1990–1999
Obedecer La Ley Y Servir … A Nuestro Prójimo
Octubre 1998


Obedecer La Ley Y Servir … A Nuestro Prójimo

“El obedecer los mandamientos del Señor constituye la mejor preparación”

Queridos hermanos, hermanas y amigos, estoy seguro de que se darán cuenta de los sentimientos que tengo al allegarme a este púlpito por primera vez, desde donde se han impartido palabras sagradas de los siervos del Señor.

Mi corazón rebosa de gratitud hacia mi Padre Celestial por las muchas bendiciones de mi vida; hacia el Señor Jesucristo debido a Su amor y a Su Expiación por mí; hacia mi querida esposa, mis hijos y nietos por el amor y el apoyo que siempre he recibido de su parte.

En uno de los muros exteriores de la Academia del Ejército Brasileño, los jóvenes cadetes pueden leer las palabras: “Cadete: tu tomaras el mando. ¡Aprende a obedecer!”. Temprano en la vida, aprendí que la obediencia es una gran virtud, algo esencial para nuestro progreso; no me refiero a la obediencia ciega, sino a la obediencia que nos permite alcanzar un nivel mas elevado y espiritual en la vida al usar nuestro albedrío para llevar a cabo la voluntad del Señor. El profeta José Smith enseñó que “cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130: 21). El presidente Hinckley declaro de nuevo en 1982 que “todas las bendiciones son el resultado de la obediencia a la ley” (¿Quienes son los mormones?, folleto, 1983, pág. 8). El ejemplo más grande de obediencia lo dio el Señor Jesucristo cuando dijo: “… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Algo mas que aprendí en el ejército es que los soldados de mi país no expresan el verbo trabajar al hablar de sus asignaciones; en lugar de eso, pronuncian el verbo servir, lo que les ayuda a recordar su compromiso de servir a su gente y a su país. En el servicio en la Iglesia, esta definición se amplía para incluir un significado más cercano a las enseñanzas del Señor, esto es: servir a Sus hijos doquiera que se encuentren.

Hoy, casi 60.000 misioneros sirven en varios países, la mayoría de ellos lo hacen en entornos muy diferentes a sus lugares de origen. En el Templo de Sao Paulo, tal como en otros templos, muchos hermanos y hermanas están dispuestos a hacer cualquier tipo de sacrificio para servir en la Casa del Señor.

Muchas veces, la gente común que vive a nuestro alrededor nos da el ejemplo más hermoso de obediencia y de servicio. La hermana Ana Rita de Jesús, una anciana viuda que vivía en Anapolis, Brasil, no sabia leer ni escribir y, por esa razón, los misioneros iban a su casa a leerle las Escrituras; era cariñosa y bondadosa, y todos los domingos pedía a los misioneros que la ayudaran a llenar la papeleta de diezmos. Algunas veces, sus diezmos y ofrendas no eran mas que unos pocos centavos; pero ella conocía la ley y quería obedecerla. Después de pagar sus diezmos, caminaba hacia la habitación de la casa alquilada que oficiaba como centro de reuniones, donde se llevaba a cabo la reunión sacramental, y ponía una flor en el púlpito; al hacerlo, servia a sus hermanos y hermanas, y embellecía el lugar donde adorábamos al Señor. Esa hermana nos enseñó, en una forma sencilla, la obediencia y el servicio mediante su fe, porque sabia que el obedecer los mandamientos es la mejor preparación para servir. El presidente Monson nos advirtió en la pasada conferencia general de abril: “obedezcan los mandamientos y sirvan con amor” (véase “En aguas peligrosas”, Liahona, julio de 1998, pág. 51). La hermana Ana Rita de Jesús lo hizo así a lo largo de su vida.

Cuando se me llamó para servir como Autoridad General, tuve una entrevista con el presidente Faust, quien reparó en mi preocupación, ya que me sentía inadecuado para este llamamiento. Con la ternura que lo caracteriza, el presidente Faust me dijo: “Athos, sé tu mismo. Sé tu mismo”. Esa noche, permanecí despierto en la cama pensando en mis nuevas responsabilidades y en las palabras del presidente Faust; y ore. Me pregunté a mí mismo: ¿Quién soy yo?, y la respuesta vino, tan clara y brillante como el amanecer de un nuevo día: Yo soy, como cada uno de ustedes, un hijo de Dios, que desea obedecer al Señor y servir adondequiera que Él me mande para que, de ese modo, sea un mejor hijo de nuestro Padre Celestial y un miembro fiel de la Iglesia de Jesucristo.

Sé que Jesucristo vive y que Él es la cabeza de esta Iglesia. Sé que es nuestro Salvador y Redentor. Sé que José Smith fue el Profeta de la Restauración, y que el presidente Gordon B. Hinckley es el Profeta llamado por el Señor para presidir la Iglesia en la actualidad. De esto doy testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amen.