2019
Amigas que compartieron su luz conmigo
Octubre de 2019


Amigas que compartieron su luz conmigo

La autora vive en Baja California, México.

Me sentía sola y con miedo. Luego me mudé a otro país y fui a la capilla por primera vez en mucho tiempo.

Vivía con mi mamá en una pequeña ciudad de México donde todos se conocen. Sabía discernir el bien del mal, pero estaba confundida y era la única joven activa en toda la ciudad.

Quería ser como los demás, así que hice lo único que tenía sentido en aquel entonces: tener novio. Ese fue solo uno de los primeros errores que comencé a cometer. Comencé a ceder ante la presión social y creer que ya tenía edad de pensar por mí misma, lo cual resultó en que me convirtiera en una joven inactiva que vivía en tinieblas.

Viví en tinieblas por un año y cada día que pasaba era más oscuro. Mis malas decisiones resultaban en discusiones con mi familia y me di cuenta de que no podía seguir viviendo con ellos. Pero no fue hasta que falleció un amigo cercano Santo de los Últimos Días que me di cuenta de que algo faltaba. Desafortunadamente, culpé a Dios y al Evangelio. Dejé de creer que las bendiciones llegaban debido a la obediencia. Sabía que, si no decidía comenzar a vivir el Evangelio, seguiría ignorando mi conexión con la Iglesia y seguiría viviendo de una manera mundana.

Estaba sentada sobre la cama en un cuarto oscuro, llorando y compadeciéndome de mí misma cuando me di cuenta de que tenía miedo, miedo de estar allí sola, sin nadie con quien hablar; miedo de no poder corregir todos los errores que había cometido; miedo de que nadie me iba a perdonar, en especial Dios.

Terminé por mudarme a Minnesota, EE. UU. con mis abuelos, que no son miembros de la Iglesia. Mi padrastro me acompañó en el viaje y mi primer domingo allí fuimos a la capilla, pero solo para la reunión sacramental. Para el final de la reunión ya había decidido dejar la Iglesia, pero, para mi sorpresa, justo cuando nos dirigíamos hacia el auto, vimos al obispo corriendo para alcanzarnos. Nos hizo algunas preguntas y nos invitó a regresar el siguiente domingo, y lo hicimos.

El siguiente domingo, justo al terminar la reunión sacramental y antes de que me pusiera de pie, ya estaba rodeada de mujeres jóvenes del barrio, mujeres jóvenes que me ayudarían a cambiar mi vida.

Imagen
young woman by a path leading to a church in the distance

Ilustración por Alberto Ruggieri

De repente entré en un mundo completamente diferente: un mundo con un obispo y una presidenta de las Mujeres Jóvenes que se preocupaban por mí y, más que nada, mujeres jóvenes que intentaban vivir el Evangelio a diario, quienes se esforzaban por vivir normas elevadas y defender el bien. Brillaban tanto que podían iluminar el camino ante mí.

Es cuando me di cuenta de lo que tenía que hacer: “Así alumbre [mi] luz delante de los hombres, para que vean [mis] buenas obras y glorifiquen a [mi] Padre que está en los cielos” (véase Mateo 5:16). Así que comencé a ir a la capilla y a la Mutual cada semana, a leer el Libro de Mormón y a orar cada día, a vestir de forma modesta, a utilizar mejor lenguaje, a ir al templo y a prepararme para recibir mi bendición patriarcal.

Había cambiado por completo, pero no me di cuenta hasta que estuve en el campamento de las Mujeres Jóvenes, cuando sentí el Espíritu Santo y descubrí que tenía un testimonio, un testimonio que me recordaría que Dios me ama, que Él tiene un plan para mí y que Él no quiere que esté sola. Un testimonio tan brillante y tan fuerte que me cambió. Un testimonio para compartir y alumbrar no solo mi camino, sino el de los demás. Un testimonio que no tiene miedo de brillar en la oscuridad.