1990–1999
“Se Ejemplo De Los Creyentes”
Octubre 1996


“Se Ejemplo De Los Creyentes”

“Afortunadamente y de un modo digno de elogio, la Iglesia esta haciendo mucho mas que nunca para aliviar el sufrimiento, para saciar el hambre, para prevenir y curar las enfermedades, y para bendecir a los necesitados. Aun queda mucho por hacer.”

Al contemplar esta gran congregación reunida con motivo de esta reunión general del sacerdocio de la Iglesia, pido la ayuda de nuestro Padre Celestial al asumir esta responsabilidad de dirigirles la palabra.

Últimamente he estado estudiando las enseñanzas de los primeros Apóstoles, incluso sus llamamientos, sus ministerios y su vida misma. Esta es una experiencia fascinante que nos acerca mas al Señor Jesucristo.

Esta noche deseo compartir con ustedes una emotiva suplica del apóstol Pablo a su amado Timoteo. Sus palabras pueden aplicarse a cada uno de nosotros: “… sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza … No descuides el don que hay en ti … Ocúpate en estas cosas”1.

Hermanos, tenemos la oportunidad de aprender, el privilegio de obedecer y el deber de servir. En esta época hay muchos pies que podemos afirmar, manos que podemos estrechar, mentes que podemos alentar, corazones que podemos inspirar y almas que podemos salvar.

Por ejemplo, consideren la ley de los diezmos. El pago de un diezmo integro provee a una persona de la fortaleza íntima y la dedicación para cumplir los otros mandamientos.

El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La Iglesia tiene una enorme responsabilidad. Los diezmos son la fuente de ingresos para que la Iglesia pueda llevar a cabo sus actividades. La necesidad es siempre mayor que la disponibilidad. Pido que Dios nos ayude a ser fieles en observar este importante principio que hemos recibido [del Señor] con maravillosas promesas”2.

En Malaquías leemos: “¿Robara el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En que te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas … Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”3.

Todos podemos pagar diezmos. En realidad, ninguno de nosotros puede permitirse no pagarlos. El Señor fortalecerá nuestra resolución y nos abrirá el camino para cumplirla.

Deseo compartir con ustedes una carta que recibí hace unos meses, la que proporciona un buen ejemplo de ello. La carta comienza:

“Vivimos en las afueras de un pequeño pueblo; nuestro vecino usa nuestro campo para el pastoreo de su ganado y nos paga con toda la carne que necesitamos para comer. Cada vez que recibimos carne fresca, todavía tenemos algo de la anterior en reserva y puesto que somos miembros de un barrio de estudiantes, les llevamos algo de carne a algunos estudiantes que la podrían usar.

“Cuando mi esposa servia en la presidencia de la Sociedad de Socorro, su secretaria era la esposa de un estudiante y madre de ocho hijos. Su esposo Jack acababa de ser llamado como secretario del barrio.

“Mi esposa siempre oraba para poder saber quienes entre los estudiantes tenían mas necesidad de recibir nuestra carne extra. Cuando me dijo que creía que debíamos darles carne a Jack y a su familia, a mi me preocupó mucho que los ofendiéramos y a ella también. Ambos estábamos preocupados porque sabíamos que eran una familia muy independiente.

“Pocos días después, mi esposa sintió que debía llevarles la carne y yo, no sin vacilación, consentí en acompañarla. Cuando les entregamos la carne, a mi esposa le temblaban las manos y yo me sentía muy nervioso. Los niños nos abrieron la puerta y cuando se enteraron a que íbamos, comenzaron a saltar de alegría. Los padres se mostraron algo discretos pero muy amigables. Al regresar a casa, mi esposa y yo nos sentíamos aliviados y contentos de que hubieran aceptado nuestro regalo.

“Meses mas tarde, nuestro amigo Jack relató lo siguiente en una reunión de testimonio.

Dijo que durante toda su vida le había resultado difícil tener que pagar los diezmos.

Teniendo una familia tan numerosa, necesitaban todo el dinero que les era posible ganar.

Cuando empezó a trabajar como secretario del barrio, vio que todos los demás pagaban los diezmos y reconoció que también el debía hacerlo. Así lo hizo durante un par de meses, hasta que se le presento un problema. En su trabajo le pagaban cada tantos meses y podía percibir que SU familia iba a estar corta de fondos. El y su esposa decidieron entonces confiar el caso a sus hijos. Si pagaban los diezmos, se quedarían sin comida para el día 20 del mes. Si no los pagaban, tendrían lo suficiente para comer hasta que recibieran su próxima paga. Jack quería comprar alimentos, pero los niños querían que se pagaran los diezmos. Por tanto, Jack pagó los diezmos y todos se pusieron a orar.

“Unos días después de haber pagado los diezmos, nosotros les llevamos el paquete de carne, con la cual, además de lo que tenían, solucionaron su problema.

“Yo he aprendido de esto muchas leccionesescuchar a mi esposa, por ejemplola mas importante fue que las oraciones de la gente son siempre contestadas por medio de otras personas”.

Me doy cuenta de que miles de misioneros asisten esta noche a esta reunión del sacerdocio y, con ustedes especialmente, quiero compartir algunas palabras. Cuando era presidente de misión y luego en miles de entrevistas misionales como miembro de los Doce, les he dicho a los misioneros que entrevistaba: “Cuando regrese a su hogar, quiero que adopte tres cometidos’’. Con evidente entusiasmo, aunque no sabían lo que les iba a pedir, asentían con la cabeza, y entonces les decía: Primero, prepárese bien para su vocación, profesión u ocupación y trate de ser lo mejor que pueda en ello. Segundo, citando al élder Bruce R. McConkie, les decía que tenían que: “Casarse con la persona indicada [en la ocasión indicada], en el lugar indicado [y] por la autoridad correspondiente”4. Hasta ese momento, sus respuestas eran espontaneas y entusiastas. Entonces les aconsejaba: Tercero, manténgase siempre activo en la Iglesia. En algunos de los misioneros se notaba una mirada curiosa antes de responder y entonces les aclaraba: “Déjeme explicarlo de otra manera. Hay tres palabras que nos proveen la fórmula: Pague sus diezmos”. Cada uno de ellos afirmaba su determinación de que así lo haría. Yo creo verdaderamente que el pago de un diezmo integro asegura la continua actividad en la Iglesia.

Podría decir mucho mas acerca de los diezmos, pero esta noche quiero también referirme a otra parte del mensaje de Malaquías: las ofrendas.

El concepto de las ofrendas se remonta a la época de Isaías quien, al hablar del verdadero ayuno, alentaba a la gente a observarlo y les decía: “… que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa …”5. El profeta José Smith instituyo la practica de recaudar las ofrendas de ayuno para ayudar a los pobres en Kirtland, Ohio. Mas tarde, en Nauvoo, Illinois, el Quórum de los Doce Apóstoles envió una carta general a los miembros de la Iglesia definiendo “los principios del ayuno” en esta forma: “Sea este un ejemplo a todos los santos y nunca faltara el pan: Cuando los pobres tienen hambre, los que puedan hacerlo deben ayunar un día y entregar a los obispos lo que de otro modo habrían consumido para darlo a los pobres, y todos tendrán abundancia por mucho tiempo; y este es uno de los grandes e importantes principios del ayuno que el Señor ha aprobado. Y mientras los santos cumplan este principio con corazones y semblantes alegres, siempre gozaran de la abundancia”6.

Los profetas de nuestra época han sido igualmente especificos. Harold B. Lee aconsejó: “Si nos ponemos a pensar al respecto, el Evangelio promete tanto y requiere tan poco de nosotros. Por ejemplo, la ordenanza del bautismo se nos ha dado para la remisión de pecados, para que entremos en el reino el nacer de nuevo; el don del Espíritu Santo nos otorga el derecho de tener la compañía de uno de los miembros de la Trinidad; la unción de los enfermos confiere una bendición especial a toda persona que tenga fe; por medio del pago de los diezmos se nos abren las ventanas de los cielos; por medio del ayuno y del pago de las ofrendas se nos dice que, entonces, invocaremos al Señor y El oirá nuestro clamor y nuestra invocación”7.

El presidente Spencer W. Kimball, sucesor del presidente Lee en la Presidencia de la Iglesia, dijo: “Deseamos hacerles recordar a todos los miembros de la Iglesia las bendiciones que provienen del observar la ley del ayuno en forma regular y de la contribución de una ofrenda tan generosa como sea posible, acorde con nuestras circunstancias. Debemos dar mucho mas que el valor que tenga la comida de la que nos abstengamos”. El presidente Kimball agrego “La recaudación de las ofrendas de ayuno es un [deber] importante. Siempre pensé que ser diácono era un gran honor. Mi padre siempre fue muy considerado … y me permitía usar su coche tirado por caballo para que yo fuese a recolectar las ofrendas de ayuno.

Mi responsabilidad incluía la parte del vecindario donde vivíamos, pero las casas estaban muy distanciadas unas de otras y las bolsas de harina, frutas, verduras o pan resultaban ser muy pesadas al acumularse. Así que aquel coche era muy útil y cómodo. En los últimos años hemos cambiado al sistema de dinero en efectivo, pero en aquella época era con productos. Para mi era un gran honor llevar a cabo este servicio para mi Padre Celestial. Aun cuando los tiempos hayan cambiado y recaudemos dinero en vez de productos, todavía es un gran honor hacerlo”8.

¡Me imagino que a ustedes, jóvenes diáconos, tampoco les molestaría utilizar un coche y un caballo para recoger las ofrendas!

Recuerdo que, cuando era un joven diácono, recorría una parte de nuestro barrio el domingo de ayuno por la mañana y distribuía los pequeños sobres de las ofrendas a cada familia, esperaba que colocaran en el sus contribuciones y después los entregaba al obispo. En una ocasión observe que un miembro anciano, el hermano Wright, después de recibirme a la puerta de su casa, con sus ancianas manos abrió el sobre con cierta dificultad y colocó en el 25 centavos. Mientras hacia la contribución, sus ojos le brillaron y me contó que, en una ocasión, cuando la hermana Balmforth era la presidenta de la Sociedad de Socorro, ella le llevó, en un pequeño carro, alimentos para su aparador, los cuales había recolectado de aquellos que habían colaborado, por lo que el sintió agradecimiento en su alma. Describió a la hermana Balmforth como “un ángel del cielo”. Nunca olvidaré al hermano Wright.

A los diáconos y a los otros del Sacerdocio Aarónico que hoy llevan a cabo este santo servicio, les digo: Por favor, sepan que este es un sagrado deber. Recuerdo que una mañana, cuando yo era obispo, se habían reunido los jovencitos del sacerdocio a quienes presidía, medio dormidos y un tanto desaliñados, quejándose por haber tenido que levantarse tan temprano para cumplir con sus deberes. No se les censuró por ello, pero, a la semana siguiente, los llevamos a visitar la Manzana de Bienestar en Salt Lake City. Allí pudieron observar a una hermana lisiada operando el tablero de distribución de los teléfonos, a un anciano colocando mercadería en los estantes y a varias mujeres cosiendo ropa; incluso a un hombre ciego que pegaba rótulos a envases de alimentos. Todas eran personas que se ganaban la vida gracias a la labor de los diáconos. Un silencio profundo se apoderó de los jovencitos mientras contemplaban la forma en que el esfuerzo que hacían una vez por mes ayudaba a recaudar los sagrados fondos de las ofrendas de ayuno que ayudaban a los necesitados y proporcionaban empleo a gente que de otro modo no podría trabajar.

Desde aquel santo día en adelante, no tuvimos necesidad alguna de exhortar a nuestros diáconos para que recaudaran las ofrendas. Cada domingo de ayuno a las 7 de la mañana asistían puntuales y bien vestidos, anhelando cumplir con su deber como poseedores del Sacerdocio Aarónico. Ahora ya no sólo distribuían y recolectaban sobres, ahora estaban ayudando a proveer comida a los pobres y refugio a los desamparados según la manera del Señor. Sonreían con mayor frecuencia, caminaban con pasos firmes y demostraban una genuina humildad. Quizás ahora marchaban al compás de una motivación diferente, quizás entendían mejor el clásico pasaje de las Escrituras “… en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos mas pequeños, a mi lo hicisteis”9.

En el vecindario donde yo vivía y servía, teníamos un negocio de aves de corral. Por lo general funcionaba como un eficaz proyecto de bienestar, ya que suministraba a los almacenes locales miles de docenas de huevos frescos y cientos de kilos de carne de pollo. En algunas ocasiones, nuestra labor de granjeros voluntarios en la ciudad no sólo nos producía ampollas en las manos sino también verdaderas frustraciones. Por ejemplo, nunca olvidaré aquella vez que reunimos a un grupo de jóvenes del Sacerdocio Aarónico para que nos ayudaran en la limpieza de primavera del local. Con gran energía y entusiasmo nos reunimos y, de una manera rápida, desarraigamos, juntamos y quemamos grandes cantidades de desperdicios y malezas.

Luego, al resplandor de las ardientes fogatas, comimos emparedados de salchicha y nos felicitamos mutuamente por una labor bien hecha; nuestro proyecto lucía limpio y en orden.

Sin embargo, se nos presentó un grave problema. Los ruidos y las fogatas habían perturbado de tal modo a la frágil y temperamental población de las miles de gallinas ponedoras que empezaron repentinamente a perder el plumaje y la mayoría de ellas cesó de poner huevos. Después de esa vez, dejamos que crecieran algunas malezas a fin de que las gallinas pusieran mas huevos.10

No hay miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días que haya ayudado a envasar arvejas (guisantes), cortar remolachas, acarrear heno o palear carbón en el programa de bienestar que pueda haberse olvidado o se lamente de tales experiencias que tienen el propósito de ayudar a los necesitados. Muchos hombres y mujeres dedicados ayudan a llevar a cabo este vasto e inspirado programa. En realidad, el programa no podría jamas funcionar solo en base a tales esfuerzos, pues este programa funciona por la fe, según la manera del Señor.

Hermanos, debemos felicitar a cada uno de ustedes y a sus familias por la forma en que tan generosamente contribuyen a las labores humanitarias de la Iglesia en todo el mundo.

Nosotros proporcionamos ayuda esencial a los necesitados en las ocasiones de desastres naturales, hambre, enfermedades y otros problemas que acontecen en diversas regiones. Los suministros alimenticios de emergencia, comida, albergue y material médico socorren al afligido e infunden ese sentimiento de paz prometido por el Señor tanto al que los recibe como al que los ofrece. Los proyectos resultantes de la generosidad de ustedes llevan salud, gracias a la perforación de pozos, que suministran agua pura a quienes nunca la tuvieron. Niños que antes habrían estado paralizados por la poliomielitis, hoy caminan gracias a que las generosas contribuciones de ustedes proporcionan la vacuna para prevenir tan temidas tragedias.

Si alguna vez se encuentran en Salt Lake City, les sugiero que visiten el “Sort Center” (Centro de Selección), donde se reciben, se clasifican, se empaquetan y se despachan prendas de vestir para auxiliar a los necesitados en diversas regiones del mundo, así como a los pobres de aquí. El ambiente de ese lugar nos recuerda la declaración del profeta José Smith: “El hombre que se siente lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia, sino que va por todo el mundo, con el deseo de bendecir a toda la raza humana”

La mayoría de ustedes son maestros orientadores. Ustedes son los ojos y los oídos de sus obispos en la tarea de buscar a los pobres y a los afligidos. Al cumplir con sus deberes, maestros orientadores vigilantes han localizado a padres de familia que no consiguen un buen empleo, a madres afligidas porque ven sufrir a sus hijos o a aquellos niños que lloran de hambre y que carecen de abrigo contra el frío invernal. En cierta ocasión, todos los miembros de una familia tenían que acostarse en el suelo porque no tenían camas donde dormir. Sin demora, se les proveyó la ayuda que necesitaban.

Recordemos el consejo del rey Benjamín que se encuentra en Mosíah: “… vosotros mismos socorreréis a los que necesiten vuestro socorro; impartiréis de vuestros bienes al necesitado; y no permitiréis que el mendigo os haga su petición en vano, y sea echado fuera para perecer”11.

Afortunadamente y de un modo digno de elogio, la Iglesia esta haciendo mucho mas que nunca para aliviar el sufrimiento, para saciar el hambre, para prevenir y curar las enfermedades y para bendecir a los necesitados. Aun queda mucho por hacer.

Hermanos, es mi oración que seamos “ejemplo[s] de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”12. Entonces recibiremos la promesa del Señor: “Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin.

Grande será su galardón y eterna será su gloria”13.

En el nombre de Jesucristo. Amen.

  1. 1 Timoteo 4:12, 14, 15.

  2. Véase Gordon B. Hinckley, “Tres asuntos vitales”, Liahona, julio de 1982, pág. 82.

  3. Malaquías 3:8, 10.

  4. Mormon Doctrine [1966], pág. 118.

  5. Isaías 58:7.

  6. History of the Church, tomo 7, pág. 413.

  7. Harold B. Lee, Stand Ye in Holy Places [1974], pags. 366-367.

  8. The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball [1982], págs. 145-146.

  9. Mateo 25:40.

  10. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 208.

  11. Mosíah 4:16.

  12. 1 Timoteo 4:12.

  13. D. y C. 76:5-6.