2019
4 Un estandarte a las naciones
Octubre de 2019


“Un estandarte a las naciones”, capítulo 4 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 4: “Un estandarte a las naciones”

Capítulo 4

Un estandarte a las naciones

Imagen
hombres ondean un estandarte en la cima de una montaña

En abril de 1847, Sam Brannan y otros tres hombres partieron de la bahía de San Francisco en busca de Brigham Young y del cuerpo principal de los santos. Ellos no sabían exactamente dónde encontrarlos, pero la mayoría de los emigrantes seguían la misma ruta al oeste. Si Sam y su pequeña compañía se dirigían al este por esa ruta, en algún momento se tendrían que cruzar con los santos.

Luego de detenerse brevemente en New Hope, los hombres se dirigieron al noreste hasta las estribaciones de Sierra Nevada. La gente que conocía bien esas montañas le habían advertido a Sam que aún era temprana la estación para cruzar la Sierra. Le dijeron que el paso de montaña todavía estaba obstruido por la nieve y que aventurarse a cruzarlo tomaría dos meses y sería un suplicio.

Sin embargo, Sam confiaba en que podría atravesar las montañas rápidamente. Arrearon a sus animales y él y sus hombres estuvieron ascendiendo las montañas durante muchas horas. La nieve era profunda pero compacta, lo que les permitía hacer pie por el sendero. Los riachuelos que descendían de la montaña venían crecidos y eso los obligaba a arriesgarse a cruzar nadando o a buscar rutas alternas peligrosas.

Al descender por el otro lado de la montaña, la senda los condujo a través de peñascos macizos de granito hasta un lugar del que se avistaba un valle cubierto de pinos con un lago tan azul como el cielo. Descendieron al valle y hallaron unas pocas cabañas abandonadas de un campamento lleno de restos humanos. Hacía unos meses, una caravana de carromatos con destino a California se había quedado atascada en la nieve. Los emigrantes habían construido las cabañas para aguardar a que pasara una inclemente tormenta invernal, pero al escasearles los alimentos y no estar bien preparados para resistir el frío, muchos de ellos murieron de hambre o congelados, en tanto que los restantes recurrieron al canibalismo1.

Su historia era un funesto recordatorio de los peligros que acompañan a los viajes por tierra, pero Sam no se dejó intimidar por la tragedia de ellos. Él estaba maravillado por la naturaleza. “Un hombre no podrá conocerse a sí mismo”, exclamó maravillado, “hasta que haya recorrido estas indómitas montañas”2.


A mediados de mayo, Brigham Young y la compañía de avanzada habían recorrido más de 480 kilómetros. Cada mañana, el toque de corneta despertaba al campamento a las 5:00 h y emprendían la marcha a las 7:00 h. Algunas veces, experimentaban demoras que retrasaban el progreso de la compañía, pero la mayoría de los días lograban recorrer entre 24 y 32 kilómetros. Por las noches, colocaban los carromatos en círculo, se juntaban para la oración final y apagaban las fogatas3.

La monotonía de la rutina se veía interrumpida a veces ante la vista de búfalos. Esos enormes y desgreñados animales se desplazaban en grandes manadas por colinas y planicies, haciendo mucho estruendo y avanzando con tal fluidez, que daba la sensación de que la pradera misma se estuviera moviendo. Los hombres estaban deseosos de cazar los animales, pero Brigham les aconsejó que solo lo hicieran cuando fuese necesario y que nunca desperdiciaran la carne4.

La compañía seguía una ruta que otros colonos habían trazado pocos años antes yendo hacia el oeste. Con cada kilómetro que recorrían, las praderas cubiertas de pasto iban cediendo paso a parajes más áridos y colinas ondulantes. Desde la cima de un peñasco, el paisaje brindaba un aspecto tan irregular como un mar embravecido. La senda discurría junto al río Platte y atravesaba varios arroyos, los cuales proporcionaban agua para beber y asearse; pero el terreno en sí era arenoso. De vez en cuando, la compañía avistaba un árbol o una porción de pasto verde junto al camino, pero la mayor parte del paisaje era desolado5.

En ocasiones, un miembro de la compañía le preguntaba a Brigham que adónde se dirigían. “Les mostraré cuando lleguemos ahí”, solía responder. “Lo he visto, lo he visto en visión y cuando mis ojos naturales lo contemplen, lo reconoceré”6.

Día tras día, William Clayton estimaba la distancia que recorría la compañía y, a veces, corregía los imprecisos mapas con que se guiaban. Cuando aún no habían recorrido una gran distancia, él y Orson Pratt trabajaron con Appleton Harmon, un talentoso artesano, para construir un “odómetro”, un artefacto de madera que medía con precisión las distancias recorridas mediante un sistema de piñones o engranajes que sujetaban a la rueda de un carromato7.

No obstante los avances que realizaba la compañía, Brigham se sentía a menudo frustrado al ver cómo se comportaban algunos miembros de la compañía. La mayoría de ellos eran miembros desde hacía varios años, habían servido en misiones y habían recibido las ordenanzas del templo. No obstante, algunos hacían poco caso de sus consejos en cuanto a la cacería, o bien eran ociosos en su tiempo libre y jugaban con apuestas, o bien luchaban o bailaban hasta ya entrada la noche. A veces, Brigham despertaba por la mañana oyendo las discusiones entre los hombres por algo que había pasado la noche anterior. Le inquietaba que sus disputas pronto los llevaran a peleas a puñetazos o algo peor.

La mañana del 29 de mayo, preguntó él a los hombres: “¿Creemos que vamos a buscar un hogar para los santos, un lugar de descanso, de paz, donde puedan edificar el reino y dar la bienvenida a las naciones, teniendo nosotros un espíritu bajo, mezquino, vulgar, trivial, contencioso e inicuo?”8. Cada uno de ellos, les declaró, debía ser un hombre de fe y serio de carácter, entregado a la oración y a la meditación.

“Aquí tienen la oportunidad”, les dijo, “de que cada hombre se pruebe a sí mismo para saber si orará y recordará a su Dios sin que nadie se lo indique cada día”. Los instó a servir al Señor, recordar sus convenios del templo y arrepentirse de sus pecados.

Luego, los hombres se agruparon en cuórums del sacerdocio e hicieron convenio, con la mano levantada, de hacer lo correcto y andar con humildad ante Dios9. Al día siguiente, cuando los hombres participaron de la Santa Cena, reinaba un nuevo espíritu.

“Desde que iniciamos el viaje, nunca he visto a los hermanos tan serenos y solemnes en domingo”, anotó Heber Kimball en su diario10.


Mientras la compañía de avanzada se dirigía al oeste, aproximadamente la mitad de los santos que estaban en Winter Quarters estaban acondicionando los carromatos y empacando provisiones para su viaje. Por las noches, al concluir sus faenas, solían juntarse a cantar y bailar al son del violín, y los domingos se reunían para escuchar sermones y hablar de su larga caminata inminente11.

Sin embargo, no todos estaban ansiosos de marchar al oeste. James Strang y otros disidentes continuaban tentando a los santos con promesas de comida, refugio y paz. Strang y sus seguidores habían formado una comunidad en Wisconsin, un territorio escasamente poblado que quedaba a unos 480 kilómetros al noreste de Nauvoo, y algunos santos insatisfechos se habían ido a congregarse ahí. Varias familias que se hallaban en Winter Quarters ya habían empacado sus carromatos y habían partido para unírseles12.

Como Apóstol presidente en Winter Quarters, Parley Pratt rogaba a los santos que no hicieran caso a los apóstatas y que siguieran a los apóstoles autorizados del Señor. “El Señor nos ha llamado a congregarnos”, les recordaba, “y no a estar dispersándonos todo el tiempo”. Les dijo que tanto él como John Taylor deseaban enviar compañías hacia el oeste al final de la primavera13.

Sin embargo, Parley tuvo que retrasar la partida. Antes de que la compañía de avanzada partiera, los Doce habían organizado varias compañías por revelación. Esas compañías se componían mayormente de las familias que habían sido selladas en adopción a Brigham Young y Heber Kimball. Los apóstoles le dieron instrucciones de empacar suficientes provisiones para el año siguiente y de traer con ellos a los santos pobres y a las familias de los hombres del Batallón Mormón. Si las personas no querían honrar el convenio de proveer para las familias necesitadas, se podrían confiscar sus carromatos y entregarse a los que sí lo hicieran14.

Sin embargo, Parley se encontró con problemas para implementar el plan del Cuórum. Muchos santos de esas compañías, incluyendo a algunos capitanes de compañía, no estaban listos para partir. A algunos de ellos les faltaban recursos para hacer el viaje y, sin suficientes provisiones, ellos serían una carga pesada para los demás en las compañías, quienes apenas tenían lo suficiente para sus propias familias. Al mismo tiempo, había santos que no habían sido organizados en compañías pero que estaban listos para partir y ansiaban hacerlo, temiendo que si permanecían un año más en Winter Quarters pudieran perder a más seres queridos debido a las enfermedades y la muerte15.

Parley y John decidieron reorganizar las compañías, adaptando el plan original para incluir a los casi mil quinientos santos que estaban listos para marchar al oeste. Cuando algunos santos se opusieron a los cambios, cuestionando la autoridad de Parley para modificar el plan de los Doce, los dos apóstoles intentaron razonar con ellos.

En ausencia de Brigham, explicaba John, el Apóstol de mayor antigüedad en el apostolado tenía autoridad para dirigir a los miembros de la Iglesia. Como Brigham no se hallaba en Winter Quarters, John era de la opinión que era responsabilidad de Parley, así como su prerrogativa, tomar decisiones por el asentamiento.

Parley estaba de acuerdo. “Pienso que será mejor actuar de acuerdo con nuestras circunstancias”, dijo él16.


Mientras Wilford Woodruff viajaba hacia el oeste con la compañía de avanzada, a menudo reflexionaba sobre su sagrada misión. “Debe entenderse”, escribió en su diario, “que estamos abriendo un camino por el que la Casa de Israel transitará por muchos años por venir”17.

Una noche, tuvo un sueño en el que la compañía llegaba al nuevo lugar de recogimiento. Al contemplar la tierra, apareció un glorioso templo ante él, el cual parecía haber sido construido con piedra blanca y azul. Volviéndose a varios hombres que estaban junto a él en el sueño, les preguntó si podían verlo. Le dijeron que no, pero eso no disminuyó el gozo que sentía Wilford al contemplarlo18.

En junio, el clima se tornó caliente. El pasto corto con el que se alimentaban sus animales se puso marrón por el aire seco y cada vez era más difícil encontrar leña. Muchas veces, el único combustible para hacer fuego era el estiércol seco de búfalo19. La compañía, no obstante, se mantuvo diligente en la observancia de los mandamientos, como había enseñado Brigham, y Wilford vio evidencias de las bendiciones de Dios al preservar sus reservas de alimentos, sus animales y carromatos.

“Hemos tenido paz y unión entre nosotros”, escribió en su diario. “Un gran bien resultará de esta misión si somos fieles en guardar los mandamientos de Dios”20.

El 27 de junio, la compañía de avanzada se encontró en la ruta con Moses Harris, un conocido explorador. Harris dijo a los santos que ni el valle del río Bear ni el valle del Lago Salado eran aptos para asentamientos. Él les recomendaba que se asentaran en un lugar llamado valle Cache, al noreste del Gran Lago Salado.

Al día siguiente, la compañía se encontró con otro explorador, Jim Bridger. A diferencia de Harris, Bridger habló muy favorablemente de los valles del río Bear y del Lago Salado; aunque les advertía que las noches frías en el valle del río Bear probablemente imposibilitarían la siembra de cultivos. Dijo que el valle del Lago Salado tenía buenos suelos, varias corrientes de agua fresca y lluvia todo el año. También dijo cosas favorables del valle de Utah, al sur del Gran Lago Salado, mas les advirtió que no perturbaran a los indios ute que vivían en esa región21.

Las palabras de Bridger acerca del valle del Lago Salado eran alentadoras. Aunque Brigham no estaba dispuesto a identificar un lugar para establecerse hasta que lo viera, él y los otros miembros de la compañía estaban muy interesados en explorar el valle del Lago Salado. Y si ese no fuere el lugar donde el Señor quería que se establecieran, podrían al menos detenerse ahí, sembrar cultivos y crear un asentamiento temporal hasta que consiguieran su lugar de residencia permanente en la cuenca22.

Dos días después, mientras los hombres de la compañía de avanzada construían balsas para cruzar un río de aguas turbulentas, Sam Brannan y sus compañeros llegaron al campamento justo antes del atardecer, sorprendiendo a todos. La compañía escuchó embelesada las historias que relataba Sam acerca del buque Brooklyn, la fundación de New Hope y las peligrosas peripecias que habían tenido en su viaje al cruzar las montañas y luego en las planicies, hasta encontrarlos a ellos. Les dijo que los santos en California habían sembrado varios acres de tierra con trigo y papas [patatas] para preparar su llegada.

El entusiasmo que sentía Sam por el clima y las tierras de California era contagioso. Instó a la compañía a tomar posesión de la región de la bahía de San Francisco antes de que llegaran otros colonos. La región era ideal para asentamientos, y hombres importantes de California eran solidarios con la causa de los santos y estaban listos para recibirlos.

Brigham escuchaba a Sam, sintiéndose escéptico de su propuesta. La costa californiana era tentadora sin lugar a dudas, pero Brigham sabía que el Señor deseaba que los santos establecieran el nuevo lugar de recogimiento en algún lugar más cercano a las Montañas Rocosas. “Nuestro destino queda en la Gran Cuenca”, declaró él23.

Poco después de una semana más tarde, la compañía dejó la senda bien transitada para dirigirse al sur por un camino menos marcado rumbo al valle del Lago Salado24.


Ese verano, Louisa Pratt mudó a su familia a una cabaña que había comprado por cinco dólares. Esa era su tercera vivienda en Winter Quarters. Luego de que su chimenea colapsara en su casa de pasto y paja, se había mudado con la familia a una húmeda vivienda excavada en la tierra: era un hueco en la tierra, de no más de 1,50 m, por cuyo techo se filtraba el agua.

En la nueva vivienda, Louisa pagó a unos hombres para que instalaran un piso de troncos partidos. Luego hizo que le construyeran una enramada en la que cupieran veinticinco personas, y ella y su hija Ellen abrieron una escuela para niños. Mientras tanto, su hija, Frances, cultivaba una huerta y cortaba leña para calentar la casa y cocinar.

La salud de Louisa era aún frágil. Luego de recuperarse de la fiebre y los temblores, había sufrido una mala caída en la nieve y el hielo, y se había dañado la rodilla. Mientras moraban en la vivienda bajo la tierra, contrajo escorbuto y perdió los dientes frontales. Pero ella y sus hijas habían sufrido menos que muchos santos. Todos tenían vecinos o amigos que habían fallecido por causa de las enfermedades que asolaban al campamento25.

Tras comprar la casa y efectuar varias reparaciones, le quedaba poco dinero. Cuando sus reservas de alimentos casi se hubieron agotado, ella visitó a sus vecinos y les preguntó si estarían interesados en comprar su cama de plumas, pero ellos tampoco tenían dinero. Mientras hablaba con ellos, Louisa mencionó que no tenía en casa nada de comer.

“No pareces preocupada”, le dijo uno de ellos. “¿Qué vas a hacer?”.

“Ah, no, no estoy preocupada”, dijo Louisa. “Yo sé que la salvación vendrá de una manera inesperada”.

De camino a casa, visitó a otro vecino. Durante la conversación, el vecino mencionó un viejo soporte de hierro, que tenía Louisa, que se usaba para sostener las ollas en una hoguera. “Si usted me lo vende”, dijo el vecino, “le daré dos fanegas de harina de maíz”. Louisa accedió a hacer la transacción y reconoció que el Señor de nuevo la estaba bendiciendo.

En la primavera, Louisa se sentía más recuperada y se animó a salir de casa para participar en los servicios de adoración con los santos. Las mujeres del asentamiento habían comenzado a reunirse para fortalecerse unas a otras mediante el uso de sus dones espirituales. En una de sus reuniones, las mujeres hablaban en lenguas mientras que Elizabeth Ann Whitney, quien había sido líder espiritual entre los santos por muchos años, las interpretaba. Elizabeth Ann dijo que Louisa tendría salud, cruzaría las Montañas Rocosas y allí tendría un gozoso reencuentro con su esposo.

¡Louisa se sorprendió! Ella había supuesto que se reencontraría con Addison en Winter Quarters y que harían juntos el viaje al oeste. Sin su ayuda, ella no veía cómo hacer el viaje, ni física ni económicamente26.


Conforme los miembros de la compañía de avanzada se adentraban en las Montañas Rocosas, la senda se hizo más empinada y tanto los hombres como las mujeres se fatigaban más fácilmente. Por delante de ellos, claramente visibles por encima de los ondulantes valles, había picos nevados mucho más altos que cualquier montaña que habían visto en el este de los Estados Unidos.

Una noche a principios de julio, Clara, esposa de Brigham, despertó afiebrada, con dolor de cabeza y un dolor intenso en las caderas y la espalda. Pronto hubo más personas aquejadas de los mismos síntomas, pero se esforzaban por seguir el paso del resto de la compañía. Cada paso que daban por el sendero pedregoso era una agonía para sus debilitadas extremidades27.

Clara se fue sintiendo mejor a medida que pasaban los días. Esa extraña enfermedad parecía atacar de un modo fulminante, para luego disiparse poco tiempo después. Sin embargo, el 12 de julio, Brigham enfermó con fiebre. Por la noche, estuvo delirando. Al día siguiente se sentía algo mejor, pero él y los apóstoles decidieron hacer que la mayoría de la compañía descansara mientras Orson Pratt se adelantaba con un grupo de cuarenta y dos hombres28.

Una semana más tarde, Brigham dio instrucciones a Willard Richards, George A. Smith, Erastus Snow y otros para que continuaran el viaje y alcanzaran al grupo de avanzada de Orson Pratt. “Al llegar al valle del Lago Salado, deténganse en el primer lugar adecuado”, les dijo, “y planten papas, trigo sarraceno y nabos, independientemente de cuál sea nuestro destino final”29. Recordando lo que había dicho Jim Bridger sobre la región, les advirtió que no fueran al sur, al valle de Utah, hasta que estuvieran más familiarizados con la tribu de los ute que allí habitaba30.

Clara, sus dos hermanastros menores y su madre se quedaron rezagados junto con Brigham y los otros pioneros enfermos. Cuando la compañía se sintió con suficientes fuerzas para continuar, siguieron por la abrupta senda a través de un terreno irregular cubierto con matorrales. En algunos trechos, las paredes laterales del cañón eran tan altas que el polvo pesado quedaba atrapado en el aire, dificultando la visibilidad.

El 23 de julio, Clara y el grupo de enfermos de la compañía ascendieron una empinada cuesta hasta la cima de una colina. Desde allí descendieron por entre espesas arboledas, siguiendo un camino tortuoso, lleno de tocones de árboles que habían cortado los que habían abierto la vía. Cuando habían descendido un kilómetro y medio, el carromato se volcó por un barranco y se estrelló contra una roca. Los hombres rápidamente cortaron la cubierta del carromato y rescataron a los niños para ponerlos a salvo.

Mientras la compañía descansaba al pie de la colina, llegaron al campamento dos jinetes del grupo de Orson para informar que ellos se hallaban cerca del valle del Lago Salado. Exhaustas, Clara y su madre continuaron con el resto de la compañía hasta que empezó a oscurecer. El cielo encima de ellos tenía el aspecto de que pronto habría una tormenta31.


A la mañana siguiente, el 24 de julio de 1847, Wilford condujo su carromato descendiendo varios kilómetros hasta un cañón profundo. Brigham yacía acostado en la parte trasera del carruaje, hallándose muy débil y afiebrado como para caminar. Anduvieron junto a un arroyo por otro cañón hasta que llegaron a una especie de terraza que se abría y ofrecía una vista del valle del Lago Salado.

Wilford contempló maravillado el vasto panorama a sus pies. Ante ellos se extendían extensos campos fértiles cubiertos con pasto de las praderas, regados por corrientes cristalinas de agua provenientes de las montañas. Las corrientes vertían sus aguas en un río estrecho y largo que fluía a lo largo del valle. Cual si fuera una fortaleza, el valle estaba circundado por montañas elevadas, cuyos agudos picos se internaban en las nubes. Al oeste, brillante como un espejo bajo la luz del sol, se hallaba el Gran Lago Salado.

Después de viajar más de mil seiscientos kilómetros por praderas, desiertos y cañones, la vista dejaba sin aliento. Wilford podía imaginarse a los santos asentándose allí y estableciendo otra estaca de Sion. Podrían construir sus casas, cultivar huertas y campos y recoger al pueblo de Dios de todo el mundo. Y antes de que pasara mucho tiempo, la Casa del Señor estaría establecida en las montañas y sería exaltada sobre los collados, tal como Isaías había profetizado32.

Brigham no podía ver el valle con claridad, por lo que Wilford dio vuelta la carreta para que su amigo tuviera una mejor vista. Al contemplar todo el valle, Brigham lo estudió por varios minutos33.

“Es suficiente. Este es el lugar”, le dijo a Wilford. “¡Adelante!”34.


Brigham había reconocido el lugar tan pronto lo vio. Al extremo norte del valle estaba el pico o monte que vio en su visión. Brigham había orado para que fueran dirigidos directamente a ese lugar y el Señor había contestado sus oraciones. Él no veía la necesidad de estar buscando en otros lados35.

Abajo, ya había actividad en el valle. Antes de que Brigham Young, Wilford y Heber Kimball descendieran la montaña, Orson Pratt, Erastus Snow y otros hombres habían establecido un campamento base y habían empezado a arar los campos, a plantar semillas y a irrigar los terrenos. Wilford se les unió tan pronto como llegó al campamento y se puso a sembrar media fanega de papas antes de cenar y de prepararse para pasar la noche.

Al día siguiente era día de reposo y los santos dieron gracias al Señor. La compañía se reunió para escuchar sermones y participar de la Santa Cena. Aunque se hallaba muy débil, Brigham se dirigió a los santos brevemente para alentarles a honrar el día de reposo, cuidar del lugar y respetar las propiedades de los demás.

La mañana del día lunes, 26 de julio, Brigham aún yacía convaleciente en el carromato de Wilford, pero le dijo a este: “Hermano Woodruff, deseo dar un paseo”.

“Muy bien”, dijo Wilford36.

Junto con otros ocho hombres se pusieron en marcha, yendo hacia las montañas al norte. Brigham fue en el carromato de Wilford una parte del camino, sujetando una manta alrededor de sus hombros. Antes de que llegaran al pie de la montaña, el terreno se niveló y se hizo plano. Brigham descendió del carruaje y caminó lentamente sobre un terreno ligero y fértil.

Mientras los hombres caminaban detrás de Brigham admirando el lugar, él se detuvo de repente y clavó su bastón en el suelo. “Aquí estará el templo de nuestro Dios”, dijo él37. Él podía verlo en visión frente a él, con sus seis torres elevándose desde el suelo del valle38.

Las palabras de Brigham iluminaron a Wilford como si fuera un rayo. Los hombres iban a continuar andando, pero Wilford les pidió que esperaran. Quebró una rama de un arbusto cercano y la clavó en la tierra para marcar el terreno.

Luego, siguieron andando, imaginando la ciudad que los santos construirían en el valle39.


Más tarde, ese mismo día, Brigham señaló al monte que se halla al norte del valle. “Deseo ir hasta ese pico”, dijo, “porque estoy bastante seguro de que es el sitio que se me mostró en la visión”. El pico era una elevación rocosa redondeada, fácil de escalar y claramente visible desde todo el valle. Era un lugar ideal para alzar un estandarte a las naciones, señalando al mundo que el Reino de Dios de nuevo estaba sobre la tierra.

Brigham se puso en marcha de inmediato hacia su cima junto con Wilford, Heber Kimball, Willard Richards y otros más. Wilford fue el primero en llegar a la cima. Desde la cumbre, pudo ver el valle extendiéndose ante él40. Ese valle, con sus altas montañas y su espaciosa llanura, podía mantener a los santos a salvo de sus enemigos, en tanto que ellos procuraran vivir de acuerdo con las leyes de Dios, recogieran a Israel, edificaran otro templo y establecieran Sion. En sus reuniones con los Doce y con el Consejo de los Cincuenta, José Smith había expresado muchas veces su deseo de encontrar tal lugar para los santos41.

Pronto llegaron los amigos de Wilford a la cima. Llamaron al lugar Ensign Peak [Pico del Estandarte], evocando con ello la profecía de Isaías de que los desterrados de Israel y los esparcidos de Judá serán reunidos de los cuatro confines de la tierra bajo un único estandarte42.

Ellos querían, en algún día futuro, izar allí una bandera gigantesca sobre el pico. Pero por el momento, hicieron lo mejor que pudieron para marcar la ocasión. No se sabe bien lo que hicieron allí, pero uno de los hombres recordaba que Heber Kimball sacó un pañuelo amarillo, lo ató al extremo del bastón de Willard Richards y lo agitó de un lado a otro en la cálida brisa de la montaña43.