1990–1999
“Mirad A Vuestros Pequeñitos”
Octubre 1996


“Mirad A Vuestros Pequeñitos”

“Poderosos hombres y mujeres de Dios … muchas veces se vieron solos, actuaron solos, tal como en algunas oportunidades cada uno de nosotros tiene que arreglárselas solo en un mundo que a veces es hostil.”

Reconozco este llamamiento para servir y expreso mi gratitud a los muchos maestros, lideres y amigos que han influido en mi vida. Este llamamiento trae consigo un aumento del amor y el aprecio que siento por mis buenos padres, mi esposa y mis hijos maravillosos, y por el extraordinario ejército de fieles misioneros con los que servimos en la Misión Texas Dallas.

También me hace sentir mas amor y aprecio por la vida y las enseñanzas del Salvador, de las cuales aprendemos los principios que deben gobernar nuestra vida.

Después de Su crucifixión y de Su resurrección, Jesucristo visitó, enseñó y bendijo a los habitantes justos de la antigua América; el Libro de Mormón registra esos gloriosos acontecimientos y se destaca como otro testigo de la divinidad de Jesucristo y de la realidad de Su resurrección. Mientras enseñaba y bendecía a aquellos fieles, les pidió que le llevaran a sus niños pequeños y que los pusieran alrededor de El; después, se arrodilló con ellos y oró diciendo cosas tan admirables y gloriosas que no se pudieron escribir, palabras que llenaron el alma de la gente con un gozo inconcebible. El registro sagrado nos enseña lo que Jesús le dijo a la multitud:

“… Benditos sois a causa de vuestra fe.

“Y ahora he aquí, es completo mi gozo.

“Y cuando hubo dicho estas palabras, lloró, y la multitud dio testimonio de ello; y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.

“Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo;

“y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos” (3 Nefi 17:2023; cursiva agregada).

Cuando dijo a la multitud que mirara a sus pequeñitos, ¿se referiría colectivamente al grupo de niños pequeños? ¿O querría llamarles la atención a las personas -y a nosotros- sobre la naturaleza individual y la importancia de cada uno de esos niños, de cada uno como individuo? Creo que, con Su ejemplo, el Salvador nos enseñó en ese momento el cuidado tierno e individual que debemos dar a cada uno de nuestros niños, en realidad, a cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial. Puede tratarse del irresistible niñito que apenas empieza a andar o del rebelde adolescente, de la apenada viuda o de la mujer agradecida porque tiene una vida buena y feliz; inclusive puede que se trate de uno de los hijos, o del propio cónyuge. Cada uno es un individuo; cada uno tiene su propio potencial divino. Y cada uno debe disfrutar del alimento espiritual y del cuidado físico acompañados del amor, la ternura y la atención individual.

El profeta Lehi exhortó a sus hijos rebeldes, Laman y Lemuel, “con todo el sentimiento de un tierno padre” (1 Nefi 8:37). Y eso es lo que hace el Salvador. Así debe suceder en nuestra familia y en la Iglesia. Moroni se refería a eso cuando dijo que los que eran recibidos en la Iglesia por el bautismo, “eran contados entre los del pueblo de la iglesia de Cristo; y se inscribían sus nombres, a fin de que se hiciese memoria de ellos y fuesen nutridos por la buena palabra de Dios …” (Moroni 6:4). ¡Se les recordaba y nutria uno por uno, persona por persona!

El Salvador nos enseñó ese principio en la parábola de la oveja perdida. Así como el pastor dejó a las noventa y nueve y se fue a buscar a la oveja perdida hasta que la encontró, también nosotros debemos ir a buscar al perdido y continuar la búsqueda hasta que lo hallemos (véase Mateo 18:1214); y una vez que lo hallemos, no demos por terminada la labor hasta que lo traigamos de regreso al reino, regocijándonos ambos. Ese es el objetivo del Evangelio de Jesucristo y debe ser además el de todos los programas y las actividades de la Iglesia: traer a los hijos de nuestro Padre Celestial a Su hogar, traerlos para que se queden en Su hogar.

El Salvador nos enseñó la importancia de la persona, pero nos enseñó también el poder de la persona; nos demostró el poder y la influencia que posee El solo, como nuestro Salvador, Redentor y Juez.

Estaba solo en Getsemaní cuando se ofreció como la ofrenda sagrada en aquel grandioso sacrificio expiatorio, un sacrificio que El selló, al dar Su vida con total abnegación. Su acongojada exclamación al sentir que había quedado solo: “Dios mío, Dios mío, ¿por que me has desamparado?” (Mateo 27:46), nos enseña que, aunque el Padre nunca estuvo muy lejos de Su Hijo Amado, la infinita Expiación tenía que efectuarse por medio del poder de una persona -de una sola persona- el mismo Hijo Unigénito de Dios.

El poder de una sola persona es evidente en todas las Escrituras al contemplar la influencia de un Abraham, de un José, de un Moisés, de Pedro y de Pablo, de un Nefi, de Abinadí, de Alma y de Ammón, de Mormón y de Moroni. Y no olvidemos a Sara, ni a Rebeca, ni a Ester, ni a Ana, ni a Saríah, ni a María ni a tantos otros, incluso no olvidemos a José ni a Emma. Si, aquellos fueron poderosos hombres y mujeres de Dios, pero muchas veces se vieron solos, actuaron solos, tal como en algunas oportunidades cada uno de nosotros tiene que arreglárselas solo en un mundo que a veces es hostil. Pero así como estos valientes siervos del Salvador no estuvieron completamente solos, tampoco lo estaremos nosotros si somos dignos de Su compañía y de la compañía del Santo Espíritu. El Señor hizo esta promesa a sus siervos fieles: “… porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88). Quizás no seamos mas que uno, pero no hay necesidad de que estemos completamente solos.

El poder y la influencia que una sola persona puede tener son extraordinarios. Una de esas personas fue Sarah Ann Meeks el día en que estaba sola en la puerta de su casa, en Inglaterra, hace casi un siglo y medio, haciendo lo que parecía su máximo sacrificio; el padre le salió al encuentro llevándole un pequeño atado de ropa en el que se encontraban algunas de sus pertenencias, y le dijo: “Si te unes a esa iglesia, no vuelvas a pisar mi casa nunca mas”. Lamentablemente, esa fue la ultima vez que ella vio a una persona de la familia. ¿Sola? ¡Si, muy sola! Y podía haberse dado por vencida ante aquel rechazo tan doloroso, tan imposible de imaginar. Pero no lo hizo; amaba al Señor; el Espíritu la había inspirado y sabia que el Evangelio de Jesucristo en su plenitud había sido restaurado en la tierra; sabia que tenía que ser testigo de la veracidad de ese mensaje; sabia que su influencia podía ser importante.

De aquella valiente mujer sola ha surgido una innumerable progenie de fieles Santos de los Últimos Días. Literalmente cientos de sus descendientes han atestiguado por todo el mundo de la realidad de la restauración del evangelio, o sea, del mismo mensaje que ella aceptó encontrándose tan sola. Uno de esos descendientes esta aquí ahora, en este lugar, como testigo especial del Salvador Jesucristo, dando solemne testimonio a todo el mundo de que Dios el Eterno Padre vive, que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, y que a la cabeza de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hay actualmente un amoroso Profeta de Dios, que en todo sentido presta servicio de acuerdo con el sagrado titulo que lleva.

Ese es el testimonio que hoy les dejo. Ruego que tratemos a cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial con amor, con ternura y de manera individual, tal como El quiere que los tratemos; también ruego que estemos conscientes del poder y de la capacidad que cada uno de nosotros tiene de efectuar un cambio para bien y ejercer influencia en el mundo en el cual vivimos. En el nombre de Jesucristo. Amen.