1990–1999
“Según Nuestros Deseos”
Octubre 1996


“Según Nuestros Deseos”

“Cuando las personas dicen haber perdido el deseo ‘de hacer lo malo’, han sido esos personas y no otras los que decidieron por si mismas desechar esos malos deseos al abandonar voluntariamente ‘todos [sus] pecados para conocer a Dios (Alma 22:18).”

Hermanos y hermanas, las Escrituras nos ofrecen muchos diamantes doctrinales y cuando la luz del Espíritu se refleja en sus múltiples facetas ellas brillan con un destello celestial e iluminan el sendero que debemos seguir.

Entre sus ejemplos se destacan las enseñanzas doctrinales con respecto a los deseos, que tan directa y ampliamente se relacionan con nuestra responsabilidad moral y nuestra individualidad. Tanto la manera en que se originan como la forma en que se expresan, nuestros deseos afectan profundamente el uso de nuestro albedrío moral. Los deseos, aun cuando con lamentable candor no queremos pagar sus consecuencias, son verdaderas causas determinantes.

Deseo es aquello que denota ansias o anhelos. Por tanto, los justos deseos constituyen algo mas que una preferencia pasiva o una sensación pasajera. Por supuesto que nuestros genes, las circunstancias y el medio ambiente tienen mucho que ver e influyen considerablemente en todos nosotros. Sin embargo, hay un territorio íntimo del que somos soberanosa menos que abdiquemos cl poder. En este territorio reside la esencia misma de nuestra individualidad y de nuestra responsabilidad personal.

En consecuencia, lo que persistimos en desear es lo que, con el tiempo, llegaremos a ser y lo que recibiremos en la eternidad. “Pues, yo [dice el Señor], juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones”. (D. y C. 137:9; véase también Jeremías 11:10) Alma dijo: “Se que [el Señor] concede a los hombres según lo que deseen … según la voluntad de ellos …” (Alma 29:4). Para que logremos tan ecuánime resultado, el manto de la misericordia divina se despliega para redimir a todos, aun a “… aquellos que de aquí en adelante mueran sin un conocimiento [del Evangelio], quienes lo habrían recibido de todo corazón, serán herederos de este reino;

“pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:8-9).

Dios, en Su misericordia, no solamente considera nuestros deseos y nuestras acciones, sino también el grado de las dificultades que las circunstancias nos imponen. No es de extrañar que no habremos de lamentarnos en el juicio final, especialmente porque aun la gloria de lo telestial “sobrepuja a toda comprensión” (D. y C. 76:89). Dios se deleita en bendecirnos, en especial cuando nos regocijamos “en lo que [hemos] deseado” (D. y C. 7:8).

Sin embargo, en oposición al misericordioso plan de Dios en cuanto a nuestro gozo y gloria, Satanás desea “que todos los hombres sean miserables como el” (2 Nefi 2:27).

Mayormente, hermanos y hermanas, llegamos a ser víctimas de nuestros propios malos deseos. Esto es aun mas problemático porque vivimos en una época en que muchos, equivocadamente, rehusan sentirse responsables de sí mismos. Por eso es tan importante que tengamos un claro entendimiento de las doctrinas pertinentes a los deseos debido a que por todos lados proliferan los pretextos inexcusables. Es como un fango que se desborda arrastrando a la sociedad hacia “el abismo de miseria y angustia sin fin” (Helamán 5:12). Dicho fango es, a la vez, sustentado por la filosofía egoísta de que “nadie es culpable,” que reemplaza la humilde confesión de “es mi culpa”. Quisiéramos sinceramente escuchar la suplica genuina del perdón en vez de esa frase indolente tan común de “Lo siento. Espero poder perdonarme a mí mismo”.

Algunos procuran hacer a un lado la conciencia, rehusándose a escuchar su voz. Pero ese mismo rechazo, en sí, es un acto de elección porque así lo deseamos. Aun cuando la luz de Cristo apenas titila en la obscuridad, sin embargo titila. Y si uno la ignora, es porque así lo desea.

Por tanto, ya sea que nos agrade o no, la realidad requiere que reconozcamos que somos responsables por nuestros deseos. Hermanos y hermanas, ¿que deseamos en realidad, los planes que tiene Dios para nosotros o los de Satanás?

Cada vez que se manifiesta cualquier cosa espiritualmente significativa, los buenos deseos toman parte activa. Los que esperaban ser bautizados en las aguas de Mormón manifestaron deseos humildes. Después que se les explico el convenio que harían al bautizarse, exclamaron: “Ese es el deseo de nuestros corazones” (Mosíah 18:11.) La multitud nefita, maravillada por la presencia de Jesús resucitado, se arrodilló en humilde y devota oración, “y no multiplicaban muchas palabras, porque les era manifestado lo que debían suplicar, y estaban llenos de [deseo]” (3 Nefi 19:24).

No es de extrañar que los deseos hayan de determinar sus propias consecuencias, incluso el que “muchos [sean] llamados, y pocos … escogidos”. (Mateo 22:14; véase también D. y C. 95:5).

Todo depende de nosotros. Dios nos ayudara, pero no nos obligara.

Por consiguiente, la función de los deseos es inexorable, porque, como dijo el presidente Brigham Young: “Los hombres y mujeres que deseen tener un lugar en el reino celestial descubrirán que es necesario batallar diariamente” (en Journal of Discourses, 11:14). Por lo tanto, el verdadero soldado de Cristo es mucho mas que un guerrero de fin de semana.

La ausencia de cualquier deseo intenso, ser simplemente tibios, implica una terrible indolencia. (Véase Apocalipsis 3:15.) William R. May explica así los síntomas de tal indolencia: “En ese estado de animo, el alma esta mas allá de la simple tristeza y melancolía, habiéndose alejado de la fluctuación de las sensaciones; la base misma de sus sentimientos en cuanto al deseo yace inerte … ; ser humano es desear. El hombre bueno desea a Dios y otras cosas en Dios. El hombre pecador desea otras cosas en lugar de Dios, pero es aun evidentemente humano porque ha experimentado deseos. El hombre indolente es un hombre muerto, un residuo estéril … su deseo mismo se ha desvanecido”. (“A Catalog of Sins,” según se cito en Christian Century, 24 de abril de 1996, pág. 457.)

Este triste estado es todavía otra forma del “pesar de los condenados”. (Mormón 2:13.)

Aun una simple chispa de deseo, sin embargo, podría bastar para que la persona cambie. El hijo pródigo, no obstante estar sumergido en el desaliento, deseo y, “volviendo en si,” decidió: “Me levantaré e iré a mi padre”. (Lucas 15:17-18.)

Estamos hablando sobre algo que es mucho mas que simplemente apartarnos de las tentaciones por las cuales pensamos que no somos responsables. Recuerden, hermanos y hermanas, son nuestros propios deseos lo que determina las dimensiones y el atractivo de las diversas tentaciones. Nosotros somos los que controlamos esas tentaciones.

Así que, disciplinar y cultivar nuestros deseos requiere el entendimiento de las verdades del Evangelio; sin embargo, se requiere mucho mas que eso. El presidente Brigham Young dijo: “… Es evidente que muchos que entienden la verdad no se rigen por ella; en consecuencia, no importa cuan real y hermosa es la verdad, debemos considerar nuestras pasiones y conformarlas a la ley de Dios” (Journal of Discourses, 7:55).

El presidente Young pregunta: “¿Pensamos, acaso, que los hombres obedecerán la verdad sólo porque es autentica, a menos que amen la verdad? No, no lo harán”. (Journal of Discourses, 7:55.) Es enormemente importante que conozcamos las verdades y las doctrinas del Evangelio, pero también tenemos que amarlas, y al hacerlo, nos motivaran y nuestros deseos y nuestras obras serán santificados.

La realización de un justo deseo, cada acto de servicio y cada actitud de veneración, no importa cuan pequeños sean, incrementaran nuestro progreso espiritual. Al igual que lo indica la Segunda Ley de Newton, hay una trasmisión de la aceleración así como un elemento de contagio relacionado aun con los mas pequeños actos de bondad.

Afortunadamente, nuestro amoroso Señor trabajara con nosotros”aunque [en nosotros] no sea mas que un deseo de creer,” siempre y cuando dejemos “que este deseo obre en [nosotros]” (Alma 32:27). Por eso, el presidente Joseph F. Smith declaró: “… la educación de nuestros deseos es de importancia trascendental [para] nuestra felicidad en la vida” (Doctrina del Evangelio, 1978, pág. 291). Dicha educación puede conducirnos a la santificación hasta que, como dijo el presidente Brigham Young, “los deseos sagrados [produzcan] buenas obras” (Journal of Discourses, 6:170.) Solamente si los educamos y capacitamos, nuestros deseos llegaran a ser nuestros aliados en vez de nuestros enemigos.

Por lo tanto, es necesario que reduzcamos y al fin desechemos algunos de nuestros deseos. Por ejemplo, el consejo bíblico: “No tengas en tu corazón envidia de los pecadores” (Proverbios 23:17), esta orientado directamente a los que tienen una triste incertidumbre en el alma. Por supuesto, debemos ser honrados con nosotros mismos acerca de las consecuencias de nuestros deseos, las cuales siguen como la noche al día. Afectado por lo que considera reveses de la vida, el hombre natural tiende a caer en la trampa de la conmiseración propia. Este deseo también debe desecharse.

Pero deshacerse de los malos deseos es apenas una parte del proceso. Lo que se considera un simple deseo de ser un mejor esposo o padre, una mejor esposa o madre, por ejemplo, debe reforzarse hasta convertirse en un poderoso deseo, tal como lo experimentó Abraham cuando deseó y procuró obtener mayor felicidad y conocimiento . (Véase Abraham 1:2.)

Nuestro paciente y misericordioso Señor nos dice que Su “brazo esta extendido todo el día” (2 Nefi 28:32). Aunque nadie se tome de el, allí estará Su brazo. El deseo de mejorar nuestras relaciones humanas generalmente requiere paciencia, especialmente cuando tratar de hacerlo es como intentar acariciar un puercoespín. No obstante, las huellas de las púas que habremos acumulado son una evidencia de que nosotros también hemos extendido nuestra mano de hermandad.

Si, todo depende de nosotros. Y en eso descansa nuestro mayor y constante desafío en la vida. Por eso, cuando las personas dicen haber perdido el deseo “de hacer lo malo,” han sido esas personas y no otras las que decidieron por si mismas desechar esos malos deseos al abandonar voluntariamente “todos [sus] pecados” para conocer a Dios (Alma 22:18) .

No hay duda de que los padres cumplen una función muy seria al ayudarnos a cultivar nuestros deseos, especialmente cuando combinan la enseñanza con el ejemplo. Aun así, no debe sorprendernos que Adán y Eva, nuestros primeros padres que conscientemente “hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas,” perdieran de todas formas a algunos de ellos. Lehi y Saríah hicieron el mismo esfuerzo, “con todo el sentimiento de un tierno padre” (1 Nefi 8:37) y aun así tuvieron la misma experiencia con Laman y Lemuel, quienes “no entendían la manera de proceder del Señor” (Mosíah 10:14). Estableciendo la responsabilidad de esa obstinación a quien le corresponde, el profeta José Smith observo: “Los hombres que no tienen ningún principio de … verdad, son los que no entienden la palabra de la verdad cuando la oyen. El diablo les arrebata del corazón la palabra de la verdad porque no hay en ellos el deseo de ser justos”. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 105.)

No obstante, todo padre y madre consciente y capaz puede hacer mucho para explicar y dar un buen ejemplo. Además, los buenos padres están enseñando mas de lo que en realidad se dan cuenta. Muchas veces tiene que pasar el tiempo para que los hijos apliquen mas tarde en la vida lo que han aprendido de sus padres y les agradezcan por la influencia que ellos han ejercido en su vida.

Con sincero deseo, podemos en verdad suplicar:

Mas santidad dame, mas consagración,

mas paciencia dame, mas resignación,

mas rica esperanza, mas abnegación,

mas celo en servirte con mas oración …

Mas gratitud dame, mas fe en el Señor,

mas gozo en Su gloria, mas fuerza y valor …

Hermanos y hermanas: un Dios amoroso obrara con nosotros, pero, nosotros quienes debemos proporcionar esa pequeña chispa del deseo que habrá de encender la llama de nuestra decisión!

Todo lleva tiempo. El profeta José Smith dijo: “… cuanto mas se acerca el hombre a la perfección, tanto mas claros son sus pensamientos y tanto mayor su gozo, hasta que llega a vencer todas las malas cosas de su vida y pierde todo el deseo de pecar; e igual que los antiguos, llega su fe a ese punto en que se halla envuelto en el poder y gloria de su Hacedor, y es arrebatado para morar con El. Pero consideramos que este es un estado que ningún hombre alcanzó jamas en un momento …” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 54) .

Es por eso, que la obra de la eternidad no se realiza en un momento sino “con el transcurso del tiempo” (D. y C. 38:13). El tiempo trabaja en favor nuestro si también lo hacen nuestros deseos.

Ruego que Dios nos ayude para que podamos capacitar nuestros deseos, en el nombre de Jesucristo. Amen.