2021
Orando por una vía para encontrar mis registros familiares
Octubre de 2021


Solo para versión digital

Orando por una vía para encontrar mis registros familiares

La autora vive en Virginia, EE. UU.

Mi amiga Shirley, un ángel para mí, me ayudó a encontrar los libros de historia familiar de mis antepasados.

Imagen
persona mirando registros familiares

Fotografía cortesía de la autora

Hace muchos años, sentí que necesitaba hablar con mi abuelo sobre nuestra historia familiar. Cuando visité a mi abuelo, se encontraba débil y frágil. Mi tía me pidió que no lo molestara, así que no le hice preguntas sobre nuestra historia familiar. Unos meses después, me casé y me mudé de Taiwán a Estados Unidos. Lamenté no haber tenido otra oportunidad de hablar con mi abuelo antes de que falleciera. Pregunté a otros familiares sobre nuestra genealogía, pero nadie pudo ayudarme. Me sentí triste y decepcionada de mí misma por haber esperado tanto tiempo para saber del abuelo y por ignorar las impresiones del Espíritu para hablar con él sobre su historia.

Un día, mientras leía mi bendición patriarcal, me impresionó un pasaje que describía cómo yo podía ayudar a realizar una obra maravillosa por mis antepasados fallecidos y por otros que estaban vivos. Pensé: “¿Cómo puedo lograrlo si no sé por dónde empezar?”. Luego leí en Doctrina y Convenios 82:8, 10:

“Y además, os digo que os doy un mandamiento nuevo para que entendáis mi voluntad concerniente a vosotros […].

“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”.

Sentí que el Señor me animaba y oré por una vía a seguir para encontrar los registros de mi historia familiar.

Unos meses más tarde, mientras me encontraba en Shanghai, China, conocí a Shirley Wu, que estaba de visita proveniente de Taiwán. Pronto nos hicimos buenas amigas. Cuando se enteró de que estaba buscando la genealogía de mi familia, me motivó a no darme por vencida. Sugirió que, como punto de partida, debería ir al departamento local de registros domésticos en Taiwán para solicitar direcciones antiguas. “Quizás surja algo”, dijo.

Fui a Taiwán con la esperanza de encontrar el registro de la casa de mi bisabuelo, pero desafortunadamente, ya no existía. Tampoco sabía su lugar de nacimiento ni el nombre de mi antepasado quien llegó por primera vez a Taiwán. A pesar de ese contratiempo, Shirley me dijo que no me preocupara. “Solo ten fe”, dijo. “Dios nos ayudará, y tus antepasados del otro lado del velo también ayudarán”. Unos días después, regresé a Shanghai, esperando y orando por un milagro.

Un domingo por la tarde, Shirley me envió una foto de algunos registros genealógicos. Me preguntó si alguno de los nombres me resultaba familiar.

Quedé atónita. ¡Los nombres de mis antepasados estaban en la página! Cuando le pregunté cómo los había encontrado, me contó la siguiente historia milagrosa:

Estuve pensando en tu genealogía durante varias semanas y sentí que debía ir a la dirección de la casa de tu bisabuelo para visitar el área.

Después de dos horas en el tren de alta velocidad, tomé el autobús a la ciudad de Chi Kan, un lugar en el que nunca había estado antes. Me quedé dormida, y en la última parada el conductor me despertó. Me bajé, miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba en un pueblo de pescadores. Le pedí direcciones a un joven dueño de una tienda que se encontraba al otro lado de la calle. Llamó un taxi y le pidió al conductor que me llevara hasta un lugar donde vivía un anciano. Cuando llegué y le pregunté a ese hombre dónde podía encontrar el registro genealógico del pueblo, me dijo que caminara unas cuadras hasta un templo a la orilla del mar.

En el templo, vi a un grupo de hombres tomando té y conversando. Dijeron que estaban comenzando una reunión anual de la genealogía de la familia Liu Shi para prepararse para una gran conferencia en octubre. Les expliqué que estaba allí para buscar nombres de la familia de mi amiga.

“Por lo general, no hay nadie en este templo”, dijeron. “La puerta está cerrada excepto durante las dos o tres horas en las que llevamos a cabo la reunión anual. Ha tenido mucha suerte de encontrarnos aquí”.

Cuando les dije a los hombres que estaba buscando el nombre de Liu Bei, me dijeron que habían estado recopilando la genealogía de la familia Liu durante años, pero no recordaban ese nombre. Uno de los hombres me ofreció amablemente sus registros genealógicos para que les echara un vistazo. Continuaron su reunión mientras yo buscaba en los registros. Después de unos 10 a 15 minutos, exclamé: “¡Lo encontré!”.

Sorprendidos, dejaron de hablar y tomaron el libro. Les mostré el nombre y me dijeron que provenía del linaje de la familia del Sr. Liu Qiu Shan, quien estaba presente en la reunión ese día. Compré una copia del libro de genealogía, el cual contenía registros remontándose a 26 generaciones y 2460 años de nombres de antepasados en líneas familiares extendidas.

Más tarde, el Sr. Liu Qiu Shan me llevó a la estación de tren. Me dijo que si hubiera llegado una hora antes o al día siguiente, no habría encontrado a nadie ni nada allí. Dijo: “Este lugar siempre está cerrado. Seguramente fue una bendición de los antepasados. Realmente es un milagro”.

Shirley es mi ángel. Está llena del amor de Cristo y siempre está dispuesta a ayudar a llevar a cabo la obra de Dios. Ella es un gran ejemplo de cómo ministrar a los demás. Su disposición a servir ha resultado en grandes bendiciones y en un milagro para cientos de almas. Testifico que existen ángeles entre nosotros, pero debemos tener el deseo de llevar a cabo la obra del Señor para recibir su ayuda. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) dijo: “Crean en ustedes mismos y en la capacidad que tienen de hacer cosas grandes y buenas. Crean que no hay montaña lo suficientemente alta que no la puedan escalar; crean que no hay tormenta tan grande que no le puedan hacer frente”1. Cuando buscamos la guía del Señor, veremos Su mano y los ángeles en nuestras vidas, y podremos lograr lo que Él nos ha pedido que hagamos.

Nota

  1. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Gordon B. Hinckley, 2016, págs. 81–82.