1990–1999
Caminando A La Luz Del Señor
Octubre 1998


Caminando A La Luz Del Señor

“De modo que esta noche, mis queridas hermanas, el mensaje que tengo para ustedes, el reto que les doy y mi oración es que se dediquen una vez más al fortalecimiento de sus hogares”.

Mis queridas hermanas, deseo decirles, para comenzar, lo mucho que apreciamos a las mujeres de esta Iglesia. Ustedes son una parte esencial de ella, la parte más importante. No podríamos desempeñar debidamente nuestra función sin ustedes.

Ustedes brindan inspiración, brindan equilibrio. Ustedes constituyen una gran reserva de fe y de buenas obras; ustedes son un ancora de devoción, de lealtad y de logros. Nadie puede negar la importante parte que desempeñan en el progreso de esta obra en toda la tierra. Ustedes enseñan en las organizaciones [auxiliares] y lo hacen tan bien. Su preparación es un ejemplo para todos nosotros. Cada una de ustedes es parte de esta enorme empresa, la Sociedad de Socorro, una gran familia de hermanas, de mas de cuatro millones en numero. En ese número de ustedes en todo el mundo yace el poder de realizar un bien incalculable.

Ustedes son las guardas de los hogares; dan aliento a su marido, enseñan y crían con ternura a sus hijos en la fe. Para algunas de ustedes, la vida es difícil e incluso muy dura; pero apenas se quejan y hacen tanto. ¡Cuánto estamos en deuda con ustedes!

Al hablar de la Sociedad de Socorro, el presidente Joseph F. Smith dijo en una ocasión:

“Esta organización ha sido divinamente establecida, divinamente autorizada, divinamente instituida, divinamente ordenada por Dios para ministrar en bien de la salvación del alma de mujeres y de hombres. Por consiguiente, no hay ninguna organización que pueda compararse con ella … que pueda ocupar el mismo lugar que esta ocupa …

“Hagan de [la Sociedad de Socorro] la primera, la más importante, la mas elevada, la mejor y la mas profunda de todas las organizaciones que existen en el mundo. Ustedes son llamadas por la voz del Profeta de Dios para hacerlo, para ser la más eminente, para ser la más grandiosa y la mejor, la más pura y la mas dedicada al bien …” (Teachings of Joseph E Smith, págs. 164-165).

Al casarse cada una de nuestras hijas y de nuestras nietas, mi esposa les ha hecho un regalo especial; no ha sido una aspiradora ni una vajilla, ni nada por el estilo, sino un cuadro de historia familiar de siete generaciones de su línea materna, hermosamente enmarcado; esta compuesto de fotografías de su tatarabuela, de su bisabuela y de su abuela maternas, y de su madre, de ella misma, de su hija y de su recién casada nieta.

Todas las mujeres de ese cuadro de siete generaciones han trabajado o trabajan en la Sociedad de Socorro. Ese bello cuadro de historia familiar ha llegado a ser un recordatorio constante para las mas jóvenes de esta generación de la gran responsabilidad que tienen, de la gran obligación que tienen de continuar con la tradición de sus madres y de sus abuelas del servicio en la organización de la Sociedad de Socorro.

Ustedes y las mujeres que las han antecedido han caminado en la luz del Señor. Desde el principio ha sido la responsabilidad más importante de ustedes velar por que nadie pase hambre, por que nadie carezca de la ropa adecuada, por que nadie quede sin albergue. Ha sido y sigue siendo responsabilidad de ustedes visitar a las hermanas dondequiera que ellas se encuentren, darles el aliento que necesiten, asegurarles que las quieren y que se interesan en ellas. Es y ha sido la oportunidad de ustedes descorrer la cortina de tinieblas que envuelve a quienes no han recibido alfabetización y llevar a sus vidas la luz del conocimiento al enseñarles a leer y a escribir.

Es y ha sido oportunidad de ustedes relacionarse como hermanas que se aman, se honran y se respetan unas a otras, para llevar las bendiciones de la agradable sociabilidad a la vida de decenas de miles de mujeres que, sin ustedes, se encontrarían en circunstancias muy lóbregas y solitarias.

Escogí un libro la otra noche y leí de nuevo la vida de Mary Fielding Smith, esposa de Hyrum Smith, cuñada de José Smith, madre y abuela de dos presidentes de la Iglesia. Habiéndose convertido a la Iglesia, oriunda de Inglaterra, se traslado a Canadá y luego a

Nauvoo, adonde llegó cuando tenia treinta y tantos años. Allí conoció a Hyrum Smith y se casó con él; él había quedado con seis hijos después de la muerte de su primera esposa.

Mary lo amaba e hizo su vida más plena. De ese modo dio comienzo a una vida que le brindó felicidad sólo para convertirse después en una congoja inmensurable, puesto que yacía ante ella la espantosa y terrible responsabilidad que la lleves de Nauvoo a través de Iowa hasta Winter Quarters y, en 1848, en la larga caminata al Valle del Lago Salado. A los 51 años de edad, estaba agotada, cansada de luchar, y falleció el 21 de septiembre de 1852.

Su vida es la personificación de la mujer de la Sociedad de Socorro de aquella época. En realidad, algunas de las experiencias de ella antecedieron a la fecha de la organización de la Sociedad en 1842.

El hijo de Mary, Joseph, nació en los días en los que al marido de ella se lo llevo a la fuerza la milicia que en aquel entonces aterrorizaba Far West. Hyrum y el profeta José fueron llevados a Liberty, Misuri, donde fueron encarcelados. Bajo las estipulaciones de la orden exterminadora expedida por el gobernador Lilburn W. Boggs, Mary se fue de Misuri con sus hijastros, de los cuales se había responsabilizado, llevando también a su propio hijo. Mercy, su hermana menor, puso a Mary, que se encontraba gravemente enferma, en una cama hecha en la caja de un carromato, y a su bebé en los brazos.

En febrero de 1839, cuando todavía se notaba el invierno sobre el terreno, viajaron hacia el este a través del estado y luego a través de Misisipi, hasta Quincy, estado de Illinois, dando tumbos en un carromato sin resortes que les castigaba en cada bache.

Cuando su esposo y el Profeta escaparon de la Cárcel Liberty y llegaron a Quincy, mejoro la vida nuevamente. Los santos se mudaron a lo que llego a ser Nauvoo y establecieron una hermosa ciudad junto al Misisipi. Pero su paz duró poco. Su hijo tenía menos de seis años cuando golpearon a la ventana una noche y un hombre le dijo: “Hermana Smith, han matado a su esposo”.

Joseph F. nunca olvidó e1 llanto de su madre aquella noche.

El mundo de ella se destrozo. Se encontraba sola con una familia grande que cuidar. En el verano de 1846 se despidieron de su cómoda casa y cruzaron en balsa el Misisipi. Haciéndose cargo ella sola, pudo hacer trueques, obtener prestamos para lograr algunos tiros de bueyes y carromatos.

Mientras vivían en Winter Quarters, ella y su hermano viajaron a lo largo del río Misuri para comprar provisiones y ropa. Tenían dos carromatos con dos tiros de bueyes cada uno. Una madrugada descubrieron que los bueyes se habían ido, y el pequeño Joseph con su tío pasaron toda la mañana buscando los animales perdidos, pero no encontraron nada. Desconsolado, volvió a contárselo a su madre. La situación era desesperada, terrible. Al acercarse la vio de rodillas en oración ferviente, conversando con el Señor sobre el problema. Al levantarse, tenia una sonrisa en su semblante. Le dijo a su hijo y a su hermano que prepararan su desayuno mientras ella los buscaba. Siguiendo un pequeño arroyo y haciendo caso omiso de lo que le dijo un hombre que andaba por los alrededores, se fue directamente a la orilla del río.

Se detuvo, y les hizo señas a su hijo y a su hermano y apuntó hacia los bueyes amarrados a un matorral de sauces que crecían al fondo de un barranco. El ladrón, que había tratado de enviarla en otra dirección, había perdido su botín y los bueyes estaban a salvo.

La fe de Mary se gravó en el joven corazón de su hijo, nunca lo olvidó; nunca dudó de lo cerca que ella se encontraba del Señor.

Todos ustedes saben de la experiencia que ella tuvo cuando uno de sus bueyes, exhausto y desgastado, se dejo caer al suelo para morir cuando venían en viaje hacia estos valles en el oeste. En una mezcla de absoluta desesperación y simple fe, obtuvo aceite consagrado y le pidió a su hermano y a un amigo que administraran al animal. Lo hicieron y, con una fortaleza renovada, el animal se levantó y los llevó durante el resto de su larga jornada.

Así fue la fe, dulce y simple y hermosa que caracterizó la vida de esa mujer. Caminó a la luz del Señor; vivió bajo esa luz; la guió en todas sus acciones. Se convirtió en la luz que guió sus vidas. Ella ejemplificó la tremenda fe de las mujeres de esta Iglesia: las mujeres de la Sociedad de Socorro, que hoy día llevan en mil fronteras la dedicada obra de esta organización extraordinaria.

Hermanas, hoy día se les suma un nuevo desafío. Nunca antes, por lo menos no en nuestra generación, han sido las fuerzas de la maldad tan flagrantes, tan descaradas y tan agresivas como lo son hoy día. Temas de los que no nos atrevíamos a hablar en otros tiempos, ahora entran proyectados en forma constante a la sala de nuestros hogares. Los reporteros y los críticos dejan de lado toda delicadeza para hablar abiertamente de cosas que sólo van a aumentar la curiosidad y van a llevar a la maldad.

Algunos a quienes hemos mirado como nuestros lideres nos han traicionado; nos sentimos defraudados y desilusionados, y sus actividades son sólo parte de un gran problema. En niveles sucesivos bajo esa basura existe una masa de sordidez e inmundicia, un comportamiento de libertinaje y de falta de honradez.

Existe una razón para ello y considero que es simple de definir. Creo que nuestros problemas, casi cada uno de ellos, sale de los hogares de la gente. Si va a haber una reforma, si va a haber un cambio, si se va a hacer un regreso a los valores antiguos y sagrados, se debe comenzar en el hogar. Es allí donde se aprende la verdad, donde se cultiva la integridad, se inculca la autodisciplina y donde se nutre el amor.

El hogar esta siendo atacado; se han destruido tantas familias. ¿Dónde están los padres que deberían estar presidiendo con amor en esos hogares? Afortunada es la mujer que se casa con un hombre bueno, que recibe su amor y que a su vez lo ama a él; un hombre que ama a sus hijos, satisface sus necesidades, les enseña, los guía; los cría y los protege mientras caminan a través de la tormenta de la vida desde recién nacidos hasta la madurez.

En el hogar es donde aprendemos los valores mediante los cuales guiamos nuestra vida. Ese hogar puede ser sumamente sencillo; puede estar en un vecindario pobre, pero con un buen padre y una buena madre, puede convertirse en un hogar de espléndida educación. A mi esposa le gusta citar a Sam Levenson, quien, en uno de sus libros, habla de cuando se crió en una atestada vecindad de Nueva York, en donde el ambiente era todo menos bueno. En esa barriada, su madre crió a sus ocho hijos precoces. Él dijo: “La norma moral de nuestro hogar tenía que ser mas elevada que la de la calle. [Su madre solía decírselo cuando actuaban como si estuviesen en la calle], ‘no están en la calle; están en su hogar. Esta no es una bodega ni un billar. Aquí actuamos como seres humanos’ “ (Sam Levenson, Everything But Money, Nueva York: Pocket Books, 1966, pág. 123).

Si alguien puede cambiar la deprimente situación en la que vamos cayendo, son ustedes. Levántense, hijas de Sión, acepten el gran reto que tienen ante ustedes.

Sobrepónganse a la sordidez y a la inmundicia, así como a las tentaciones que las rodean.

Ustedes, jóvenes solteras, y algunas de las que están casadas, las que están en el mundo del trabajo, permítanme hacerles una advertencia. Ustedes trabajan junto a los hombres; cada vez mas, hay invitaciones para salir a almorzar, aparentemente para hablar sobre negocios; viajan juntos; se hospedan en el mismo hotel; trabajan juntos.

Quizás ustedes no puedan evitarlo, pero si pueden evitar meterse en situaciones comprometedoras. Hagan su trabajo, pero mantengan su distancia. No sean ustedes la causa del quebrantamiento del hogar de otra mujer. Ustedes son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; ustedes saben lo que se espera de ustedes. Manténganse alejadas de aquello que sea una tentación. Eviten la maldad, incluso aquello que tenga apariencia de maldad.

Ustedes, que son esposas y madres, son el fundamento de la familia. Ustedes dan a luz los hijos. Que responsabilidad tan enorme y sagrada. Se me informó que entre 1972 y 1990, hubo 27 millones de abortos en los Estados Unidos solamente. ¿Que le esta sucediendo a nuestro aprecio por la santidad de la vida humana? El aborto es una maldad cruda, real y repugnante que esta arrasando la tierra. Ruego a las mujeres de esta Iglesia que lo rechacen, que lo resistan y que se mantengan alejadas de aquellas situaciones con prometedoras que lo hacen parecer deseable. Quizás existan algunas circunstancias bajo las cuales pueda ocurrir, pero son sumamente limitadas y, en su mayor parte, improbables. Ustedes son las madres de los hijos y de las hijas de Dios, cuyas vidas son sagradas. El protegerlas es una responsabilidad divina que no se puede descartar a la ligera.

Cuiden con amor y cultiven su matrimonio. Resguárdenlo y manténganlo firme y bello. El divorcio se esta convirtiendo en algo tan común, tan desenfrenado, que, según los estudios, en algunos años, la mitad de los que ahora están casados, estarán divorciados. Eso esta sucediendo incluso entre algunos de los que están sellados en la Casa del Señor. El matrimonio es un contrato, es un pacto, es una unión entre un hombre y una mujer, bajo el plan del Todopoderoso. Puede ser frágil; requiere que se le dé cuidado y mucho esfuerzo. Lamento reconocer que algunos esposos son abusivos, otros son crueles, algunos indiferentes y otros malos; se entregan a la pornografía, y acarrean sobre si situaciones que los destruyen, que destruyen a sus familias y que destruyen la más sagrada de todas las relaciones.

Compadezco al hombre que en una ocasión miró a una jovencita a los ojos y sostuvo su mano sobre el altar de la Casa del Señor cuando se hicieron promesas sagradas y eternas el uno al otro, pero que, al carecer de autodisciplina, no cultiva lo mejor de su naturaleza, se hunde en lo ordinario y lo vil, y destruye la relación que el Señor le ha proporcionado.

Hermanas, protejan a sus hijos; ellos viven en un mundo de maldad. Esas fuerzas están a todo su alrededor. Me siento orgulloso de tantos de sus hijos e hijas que viven vidas limpias. Pero me siento sumamente preocupado por muchos de aquellos que gradualmente están siguiendo los caminos del mundo. Nada es de mas valor para ustedes como madres, absolutamente nada. Sus hijos son la cosa más valiosa que ustedes tendrán en esta vida o en la eternidad. Ustedes en verdad serán afortunadas si, al envejecer y al ver a esos seres que trajeron a este mundo, encuentran rectitud en la vida de ellos, virtud en su vivir e integridad en su comportamiento.

Considero que el cuidado con amor y la crianza de los hijos es mas que una responsabilidad de tiempo parcial. Reconozco que a algunas mujeres les es preciso trabajar, pero me temo que hay muchas que lo hacen únicamente para obtener los recursos a fin de tener mas lujos y algunos juguetes más costosos.

Si les es preciso trabajar, tendrán que llevar una carga más pesada. No pueden darse el lujo de descuidar a sus hijos. Ellos necesitan la supervisión de ustedes en sus estudios, al trabajar tanto dentro como fuera del hogar, en el cuidado que únicamente ustedes pueden darles, el amor, la bendición, el aliento y la estrecha relación con una madre.

Por todo el mundo las familias están siendo destruidas. Las relaciones familiares se vuelven tirantes a medida que las mujeres tratan de mantenerse al corriente con los rigores de dos trabajos de tiempo completo.

Tengo muchas oportunidades de trabajar con lideres que censuran lo que esta sucediendo pandillas en las calles de nuestras ciudades, niños que matan niños, que pasan el tiempo haciendo cosas que sólo pueden llevar a la prisión o a la muerte. Hacemos frente a una ola abrumadora de niños que nacen de madres sin marido. El futuro de esos niños queda casi inevitablemente arruinado desde el día en que nacen. Todo hogar necesita un buen padre.

No se pueden construir prisiones en este país lo suficientemente rápido para hacer frente a la demanda.

No vacilo en decir que ustedes, las que son madres, pueden hacer mas que cualquier otro grupo para cambiar esta situación. Todos estos problemas están arraigados en los hogares de la gente. Los hogares destruidos es lo que conduce al quebrantamiento de la sociedad.

De modo que esta noche, mis queridas hermanas, el mensaje que tengo para ustedes, el reto que les doy y mi oración es que se dediquen una vez mas al fortalecimiento de sus hogares.

Hace tres años, en esta misma reunión, leí por primera vez en publico la Proclamación sobre la familia dada por la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles. Espero que cada una de ustedes tenga una copia y que de vez en cuando la lean con cuidado y en espíritu de oración. Expone nuestros grandes conceptos en cuanto al matrimonio y la familia, de un hombre y una mujer, en un vinculo sagrado, bajo el plan eterno del Todopoderoso.

Ahora, para terminar, quisiera recalcar mi honda gratitud, mi profundo agradecimiento, por las mujeres de esta Iglesia y por los maravillosos hijos e hijas a los que enseñan, capacitan y ayudan a tomar su lugar en el mundo. Pero la tarea nunca se acabara, nunca estará completa. Que la luz del Señor brille sobre ustedes. Que el Señor las bendiga en su obra grandiosa y sagrada.