1990–1999
Las Grandes Llaves De La Sociedad De Socorro
Octubre 1996


Las Grandes Llaves De La Sociedad De Socorro

“Desde sus mismos comienzos, gran parte de la fortaleza de la Iglesia ha derivado del servicio, de la fe y de la devoción de sus fieles mujeres.”

Mis amadas hermanas, es un humilde privilegio el estar con ustedes esta noche. Tenemos el especial honor de contar con la presencia del presidente Hinckley y del presidente Monson. Agradezco la dulce oración de la hermana Silver, y la música de este coro extraordinario, cuya música nos ha inspirado. Cada una de ustedes irradia fe y bondad. Los mensajes de las hermanas Aileen Clyde, Chieko Okazaki y Elaine Jack, sobre la fe, la esperanza y la caridad, han sido realmente inspiradores.

Quiero expresar la profunda admiración y el gran agradecimiento que siento hacia cada una de ustedes, maravillosas hermanas, tanto jóvenes como adultas. Deseo agradecerles su fe y SU devoción; les agradezco su rectitud. Es maravilloso observar la forma en que enfrentan los múltiples desafíos que se les presentan. El don que Dios les ha dado de apreciar lo espiritual, lo hermoso y lo bello es parte de la divinidad que llevan en su interior. Ustedes hacen que la vida sea mucho mas placentera y significativa para todos nosotros.

El año pasado en una reunión como esta, el presidente Gordon B. Hinckley, en representación de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles, anuncio y dio lectura a “Una proclamación para el mundo sobre la familia” (35602002). Por cuanto ustedes, las madres, son el corazón y el alma de toda familia, era lo mas apropiado que primeramente se leyera en la Reunión General de la Sociedad de Socorro.

Tengo gran respeto por la influencia de la Sociedad de Socorro y por los logros que ha alcanzado. Es la organización femenina mas maravillosa de todo el mundo y ustedes tienen el privilegio especial de pertenecer a ella. Mi vida ha sido abundantemente bendecida a través de la Sociedad de Socorro. Mi bisabuela fue presidenta de la Sociedad de Socorro de su barrio durante treinta y tres años. ¡Yo he estado casado con la presidenta de la Sociedad de Socorro del barrio y con la presidenta de la Sociedad de Socorro de la estaca … la misma mujer en ambos casos! Nuestra hija mayor es actualmente presidenta de la Sociedad de Socorro de su barrio. Una de nuestras nueras es presidenta de la Sociedad de Socorro de su estaca. Por medio de la fiel asistencia de mi amada esposa Ruth a la Sociedad de Socorro, nuestra familia se vio bendecida con mayor espiritualidad y paz. Las cosas parecían marchar mejor a causa del enriquecimiento espiritual que ella recibió. He conocido bien los beneficios de la Sociedad de Socorro. Desde hace mucho aprendí a apoyar al sacerdocio y a no interferir con la Sociedad de Socorro.

El profeta José Smith hablo sobre esta Sociedad y citó las palabras del Salvador: “’Haréis las obras que me habéis visto hacer’. Esta es la base fundamental sobre la que debe obrar la Sociedad”1.

Para las hijas de Dios, el llevar a cabo la obra del Salvador no implica, por supuesto, el uso de las llaves, de la autoridad o del poder del sacerdocio. Pero si incluye el edificar la fe por medio del testimonio y del ejemplo; incluye la enseñanza de las doctrinas de salvación; incluye el seguir el ejemplo del Salvador de amar a toda la humanidad; incluye el ministrar a los demás, pues, como dijo el profeta José Smith cuando se organizo la Sociedad de Socorro: “Esta es una Sociedad caritativa, y va de acuerdo con vuestra naturaleza, porque es natural en la mujer tener sentimientos de caridad y benevolencia” 2. “..hacedles sentir el peso de vuestra inocencia, bondad y afecto … ; no son la guerra, las contiendas, contradicciones o disputas lo que os magnificara a la vista de todos los hombres buenos, sino la mansedumbre, el amor, la pureza”3.

Esta exhortación a las mujeres de la Iglesia conlleva una promesa. El profeta José expreso: “Si vivís de acuerdo con estos principios, ¡cuan grande y glorioso será vuestro galardón en el reino celestial! Si cumplís con vuestros privilegios, no se podrá impedir que os asociéis con ángeles”4.

El papel que Dios les ha dado de criar es hoy mas necesario que nunca. Este don es propio de la mujer; los hombres no son tan bendecidos con esta clase de dones. La expresión culminante de este don es la maternidad, pero también se manifiesta en muchas otras formas. Una de ellas es la gran intuición que poseen las mujeres. Una de nuestras fieles presidentas de la Sociedad de Socorro relata esta experiencia inspiradora:

“Mientras asistía a mis reuniones, tuve el profundo sentimiento de que debía visitar a una hermana inactiva de nuestro barrio. Lo primero que pensé fue: ‘Me toca dirigir; no puedo irme.’ Pero en seguida pensé, ‘haría Cristo?’ Por supuesto que El saldría de la reunión e iría a buscar a Su oveja perdida. De modo que fui. Al llegar a la casa de esta hermana, le dije:

‘No se por que estoy aquí, pero, ¿esta usted bien?’ Ella dijo que si, pero yo insistí. Si el Señor me había mandado, sabia que no podía irme.

“Ella me invitó a entrar, y aquel domingo de Pascua me entere de que su esposo la había abandonado hacia unos días. Sus niños preguntaban dónde estaba su papa. Ella había orado para pedir ayuda por primera vez en mucho tiempo. Por fin conseguimos que su familia la ayudara, y nuestro obispo y uno de sus consejeros fueron para enmendar la crisis a fin de que la familia pudiera volver a reunirse.

“Esta experiencia me enseñó cuan importante es el escuchar al Espíritu y obedecer sus susurros cuando los recibamos. He aprendido mucho de mi experiencia sobre ‘dejar a las noventa y nueve’ para ir a ‘buscar la que se había descarriado”5.

¿Cómo puede una hermana fiel sentirse insignificante en esta Iglesia, si ha de llevar a cabo la obra que el Salvador hizo? Un aspecto inherente con respecto a esto es el de olvidarse de uno mismo y el del servicio a los demás.

Una amiga nuestra que vive sola se fracturo el hombro y necesitaba ayuda. Al poco tiempo se esparció la noticia en el barrio, y los miembros le llevaron innumerables comidas preparadas, al grado de que ella tuvo que pedirles que no le llevaran mas porque ya no cabían en el refrigerador. Una de esas personas era una hermana casi ciega que cruzo una calle muy transitada para llevarle una bandeja con una cena caliente. Otra hermana se ofreció para ayudarle a limpiar el apartamento. Al ver la renuencia de nuestra amiga, le dijo: “¿De que otra forma puedo mostrarle que la amo?” Otra hermana que le ayudó a hacer las compras de la comida vio el lado positivo del accidente, y señaló: “¿Esto nos ha dado la oportunidad de reanudar nuestra amistad!” Estas hermanas tenían bien presente la obra que el Señor deseaba que hicieran.

Desde sus mismos comienzos, gran parte de la fortaleza de la Iglesia ha derivado del servicio, la fe y la devoción de sus fieles mujeres. Como nobles hijas de Dios, a través de los años, las hermanas han permanecido, firmes y fieles en el espíritu de la fe. La madre de mi esposa, Elizabeth Hamilton Wright, tenía siete hijos y se hallaba embarazada del octavo cuando su esposo fue llamado a una misión. Ella se quedó al frente de la familia y, con la ayuda de un hombre contratado, se aseguró de que se ordeñara diariamente a las dieciséis vacas, que la huerta se sembrara y se cosechara, que se recogieran las fresas y que se atendiera a la familia. Era una mujer de profunda fe y amor por el Señor; su fe nunca flaqueó durante toda su vida. Le dio la fuerza para llevar a cabo la obra que el Salvador tenía para ella, y para proveer a las necesidades de una familia que estaba creciendo, aun ante la ausencia de su esposo.

Hermanas, se precisa de su consejo, de su opinión y de sus ideas en la Iglesia. Durante muchos años he tenido el privilegio de acudir a las reuniones del Comite Ejecutivo de Bienestar junto a la Hermana Elaine Jack, y he disfrutado de la presencia y el aporte de las Hermanas Chieko Okazaki y Aileen Clyde en las reuniones generales de Bienestar. Su sabiduría es grande y su aporte es fundamental. Sus ideas y pensamientos son muy necesarios y valiosos.

Ustedes, hermanas, que se sientan en los consejos de barrio y de estaca, no deben reparar en compartir su sabiduría y su experiencia en estas reuniones. Luego, cuando el obispo o el presidente de estaca tome una decisión, todos deberán apoyarle.

Hermanas, se les reconoce y se las valora mucho mas de lo que piensan. Somos conscientes de sus muchos retos, que muchas veces son abrumadores y aplastantes en este mundo incierto. Estos retos se les presentan de muchas formas. A menudo el dinero no es suficiente para cubrir las necesidades; algunas hermanas luchan con problemas de salud; otras no gozan todo el tiempo de bienestar espiritual; otras están agobiadas por la vejez o las enfermedades. Ustedes, las madres, se enfrentan a tremendos retos al tratar de suplir las necesidades de las diversas personalidades en su familia. Esto les ocurre particularmente a las madres que no tienen a su esposo. Algunas sufren a causa de hijos o nietos rebeldes; otras cuidan de miembros discapacitados en su familia; a otras las aflige la perdida de un ser querido. Algunas se encuentran en un estado de soledad. Y. en medio de todo esto, surgen esas voces constantes y sutiles que buscan apartarlas de su destino divino.

A pesar de todo esto, las mujeres reciben hoy mayores bendiciones que nunca. En el curso de mi vida, el peso de las labores del hogar se ha reducido considerablemente. Recuerdo la tabla de lavar de mi abuela, donde se refregaban las prendas a mano. Ella cocinaba los alimentos en invierno y en verano en una estufa de leña. Recuerdo la llegada de la electricidad a nuestro pequeño pueblo, y todas las ventajas que trajo consigo. Las mujeres de hoy gozan mas que nunca de mayores oportunidades educativas y para viajar. Pero en el esquema eterno de las cosas, su papel es infinitamente mas importante, y lleva consigo la promesa de bendiciones espirituales mucho mas grandes que estos beneficios temporales.

Parte del problema consiste en vivir fielmente los principios sempiternos día con día. Una de las hermanas con las que tengo el privilegio de asociarme, dijo lo siguiente:

“Los domingos eran días difíciles cuando los niños eran pequeños: alistarlos, y luego mantenerlos sentados durante las tres horas que duraban las reuniones. A menudo se cansaban, tenían hambre, o se aburrían porque las reuniones tenían un nivel dedicado a los adultos. A veces me preguntaba si valía la pena el esfuerzo. Raras veces me sentía nutrida espiritualmente, porque me esforzaba tanto por ayudar a mis hijos a ser reverentes.

“Ahora, al mirar hacia atrás, veo que aquellas tempranas experiencias que mis hijos tuvieron en la Iglesia fueron en verdad el comienzo de un cimiento solido sobre el cual ellos pudieran continuar edificando. Al estar allí’ cada semana, aprendieron gradualmente la importancia de la Santa Cena, aprendieron a escuchar, a ser reverentes, a reconocer los dulces sentimientos del Espíritu; y sus testimonios empezaron a florecer. Reconozco que el tiempo en que nuestros niños son pequeños y necesitan nuestra guía es una oportunidad única y valiosa. Mis hijos ya han crecido, y puedo ver que mis constantes y repetidos esfuerzos valieron la pena”6.

Con el fin de enfrentar cada día los desafíos de lo eterno, toda hermana se fortalecerá mediante la comunión diaria con nuestro Padre Celestial a través de la oración. El estudio de las Escrituras será de provecho para brindar seguridad espiritual. La asistencia a la reunión sacramental, el participar de los emblemas sagrados y la renovación de nuestros convenios serán una fuente semanal de fortaleza.

Las hermanas que tratan de hacer frente a los múltiples problemas de nuestros tiempos tan difíciles pueden beneficiarse de la hermandad en la Iglesia como nunca antes. Las palabras de la hermana Lucy Mack Smith en una de las primeras reuniones de la Sociedad de Socorro son hoy tan trascendentales como cuando se pronunciaron por primera vez. Ella dijo: ‘’Debemos apreciarnos mutuamente, vigilarnos mutuamente, consolarnos mutuamente, y obtener instrucción, para que todas podamos sentarnos juntas en los cielos”7.

Tres hermanas que viven en una isla cerca de Tavira, en Portugal, sienten tanta necesidad de asistir a las reuniones de la Iglesia que cada domingo caminan casi un kilometro hasta una ribera, donde un bote las lleva hasta el lado opuesto, y luego caminan otros ocho kilómetros hasta la capilla. La hermana Pereira tiene 62 años, la hermana Neves 73, y la hermana Jesús 84. Estas hermanas se reúnen cada día para leer las Escrituras y fortalecerse espiritualmente unas a otras8.

El dar testimonio beneficia tanto a la persona que lo expresa como a la que lo escucha. La asistencia regular al templo nos ayudara a enfrentar todos nuestros desafíos. El aceptar llamamientos de los lideres del sacerdocio y las asignaciones como maestras visitantes de la presidenta de la Sociedad de Socorro serán experiencias fortalecedoras. Al brindar servicio caritativo en forma individual o en grupo, ustedes se olvidan de sus propios problemas y hacen la obra que el Salvador hizo.

Hace poco conocía una familia que perdió a un precioso hijo suyo en un infortunado accidente automovilístico. Ellos se preguntaban cuando podían sentir a su alrededor la influencia consoladora del Espíritu Santo para sostenerlos. Les dije que cuando estuvieran preparados para decir al Señor: “Hágase tu voluntad”, entonces les llegaría la dulce paz que el Salvador prome tió . Este sometimiento voluntario al Padre es lo que el Salvador ejemplificó en el Jardín de Getsemaní.

Hermanas, vivimos en la época mas grandiosa en la historia de la Iglesia. Las oportunidades que ustedes tienen de servir y de bendecir a los demás son ilimitadas. Su contribución a la obra de Dios es mas grande que nunca. Sus aportes singulares y especiales son muy necesarios para fortalecer nuestros hogares, para enseñar a nuestros niños y a nuestros jóvenes, y para ayudar a otros. Su ejemplo de rectitud es indispensable para el avance del Reino de Dios.

Que Dios bendiga a cada una de ustedes, mis queridas hermanas, por todo lo que son y por todo lo que hacen. Que Su paz las acompañe. Les testifico que todos estamos haciendo esta santa obra de Dios. No podemos negar la evidencia de esto, al verla extenderse a través del mundo. Amo al Señor, y me siento humilde al estar embarcado, junto con ustedes, en esta santa obra. En el nombre de Jesucristo. Amen.

  1. Enseñanzas del Profeta José Stmith pág. 290.

  2. Ibíd.,pág. 275.

  3. Ibíd., págs. 276, 277.

  4. Ibíd., pág. 276.

  5. De archivos personales.

  6. De archivos personales.

  7. Minutas de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, 24 de marzo de 1842.

  8. Relato de Emma Adams Kunzler, ex misionera en Portuga1.