1990–1999
“Para que vuestro animo no se canse hasta desmayar”
Abril 1991


“Para que vuestro animo no se canse hasta desmayar”

“La vida esta proyectada de tal manera que tenemos que ‘vencer por la fe’ y no por agudeza intelectual, ni por riquezas ni por pericia política”.

Tras el abundante alimento espiritual que hemos recibido en esta conferencia general, cabe dedicar unos minutos a los pocos de la Iglesia que se encuentren espiritualmente desnutridos, incluso a aquellos cuyo animo se haya cansado hasta desmayar (véase Hebreos 12:3).

La fe de algunos de ellos se ha visto menoscabada por circunstancias como enfermedades crónicas o graves, angustiosos apuros económicos, la pérdida de un ser querido o un profundo desengaño con el cónyuge o con algún amigo. La adversidad o aumentará la fe o hará brotar la raíz de amargura que nos estorbara (véase Hebreos 12:15). A algunos les ha vencido el preocuparse por lo del mundo, o sea, las fatigosas cosas superficiales de la vida (véase Mateo 13:6-7). A ellos sin duda vienen bien las palabras de Emerson: “Dadme verdades, porque lo superficial me tiene hastiado” (“Blight”, en The Complete Writings of Ralph Waldo Emerson, Nueva York: Wm. H. Wise & Co., 1929, pág. 874). Otros se encuentran desfallecidos por pecados ocultos. Otros están fatigados de andar vacilantes por “el valle de la decisión” (Joel 3:14; véase también 1 Reyes 18:21). Otros, al concentrarse neciamente en otras cosas en lugar de concentrarse en Jesús, que es el Fundamento Seguro, están agotados por la desilusión (véase Helamán 5:12).

Sean cuales fueren las causas precedentes, cualquier desfallecimiento del animo trae consigo cierta perdida de la conciencia espiritual y, junto con ella, la inclinación a atribuir despropósitos a Dios (véase Job 1:22).

La advertencia de no cansarnos de hacer el bien contiene la prescripción para evitar esa fatiga (véase Gálatas 6:9; 2 Tesalonicenses 3:13; Alma 37:34). Hemos de trabajar en forma constante y de manera realista sólo para esperar segar “a su tiempo” (Gálatas 6:9).

Tenemos que servir siendo “mansos y humildes de corazón”, (Alma 37:34) para evitar así las fatigosas cargas de la autocompasión y la hipocresía. Tenemos que orar siempre para no desmayar, a fin de que nuestras obras sean en verdad para el beneficio de nuestras almas, lo cual es muchísimo mas que tan sólo una petición mecánica (véase 2 Nefi 32:5, 9; D. y C. 75:11; 88:126).

Aun cuando seamos justamente disciplinados o reprendidos, no debemos desmayar, puesto que junto con la reprensión viene el renovador amor del Señor: “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por el;

“porque el Señor al que ama, disciplina …” (Hebreos 12:5-8).

Por consiguiente, no se puede estar lleno de fe y libre de pruebas. El presidente Wilford Woodruff nos hizo ver la bendición inherente a las pruebas de la adversidad: “Los infortunios que hemos padecido de cuando en cuando han sido para nuestro bien, pues son esenciales para aprender sabiduría y enseñarnos lo que sólo se puede aprender por la experiencia” (en Journal of Discourses, tomo II, pág. 198).

Entonces, ¿por que vosotros y yo habríamos de esperar ingenuamente pasar con comodidad por la vida, como diciendo: “Señor, dame experiencia, pero no me des pesar, ni aflicción, ni dolor, ni oposición, ni traición, y, por cierto, no me abandones. ¡Evítame, Señor, todas las pruebas que han hecho de n lo que Tu eres! Y después, ¡permíteme morar contigo y participar plenamente de Tu gozo!”

El servir, el estudiar, el orar y el adorar a Dios son los cuatro puntos fundamentales para completar “lo que falte a [nuestra] fe” (1 Tesalonicenses 3:10). Si dejamos de alimentar nuestra fe en cualquiera de esas cuatro formas, seremos vulnerables.

El no estudiar, por ejemplo, equivale a desnutrirse intelectual y espiritualmente. Las palabras

inspiradas si son importantes, porque “cuando el hombre obra por la fe, obra por … la palabra” (Lectures on Faith, tomo VII pág. 3). En este mundo de maldad, el Señor puede atravesar nuestra conciencia con “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17; véase también Jarom 1: 12) . Pero el oír la palabra debe ir “acompañado de fe” (Hebreos 4:2) y del servicio cristiano, como lo hemos oído una y otra vez en esta conferencia.

“Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para el, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón? (Mosíah 5:13.)

La falta de la ferviente oración personal y de la profunda y verdadera adoración a Dios también corroe nuestra fe, por lo cual podríamos desmayar “en el día de la tribulación” (D. y C. 109:38).

Gran parte de cualquier tipo de cansancio se debe a la tarea de llevar a cuestas al extenuante hombre natural. A diferencia de nuestros semejantes, el hombre natural pesa mucho y ¡no es nuestro hermano!

Mucho depende de nuestra fe individual. Los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5). Esa petición es natural, hermanos y hermanas, ya que hemos de “andar por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7). La vida se ha proyectado de tal manera que tenemos que “vencer por la fe” (D. y C. 76:53) y no por agudeza intelectual, ni por riquezas ni por pericia política.

Sin embargo, algunos que buscan los premios de la fe muchas veces se desilusionan cuando se le s dice que deben estudiar, servir, orar y adorar a Dios. Como ocurrió con el leproso Naamán, parece que esperan que acontezca algo grande y dramático que no requiera obediencia al consejo (véase 2 Reyes 5: 13).

La fe nos proporciona cada vez mas evidencia “de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Algunos mortales desechan esa real evidencia espiritual porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para el son locura … porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Pero esa estrechez de criterio de las otras personas no debe impedirnos al resto llegar a esa vivificante evidencia.

A menudo, circunstancias propicias preceden a la edificación de la fe, beneficiando a los que se hallan “preparados para oír la palabra” (Alma 32:6). Esos comienzos requieren al menos “un deseo de creer” y, luego, el ejercer “un poco de fe” (Alma 32:27).

Si “damos lugar” y plantamos la semilla de la fe, esta crece visiblemente y, al hincharse, nos ilumina y nos fortalece (véase Alma 32:28-30); llegamos a ser nuestro propio verificador interior y confirmamos ese aumento de nuestra fe. Es preferible alimentar así nuestra fe en lo que al parecer es un proceso común a experimentar sucesos extraordinarios sólo para tropezar después ante los problemas usuales de la vida.

En ese proceso de experimentación y verificación personales, no pueden pasarse por alto las diversas pruebas: “… porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe” (Eter 12:6).

Es mas, la fe no se adquiere de una sola vez: “Mas si desatendéis el árbol, y sois negligentes en nutrirlo, he aquí, no echara raíz; y cuando el calor del sol llega y lo abrasa, se seca porque no tiene raíz, y lo arrancáis y lo echáis fuera” (Alma 32:38).

Esa “desatención” de nuestra parte, hermanos y hermanas, adquiere muchísimas formas. De una manera semejante, el “calor del sol” se siente de diversos modos.

El ejercicio constante de la fe cederá el paso al conocimiento al confirmar la veracidad de las verdades del evangelio (Alma 32:34). Así ocurrió al hermano de Jared, pues “para el dejó de ser fe, porque supo …” (Eter 3:19). Brigham Young afirmó que “todo principio que Dios ha revelado testifica su propia veracidad a la mente humana” (Brigham Young, JD, pág. 149). Jesús dijo claramente que el “que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá …” (Juan 7:17). Pero Jesús describió el proceso constante como un proceso de “línea sobre línea, precepto tras precepto …” (D. y C. 98: 12).

Todos nos encontramos en diferentes puntos en ese proceso de desear, experimentar, verificar y saber, ¿no es así? De ahí que “a algunos … hace saber … a otros les es dado creer en las palabras de aquellos” (D. y C. 46: 13-14).

Si bien la fe no es conocimiento perfecto, trae consigo una profunda confianza en Dios, ¡cuyo conocimiento es perfecto! En comparación, ¡nuestro bagaje de experiencia es tan pequeño! Pero el escudriñar las Santas Escrituras nos abre la puerta a un anchísimo mar de divinas experiencias espirituales. De ese modo, las Escrituras, como dice en el Libro de Mormón, ensanchan la memoria (véase Alma 37:8).

La fe completa tiene diversas facetas. La fe en Dios y en el Señor Jesucristo supone fe no sólo en la existencia de Ellos sino también en Su poder para redimir. El Señor nos ha afirmado “… porque mostraré a los hijos de los hombres que puedo ejecutar mi propia obra” (2 Nefi 27:21). ¡Desde luego que podrá hacerlo! En verdad, “todas las cosas en el subsisten” (Colosenses 1:17) . Sin embargo, algunos dudan de que los designios de Dios que se han pronosticado en verdad triunfaran.

La fe también supone confianza en la hora señalada por Dios, puesto que El ha dicho: “Mas todas las cosas tienen que acontecer en su hora” (D. y C. 64:32). Pero, por contradictorio que parezca, algunos que si reconocen a Dios no logran entender que para Dios todo tiene su hora, tanto en lo que toca a las personas en forma individual como a todo lo demás.

La fe igualmente supone tener fe en las pruebas que nos. da Dios para el desarrollo nuestro, puesto que “… el Señor lo considera oportuno castigar a su pueblo; sí, el prueba su paciencia y su fe” (Mosíah 23:21) . Pero aun así, a algunos nos perturba que el Señor nos enseñe mediante las pruebas: pedimos mas exención, o sea el privilegio que exime de una obligación, que santificación, ¿no es así, hermanos?

Se nos ha hecho la tranquilizadora promesa: “Y ningún hombre que salga y predique este evangelio del reino, sin dejar de continuar fiel en todas las cosas, sentirá fatigada su mente, o entenebrecida …” (D. y C. 84:80).

Pero que ocurre si, de vez en cuando, al estar haciendo esas cuatro cosas esenciales-servir, estudiar, orar y adorar a Dios-, ¿aun así nos parece recibir una medida menor de las bendiciones prometidas?

Primero, revisemos “el equipo”, ya que los cuatro componentes son necesarios y puede ser que falte alguno o que este funcionando mal.

Segundo, hagámonos una pregunta muy básica: ¡Tenemos de verdad el “deseo de creer”? (Alma 32:27.) En realidad, a algunos les resulta difícil ser discípulos de Cristo porque lo del mundo les atrae. Esas personas sirven superficialmente a Dios, sin verdadera intención.

Tercero, ¡esperamos cándidamente que Cristo venga a nosotros en lugar de ir nosotros a El? De cierto, El espera “todo el día” con los brazos abiertos para recibir al penitente (2 Nefi 28:32; Mormón 6: 17) . “Todo el día” y no a ciertas horas nada mas. i Pero nosotros tenemos que levantarnos e ir hacia El! (Véase Lucas 15: 18.)

Bienaventurados los mansos, porque ellos no se ofenderán fácilmente, lo cual es muy importante, pues el Señor ha dicho: “Los de mi pueblo deben ser probados en todas las cosas … y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino” (D. y C. 136:31).

La verdadera fe acepta las pruebas que Dios nos da individualmente, y, por el fin que tienen de perfeccionarnos, hermanos y hermanas, Dios no puede responder afirmativamente a todas y a cada una de nuestras peticiones con un sí tras otro. Eso, suponiendo que todas nuestras peticiones fueran “justas” y espiritualmente “convenientes” (3 Nefi 18:20; D. y C. 18:18; 88:64-65). Ninguno es tan sabio para suplicar, ya que incluso Pablo admitió que a veces “no sabemos pedir como conviene” (Romanos 8:26; véase también D. y C. 46: 30).

Por ejemplo, con el transcurso del tiempo, aunque ello nos avergüence, nuestras faltas personales pueden hacerse evidentes. ¿Pero de que otro modo veremos por dónde fallamos? El refinamiento espiritual no es sólo refinar lo tosco, sino refinar aun mas lo que ya es fino. De ahí que, dijo Pedro, no debemos pensar que el “fuego de prueba” sea “alguna cosa extraña” (1 Pedro 4:12) .

Pero se requiere fe autentica para resistir este doloroso pero necesario proceso de prueba. Al exponerse las cosas, a veces públicamente, seamos misericordiosos unos con otros. Nunca criticaríamos a los enfermos graves de un hospital por su aspecto descompuesto. ¿Por que criticar entonces a los que se rehabilitan de cirugía del alma? No hay ninguna necesidad de mirarles fijamente; las suturas al fin desaparecerán. Y en este hospital también es importante que todos recordemos que la hoja de registro del hospital no es el paciente. Para manifestar misericordia a alguien, no tenemos que esperar hasta llegar a comprender todos los detalles de sus dificultades. La cualidad del alma de ponerse en el lugar de los demás, de sentir lo que sienten los demás, quizá no se reconozca ni se corresponda, pero nunca se ejerce en vano.

Cuando vosotros y yo escogemos actuar con imprudencia, si tenemos una fe débil, no sólo exigimos que se nos rescate, sino que deseamos que se nos rescate en privado, sin dolor y rápidamente, o, al menos, que se nos. azote sólo con “algunos correazos” (2 Nefi 28:8). Hermanos y hermanas, ¿cómo podremos sentirnos en verdad perdonados si primero no nos sentimos responsables de nuestra faltas? ¿Cómo aprenderemos por nuestra propia experiencia si no la reconocemos nuestra?

En la prueba de nuestra fe, a veces pensamos que Dios nos ha abandonado. Lo cierto es que nuestro proceder nos ha alejado de El. Es cuando comenzamos a sentir las consecuencias de nuestras faltas y apenas hemos empezado a alejarnos de ellas, pero no nos hemos vuelto plenamente a Dios, que podemos experimentar esa sensación de haber sido abandonados.

Ninguna parte del andar por la fe es mas difícil que la de recorrer el camino del arrepentimiento. Pero con “fe para arrepentir[nos]” (Alma 34:16), haremos a un lado el obstáculo del orgullo y suplicaremos misericordia a Dios. Simplemente nos entregamos a Dios: nos preocupa sólo lo que Dios piense y no lo que piensen los demás.

Nuestra fe en el Señor nos llevara a sostener a Sus lideres ungidos, como lo hemos hecho en esta conferencia de abril. Los miembros fieles de la Iglesia poseen lo que Pedro llamó “amor fraternal no fingido” (1 Pedro 1:22). Colectivamente aunque no en forma perfecta, los que han sido sostenidos realizan la obra a la que Dios los ha llamado. Así como fue para José Smith, así es para los que le han sucedido: la promesa sigue vigente, a saber, que el pueblo de la Iglesia nunca se volverá en contra de ellos por “el testimonio de traidores” (D. y C. 122:3). Los fieles saben algo de la resolución divina: saben que los designios del Señor al fin triunfaran porque “… no hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón hacer que el no haga” (Abraham 3:17). De esa divina resolución y de ese divino amor con alegría y públicamente testifico en el santo nombre de Jesucristo. Amén.