2002
Jeremías: Como el barro del alfarero
octubre de 2002


Jeremías: Como el barro del alfarero

La forma en que tiernamente el Señor dio forma a la vida del profeta Jeremías nos recuerda que también puede dar forma a la nuestra.

Su nombre significa “Jehová exaltará” y fue intrépido en su servicio al Señor; a pesar de ello, en su alma el profeta Jeremías padeció mucha angustia.

En algún momento de la primera parte del ministerio de más de cuarenta años de Jeremías en Jerusalén, el Señor le mandó visitar la casa de un alfarero (véase Jeremías 18:1–2). Allí observó cómo éste trabajaba, haciendo girar una rueda con el pie mientras con las manos daba forma a un pedazo de barro húmedo situado en una rueda elevada. La alfarería es una de las actividades más antiguas de la civilización. Jeremías observaba mientras el alfarero descubrió una imperfección en la vasija que estaba haciendo. Le llamó la atención que el alfarero deshiciera la vasija y volviera a empezar a darle forma (véase Jeremías 18:3–4). Entonces, el Señor hizo una pregunta retórica: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?” (Jeremías 18:6). La pregunta también podría haber ido dirigida al profeta.

Él fue el profeta que presenció algunos de los días más tenebrosos de la iniquidad de Israel, pero a pesar de ello reconoció las manos habilidosas del Maestro alfarero, que moldeó su carácter y lo convirtió en una hermosa obra de arte. Los hechos de su vida nos recuerdan la necesidad de depositar toda nuestra vida, sin importar lo difícil que pueda ser, en las manos amorosas del Señor.

Su Llamamiento a Servir

Jeremías nació en la ciudad de Anatot, a unos cinco kilómetros al nordeste de Jerusalén. Su padre, Hilcías, era “de los sacerdotes que estuvieron en Anatot, en tierra de Benjamín” (Jeremías 1:1). Siendo joven, el Señor lo llamó a ser Su profeta: “…a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jeremías 1:7). Al principio se resistió a la confianza que el Señor había depositado en él: “…no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6), pero el Señor era consciente de su potencial: “Antes que te formase en el vientre te conocí… te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5).

De igual modo, el Señor nos conoce a cada uno y nos ha escogido para venir a la vida terrenal en el tiempo y el lugar más adecuado para nosotros, y nos moldea a través de los llamamientos para servir en el hogar o en la Iglesia. Mi esposa y yo aumentamos nuestro aprecio por este principio cuando se nos llamó a presidir la Misión Fidji Suva. No hablábamos inglés con fluidez y mi esposa estaba particularmente desanimada. Al ser apartada, ella recibió una bendición especial referente a este don; estudiaba mucho y practicaba inglés en casa y con los misioneros. Pronto pudo dirigirse en inglés a los misioneros en las conferencias de zona en Fidji, Vanuatu y Kiribati; por otro lado, enseñó francés a los misioneros que servían en Nueva Caledonia. Ella tenía la impresión de que el Señor la había llamado a servir a la gente de ambas lenguas, así que necesitaba hablarlas. Esa experiencia la ha moldeado y bendecido a ella, a nuestra familia y a la gente a la que ha tenido la oportunidad de enseñar, aun cuando su inglés tenga un ligero acento francés.

Su Moldeamiento

Un factor principal del moldeado de la vida de Jeremías fue su flexibilidad, es decir, su disposición para someterse a los mandamientos de Dios, para ser flexible al escoger libre y repetidamente hacer la voluntad de Dios en vez de la suya. La humildad, la obediencia, la fe y el ser libres del orgullo son cualidades del carácter que fomentan la cualidad de ser moldeable. El Maestro alfarero probó con frecuencia la disposición que Jeremías tenía para ser obediente.

En una ocasión, el Señor le mandó a Jeremías que comprara una vasija de barro, que la rompiera delante de los líderes del pueblo y que luego profetizara con audacia: “…Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más” (Jeremías 19:11; véase 19:1–15). Para cumplir con esta asignación de hacer una denuncia tan osada de los líderes gubernamentales, Jeremías tuvo que obedecer con valentía y poner a un lado cualquier interés en su propia seguridad.

Entonces la palabra del Señor vino a Jeremías para convertirse él mismo en una lección. Se le mandó que tomara un listón y unas correas para hacerse un yugo y ponérselo al cuello en presencia del rey Sedequías y del cuerpo diplomático de Jerusalén. ¡Qué espectáculo tan extraño debió haber sido Jeremías ante esos hombres de gran influencia y poder! Jeremías les dijo que si no se inclinaban y servían voluntariamente al rey de Babilonia, como bueyes con un yugo, el Señor los destruiría (véase Jeremías 27:1–11).

En éstas y otras muchas circunstancias, Jeremías fue lo suficientemente moldeable para hacer lo que el Señor le mandaba, sin importar lo peculiar, lo impopular o lo absurdo que hubiera podido parecerle a la gente.

Durante mi servicio como presidente de misión conocí a muchos jóvenes que también demostraron ese tipo de moldeamiento. De visita en Nueva Caledonia, conocí por primera vez a Olivier Pecqueux. Tenía veinticuatro años y prestaba servicio en el ejército. No era activo en la Iglesia y llevaba un estilo de vida mundano, pero el Señor tenía otros planes para él. A petición suya nos reunimos y comentamos su bendición patriarcal; decidió humillarse, arrepentirse y dejar que el Señor moldeara Su vida. Al poco tiempo se le llamó a una misión regular y llegó a ser uno de mis misioneros más capaces. Hoy día asiste a la universidad y recientemente se casó en el Templo de Tahití.

Nuestras decisiones deben, de igual modo, ejemplificar la cualidad moldeable y la esperanza en Cristo tal y como expresó el élder Hugh W. Pinnock (1934–2001), de los Setenta: “Cuando cometemos errores, como los que cometía el antiguo Israel, podemos tomar lo que hemos estropeado y empezar de nuevo. El alfarero no se dio por vencido y tiró el barro… nosotros no debemos perder la esperanza ni menospreciarnos; sí, nuestra tarea es superar nuestros problemas, aceptar lo que tenemos y somos y empezar de nuevo”1.

Las Cosas Que Padeció

Jeremías fue un hombre que vio muchas aflicciones (véase Lamentaciones 3:1). De hecho, el Señor le advirtió en el momento de llamarlo que los reyes, los príncipes y los sacerdotes, y la gente en general, lucharían en su contra. El Señor le prometió: “Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo… para librarte” (Jeremías 1:19). A continuación se encuentran sólo dos de las muchas circunstancias difíciles que Jeremías tuvo que soportar.

Cuando Pasur, el sacerdote encargado de mantener el orden en el recinto del templo, oyó el estruendo que causó Jeremías al romper la vasija de barro y profetizar ante el pueblo, mandó que lo arrestaran, lo azotaran y lo pusieran en el cepo. Al día siguiente mandó que le trajeran a Jeremías, pero éste repitió sin temor las palabras del Señor sobre la inminente destrucción, añadiendo: “Y tú, Pasur, y todos los moradores de tu casa iréis cautivos” (Jeremías 20:6).

Cuando el ejército babilónico sitió Jerusalén, Jeremías transmitió al rey Sedequías y a su pueblo la palabra del Señor de que debían rendirse, lo cual molestó a ciertos oficiales, quienes utilizaron el intento de Jeremías de abandonar la ciudad como pretexto para arrestarlo y encarcelarlo acusado de traición (véase Jeremías 37:6–15).

Jeremías fue arrojado a una cisterna que hacía las veces de mazmorra, para que muriese de hambre. Las cisternas son cavidades en forma de pera excavadas en la roca, cuyo objeto es recoger y almacenar el agua. Con el correr de los años, los sedimentos se habían ido acumulando en el fondo de la cisterna, hasta que era tal la cantidad, que “se hundió Jeremías en el cieno” (Jeremías 38:6). De no ser por el valor y el servicio cristiano de Ebed-melec, un etíope siervo del rey, Jeremías habría muerto sin remedio (véase Jeremías 38:7–13; véase también 1 Nefi 7:14).

Cuando el rey babilonio invadió Jerusalén, Jeremías escogió permanecer con su pueblo en la ciudad, para así continuar proclamando la palabra del Señor a pesar del rechazo constante del pueblo a seguir su consejo. Se cree que Jeremías falleció en Egipto no mucho después de una última apelación a su pueblo para que se volviese al Señor (véase Jeremías 44).

Las cosas que padeció Jeremías fueron algunos de los instrumentos más poderosos del Señor para moldear y purificar su vida. Igualmente, aquello que padecemos y soportamos con paciencia nos servirá de experiencia y puede ser para nuestro bien (véase D. y C. 122:7–8). El élder John B. Dickson, de los Setenta, ha dicho: “Nunca se nos dijo que la vida sería fácil, pero a los que trabajen fielmente… enfrentando toda dificultad con determinación y en la forma apropiada… les prometo que serán bendecidos con sentimientos de felicidad… que [les moldearán y ennoblecerán] y que nunca se [les] quitarán”2.

Vasos de Honor

El 19 de diciembre de 1841, el Quórum de los Doce Apóstoles se reunió en la casa del profeta José Smith. De acuerdo con las minutas tomadas por Wilford Woodruff, “el élder Heber C. Kimball predicó… sobre el barro en las manos del alfarero, en cuanto a que cuando se estropea, es retirado de la rueda y echado de nuevo al molino para ir en la próxima tanda, y que era un vaso de deshonra; pero que todo barro bien formado en las manos del alfarero… era un vaso de honor”3.

Jeremías fue un profeta que en verdad testificó de Cristo (véase Helamán 8:20). El Salvador mismo empleó sus palabras para enseñar y profetizar durante Su ministerio terrenal. Su vida fue un vaso de honor, un ejemplo de servicio, moldeamiento y longanimidad para los santos de hoy día.

También nuestra vida puede ser un vaso de honor, una obra de hermosura en las manos del Maestro alfarero si respondemos a Su llamado, somos moldeables en Sus manos y aprendemos de las cosas que padecemos.

El élder Jean A. Tefan es un Setenta Autoridad de Área que sirve en el Área Islas del Pacífico.

Notas

  1. Véase “Volver a empezar”, Liahona, julio de 1982, pág. 23.

  2. “Nadie nos dijo que sería fácil”, Liahona, enero de 1993, pág. 52.

  3. History of the Church, tomo IV, pág. 478.