1990–1999
No Estamos Solas
Octubre 1998


No Estamos Solas

“A nosotros se nos ha prometido la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad y, por ende, el privilegio de recibir revelación con respecto a nuestra propia vida”.

Han pasado casi tres años desde que recibí una de esas temidas llamadas telefónicas de muy temprano por la mañana. Mi hermano menor Steve había sufrido un masivo ataque al corazón y había fallecido durante la noche. En un instante, y, sin previo aviso, perdí a mi amigo más leal.

En los días siguientes, las personas que querían mucho a Steve y a su familia se reunieron en casa de ellos, en Colorado. Peto fue después del funeral cuando caí en la cuenta de que siete queridas amigas mías habían hecho el largo viaje desde Salt Lake City para asistir al funeral y de que ninguna de ellas conocía a mi hermano; habían ido sólo para apoyarme a mí. Podrán imaginar la emoción que sentí cuando me rodearon y una de ellas me dijo: “No queríamos que estuvieras sola hoy”. Con palabras y hechos enseñaron un principio divino: No es ni deseado ni bueno que estemos solas.

El dolor de la soledad parece ser parte de la existencia terrenal, pero el Señor, en Su misericordia, ha dispuesto que nunca tengamos que enfrentar solas las dificultades de la vida mortal.

Hace poco pense en eso al encontrarme en una reunión en la que al discursante parecía preocuparle lo difícil que es vivir el Evangelio. Al final de la reunión, me sentía deprimida. Había hecho que el vivir el Evangelio pareciera una condena a trabajos forzados. No es vivir el Evangelio lo difícil, sino la vida en sí. Lo difícil es seguir adelante después de que alguien ha violado los convenios que ha hecho o sus valores. El Evangelio es las Buenas Nuevas que nos proporciona los medios para hacer frente a los errores, a los dolores y a los desalientos que sabemos experimentaremos aquí. El ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días tiene sus privilegios. Estos son unos cuantos: Somos guiados por hombres que poseen el sacerdocio de Dios, la fuerza más poderosa y santa de la tierra. Somos miembros de la Sociedad de Socorro, la única organización para la mujer fundada por un Profeta de Dios. Y en esta ocasión recibiremos las enseñanzas de un Profeta viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, que es el ungido del Señor en estos días. Testifico que él es un profeta en todo el sentido de la palabra y que recibe revelaciones que bendicen a todos los que tienen oídos para oír.

A esos privilegios asombrosos agrego otro más. Nefi enseñó: “… si … recibís el Espíritu Santo, el os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5). ¡Que privilegio y promesa notables! Lorenzo Snow dijo que es el “gran privilegio de todo Santo de los Ultimos Días … recibir las manifestaciones del Espíritu todos los días de nuestra vida … [para] que conozcamos la luz, y no nos arrastremos continuamente en la obscuridad” (en “Conference Report”, abril de 1899, pág. 52). Y su hermana Eliza R. Snow declaró: “Podemos hablar a los [santos] hasta el fin del mundo en cuanto a la insensatez del mundo … y no entenderán. Pero … si los colocamos en la situación de contar con el Espíritu Santo, este será una protección segura contra las influencias externas” (Woman’s Exponent, 15 de septiembre de 1873, pág. 63). A nosotros se nos ha prometido la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad y, por ende, el privilegio de recibir revelación con respecto a nuestra propia vida. ¡No estamos solas!

El Espíritu Santo ensancha nuestra mente, nuestro corazón y nuestro entendimiento; nos ayuda a vencer nuestras debilidades y a resistir la tentación; inspira la humildad y el arrepentimiento; nos guía y nos protege en formas milagrosas; y nos otorga sabiduría, animo divino, paz interior, el deseo de cambiar y la capacidad de distinguir entre las filosofías de los hombres y la verdad revelada. El Espíritu Santo es el ministro y el mensajero del Padre y del Hijo, y testifico de la realidad gloriosa y universal de Ellos y también de la conexión personal que tenemos con Ellos. Sin la presencia del Espíritu, es imposible comprender nuestra misión personal o recibir la seguridad de que seguimos el sendero correcto. Ningún consuelo terrenal puede igualar el que da el Consolador. El presidente Hinckley dijo: “No existe mayor bendición que podamos recibir en la vida que … la compañía del Santo Espíritu” (Conferencia Regional de Boston, Massachusetts, 22 de abril de 1995; cursiva agregada). Y. sin embargo, Brigham Young se lamentó: “Aunque contamos con el Espíritu del Señor para … dirigir[nos]… No obstante, estoy seguro de que, en este aspecto, vivimos muy por debajo de nuestros privilegios” (Deseret News SemiWeekly, 3 de dic. de 1867, pág. 2).

¿Es posible que, en este atardecer de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, en el que Satanás y sus seguidores recorren la tierra inspirando engaño, desánimo y desesperación, nosotros, que hemos sido armados con el antídoto más potente que hay sobre la tierra-el don del Espíritu Santo-, no siempre participemos plenamente de ese don? ¿Somos culpables de hacer espiritualmente lo mínimo y de no dar cabida al poder ni a la protección que están a nuestro alcance? ¿Estamos satisfechas con mucho menos de lo que el Señor esta dispuesto a darnos, y en esencia optamos por apoyarnos en nuestra propia sabiduría aquí en lugar de ser socias de Dios?

Esta es una Iglesia de revelación. Nuestro desafío no es que el Señor nos hable, sino escuchar lo que nos dice. Porque El ha prometido: “… cuantas veces [me has consultado], has recibido instrucción de mi Espíritu” (D. y C. 6:14).

Es imprescindible que nosotras, las hermanas de la Sociedad de Socorro, aprendamos a escuchar la voz del Señor. Sin embargo, me preocupa que con demasiada frecuencia no busquemos la guía del Espíritu. Quizás no sabemos cómo y no hemos dado prioridad al modo de aprender a hacerlo. O somos tan conscientes de nuestras flaquezas personales que no nos sentimos dignas, realmente no creemos que el Señor nos hable, y, por tanto, no buscamos la revelación. 0 hemos permitido que las distracciones y el ritmo de nuestra vida desplacen al Espíritu. ¡Pero que tragedia! Porque el Espíritu Santo nos bendice con optimismo y sabiduría en los momentos difíciles, los cuales simplemente no podemos enfrentar por cuenta propia. No nos extrañe que entre las mujeres rectas Santos de los Ultimos Días una de las tácticas favoritas del adversario sean las ocupaciones: el estar tan preocupadas con el ajetreo de la vida cotidiana que no nos sumergimos en el Evangelio de Jesucristo. Hermanas, ¡no podemos darnos el lujo de no buscar las cosas del Espíritu! Es demasiado grande el riesgo. Demasiadas personas dependen de que seamos madre, hermana, líder y amiga. Una mujer guiada por el Señor sabe dónde buscar las respuestas y la paz. Puede tomar decisiones difíciles y enfrentar con confianza los problemas porque recibe los consejos del Espíritu y también los de sus lideres, quienes también son guiados por el Espíritu.

Por tanto, nuestra responsabilidad es aprender a escuchar la voz del Señor. Un día, al leer las instrucciones que recibió Nefi para construir un barco, pense: “¿Pero cómo entendió Nefi tan claramente lo que el Señor le decía?”. Esa pregunta me llevó a buscar toda evidencia que pudiera encontrar en las Escrituras en cuanto a la comunicación directa entre Dios y el hombre. En cada referencia marcaba con rojo una pequeña x en el margen, y ahora, muchos años después, mis ejemplares de las Escrituras están repletos de equis, y cada una indica que el Señor si se comunica con Su pueblo.

Esto lo he vivido en carne propia. Recuerdo una ocasión en la que una desilusión personal me dejó sintiéndome sumamente sola. Un día, al buscar consuelo en las Escrituras, tuve la impresión de que debía concentrarme en cierto pasaje, el cual me llevó a consultar cientos mas en lo que llegó a convertirse en un periodo de intensa búsqueda. Pero fue tres años después cuando otro pasaje me llamó la atención, y sólo entonces me fue dado comprender lo que el Señor había estado intentando enseñarme todo ese tiempo en cuanto al poder de la Expiación para aligerar nuestras cargas. Algunas de las indicaciones más claras que he recibido se me han manifestado al sumergirme en las Escrituras, las cuales son el conducto de la revelación y nos enseñan el lenguaje del Espíritu.

La facultad de escuchar al Espíritu esta ligada a nuestra disposición de esforzarnos por hacerlo. El presidente Hinckley ha dicho a menudo que la única manera que él conoce de lograr hacer algo es “arrodillarme y suplicar ayuda, y entonces levantarme y poner manos a la obra” (Liahona, enero de 1998, pág. 18). Esa combinación de fe y trabajo arduo es la mejor forma de aprender el lenguaje del Espíritu. El Salvador enseñó: “… bienaventurados son todos los que padecen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo” (3 Nefi 12:6; cursiva agregada). Hambre y sed se traducen como esfuerzo espiritual. El adorar en el templo, el arrepentirnos para ser cada vez más puros, el perdonar y el buscar el perdón, y el sincero ayuno y oración aumentan nuestra capacidad de recibir el Espíritu. El esfuerzo espiritual si surte efecto y es la clave para aprender a escuchar la voz del Señor.

El élder Bruce R. McConkie dijo: “No hay precio demasiado elevado … ni sacrificio demasiado grande, si, a fin de cuentas … disfrutamos del don del Espíritu Santo” (A New Witness for the Articles of Faith, 1984, pág. 253). ¿Qué estamos dispuestas a hacer, que flaquezas y placeres eliminaremos, a fin de contar con la compañía constante del Espíritu Santo como nuestro protector y guía personal?

Es una pregunta digna de formularse, porque debemos hablar claro El adversario se deleita en separar del Espíritu a las hermanas de esta Iglesia, porque él sabe lo vitales que son nuestra influencia y nuestra presencia en el reino de Dios de los últimos días.

¿Dónde puede la gente de la tierra encontrar mujeres virtuosas e integras, mujeres que son faros de bondad porque su faz irradia la luz de Cristo? Entre nosotras, las hermanas de la Sociedad de Socorro. Esto no es una exageración, sino es nuestro mandato. En ninguna otra parte existe un grupo de mujeres con el que el Señor cuente mas que con nosotras: mujeres que oímos, y que escuchamos y obedecemos, la voz del Señor. ¡El Señor ama a las mujeres de esta Iglesia! Y El cuenta con que las mujeres de esta Iglesia, en todo el mundo, ejerzamos la influencia que sólo nosotras podemos ejercer.

Esta ultima primavera pase un día en Siberia. Al entrar en la sala alquilada para reunirme con las hermanas, el Espíritu me inundó por completo. Supe que estaba en presencia de mujeres amadas por el Señor: nuestras hermanas pioneras de Rusia. Me pregunte si eso se habría sentido en presencia de Emma Smith y de Eliza Snow en Nauvoo, y no fui yo la única que lo sintió. Casi al finalizar la reunión, la hermana Efimov, esposa del presidente de misión, se inclinó hacia mí y, con las pocas palabras que sabia en ingles, me susurró: “Muy Espíritu Santo”. ¡Ya lo creo! El Espíritu sencillamente no puede ser restringido entre las mujeres rectas que se esfuerzan al máximo.

En este siglo tendremos sólo una reunión general mas de la Sociedad de Socorro. El Señor ha confiado lo suficiente en nosotras para mandarnos a la tierra durante esta época fundamental de la historia del mundo. Debemos levantarnos como las mujeres que nos preparamos para ser a lo largo de eternidades de capacitación preterrenal. No podemos darnos el lujo de ser menos de lo que somos capaces de ser ni de despreocuparnos de buscar los dones del Espíritu.

Pero somos capaces de hacer frente al desafío. Esta noche, decida cada una de nosotras que nada se interpondrá entre nosotras y el Espíritu del Señor; volvamos a dedicarnos a progresar espiritualmente y a esforzarnos un poco mas por buscar la inspiración del cielo para guiarnos. El Espíritu Santo es quien nos guía hasta el Señor, quien nos une a Él y quien irrevocablemente sella nuestro testimonio de Él.

Yo sé que Dios es nuestro Padre, que Jesucristo es nuestro Redentor y que Ellos han preparado el camino para que nunca tengamos que estar solas. Que así como mis amigas me acompañaron cuando tuve gran necesidad de recibir apoyo, del mismo modo nos acompañe el Espíritu Santo para fortalecernos y guiarnos. Ruego que nos esforcemos con todas las energías de nuestra alma por escuchar y obedecer la voz del Señor a fin de que podamos hacer lo que se nos ha enviado aquí a hacer. En el nombre de Jesucristo. Amen.