nuevo presidente. Badwagan hablaba armenio y alemán con fluidez, y también tenía algún conocimiento de turco, ruso e inglés. “El hermano Piranian —informaría luego John—, es un hombre inteligente, industrioso y sincero”4.

Leah tenía la misma impresión de Bertha. Ella tenía un firme testimonio del Evangelio y estaba ansiosa por aprender cómo ayudar a las mujeres en la misión a participar más plenamente en sus Sociedades de Socorro y AMMMJ. Leah creía que estas organizaciones eran esenciales para edificar la Iglesia en la región. “Si podemos hacer que estas mujeres sean activas y felices mediante la Sociedad de Socorro y los programas de Abejitas y Espigadoras —pensaba—, se van a convertir en proselitistas de la verdad mucho más capaces”.

Leah a veces sentía que tenía que mover montañas para persuadir a las esposas de los presidentes de misión a que les permitieran a las mujeres locales llevar adelante sus propias organizaciones. Pero conforme Bertha y Leah trabajaban juntas, se fue haciendo evidente el deseo de Bertha de hacer lo correcto y ser una buena líder. Para cuando llegó el momento de que John y Leah partieran de Haifa, Leah sabía que Bertha haría un excelente trabajo5.

Desde Haifa, Leah y John viajaron a Tel Aviv y luego a Jerusalén. Habían planificado hacer un recorrido por el Muro de los Lamentos, el último remanente del antiguo templo de Jerusalén. Sin embargo, al llegar a su alojamiento, John recibió un montón de cartas y empezó a leer dos telegramas en silencio. Su contenido era profundamente angustiante, pero Leah estaba de buen ánimo, por lo que él dejó de lado las cartas y salieron del hotel.

El recorrido los llevó por calles viejas y tortuosas, y a través de coloridos mercadillos repletos de personas. En el Muro de los Lamentos, observaron a los hombres y las mujeres judías orando y lamentándose por la destrucción del templo siglos atrás. Al continuar mirando, Leah notó que algunos de los visitantes deslizaban oraciones escritas en pedazos de papel entre las piedras del muro.

Esa tarde, contemplaron la puesta del sol desde el monte de los Olivos, cerca del lugar donde el Salvador sufrió por los pecados de toda la humanidad. John todavía estaba preocupado por los telegramas y no estaba disfrutando, pero Leah estaba emocionada de estar en la ciudad sagrada.

Más tarde, luego de regresar a su cuarto, John finalmente le dijo a Leah qué le estaba preocupando. Los telegramas que había recibido eran del presidente Heber J. Grant, quien había escrito para contarles que la madre de Leah había fallecido el 27 de mayo, el día posterior a su salida de Haifa. John se había demorado en decirle a Leah, porque ella estaba tan contenta cuando llegaron a Jerusalén, que él no fue capaz de arruinarle su felicidad6.

La noticia conmocionó a Leah. Sabía que Susa no se había estado sintiendo bien, pero no tenía idea de que la enfermedad fuera tan grave. Repentinamente, su mente se tornó sombría y rebelde. ¿Por qué tenía que hallarse tan lejos cuando su madre murió? Había anticipado el poder reunirse con ella y contarle acerca de sus experiencias en la misión. Ahora todo había cambiado. Su gozo había desaparecido7.

Llena de pesar, batalló toda la noche y al día siguiente. El único consuelo que tenía era pensar que su madre, quien había dedicado tanto tiempo a la obra en el templo, se estaba reuniendo gozosa con sus seres amados fallecidos. Recordaba un poema gracioso que Susa había escrito un tiempo atrás:

Cuando haya abandonado esta vida mortal,

y ya por esta tierra no pasee más,

ni pena, sollozos ni suspiros espero:

tal vez haya encontrado un mejor empleo.

El 5 de junio Leah le envió una carta al presidente Grant para agradecerle las bondades que siempre tuvo para con Susa. “La vida de mi madre estuvo colmada de años y abundantes logros —escribió—. Ruego que los hijos de mi madre, cada uno de nosotros, ame la verdad y viva por ella, tal como ella lo hizo”8.


Más tarde ese año, en Sudáfrica, William Daniels estaba cumpliendo fielmente sus deberes como presidente de la Rama Love, de Ciudad del Cabo. Aunque no podía realizar ordenanzas del sacerdocio, podía presidir las reuniones del lunes por la tarde, llevar adelante los asuntos de la rama, aconsejar a los Santos bajo su cuidado, y asistir a las conferencias de líderes de la misión con otros presidentes de rama en Sudáfrica.

Un día, William enfermó gravemente. Estaba seguro de que la enfermedad pasaría rápidamente, por lo que no pidió de inmediato una bendición a los misioneros. Sin embargo, su salud empeoró, y sus médicos se sintieron preocupados. Tenía cerca de setenta años, y su corazón estaba débil.

Pasaron seis semanas antes de que William finalmente entrara en contacto con la casa de la misión para pedir una bendición. El presidente Dalton no estaba allí, así que otro misionero fue a dársela. Luego de la bendición, William se sintió mejor por un tiempo, luego del cual volvió a enfermar. Esta vez, el presidente Dalton pudo ir y darle una bendición.

Preocupado por la vida de William, el presidente Dalton trajo a su esposa, Geneve, y a sus hijos para consolar a su amigo. Cuando el presidente Dalton vio la condición de William, lloró. La familia se arrodilló alrededor de la cama, y George Dalton, de cinco años, ofreció una oración. El presidente Dalton ungió la cabeza de William con aceite y le dio una bendición. Le prometió a William que iba a poder regresar a adorar nuevamente con los santos de Ciudad del Cabo.

Unas semanas más tarde, el presidente Dalton regresó a la ciudad y halló a William lo suficientemente bien como para viajar. Juntos fueron a la Escuela Dominical de la Rama Mowbray, donde los santos invitaron a William a hablarles. Con algo de ayuda, subió al estrado y compartió su testimonio del poder sanador de la fe. Luego de la reunión, todos los presentes, jóvenes y ancianos, le estrecharon la mano. Y pronto pudo regresar plenamente a sus deberes en la Rama Love.

William se regocijó en los misioneros y las bendiciones de salud que había recibido de ellos. “Me siento más bendecido que el rey con toda su riqueza —dijo a la rama en una ocasión—. Agradezco al Señor por el privilegio de tener estas buenas personas en mi hogar, y por la fe que tengo en los élderes que me ungieron”9.

Luego de que su salud mejoró, William escribió su testimonio para el periódico de la misión, Cumorah’s Southern Messenger [El Mensajero del sur de Cumorah]. Al reflexionar sobre sus experiencias en la Iglesia, relató su conversión, la visita a Salt Lake City que le cambió la vida, y su reciente experiencia con el poder del sacerdocio.

“Mi testimonio es que sé que José Smith fue un profeta de Dios de los últimos días —testificó—, y que el Evangelio restaurado no contiene sino las enseñanzas de Cristo mismo”.

“Sé que Dios vive, y escucha y responde nuestras oraciones —escribió—. Jesús es el Redentor resucitado y ciertamente el Hijo de nuestro Padre Celestial verdadero y viviente”10.


No mucho después de la muerte de su suegra, John Widtsoe recibió una carta del presidente Grant. “En cuanto a su regreso, quisiera que me escribiera con absoluta franqueza —le decía—. No dude en decirme si preferiría volver a casa con sus seres queridos. Ha cumplido una misión de primera clase”.

John no sabía qué responder. Por un lado, él y Leah habían servido por seis años, el doble que otros presidentes recientes de la Misión Europea. John también sabía que su familia en Utah los extrañaba y los necesitaba, particularmente ahora que Susa había fallecido11.

Por otro lado, él y Leah en Europa se sentían como en casa, y disfrutaban del servicio misional. Leah ciertamente extrañaría la obra. Su influencia en la Iglesia en Europa se podía ver por todos lados. Ella había fortalecido las organizaciones locales de mujeres, había alentado a una observancia más fiel de la Palabra de Sabiduría y había hecho que las lecciones de la Sociedad de Socorro fueran relevantes para una audiencia europea. Recientemente había completado la edición del manual de Abejitas, en el que simplificó y adaptó de forma significativa el programa de la AMM para satisfacer las necesidades de las mujeres jóvenes de todo el continente12.

La misión también estaba enfrentando nuevos desafíos. A medida que la recesión económica se extendía por todo el mundo, los ingresos de diezmos en Europa se desplomaron, y algunas ramas perdieron sus salones de reuniones, debido a que no podían pagar la renta. La Depresión redujo drásticamente el número de misioneros que podían costear el servicio, y muchas familias necesitaban a sus hijos en casa para ayudar a proveer. En 1932, solo 399 hombres habían podido aceptar llamamientos misionales, comparados con un máximo de 1300 misioneros por año en la década de 1920. Con la fuerza misional tan disminuida, ¿sería mejor para la Iglesia que John y Leah, que tenían tanta experiencia práctica en Europa, continuaran liderando la Misión Europea?

John le dijo al presidente Grant que él y Leah se contentaban con dejar el asunto en las manos del profeta. “Siempre he encontrado que la manera del Señor es mejor que la mía”, escribió13.

El 18 de julio John recibió un telegrama que declaraba que el apóstol Joseph F. Merrill había sido llamado para reemplazarlo como presidente de la Misión Europea. Aunque sería difícil irse, John y Leah se sintieron bien con la decisión. Para septiembre, estaban preparándose afanosamente para su partida, Leah manejando los asuntos de la casa de la misión en Londres, mientras que John hacía un viaje al continente europeo para evaluar las condiciones por última vez14.

La última visita de John fue a la oficina de la misión en Berlín, Alemania. Adolf Hitler había sido nombrado canciller de Alemania ese mismo año, y su partido nazi estaba endureciendo su dominio sobre la nación. La Primera Presidencia, preocupada por estos eventos, le había pedido a John que informara el estado del país y si los misioneros en Alemania estaban a salvo.

El propio John había estado siguiendo de cerca el ascenso de Hitler al poder y su efecto sobre Alemania. Muchos alemanes todavía estaban irritados luego de perder la guerra quince años antes, y se sentían profundamente resentidos por las severas sanciones que les habían impuesto los vencedores . “Los nervios políticos de los alemanes están a flor de piel —le informó John a la Primera Presidencia—. Espero que cuando el forúnculo esté a punto de reventar, el veneno drene hacia afuera, en lugar de esparcirse por toda la estructura social”15.

Al llegar a Berlín, John se sorprendió de cuánto había cambiado en las décadas transcurridas desde que él había estudiado allí. La ciudad tenía la apariencia de un campamento militar, con los símbolos de Hitler y del partido nazi por todos lados, incluso en la oficina de la misión. “La bandera nazi cuelga en la pared —informó John a la Primera Presidencia—, espero que no como aceptación de todo lo que el actual gobierno está haciendo en Alemania, sino como una evidencia del hecho que sostenemos el gobierno legal del país en el que habitamos”.

Al hablar con los presidentes de las dos misiones de Alemania, se sintió tranquilo de que la Iglesia no estaba en riesgo inmediato en el país. La Gestapo —la policía secreta nazi— había examinado los registros de la oficina de la misión de Berlín, así como los libros de varias ramas, pero por el momento parecían satisfechos de que la Iglesia no estaba intentando socavar su gobierno16.

Sin embargo, John temía que Hitler estuviera guiando a los alemanes hacia otra guerra. Los santos locales ya se estaban preparando para hacerse cargo de las ramas y supervisar a los miembros de la Iglesia, en caso de que surgieran dificultades. Y John aconsejó a los presidentes de misión que hicieran planes para el traslado de los misioneros fuera de Alemania en dos o tres horas, si fuera necesario. También pensó que sería prudente que en el futuro la Primera Presidencia limitara el número de misioneros que fuera a Alemania.

Luego de dos días de reuniones, John salió de la oficina de Berlín para viajar de vuelta a Londres. Anduvo a lo largo de Unter den Linden, un conocido bulevar en el corazón de Berlín llamado así por los árboles del tilo que lo flanqueaban. Al dirigirse a la estación de ferrocarril, apareció una compañía de soldados, marchando rígidamente a paso de ganso a través de la ciudad para reemplazar a los soldados que estaban de guardia.

Alrededor de ellos, miles de seguidores de Hitler se agolpaban en las calles, con febril entusiasmo17.


En la primavera de 1934, Len y Mary Hope, los santos afroamericanos que se habían unido a la Iglesia en Alabama, estaban viviendo a las afueras de Cincinnati, Ohio. La pareja había trasladado a su familia a esta región en el verano de 1928 para encontrar un trabajo nuevo, y Len se había asegurado un empleo estable en una fábrica. Ahora tenían cinco hijos y otro venía en camino18.

Cincinnati era una ciudad del norte que limitaba con un estado sureño, y la mayoría de las zonas de la ciudad estaban tan estrictamente segregadas como cualquier lugar en el sur. Como eran de raza negra, los Hope no estaban autorizados a vivir en ciertos vecindarios, ni a permanecer en ciertos hoteles ni a comer en ciertos restaurantes. Los teatros designaban asientos separados para los asistentes de raza negra. Algunos colegios, escuelas y universidades de la ciudad no admitían a los estudiantes de raza negra, o limitaban en gran medida sus oportunidades educativas. Varias denominaciones religiosas tenían congregaciones de raza blanca y congregaciones de raza negra19.

Cuando los Hope llegaron a la ciudad, asistieron a las reuniones de la Rama Cincinnati. Como no había normas para la Iglesia en general en cuanto a la segregación racial, los barrios y las ramas a veces creaban sus propias normas basadas en las circunstancias locales. Al principio, parecía que la Rama Cincinnati podría acoger a la familia. Pero un grupo de miembros le dijo al presidente de rama, Charles Anderson, que dejarían de asistir a las reuniones si los Hope seguían asistiendo.

A Charles le agradaban Len y Mary, y sabía que estaría mal pedirles que no asistieran a la Iglesia. Él se había mudado a Cincinnati desde Salt Lake City, donde una pequeña comunidad de santos de raza negra asistía y se sentaba junto con sus vecinos de raza blanca. Pero también sabía que el racismo estaba profundamente arraigado en la región de Cincinnati, y pensó que no podría cambiar lo que la gente sentía20.

Los límites de la rama recientemente se habían modificado, lo que hizo que muchos santos sureños pasaran a estar bajo la mayordomía de Charles. Pero no solo los santos del sur objetaban la asistencia de los Hope a la Iglesia. Algunos miembros antiguos de la rama, a quienes Charles había conocido por años, habían expresado su temor de que integrar la rama le daría a los críticos de la Iglesia una nueva razón para ridiculizar a los santos21.

Con el corazón apesadumbrado, Charles fue a la casa de los Hope y les dijo las objeciones de los miembros de la rama. “Esa fue la visita más difícil que haya hecho a alguien en toda mi vida”, admitió. Prometió ayudar a la familia a permanecer conectada con la Iglesia. “Haremos todo lo que podamos —dijo—. Haremos un viaje especial cada mes para traerles la Santa Cena a ustedes y tener los servicios de la Iglesia en su casa”.

Con el corazón roto por la decisión de Charles, Len y Mary dejaron de asistir a la Iglesia, con excepción de las conferencias de distrito y otros eventos especiales. El primer domingo de cada mes, tenían una reunión de testimonios en su casa para los misioneros y cualquier otro miembro de la rama que quisiera ir a adorar con ellos. La familia también disfrutaba de las visitas informales de los santos locales22. Los Hope vivían en una acogedora casa de cuatro habitaciones con un gran porche en el frente y una cerca de madera blanca. Estaba ubicada en un vecindario predominantemente afroamericano, a unos dieciséis kilómetros al norte del centro de reuniones de la rama, y un tranvía de Cincinnati podía acercar a los visitantes hasta un punto, desde donde andaban un kilómetro y medio23.

En sus reuniones mensuales de domingo, los Hope participaban de la Santa Cena y compartían sus testimonios, desde el más anciano hasta el más joven. Algunas veces las talentosas jóvenes de la familia Hope cantaban o tocaban el piano. Luego de cada reunión, los Hope servían un refrigerio delicioso con comidas tales como pavo asado, pan de maíz, ensalada de papas y otros platillos caseros24.

Entre los santos que visitaban a los Hope estaban Charles y sus consejeros, Christian Bang y Alvin Gilliam. A veces Christine Anderson y Rosa Bang acompañaban a sus esposos en las visitas. El secretario de la rama, Vernon Cahall, y su esposa, Edith, y los miembros de la rama Robert Meier y Raymond Chapin también iban frecuentemente con sus familias25. Las misioneras, quienes enseñaban las clases de la Primaria en las casas de varios miembros de la rama, también dieron clases a los hijos de la familia Hope; a veces las ayudaba Elizabeth, la hija mayor de los Bang. Ocasionalmente, los Hope iban a otros lugares con los misioneros u otros miembros de la rama, como al Zoológico de Cincinnati26.

El 8 de abril de 1934, Mary Hope dio a luz a un niño. En el pasado, los Hope siempre se habían asegurado de bendecir a sus hijos, y esta vez no fue diferente. Dos meses después del nacimiento del pequeño Vernon, Charles Anderson y el secretario de la rama fueron a la casa de los Hope para otra reunión sacramental. Luego, Charles le dio una bendición al bebé27.

Cuando compartía su testimonio, Len a menudo relataba su conversión al Evangelio restaurado. Sabía que él y Mary habían sido extraordinariamente bendecidos desde su llegada a Cincinnati. Mientras que la Depresión había dejado a muchos de sus vecinos sin empleo, él no había perdido ni un día de trabajo. No ganaba mucho dinero, pero pagaba un diezmo íntegro.

También expresaba su fe en el futuro. “Sé que no puedo tener el sacerdocio —dijo una vez—, pero siento que, en la justicia de Dios, algún día me será dado, y se me permitirá ir hacia mi recompensa eterna junto con los fieles que lo poseen”.

Él y Mary estaban dispuestos a esperar ese día. El Señor conocía su corazón28.


Mientras tanto en Tilsit, Alemania, Helga Meiszus, de catorce años, no pudo menos que notar cuánto había cambiado su ciudad desde que los nazis tomaron el poder. Antes tenía miedo de caminar por la noche desde la capilla a su casa, porque había muchas personas merodeando en la calle. La economía estaba mal, y muchas personas estaban sin trabajo y no tenían nada que hacer. Probablemente no fueran peligrosos, pero Helga siempre tenía miedo de que pudieran intentar lastimarla.

Luego vino Hitler, y la economía mejoró. Los trabajos ya no escaseaban, y las calles se sentían seguras. Y lo que es más, las personas empezaron a sentirse nuevamente orgullosas de ser alemanas. Hitler era un orador convincente, y sus palabras apasionadas inspiraban a muchos con la idea de que Alemania podría emerger una vez más como una nación poderosa que perduraría mil años. Cuando decía mentiras, hablaba de conspiraciones y culpaba a los judíos de los problemas de Alemania, muchas personas le creían.

Como muchos en su país, los Santos de los Últimos Días alemanes tenían una variedad de opiniones acerca de Hitler. Algunos lo apoyaban, mientras que otros desconfiaban de su ascenso al poder y su odio a los judíos. La familia de Helga no era muy política, y no se opuso abiertamente al partido nazi. Sin embargo, sus padres pensaban que Hitler no era el líder correcto para Alemania. A su padre, en particular, le disgustaba que lo obligaran a usar “Heil Hitler” [¡Viva Hitler!] como saludo; él insistía en seguir usando, en su lugar, el tradicional “buenos días”, aun si los demás lo desaprobaban.

Sin embargo, Helga tenía miedo de no decir “Heil Hitler” o de no levantar la mano en el saludo nazi. ¿Qué pasaría si alguien la viera en su rechazo? Se podría meter en problemas. De hecho, tenía tanto miedo de sobresalir que a veces trataba de no pensar en Hitler en absoluto, preocupada porque los nazis pudieran de alguna forma leer sus pensamientos y castigarla.

Sin embargo, disfrutaba de los espectáculos del partido nazi. Había bailes nazis, y tropas uniformadas desfilando por la calle. Los nazis querían infundir nacionalismo y lealtad en los jóvenes del país, por lo que a menudo usaban recreación, música emotiva y otras formas de propaganda para atraerlos29.

Por esta misma época, Helga entró en el programa de Abejitas, en lo que la Iglesia había recientemente renombrado Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes. Bajo la guía de una líder adulta, las miembros de su clase se pusieron metas y ganaron sellos coloridos para poner en su edición del manual de Abejitas en alemán. Helga apreciaba su manual, y lo personalizaba coloreando sus ilustraciones en blanco y negro, y usando un bolígrafo o un lápiz para marcar sus metas completadas con una X.

Helga marcó decenas de metas mientras trabajaba con el manual. Nombró los logros de cinco grandes músicos, se acostaba y se levantaba temprano, compartió el testimonio en tres reuniones de ayuno y testimonio, e identificó las formas más importantes en que las enseñanzas de la Iglesia diferían de otro credos cristianos. También eligió un nombre y símbolo de Abejita para ella. El nombre que eligió fue Edelmut, la palabra alemana para “nobleza”. Su símbolo era el edelweiss, una flor pequeña y singular que crece en las alturas de los Alpes30.

Un día Helga volvió a casa entusiasmada. Unos representantes del movimiento de jóvenes del partido nazi para las jovencitas —el Bund Deutscher Mädel, o la Liga de Muchachas Alemanas— estaban reclutando en el vecindario, y muchas de las amigas de Helga se estaban uniendo.

“Oh, Mutti [mami] —le dijo Helga a su madre—. Me gustaría ir y pertenecer al grupo”. La liga ofrecía todo tipo de lecciones y actividades y publicaba su propia revista. Incluso se hablaba de viajes en esquís subsidiados por el gobierno. Las jóvenes usaban atractivas blusas blancas y faldas oscuras.

“Helgalein, eres una Abejita —dijo su madre, llamándola por el diminutivo de su nombre—. No necesitas pertenecer a ese grupo”.

Helga sabía que su madre tenía razón. Y aunque por no unirse a la Liga de Muchachas Alemanas. otra vez ella se diferenciaría de sus amigas, el programa de Abejitas la estaba ayudando a alcanzar metas justas y a ser una mejor Santo de los Últimos Días. Ni Hitler ni su liga podían hacer eso31.

  1. Widtsoe, Diary, 23 de mayo–4 de junio de 1931, y 17 de mayo de 1933; Widtsoe, In a Sunlit Land, págs. 207–208; Leah Dunford Widtsoe a Merle Colton Bennion, 14 de abril de 1933, Widtsoe Family Papers, BHI; Palestine-Syrian Mission, Minutes, 21 de mayo de 1933, John A. Widtsoe Papers, BHI; “President Widtsoe Visits Palestine,” Deseret News, 24 de junio de 1933, sección de la Iglesia, pág. 2.

  2. Mission Annual Report, 1933, Presiding Bishopric Financial, Statistical, and Historical Reports, BHI; John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 11 de julio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Widtsoe, In a Sunlit Land, págs. 204–205, 208; entradas de Bertha Walser Piranian y Badwagan Piranian, Zürich Conference, Swiss-German Mission, nros. 274, 514, en Suiza (país), parte 7, segmento 2, Record of Members Collection, BHI.

  3. Leah Dunford Widtsoe a Heber J. Grant, 5 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Moser, Global Great Depression, capítulo 5. Tema: John y Leah Widtsoe

  4. Widtsoe, Diary, 17 de mayo de 1933; entrada de Ausdrig Piranian, Zürich Conference, Swiss-German Mission, nro. 450, en Suiza (país), parte 7, segmento 2, Record of Members Collection, BHI; John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 11 de julio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI.

  5. Leah Dunford Widtsoe a Pimera Presidencia, 1 de septiembre de 1933; 16 de septiembre de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Palestine-Syrian Mission, Minutes, 21 de mayo de 1933, John A. Widtsoe Papers, BHI. Se editó la cita por motivos de claridad: “S.S.” en el original cambia a “Sociedad de Socorro”.

  6. Widtsoe, Diary, 26–30 de mayo de 1933; Widtsoe, In a Sunlit Land, 212; Parrish, John A. Widtsoe, pág. 503; Widtsoe, Journal, 30 de mayo de 1933; John A. Widtsoe, “The Promised Land”, Latter-day Saints’ Millennial Star, 6 de julio de 1933, tomo XCV, pág. 441; Leah Dunford Widtsoe a Heber J. Grant, 5 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI.

  7. Leah Dunford Widtsoe a Susan McCrindle, 23 de septiembre de 1933, Widtsoe Family Papers, BHI; Leah Dunford Widtsoe a Heber J. Grant, 5 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Widtsoe, Journal, 30 de mayo de 1933; “Karl M. Widtsoe Dies of Pneumonia,” Deseret News, 30 de mayo de 1927, sección 2, 1.

  8. Widtsoe, Journal, 30–31 de mayo de 1933; John A. Widtsoe a Heber J. Grant, 9 de junio de 1933; Leah Dunford Widtsoe a Heber J. Grant, 5 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI. Tema: Susa Young Gates.

  9. William P. Daniels, “My Testimony”, Cumorah’s Southern Messenger, 20 de febrero de 1935, tomo IX, pág. 29; Love Branch, Miscellaneous Minutes, 21 de agosto de1933. Se editaron las citas por motivos de legibilidad; “Yo” agregado al comienzo de ambas oraciones. Tema: Sanación.

  10. William P. Daniels, “My Testimony”, Cumorah’s Southern Messenger, 20 de febrero de 1935, tomo IX, págs. 28–29; Okkers, “I Would Love to Touch the Door of the Temple”, págs. 177–178.

  11. Heber J. Grant a John A. Widtsoe, 17 de mayo de 1933; John A. Widtsoe a Heber J. Grant, 9 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Parrish, John A. Widtsoe, 474; Heber J. Grant a John A. Widtsoe y Leah Dunford Widtsoe, 27 de junio de 1933, Letterpress Copybook, tomo LXX, pág. 801, Heber J. Grant Collection, BHI.

  12. John A. Widtsoe a Heber J. Grant, 9 de junio de 1933; Leah Dunford Widtsoe a Primera Presidencia, 16 de septiembre de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; véase también Handbook for the Bee-Hive Girls of the Young Ladies’ Mutual Improvement Association, London: British Mission, 1933.

  13. German-Austrian Mission, Swedish Mission, Netherlands Mission, Report of the Mission President, 1932, Presiding Bishopric Financial, Statistical, and Historical Reports, BHI; Cowan, Church in the Twentieth Century, págs. 162–163; Parrish, John A. Widtsoe, pág. 498; John A. Widtsoe a Heber J. Grant, 9 de junio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI.

  14. Widtsoe, Diary, 18 de julio de 1933; Parrish, John A. Widtsoe, págs. 508–509; Heber J. Grant a John A. Widtsoe, Telegram, 18 de julio de 1933; John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 20 de julio de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Leah Dunford Widtsoe a “Dear Jack,” 8 de septiembre de 1933, Widtsoe Family Papers, BHI.

  15. Wilson, Hitler, págs. 77–88; Evans, Coming of the Third Reich, págs. 298–349; Noakes and Pridham, Nazism, págs. 123–126; First Presidency a John A. Widtsoe, 20 de julio de 1933, First Presidency Letterpress Copybooks, tomo LXXXIX; John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 8 de agosto de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Naujoks y Eldredge, Shades of Gray, pág. 32. Temas: Alemania; Segunda Guerra Mundial

  16. John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 11 de julio de 1933; 28 de septiembre de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Carter, “Rise of the Nazi Dictatorship”, págs. 57–59; véase también McDonough, Gestapo, capítulo 3. Tema: Neutralidad política

  17. John A. Widtsoe a Primera Presidencia, 11 de julio de 1933; 28 de septiembre de 1933, First Presidency Mission Files, BHI; Widtsoe, Diary, 20–22 de septiembre de 1933.

  18. Entradas de la familia Hope, Cincinnati Branch, South Ohio District, Northern States Mission, nros. 441–445, 691, en Ohio (estado), part 2, Record of Members Collection, BHI; Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 6, 12; 1930 U.S. Census, Woodlawn, Sycamore Township, Hamilton County, Ohio, 1B; Fish, Kramer y Wallis, History of the Mormon Church in Cincinnati, pág. 59; Obituary for Len Hope, Deseret News and Salt Lake Telegram, 15 de septiembre de 1952, 4B; entrada de Vernon Hope, Cincinnati Branch, South Ohio District, Northern States Mission, Births and Blessings, 1934, nro. 258, en Ohio (estado), parte 4, Record of Members Collection, BHI.

  19. Stradling, Cincinnati, págs. 110–111; Taylor, “City Building, Public Policy”, págs. 163–164; Bunch-Lyons, Contested Terrain, págs. 77–81, 96, 114; Fairbanks, “Cincinnati Blacks”, págs. 193–194; “Go to Church Tomorrow”, Cincinnati Enquirer, 15 de marzo de 1930, pág. 10.

  20. Stephenson, “Short Biography of Len, Sr. and Mary Hope”, pág. [10]; Anderson, Twenty-Three Years in Cincinnati, págs. 2, 17; Duffin, Mission Journal, 1 de diciembre de 1935; Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 2–3, 13; Henry Layton a Richard Layton y Annie Horn Layton, 3 de marzo de 1931, Henry Layton Correspondence, BHI; véase también “Leggroan, Edward”, “Leggroan, Alice Weaver Boozer”, y “Ritchie, Nelson Holder”, Biographical Entries, Century of Black Mormons website, exhibits.lib.utah.edu.

  21. Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 3, 14, 18; véase también Herman Huenefeld, Rogers Love, Rosalea Moore, Ethel Wyatt, en Cincinnati Branch, Record of Members and Children, nros. 61, 84, 96, 139. Tema: Segregación racial

  22. Stephenson, “Short Biography of Len, Sr. and Mary Hope”, pág. [10]; Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 2, 6; Duffin, Mission Journal, 1 de diciembre de 1935, y 25 de diciembre de 1936; Holt, Mission Journal, 27 de julio de 1931; 2 de septiembre de 1931; 5 de octubre de 1931. Se editó la primera cita por motivos de legibilidad; el original dice: “Le dijo que esa era la visita más difícil que haya hecho a alguien en toda su vida”.

  23. Essie Holt, “Hope’s Home”, Photograph, Essie H. Wheadon Mission Papers, BHI; Taylor, “City Building, Public Policy”, pág. 175; Holt, Mission Journal, 27 de julio de 1931; Gibson, Mission Journal, 6 de agosto de 1930.

  24. Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 6, 11; Gowers, Mission Journal, 15 de noviembre de 1934; Gibson, Mission Journal, 7 de julio de 1930; Lyman, As I Saw It, págs. 73–74; Duffin, Mission Journal, 1 de diciembre de 1935; 5 de enero de 1936; 7 de febrero de 1937; Croshaw, Mission Journal, 30 de abril y 23 de junio de 1932; Holt, Mission Journal, 27 de julio de 1931; 2 de septiembre de 1931; 5 de octubre de 1931.

  25. South Ohio District, General Minutes, 29 de octubre de 1932; Cincinnati Branch, Minutes, 16 de abril de 1933; 3 y 17 de junio de 1934; Duffin, Mission Journal, 1 de diciembre de 1935 y 31 de octubre de 1936; Butler, Interview, pág. 1.

  26. Litster, Mission Journal, 11 y 20 de septiembre de 1932; 5 y 11–12 de octubre de 1932; Gibson, Mission Journal, 22 y 26 de marzo de 1932; 26 y 30 de abril de 1932; 3–4 de mayo de 1932; Holt, Mission Journal, 27 de julio de 1931; 2 y 7 de septiembre de 1931; 5 de octubre de 1931; Bang, Diary, 18 de enero de 1936.

  27. Entrada de Vernon Hope , Cincinnati Branch, South Ohio District, Northern States Mission, Births and Blessings, 1934, nro. 258, en Ohio (estado), parte 4, Record of Members Collection, BHI; entradas de la familia Hope, en Cincinnati Branch, Record of Members and Children, nros. 50–52, 197, 214; Cincinnati Branch, Minutes, 3 de junio de 1934.

  28. Fish, Kramer y Wallis, History of the Mormon Church in Cincinnati, págs. 58–59; Stephenson, “Short Biography of Len, Sr. and Mary Hope”, pág. [12]; Lyman, As I Saw It, pág. 74; Hanks, Entrevista de historia oral, págs. 15–16. Se editó la cita por motivos de legibilidad; el original dice: “El hermano Hope dijo que no podía tener el sacerdocio, pero que sentía que en la justicia de Dios, algún día le será dado, y se le permitirá ir hacia su recompensa eterna junto con los fieles que lo poseen”. Tema: Restricción del sacerdocio y del templo

  29. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 49–52; Johnson y Reuband, What We Knew, págs. 137, 230, 337–344; Koonz, Nazi Conscience, págs. 20–25, 75, 100–104, 215, 253–254; Mühlberger, Hitler’s Followers, págs. 202–209; Tobler, “Jews, the Mormons, and the Holocaust”, págs. 80–81.

  30. Handbuch für die Bienenkorbmädchen, págs. 2–16, 28–29, 36, 45; “Comments on Church News of the Week”, Deseret News, 2 de junio de 1934, Church section, pág. 8; Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 50–52. Tema: Organizaciones de las Mujeres Jóvenes.

  31. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, pág. 50; Reese, Growing Up Female in Nazi Germany, págs. 30–40; Kater, Hitler Youth, págs. 70–112; Lepage, Hitler Youth, págs. 73, 78.