1990–1999
El Sacerdocio Aarónico Y La Santa Cena
Octubre 1998


El Sacerdocio Aarónico Y La Santa Cena

“Los poseedores del Sacerdocio Aarónico abren la puerta a todos los miembros que participan dignamente de la Santa Cena para que disfruten de la compañía del Espíritu del Señor y del ministerio de ángeles”.

Mis queridos hermanos, agradezco la oportunidad de hablarles esta noche. Dirijo mis comentarios a los jóvenes que poseen el Sacerdocio Aarónico y a los obispos y a los consejeros que presiden sobre ellos. Hablaré sobre las sagradas actividades de los poseedores del Sacerdocio Aarónico al preparar, al bendecir y al repartir el sacramento de la Santa Cena del Señor para los miembros de la Iglesia.

I

El 15 de mayo de 1829, Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico sobre la tierra, al poner sus manos sobre José Smith y Oliver Cowdery y pronunciar estas palabras:

“Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca mas será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud” (D. y C. 13:1).

Mas tarde, el Señor reveló estas verdades adicionales:

“… el sacerdocio menor … tiene la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio,

“el cual es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados (D. y C. 84:26-27).

¿Qué significa que el Sacerdocio Aarónico “tiene la llave del ministerio de ángeles” y “el evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados”? El significado se encuentra en la ordenanza del bautismo y en la Santa Cena. El propósito del bautismo es la remisión de los pecados y el de la Santa Cena es renovar el convenio y las bendiciones del bautismo. Ambos deben ser precedidos por el arrepentimiento. Cuando guardamos los convenios hechos en estas ordenanzas, se nos promete que siempre tendremos Su Espíritu con nosotros. El ministerio de ángeles es una de las manifestaciones de ese Espíritu.

II

El ministerio de ángeles es una de las manifestaciones de ese Espíritu.

Empezamos con la doctrina, según la enseñó el Señor. Durante Su ministerio, Jesús enseñó que el bautismo era necesario para la salvación: “… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). El bautismo es la primera de las ordenanzas de salvación. Cuando nos bautizamos hacemos convenio de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, de servirle y de guardar Sus mandamientos.

A la conclusión de Su ministerio, Jesús introdujo el sacramento de la Santa Cena del Señor. Partió pan, lo bendijo y lo dio a Sus discípulos, diciendo: “… Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mateo 26:26); “… haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Tomó la copa, dio gracias y la dio a ellos, diciendo: “… esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para la remisión de los pecados” (Mateo 26:28).

Cuando el Salvador introdujo la Santa Cena, también impartió enseñanzas y dio promesas en cuanto al Espíritu Santo. En esa sagrada ocasión que conocemos como la Ultima Cena, Jesús explicó la misión del Consolador, que es el Espíritu Santo. El Consolador testificaría de Él y revelaría otras verdades. Jesús también explicó que tenía que dejar a Sus discípulos para que pudieran recibir el Consolador. Cuando yo me vaya, les dijo, “os lo enviaré” (Juan 16:7). Después de Su resurrección les dijo a Sus apóstoles que permanecieran en Jerusalén hasta que recibieran “poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Ese poder vino cuando “la promesa del Espíritu Santo” se “derramó” sobre los apóstoles el día de Pentecostés (véase Hechos 2:33).

En forma similar, cuando el Salvador introdujo la Santa Cena en el Nuevo Mundo, prometió: “… El que come de este pan, come de mi cuerpo para su alma; y el que bebe de este vino, bebe de mi sangre para su alma; y su alma nunca tendrá hambre ni sed, sino que será llena (3 Nefi 20:8). El significado de esa promesa es evidente: “Y cuando toda la multitud hubo comido y bebido, he aquí, fueron llenos del Espíritu” (3 Nefi 20:9).

La estrecha relación que existe entre el participar de la Santa Cena y el compañerismo del Espíritu Santo se explica en la oración revelada de la Santa Cena. Al participar del pan atestiguamos que deseamos tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y recordarle siempre y guardar Sus mandamientos. Al hacerlo, tenemos la promesa de que siempre tendremos Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77).

El disfrutar de la compañía constante del Espíritu Santo es una de las posesiones más preciosas que podemos tener en la vida mortal. Después de nuestro bautismo se nos confirió el don del Espíritu Santo por medio de la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, pero para hacer realidad las bendiciones de ese don, debemos mantenernos limpios de pecado. Cuando cometemos un pecado, nos volvemos impuros y el Espíritu del Señor se aleja de nosotros. El Espíritu del Señor no mora en “templos impuros” (véase Mosíah 2:36-37; Alma 34:35-36; Helamán 4:24), y nada inmundo puede morar en Su presencia (véase Efesios 5:5; 1 Nefi 10:21; Alma 7:21; Moisés 6:57).

Hace algunas semanas utilice una sierra de cadena para cortar un árbol en el patio atrás de mi casa. Fue una tarea sucia y cuando terminé estaba cubierto de una sucia mezcla de aserrín y aceite. No quería que nadie me viera en esas condiciones; deseaba lavarme con agua para poder sentirme cómodo nuevamente en la presencia de otras personas.

Ninguno de ustedes, hombres jóvenes, y ninguno de sus líderes ha vivido sin pecado desde el bautismo. Si no contáramos con alguna provisión para volver a limpiarnos después del bautismo, todos estaríamos perdidos con respecto a lo espiritual.

No podríamos contar con la compañía del Espíritu Santo, y, en el momento del juicio final, estaríamos sujetos a ser “desechados para siempre” (1 Nefi 10:21). Cuan agradecidos estamos de que el Señor haya proporcionado un proceso para que todo miembro bautizado en Su Iglesia pueda limpiarse en forma periódica de la suciedad del pecado. La Santa Cena forma parte esencial de ese proceso.

Se nos ha mandado arrepentirnos de nuestros pecados y venir al Señor con el corazón quebrantado y el espíritu contrito y participar de la Santa Cena en cumplimiento de sus convenios. Al renovar nuestro convenio bautismal de esta forma, el Señor renueva el efecto limpiador de nuestro bautismo. De esta manera, quedamos limpios y podemos siempre tener Su Espíritu con nosotros. La importancia de esto es evidente en el mandamiento que da el Señor de que participemos de la Santa Cena todas las semanas (véase D. y C. 59:8-9).

No podemos exagerar la importancia del Sacerdocio Aarónico en esto. Todos estos pasos vitales correspondientes a la remisión de los pecados se dan por medio de la ordenanza salvadora del bautismo y de la ordenanza renovadora de la Santa Cena. Ambas ordenanzas las llevan a cabo los poseedores del Sacerdocio Aarónico bajo la dirección del obispo, que ejerce las llaves del Evangelio de arrepentimiento y del bautismo y de la remisión de pecados.

III

En una forma estrechamente relacionada, esas ordenanzas del Sacerdocio Aarónico también son vitales para el ministerio de ángeles.

“La palabra ‘ángel’ se utiliza en las Escrituras para referirse a cualquier ser celestial que lleve un mensaje de Dios” (George Q. Cannon, Gospel Truth, sel. por Jerreld L. Newquist, 1987, pág. 54). Las Escrituras relatan numerosas oportunidades en que apareció un ángel en persona. Unos pocos ejemplos son las apariciones angelicales a Zacarías y a María (véase Lucas 1) y al rey Benjamín y a Nefi, el hijo de Helamán (véase Mosíah 3:2; 3 Nefi 7:17, 18). Cuando yo era joven pensaba que tales apariciones personales eran el único significado del ministerio de ángeles. Cuando era un joven del Sacerdocio Aarónico, no pensaba que fuera a ver un ángel y me preguntaba que tendrían que ver con el Sacerdocio Aarónico esas apariciones.

Pero el ministerio de ángeles también puede ser invisible. Los mensajes angelicales se pueden entregar por medio de una voz o por un mero pensamiento o sentimiento que se comunique a la mente. El presidente John Taylor describió “la acción de los ángeles, o mensajeros de Dios, en nuestras mentes, para que el corazón considere … las revelaciones del mundo eterno” (Gospel Kingdom, pág. 31).

Nefi describió tres manifestaciones del ministerio de ángeles cuando recordó a sus hermanos rebeldes que (1) ellos habían “visto a un ángel”, y (2) habían “oído su voz de cuando en cuando” y (3) ese ángel también les había “hablado con una voz apacible” aun cuando ellos habían “dejado de sentir” y no pudieron “sentir sus palabras” (1 Nefi 17:45). Las Escrituras contienen muchas declaraciones mas de que se envían ángeles a enseñar el Evangelio y a traer a los hombres a Cristo (por ejemplo, Hebreos 1:14; Alma 39:19; Moroni 7:25, 29, 31-32; D. y C. 20:35). La mayoría de las comunicaciones se sienten o se escuchan en vez de que se vean.

¿De que manera tiene el Sacerdocio Aarónico la llave para el ministerio de ángeles? La respuesta es la misma que para el Espíritu del Señor.

En general, las bendiciones de la compañía y la comunicación espirituales están disponibles sólo para aquellos que están limpios. Como se explico anteriormente, por medio de las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena del Sacerdocio Aarónico, quedamos limpios de nuestros pecados y se nos promete que si guardamos nuestros convenios siempre tendremos Su Espíritu con nosotros. Yo creo que la promesa no sólo se refiere al Espíritu Santo, sino también al ministerio de ángeles, porque “Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por lo que declaran las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3). Y así es cómo los poseedores del Sacerdocio Aarónico abren la puerta a todos los miembros que participan dignamente de la Santa Cena para que disfruten de la compañía del Espíritu del Señor y del ministerio de ángeles.

IV

Las doctrinas de las que he hablado se encuentran en las Escrituras y por las Escrituras también sabemos que los que ofician en el sacerdocio actúan en representación del Señor (véase D. y C. 1:38; 36:2). Ahora sugeriré la forma en que los presbíteros, los maestros y los diáconos deben llevar a cabo sus sagradas responsabilidades para que actúen en representación del Señor al preparar, al bendecir y al repartir la Santa Cena. No voy a sugerir reglas detalladas, dado que las circunstancias en los diferentes barrios y ramas de nuestra Iglesia mundial son tan diferentes que una regla especifica que pueda requerirse en cierto lugar quizás sea inapropiada en otro. Mas bien sugeriré un principio basado en las doctrinas. Si todos entienden este principio y actúan en armonía con él, existirá muy poca necesidad de reglas. Si se necesitaran reglas o consejos en casos individuales, los lideres locales pueden proporcionarlos, en armonía con las doctrinas y los principios correspondientes.

El principio que sugiero para los que oficien en la Santa Cena -ya sea en la preparación, bendición o repartición-, es que no hagan nada que distraiga a ningún miembro de la adoración y de la renovación de sus convenios. Este principio de no distraer indica otros principios que le acompañen.

Los diáconos, los maestros y los presbíteros siempre deben tener una apariencia limpia y un comportamiento reverente al llevar a cabo sus responsabilidades solemnes y sagradas. Las asignaciones especiales de los maestros en la preparación de la Santa Cena son las menos visibles, pero de todas maneras se deben realizar con dignidad, silencio y reverencia. Los maestros deben recordar siempre que los emblemas que están preparando representan el cuerpo y la sangre de nuestro Señor.

Con objeto de evitar que los miembros se distraigan de la sagrada ocasión, los presbíteros deben pronunciar la oración de la Santa Cena en forma clara y definida. No son aceptables las oraciones pronunciadas a la carrera o las entre dientes que no se pueden oír. Se debe ayudar a todos los presentes a entender una ordenanza y un convenio tan importantes que el Señor prescribió las palabras exactas a pronunciar. Todos deben recibir ayuda para concentrarse en esas palabras sagradas al participar para renovar sus convenios.

Al respecto, deseo compartir una dolorosa experiencia de mi juventud. Cuando era un presbítero de 16 años, estaba empezando un trabajo de media jornada como anunciador de una estación de radio local. Después de ofrecer una oración en la mesa sacramental de nuestro barrio, una amiga que estaba presente me dijo que yo sonaba como si estuviera leyendo un aviso comercial. ¿Se pueden imaginar mi vergüenza? Después de cincuenta años todavía me duele esa reprensión. Hermanos, recuerden la importancia de esas oraciones sagradas. Ustedes están orando como siervos del Señor a nombre de la congregación completa. Hablen para que se les escuche y se les entienda y háganlo con sinceridad.

Los diáconos deben repartir la Santa Cena en forma reverente y ordenada, sin movimientos ni expresiones innecesarios que atraigan la atención. En todas sus acciones deben evitar el distraer a los miembros de la congregación que adoran y hacen convenios.

Todos los que ofician en la Santa Cena, tanto en la preparación como en la bendición y la repartición, deben estar bien arreglados y vestidos con modestia, con nada en su apariencia personal que llame especialmente la atención hacia ellos. Tanto con su apariencia como con sus acciones, deben evitar distraer a cualquier persona de poner toda su atención en la adoración y en los convenios, que son el propósito de esta sagrada ordenanza.

Este principio de no distraer se aplica tanto a las cosas que se ven como a las que no se ven. Si alguien que oficia en esta sagrada ordenanza es indigno de participar, y alguno de los presentes lo sabe, la participación de ese oficiante es una distracción seria para esa persona. Jóvenes, si alguno de ustedes es indigno, hablen con su obispo de inmediato; pídanle que les indique lo que deben hacer para ser dignos de participar en sus deberes del sacerdocio en forma digna y correcta.

Tengo una sugerencia final. Con la única excepción de los presbíteros que estén partiendo el pan, todos los poseedores del Sacerdocio Aarónico deben unirse y cantar el himno sacramental, por medio del cual adoramos y nos preparamos para participar. Nadie necesita mas esa preparación que los poseedores del sacerdocio que oficiaran en el sacramento. Mis queridos jóvenes, es importante que canten el himno sacramental. Les ruego que lo hagan.

El Sacerdocio Aarónico tiene las llaves del “evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados” (D. y C. 84:27). El poder purificador de la expiación de nuestro Salvador se renueva en nosotros al participar de la Santa Cena. La promesa de que “siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros” (D. y C. 20:77) es esencial para nuestra espiritualidad. Las ordenanzas del Sacerdocio Aarónico son vitales para todo esto. Testifico que esto es verdad, y ruego que nuestros hermanos del Sacerdocio Aarónico entiendan la importancia de sus sagradas responsabilidades y que las desempeñen en forma digna. En el nombre de Jesucristo. Amen.