1990–1999
“Honra a tu padre y a tu madre”
Abril 1991


“Honra a tu padre y a tu madre”

“El mandamiento de honrar a nuestros padres es la fibra básica del evangelio y de nuestra relación con Dios nuestro Padre”.

Desde la pasada conferencia de octubre, muchos hemos tenido altibajos emocionales debido a la guerra del Golfo Pérsico; conflicto que cambió la vida de un gran numero de Santos de los Últimos Días. En el campo de operaciones militares, mas de 140 grupos formados por nuestros miembros brindaron liderazgo, apoyo espiritual y hermanamiento a los santos que estaban prestando servicio militar. Durante esa crisis, en los países involucrados, muchas familias se vieron separadas y vivieron con gran angustia. Hoy rendimos tributo a los lideres de la Iglesia y a los miembros que soportaron la pesada carga adicional de cuidar a las familias de nuestros combatientes y que, en muchos casos, todavía lo siguen haciendo.

Los lideres de estaca, barrio, quórumes y de la Sociedad de Socorro, como en tiempos de antaño, fueron y siguen siendo ejemplos de servicio y amor.

Durante esta crisis, compartimos el dolor de los que vivieron oprimidos y en peligro en ambos lados del conflicto. Cada semana en reuniones de los consejos directivos y en todas las capillas y los hogares, al igual que en reuniones privadas y publicas en toda la Iglesia, pedimos por el bienestar y la protección de los integrantes de las fuerzas armadas. También rogamos por que la guerra fuera corta y por que el numero de muertos y heridos fuera lo mas bajo posible.

Nuestras oraciones fueron contestadas, y en esta ocasión en que el presidente de la nación ha proclamado un período nacional de agradecimiento, nos unimos a millones de personas de todas las afiliaciones religiosas en acción de gracias a nuestro misericordioso Padre Celestial. Extendemos nuestro amor y un sentido pésame a las familias que perdieron seres queridos y continuamos orando para que los lideres encargados de mantener la paz y de devolver a prisioneros y rehenes, lo hagan con sabiduría y éxito; para que así, empiecen a cicatrizarse las heridas causadas por la guerra.

Hace miles de años, en una montaña al otro lado de la península arábica donde se realizó la guerra, el Dios de Israel dio a su pueblo diez mandamientos. El quinto de ellos que se recibió por intermedio de Moisés dice:

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).

Esta mañana quisiera hablar acerca de honrar a nuestros padres y ancianos.

El mandamiento de honrar a nuestros padres es la fibra básica del evangelio y de nuestra relación con Dios nuestro Padre y encierra el destino divino de los hijos de Dios. Este mandamiento se refiere al gobierno familiar el cual es modelo del gobierno celestial.

El mandamiento de honrar a nuestros padres hace eco al sagrado espíritu de las relaciones familiares, las cuales deben ser expresiones sublimes de amor e interés mutuos. Nos damos cuenta de la importancia de estas relaciones al comprender que nuestras expresiones de gozo o de dolor en esta vida mortal las causan los miembros de nuestra familia.

Expresiones adicionales de este mandamiento abarcan el tener hijos y criarlos, la preparación de las historias familiares y los esfuerzos de asegurarnos de que las ordenanzas de la eternidad se efectúen por nuestros antepasados.

Durante Su ministerio terrenal, el Salvador recalcó la importancia del quinto mandamiento. A los escribas y fariseos, les recordó que se nos ha mandado honrar a nuestro padre y a nuestra madre, y que Dios había dicho que quien los maldijera debía sufrir la pena de muerte (véase Levítico 20:9; Deuteronomio 21:18-21; Mateo 15:4; Marcos 7:10). En la actualidad, el no honrar a nuestros padres no se paga con la pena capital en ninguno de los países que yo conozco; sin embargo, el mandato divino de honrar a nuestro padre y a nuestra madre nunca ha sido abrogado (véase Mosíah 13:20; Mateo 19:19; Lucas 18:20).

Al igual que muchos otros pasajes

de las Escrituras, este mandamiento tiene varios significados.

Para los jóvenes, honrar a nuestros padres esta debidamente entendido como ser obedientes, respetuosos y seguir su ejemplo. El apóstol Pablo recalcó esta enseñanza cuando dijo: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo [creo que se refirió a todo lo justo], porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20).

El presidente Spencer W. Kimball combinó las ideas de obedecer y de imitar a los padres en estas palabras:

“Si en verdad honramos [a nuestros padres], trataremos de imitar sus mejores cualidades y de cumplir con sus mas altas aspiraciones. No hay tesoro material que para los padres pueda compararse en valor, como una expresión simple y sincera de agradecimiento. No hay nada que podamos darles que sea de mayor valor que el que cada uno de sus hijos viva vidas rectas (The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, pág. 348).

Jóvenes, si honráis a vuestros padres, los amaréis, los respetaréis, confiaréis en ellos, seréis considerados, les expresaréis aprecio y todo esto lo demostraréis siguiendo sus justos consejos y obedeciendo los mandamientos de Dios.

A quienes tengan padres fallecidos, el honrarlos es muy posible que incluya el mantenerlos vivos en la memoria, recordando los momentos que pasaron con ellos, llevando a cabo reuniones familiares, escribiendo sus historias, realizando por ellos la obra del templo y comprometiéndose a seguir las buenas enseñanzas que les dejaron.

Es muy posible que para las personas mayores el honrarlos signifique cuidar de sus padres ancianos. En un mensaje que el presidente Ezra Taft Benson dio hace año y medio, instó a las familias “a dar a los padres y abuelos que estén ancianos, el amor, el cariño y la atención que se merecen”. El dijo:

“Recordad, los padres y los abuelos son nuestra responsabilidad, y debemos cuidarlos lo mejor que podamos. Cuando los ancianos no tengan familia que les cuide, los lideres del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro deben hacer todo lo posible por suplir sus necesidades con todo amor” (“A la gente mayor de la Iglesia”, Liahona, enero de 1990, pág. 6).

En los últimos años hemos visto gran aumento de ancianos en nuestra población. Un estudio reciente calculó que en diez años mas una séptima parte de la población de los Estados Unidos, unos 35 millones de personas, serán mayores de 65 años. En ese entonces, unos cinco millones serán mayores de 85 años. (Véase “Consumer Issues and the Elderly”, Deseret News, mayo 7 de 1990, pág. C-1.)

De vez en cuando, líderes de la Iglesia oyen que hijos que aparentemente son buenos Santos de los Últimos Días, son negligentes y hasta indiferentes para con sus ancianos padres. Algunos hasta les han sugerido que distribuyan sus propiedades y luego los ponen en instituciones donde cuidan a ancianos, en las cuales a veces no reciben el cuidado adecuado y donde las visitas y las expresiones de amor de esos hijos van mermando cada vez mas. Yo creo que contra esta practica estaba hablando el profeta Isaías cuando en forma de mandato dijo: No te escondas de los de tu propia sangre (véase Isaías 58:7).

La mejor manera de cuidar a los ancianos es preservar su independencia hasta donde sea posible. El presidente Benson lo expresó de esta manera:

“Aun cuando los padres envejecen, debemos honrarlos permitiéndoles la libertad de elegir y de ser tan independientes como sea posible. Dejémosles tomar decisiones que todavía puedan tomar. Algunos padres saben cuidar bien de si mismos aunque sean muy ancianos, y muchos querrían hacerlo. Cuando ellos puedan, dejémoslos que lo hagan.

“Si ellos llegaran a un punto en que no pudieran vivir solos, quizás se necesite la ayuda de la familia, la Iglesia y los recursos de la comunidad. Cuando los ancianos no puedan cuidar de si mismos, aun con la ayuda de otras personas, si fuera posible, se les debe cuidar en la casa de un miembro de la familia. En estos casos, quizás se necesiten recursos de la Iglesia y de la comunidad” (“A la gente mayor de la Iglesia”, Liahona, enero de 1990, pág. 7).

Cuando a los padres ancianos que no pueden vivir solos se les invita a vivir con sus hijos, se les mantiene en el mismo circulo familiar, permitiendo que los lazos que unen a los miembros de la familia se fortalezcan. Cuando uno de los padres viva en la casa de alguno de sus hijos, los demás hermanos deben compartir la carga y las bendiciones que implica esta situación.

Cuando no sea posible que a los padres se les cuide en casa de uno de los hijos y haya necesidad de recluirlos en una institución médica o para ancianos, los hijos deben recordar que en esos lugares sólo les proporcionan a las personas lo esencial para la salud física. Los miembros de la familia deben

visitarlos regularmente y proporcionarles el apoyo espiritual y emocional y el amor que debe continuar en la relación familiar durante esta vida y por la eternidad.

En algunos países donde viven nuestros miembros, la obligación de cuidar a los padres ancianos se toma con mas seriedad que en los Estados Unidos. Por ejemplo, en Asia esa es la costumbre. Sin embargo, en América del Norte la mayoría de las personas también sienten que esa es su obligación. En una encuesta nacional reciente, seis de cada diez ancianos dijeron que sus hijos los visitaban semanalmente y un 15% de ellos afirmó hablar con sus hijos por lo menos semanalmente. Las dos terceras partes de los entrevistados esperaban cuidar a sus padres cuando estuvieran ancianos (Deseret News, ibíd.).

Los Santos de los Últimos Días se distinguen por cuidar a los padres en edad avanzada y a los ancianos en general. Mi familia ha sido un ejemplo maravilloso de esta gran virtud y también varios de mis amigos y conocidos. Muchas de nuestras Autoridades Generales, junto con sus respectivos cónyuges, nos han dado un gran ejemplo al cuidar a sus padres ancianos con el amor filial que se merecían.

Durante mi niñez en un pueblito de Utah, recuerdo que mi abuela estaba encargada de proporcionar alimento, transportación, entretenimiento y de ayudar en lo que necesitara a un grupo de ancianos del lugar. Como consejera de la presidencia de la Sociedad de Socorro de la estaca, ella estaba planeando la celebración del “día del anciano”.

Quizás muchos de vosotros no hayáis oído hablar de esta celebración que fue famosa entre los mormones de Utah. Empezó en 1875 cuando Charles R. Savage, fotógrafo pionero, persuadió al Obispo Presidente, Edward Hunter, que señalara un día para honrar a los ancianos. En la primera celebración se invitó a los ancianos a un paseo por las playas del Lago Salado, situadas al oeste de la ciudad. Como recuerdo de tan memorable acontecimiento, se construyó en la esquina sureste de la manzana del templo un monumento para honrar esa ocasión.

El día del anciano se celebraba en casi todos los pueblos de Utah y a los ancianos de setenta años y mayores se les agasajaba con viajes, refrescos y otros regalos. Aunque esta fiesta estaba a cargo de los lideres y miembros de la Iglesia, se estipuló que “nadie seria excluido por ser de otra religión y que el mayor de los presentes seria el invitado de honor, fuera blanco, negro o de cualquier creencia religiosa” (citado en la obra de Joseph Heinerman, “The Old Folks Day: A Unique Utah Tradition”, Utah Historical Quarterly, 53 [Spring 1985]; 158) .

El comité encargado de esta celebración se disolvió en 1970, y la responsabilidad de honrar a los “ancianos” recayó en los presidentes de estaca de la Iglesia. Desde entonces el numero de ancianos ha aumentado en nuestro medio, mas no así los honores que les corresponden. Afortunadamente, los adelantos de la ciencia médica han sido muy positivos para los ancianos, mejorando así su participación en asuntos eclesiásticos, comunitarios y sociales. Mas la necesidad de honrar, especialmente a nuestros padres, no cesara.

Al quinto mandamiento con frecuencia se le refiere como al primer mandamiento con una promesa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12) . He pensado en la relación que existe entre el mandamiento y la promesa y me he preguntado: ¿En que forma el honrar a nuestros padres prolongara nuestra vida?

Durante casi cuarenta años de matrimonio, me he fijado en algo que explica un poco la forma en que se cumple esa promesa.

A principios de nuestro matrimonio, pase muchas horas felices en el hogar de Charles y True Dixon, los padres de mi esposa. Fue allí que conocí a su abuelita, Adelaide White Call, ya viuda y de ochenta y cinco años, quien había sobrevivido lo que gente de edad avanzada llamaba, “el éxodo”. Ella había estado entre los valientes miembros que en 1912 fueron expulsados del norte de México. Aunque sus hijos vivían en distintas ciudades de los Estados Unidos, todos colaboraron con lo necesario para que viviera cerca de la casa demi esposa en el estado de Utah.

En mis visitas podía ver la forma tan amorosa en que sus hijos la trataban. La visitaban con frecuencia y la madre de mi esposa se comunicaba con ella todos los días y a menudo la traía a la casa. La invitaban a todas las celebraciones familiares y era admirable el respeto con que la trataban. Cuando enfermaba, la cuidaban con esmero.

Yo pensaba para mis adentros: Estos hijos en verdad honran a su madre.

Esta experiencia la viví hace como cuarenta años, y ahora se ven los resultados. Veo que mi esposa y sus hermanos honran a su madre de la misma manera que ella lo hizo con la suya. Afortunadamente, True Dixon goza de buena salud y no requiere el cuidado que su madre necesitaba. Aun así sus hijos están pendientes de ella, la llaman con frecuencia y la incluyen en todas las actividades familiares a las que ella desee asistir. Creo que sus días serán muchos aquí en la tierra por el cuidado que sus hijos le dan; ellos aprendieron a honrarla por el ejemplo que les dio al honrar a su propia madre.

Estoy agradecido por este ejemplo y principio, en particular, cuando contemplo el efecto que en mis hijos tendrá el ejemplo que su madre les ha dado. Se que llegara el momento en que se prolongaran los días de vida de mi esposa, por el cuidado que sus hijos le dan al hacer lo que ella hizo por su propia madre. Sin duda alguna, el buen ejemplo se repite de generación en generación, la rectitud ilumina y un buen acto trae consigo su propia recompensa. Como dijo el Señor: “El que hiciere obras justas recibirá su galardón, si, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23).

Algún día nos juzgara el Señor Dios de Israel, quien nos mandó honrar a nuestros padres. Ruego que nuestra conducta hacia nuestros padres sea tal que aparezcamos sin mancha ante Dios en aquel día. En el nombre de Jesucristo. Amén.