1990–1999
La paz interior
Abril 1991


La paz interior

“A pesar de las funestos condiciones del mundo y de los problemas personales que acosan a cada persona, la paz puede ser. una realidad”

Últimamente, el tema de la paz ha ocupado un lugar muy prominente tanto en la vida como en el pensar de las personas en todo el mundo; además, cuando la paz mundial se vio amenazada, muchos países se vieron involucrados en la guerra. Las noticias mostraron vivas imágenes del sufrimiento y la destrucción tan terribles ocasionadas por este conflicto y de la gran confusión que ha ocasionado entre las personas. La guerra causa ansiedad profunda e interrumpe la vida familiar, los trabajos y los estudios, y emplea recursos que podrían utilizarse en causas mas loables y que beneficiarían al mundo. Estamos agradecidos de que la guerra del Golfo Pérsico haya terminado mas rápido y con menos bajas de lo que se esperaba. Nuestro corazón se llena de compasión al contemplar a familias que, en los distintos bandos, perdieron a seres queridos, así como al ver las víctimas inocentes, especialmente los niños. Ahora pedimos que exista una paz duradera para que los hombres conviertan “sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces” y no se adiestren “mas para la guerra” (véase Isaías 2:4).

En las Escrituras, paz significa verse libre de conflicto, contención o guerra, o la calma interior y el consuelo que da el Espíritu, el cual es un don de Dios a todos Sus hijos y trae al corazón sosiego y serenidad. El diccionario define la paz como un estado de tranquilidad o sosiego, tranquilidad del alma y concordia en las familias.

Mientras anhelamos la paz, vivimos en un mundo lleno de miseria, hambre, dolor, angustia, soledad, enfermedad y tristeza. Vemos el divorcio en todo su apogeo, con las penas y la angustia que causa, sobre todo entre los niños inocentes que están de por medio. Los hijos desobedientes llenan de dolor y de angustia a los padres. Los problemas económicos causan zozobra y la perdida del autorrespeto. Seres queridos cometen pecado y en la abominación se olvidan de sus convenios y andan “por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio Dios” (D. y C. 1:16).

El valor de la paz interior es incalculable. Cuando gozamos de paz, desaparecen la preocupación y el temor, pues sabemos que con la ayuda del Señor podemos hacer todo lo que se espera o se requiere de nosotros. Podemos enfrentar cada día. cada deber y cada desafío con seguridad y confianza en los resultados. Somos libres para pensar y actuar, y para ser felices. Aun los prisioneros de guerra, encarcelados durante mucho tiempo, pueden tener paz mental. Muchos de ellos se han dado cuenta de que sus capturadores no pueden privarlos de la libertad de pensar, aun cuando se encuentren bajo las mas severas restricciones. Son pocas, si es que las hay, las bendiciones de Dios que tienen mas valor para nuestra salud espiritual que la recompensa de la paz interior. En una revelación que el Salvador ha dado en nuestra época actual, ha dicho: “Aprended, mas bien, que el que hiciere obras justas recibirá su galardón, si, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23).

A pesar de las funestas condiciones del mundo y de los problemas personales que acosan a cada persona, la paz puede ser una realidad, y, en medio de la turbulencia de la vida, podemos gozar de la calma y la serenidad. El que logremos la armonía interior dependerá de la relación que tengamos con nuestro Salvador y Redentor Jesucristo y de nuestra disposición para seguir Su ejemplo obedeciendo los principios que nos ha dado. El nos ha hecho esta invitación: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;

“porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).

Las palabras: “Calla, enmudece” (Marcos 4:39) que El pronuncio al calmar el violento mar, pueden tener la misma influencia en nosotros cuando nos abofeteen las tormentas de la vida. Durante la fiesta de la Pascua, el Salvador enseñó a Sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe

vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Al referirse a las enseñanzas que dio a Sus discípulos, Jesús dijo: “Estas cosas os he hablado pata que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

En su epístola a los Romanos, Pablo nos dio una clave para encontrar la paz que prometió el Salvador. El dijo: “… el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6).

La madre de una numerosa familia aprendió a encontrar paz cuando aceptó la invitación del Salvador de ir a El para hallar descanso. Durante su vida obedeció todos los mandamientos y tuvo fe en el Señor Jesucristo. Entonces empezó a hacer todo lo que estaba a su alcance por resolver los problemas y hacer frente a los de s años que se le presentaban, y, cuando se sentía desfallecer, echaba sus cargas sobre el Señor y dejaba en Sus manos los resultados.

El presidente David O. McKay dijo: “La paz de Cristo no se encuentra buscando lo superficial de la vida, y solo se logra cuando sale del corazón”. Luego añadió: “La paz se obtiene mediante la obediencia a los principios del Evangelio de Jesucristo … Nadie puede tener paz interior ni estar en paz con Dios cuando a sabiendas hace lo incorrecto, cuando quebranta la ley dejándose llevar por la pasión y los apetitos, y cuando, desobedeciendo la voz de la conciencia, se deja llevar por la tentación y ni es digno de la confianza de sus semejantes. El que quebranta la ley no tiene paz, pues esta se recibe al obedecerla . Este es el mensaje que Jesús quiere que proclamemos al mundo” (en Conference Report, octubre de 1938, pág. 133).

La vida terrenal es un período probatorio en el que se nos da la oportunidad de tomar decisiones. Dos fuerzas poderosas tiran en direcciones contrarias; una es la del poder de Cristo y Su justicia y la otra es la de Satanás y los espíritus que le siguen. El presidente Marion G. Romney dijo: “La humanidad … debe decidir a cual de las dos seguir. La recompensa de una es el fruto del Espíritu: la paz; mientras que la de la otra son las obras de la carne: lo opuesto a la paz”. Luego añadió: “El precio de la paz es la victoria contra Satanás” (Ensign, octubre de 1983, págs. 4, 5). Nosotros podemos saber cual de las dos seguir porque Dios nos ha dado el Espíritu de Cristo para distinguir el bien del mal y para protegernos contra el pecado (véase Moroni 7:15-18). A veces nos referimos al Espíritu de Cristo como a nuestra conciencia. Si seguimos sus indicaciones podemos librarnos del pecado y tener paz. Si no lo hacemos, sino que permitimos que los apetitos de la carne nos controlen, nunca conoceremos la paz verdadera y seremos arrojados “como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto … No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:20-21). Si dañamos o violamos nuestra conciencia no haciéndole caso, podemos perder ese don porque ya no lo podemos percibir; en ese caso, dejaremos de sentir y estaremos fuera del alcance de la influencia de ese Espíritu (véase 1 Nefi 17:45; Efesios 4:19).

Aunque aborrecemos la guerra, la paz casi siempre ha sido mas un sueño que una realidad. Durante la mayor parte de la historia del mundo, los conflictos y la disensión siempre han florecido y han desplazado la paz. Cuando ha reinado la paz, ha empezado en el corazón de personas obedientes y justas, propagándose gradualmente hasta abarcar toda una sociedad. Las Escrituras hacen referencia a por lo menos dos períodos de paz absoluta y sabemos que todavía habrá un tercero (véase Marion G. Romney, “El precio de la paz”, Liahona, febrero de 1984, págs. 1-8).

El primero de esos períodos ocurrió con el pueblo de Enoc antes del gran Diluvio. Ellos continuaron en la senda de la rectitud y “el Señor vino y habito con su pueblo” porque eran justos, y “llamo SIÓN a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia”. Y edificaron “una ciudad que se llamo la Ciudad de Santidad, a saber, SIÓN”, la cual “con el transcurso del tiempo … fue llevada al cielo” (véase Moisés 7:16-21).

El segundo período de paz siguió al ministerio de Jesús resucitado entre los nefitas. Ellos eliminaron de su vida todo lo malo y obtuvieron el fruto del Espíritu. El Libro de Mormón dice: “… los discípulos de Jesús habían establecido una iglesia de Cristo … Y cuantos iban a ellos, y se arrepentían verdaderamente de sus pecados, eran bautizados en el nombre de Jesús; y también recibían el Espíritu Santo” (4 Nefi 1:1). Por consiguiente, “no había contiendas ni disputas entre ellos” (v. 2), “a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo. Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias …” (vs. 15-16). “… eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios” (v. 17), “y obraban rectamente unos con otros” (v. 2) y “no podía haber un pueblo mas dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios” (v. 16).

La paz prevaleció entre los nefitas casi dos siglos; después, algunos se apartaron de las enseñanzas de Jesucristo y se volvieron orgullosos e inicuos. Después de otros dos siglos, la nación nefita, que había disfrutado de ese largo tiempo de paz perfecta, se destruyo a si misma en una cruel guerra civil.

El tercer período de paz perfecta vendrá durante el Milenio. “Y Satanás será atado, para que no tenga cabida en el corazón de los hijos de los hombres” (D. y C. 45:55). Al vivir el Evangelio de Jesucristo, los justos, debido a su rectitud, echaran a Satanás de entre ellos. Anhelamos la llegada de ese día de paz y justicia universal, cuando Cristo reinara sobre la tierra.

En esos tres ejemplos vemos que la paz, ya sea en una ciudad, una nación u otra sociedad, surge del corazón de las personas que guardan los preceptos del evangelio.

En la vida del profeta José Smith vemos un ejemplo de paz individual

en medio del conflicto y la contención. Hacia el final de sus días, su vida se vio envuelta en gran tribulación causada por personas sin escrúpulos, acusaciones falsas y conspiraciones contra su vida. No obstante, pocos días antes de su muerte, el dijo: “… me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres” (D. y C. 135:4). Su paz interior lo sostuvo en medio de la gran adversidad, incluso su propio martirio.

La paz, mas que un gran ideal, es un principio practico que con un esfuerzo consciente puede ser parte normal de todo aspecto de nuestra vida. Uno de los hábitos que impide que haya paz interior es la desidia, pues embota nuestra mente con asuntos inconclusos y nos hace sentir inquietos mientras no terminemos lo que tengamos que hacer. En nuestros llamamientos, sentimos paz cuando los cumplimos a su debido tiempo en vez de esperar hasta el ultimo momento. Eso ocurre también con el asistir al templo a menudo, con las asignaciones de maestros orientadores y de maestras visitantes, al preparar lecciones y discursos, y otras asignaciones.

¿Puede haber paz en el corazón de alguien que es infiel, aun en lo mas mínimo, a sus votos matrimoniales? ¿Cuanta angustia mental resulta de una mentirita, un engaño, o de robar algo, aun cuando nunca se descubra? ¡Tenemos paz interior cuando a sabiendas quebrantamos las leyes del trafico? 0 ¿estamos siempre pendientes del policía? ¿Sentimos paz mental si no somos honrados con nuestro empleador y no trabajamos por lo que se nos paga? ¿Tenemos paz si no somos honrados al declarar nuestros impuestos sobre la renta?

Los Santos de los Últimos Días están obligados a buscar la paz interior, no sólo porque es una bendición, sino porque pueden irradiar su influencia a los demás. En un mensaje navideño, la Primera Presidencia proclamó que la

Iglesia tiene el divino mandato de establecer la paz y que sus miembros deben “manifestar el verdadero amor, primero unos a otros y luego a toda la humanidad; buscar armonía, unidad y paz … dentro de la Iglesia y luego, por precepto y por ejemplo, esparcí estas verdades por todo el mundo” (“Greetings from the First Presidency”, Liahona, the Elder’s Journal, 22 de diciembre de 41936, pág. 315).

Si el pecado nos ha privado de la paz interior, podemos arrepentirnos y pedir el perdón de nuestros pecados. El Señor dijo: “… yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el mas mínimo grado de tolerancia. No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C . 1:3 1-3 2) . El presidente Spencer W. Kimball escribió: “La esencia del milagro del perdón es que trae paz al alma previamente ansiosa, inquieta, frustrada y tal vez atormentada. En un mundo de tumultos y contiendas, esta paz ciertamente es un don de valor incalculable” (El Milagro del Perdón, pág. 371).

Mis queridos hermanos, podemos tener paz si dejamos “que la virtud engalane (nuestros) pensamientos incesantemente” (D. y C. 121:45). El poder esta en nosotros porque somos hijos espirituales de nuestro Padre Celestial, quien con Su Hijo Jesucristo nos proporcionaron la manera de tener paz. Podemos gozar de la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento humano (véase Filipenses 4:7). Podemos gozar de ella personalmente, dentro de nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras naciones y en nuestro mundo, si hacemos las cosas que la producen. Esta paz conduce a la felicidad que es el objeto de nuestra existencia (véase Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312).

Testifico que nuestro Padre Celestial vive y que nos conoce y nos ama individualmente. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador y Redentor de la humanidad, y el Príncipe de Paz. José Smith es el Profeta de la Restauración y el presidente Ezra Taft Benson es el Profeta, Vidente y Revelador actual de la Iglesia del Señor. De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amen.