1990–1999
¡Regocijaos!
Octubre 1996


¡Regocijaos!

“El gozo proviene de poseer el Espíritu en nuestra vida (véase Alma 22:15). Cuando tenemos el Espíritu, nos regocijamos por lo que el Salvador ha hecho por nosotros.”

Mis amados hermanos y hermanas, esta es la primera oportunidad que tengo de dirigirles la palabra desde que recibí mi nuevo llamamiento. No tengo forma de expresarles ni el sentido de responsabilidad ni el de incompetencia que he experimentado, pero quiero que sepan que estoy muy agradecido por el privilegio de servir al Señor.

El estribillo de uno de mis himnos favoritos dice, en parte: “Alzad la voz y alabad, cantad al Rey, loor cantad” (“A Cristo Rey Jesús” Himnos, 30). La letra de este himno fue sacada de la epístola de Pablo a los filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). El diccionario define el regocijo como “Alborozo. Contento. Jubilo” (María Moliner, Diccionario del uso del español 1990).

La fuente del jubilo que nos hace regocijar es el conocimiento del plan de salvación. En el Evangelio según San Juan, el Salvador se aproximaba a las ultimas horas de Su vida terrenal, cuando tomaría sobre si las transgresiones del mundo, y al preparar a Sus discípulos para lo que El sabia que habría de acontecer, les dijo: “Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis …” (Juan 16:16). Pero ellos no alcanzaban todavía a comprender lo que era la resurrección. Con dulzura, el Señor les explicó que se iría pero que regresaría, y aun les dijo lo que habrían de sentir: tristeza cuando El se fuera, “… pero os volveré a ver, y se gozara vuestro corazón, y nadie os quitaría vuestro gozo” Juan 16:22).

Así como la muerte del Salvador causó tanto pesar, las vicisitudes de la vida, tales como la muerte, las enfermedades, la pobreza y las heridas muchas veces provocan nuestra desdicha. Cuando nos separamos de nuestros seres amados, invariable-mente sufrimos pena y aflicción. La vida no es fácil y no sería apropiado menoscabar los problemas y las tribulaciones que experimentamos.

Tomando en consideración estas cosas, la Expiación del Salvador y Su promesa de vida eterna en compañía de nuestros seres queridos son tan significativas que, el no regocijarnos por ello, demuestra una falta de aprecio por el don del Salvador.

El gozo proviene de poseer el Espíritu en nuestra vida (véase Alma 22:15). Cuando tenemos el Espíritu, nos regocijamos por lo que el Salvador ha hecho por nosotros.

¿Que debemos hacer para experimentar esta clase de gozo? Además de recibir las ordenanzas de salvación y de seguir al Profeta actual, es necesario que vivamos de acuerdo con ciertos principios espirituales fundamentales, tales como la oración, el estudio de las Escrituras, el vivir con rectitud y el servir al prójimo. Se entiende por supuesto que, si cometemos un acto pecaminoso, tenemos que arrepentirnos. Permítaseme mencionar otros tres aspectos o distracciones que es necesario evitar a fin de poder mantener el jubilo y regocijarnos mas plenamente en el don del Salvador: (1) Evitemos los pasatiempos que nos impidan hacer lo que debemos hacer; (2) evitemos acentuar las pequeñas imperfecciones, y (3) evitemos toda comparación desfavorable con las otras personas.

Con frecuencia solemos no percibir los pasatiempos que nos encaminan en una dirección mundana y nos impiden concentrarnos en Cristo. Esencialmente, permitimos que los pasatiempos telestiales nos aparten de los fines celestiales. A estos pasatiempos telestiales en nuestra familia las llamamos “dibujos animados de los sábados por la mañana”. Permítaseme explicarlo.

Cuando nuestros hijos eran pequeños, mi esposa Mary y yo decidimos conservar la tradición que mi padre nos enseñó en mi niñez. El se reunía individualmente con cada uno de nosotros para ayudarnos a establecer metas en cuanto a varios aspectos de la vida y entonces nos enseñaba cómo la Iglesia, la escuela y otras actividades sanas nos ayudarían a lograr esas metas. El estableció tres reglas:

1. Debíamos tener metas que valieran la pena.

2. Podíamos cambiar nuestras metas en cualquier momento.

3. No importa cuales fueren las metas que habíamos elegido, debíamos trabajar diligentemente para lograrlas.

Como beneficiario de esta tradición, yo tenía el deseo de conservarla con mis hijos. Cuando nuestro hijo Larry tenía cinco años de edad, le pregunte que le gustaría ser cuando creciera y el me dijo que quería ser médico como su tío Joe. Larry había tenido una seria operación y tenía mucho respeto por los médicos, especialmente por su tío Joe. Le dije entonces que todas las cosas buenas que estaba haciendo le iban a ayudar a prepararse para llegar a ser médico.

Varios meses mas tarde, le pregunte nuevamente lo que le gustaría ser. Esta vez me respondió que quería ser piloto de avión. Estaba bien que cambiara de objetivo, así que procedí a explicarle cómo sus diversas actividades le ayudarían para ese propósito. Un instante después, le dije: “Larry, la ultima vez que te lo pregunte querías ser médico, ¿por que cambiaste de idea?” Y el contestó: “Todavía me gusta la idea de ser médico, pero he notado que el tío Joe trabaja los sábados por la mañana y no me gustaría tener que perderme los dibujos animados”.

Desde esa ocasión, nuestra familia considera a todo entretenimiento que aparte de una meta digna como a un dibujo animado de los sábados por la mañana.

¿Cuales son algunos “dibujos animados de los sábados por la mañana” que nos hacen desatender el verdadero gozo que anhelamos? Hay quienes desean casarse en el templo, pero sólo salen en citas con personas que no podrían obtener una recomendación. Otros quieren ser buenos maestros orientadores o buenas maestras visitantes, pero se distraen con un constante desfile de programas de televisión, catálogos y otras publicaciones que demandan atención y no encuentran tiempo para ministrar a quienes se les ha encomendado enseñar. Hay aun otros, que quieren tener la oración familiar, pero permiten que algunas pequeñeces que atentan contra la armonía en la familia haga difícil que la familia se arrodille en unión. Si estudiáramos las razones por las que no hacemos lo que deberíamos hacer, descubriríamos que la lista de “dibujos animados de los sábados por la mañana” es casi interminable.

Refiriéndose a aquellos que no heredaran un reino de gloria, el Señor ha dicho: “Porque, ¿en que se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva” (D. y C. 88:33). El don mas grande para toda la humanidad es la Expiación de Jesucristo. Si hemos de regocijarnos en ello, es menester que evitemos los muchos “dibujos animados de los sábados por la mañana” que la vida ofrece y que nos alejan del Salvador y de los propósitos celestiales que procuramos alcanzar.

Un segundo grupo de personas que no encuentran gozo es aquel que se distrae al exagerar pequeñas imperfecciones que entorpecen la felicidad. Algunos han permitido que su propios conceptos de imperfección enturbien las realidades de la vida, mientras que un observador sensato podría considerarlos motivo de gozo. Pero no se regocijan. Son como una pareja a la que invitaron a visitar un hermoso jardín y que en lugar de regocijarse con la belleza del paisaje que tenían ante sí, sólo podían ver las pocas flores mustias, las malezas y los lugares relativamente pequeños que no ofrecían atractivos, y pensaban que el jardín no era lo que ellos en verdad esperaban. De igual modo, se reprochan a si mismos y critican indebidamente a los otros. Se han acostumbrado a exagerar las pequeñeces y a menospreciar las grandes bendiciones, perdiendo así su capacidad para el regocijo.

En Lucas, vemos que el Salvador amonestó bondadosamente a Marta al respecto, cuando esta se quejó de que su hermana María estaba dedicando demasiado tiempo a escuchar al Salvador en vez de ocuparse de las necesidades temporales, y le dijo: “Marta, Marta … turbada estas con muchas cosas” (Lucas 10:41). El Salvador entonces le indicó que María se concentraba en lo que verdaderamente importaba.

Una tercera clase de pasatiempo que puede destruir nuestro gozo es comparar nuestros talentos y bendiciones con los de los demás. El cultivo de nuestros propios talentos es la mejor manera de medir nuestro progreso personal. Últimamente, se ha popularizado el concepto de “la mejor aptitud”, lo cual tiene mucho mérito. Debemos recordar que generalmente juzgamos a los otros comparando lo mejor en ellos con lo peor en nosotros. En la parábola de los talentos, los siervos que habían recibido cinco talentos y dos talentos respectivamente fueron felicitados por su amo porque habían aumentado sus talentos y se les dijo: “… Entra en el gozo de tu señor”. El amo reprendió en cambio al siervo que escondió el talento que había recibido (véase Mateo 25:14-30). El comparar las bendiciones aleja casi por seguro nuestro gozo. No podemos ser agradecidos y envidiosos al mismo tiempo. Si realmente queremos tener el Espíritu del Señor y experimentar gozo y felicidad, debemos regocijarnos en nuestras bendiciones y ser agradecidos. Debemos estar particularmente agradecidos por las bendiciones que tenemos a nuestra disposición en el templo.

El 3 de abril de 1836, el profeta José Smith y Oliver Cowdery se encontraban en el Templo de Kirtland y, después de una solemne y silenciosa oración, se les apareció el Señor y aceptó dicho templo como Su casa.

La maravillosa descripción del Salvador y la aparición de antiguos profetas que restauraron llaves esenciales, se encuentran en la Sección 110 de Doctrina y Convenios, una de las mas sagradas y significativas comunicaciones que el Señor ha tenido con nosotros.

Algunas de las palabras mas hermosas de esta sección, y que cualquiera de nosotros hubiera deseado haber escuchado, se hallan en los versículos 5 y 6:

“He aquí, vuestros pecados os son perdonados; os halláis limpios delante de mi; por tanto, alzad la cabeza y regocijaos.

“Regocíjese el corazón de vuestros hermanos, así como el corazón de todo mi pueblo, que con su fuerza ha construido esta casa a mi nombre”.

Hermanos y hermanas, evitemos los dibujos animados de los sábados por la mañana que la vida ofrece, particularmente aquellos que nos mantienen alejados del templo. Regocijémonos en la promesa que nos provee la Expiación del Salvador y, observando los preceptos de Cristo, recordemos el consejo del salmista: “Este es el día que hizo Jehová. Nos gozaremos y alegraremos en el” (Salmos 118:24). Ruego que cada uno de nosotros pueda hacer esto, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amen.