2002
Gente común
octubre de 2002


Gente común

Hace unos años, mi esposo y yo regresábamos a nuestro hogar en Italia procedentes del Templo de Francfort, Alemania; en el coche iba otra pareja y un joven que estaba a punto de ir a la misión. Habíamos disfrutado de una semana maravillosa en el templo, pero mientras volvíamos a casa, mi corazón estaba agitado y no podía imaginarme el porqué.

Mientras todavía estábamos en Alemania, me fijé en que Angelo, mi esposo, dobló en una calle equivocada, pero no queriendo preocupar a los demás pasajeros, no dije nada. De repente, un camión enorme que venía en sentido contrario chocó contra nosotros. La fuerza del impacto hizo que nuestro vehículo girara sin control. Angelo no podía hacer nada; lo único que podíamos hacer era orar.

Finalmente, el coche se detuvo al chocar contra un árbol. Se rompieron todas las ventanas y había cristales por todas partes; hasta mis anteojos se hicieron añicos. De inmediato supe que estaban implicados seis coches más y que algunas de las víctimas estaban en estado grave.

Los paramédicos llegaron deprisa y se llevaron al hospital a mi esposo, al matrimonio que nos acompañaba y a algunas de las otras víctimas. El joven que pronto sería misionero y yo nos quedamos en el lugar del accidente. Me sentía confusa y perdida, dado que estaba en un país extranjero sin mi esposo y sin información alguna de lo que estaba pasando. Así que seguí volviendo el corazón hacia mi Padre Celestial por medio de la oración, y Su respuesta llegó casi de inmediato.

Se acercó un hombre. Era alemán, pero se dirigió a mí en inglés. Aunque no hablo ni inglés ni alemán, pude entenderle cuando se ofreció a llevarnos al hospital, pero como iba en bicicleta, dijo que regresaría a su casa para traer su auto.

Volvíamos a estar solos, pero en pocos minutos se acercó otro hombre. ¡Hablaba italiano! Estaba tan contenta que le abracé y me eché a llorar. Él quería ayudarnos, pero también tenía que ir por su vehículo.

Ambos hombres no tardaron en regresar, metieron nuestras maletas en sus autos y nos llevaron al hospital. El segundo hombre se fue, pero el primero se quedó conmigo todo el día, ayudándome a buscar a mi esposo, a comprar unos anteojos nuevos y a encontrar habitación en un hotel para pasar la noche. Por encima de todo, me dio ánimo y apoyo moral.

Cuando regresó al día siguiente, no pude evitar pensar en la parábola del buen samaritano. Ese hombre, aunque no nos conocía ni a mi marido ni a mí, nos ayudó en esos momentos tan difíciles.

Ese día me puse en contacto con varios miembros locales de la Iglesia. El presidente de misión y el obispo llegaron casi de inmediato. Eran extraños para nosotros, pero en sus rostros vi el amor puro de Jesucristo. Mientras mi esposo y nuestros compañeros de viaje se reponían, los miembros de la Iglesia nos ayudaron, y cada vez que iban a visitarnos, nos traían su amor.

La bendición más importante que recibimos durante esa época de adversidad fue el recordatorio del gran amor de Dios por Sus hijos. Ahora sé por experiencia propia que si confiamos en Él, nunca nos abandonará, sino que estará con nosotros a través de la gente común.

Maria Mabilia es miembro de la Rama Como, Distrito Como, Italia.