Min-Jun da la talla
La autora vive en Colorado, EE. UU.
“Fiel amigo es Jesús… a los niños… manda su solaz” (Canciones para los niños, pág. 37).
Min-Jun miraba atentamente las nubes por la ventana. “Parece que mañana lloverá”, dijo.
Su abuelo levantó la vista del periódico y asintió. Era el final del verano en Seúl, Corea del Sur, y ya había comenzado la temporada de lluvias.
Min-Jun colocó un paraguas junto a su ropa para el domingo. “Creo que deberíamos salir temprano mañana”.
Su abuelo sonrió. “Buena idea; tendremos que ir por el camino más largo, por si acaso se inunda la calle más baja”.
“¿Crees que el edificio de la Iglesia estará bien?”, preguntó Min-Jun. El año anterior, se había inundado el sótano durante la temporada de lluvias.
“Sí”, dijo el abuelo, “pero nunca está de más orar”.
“Entonces esta noche oraré por la Iglesia, y para que podamos llegar a salvo. Jal-ja-yo (buenas noches)”. Min-Jun hizo una reverencia y se fue a la cama.
Por la mañana, salieron temprano del apartamento. Min-Jun miró las nubes oscuras que llenaban el cielo.
“Ten fe”, dijo el abuelo.
Min-Jun siguió a su abuelo que subía las escaleras estrechas que estaban en la colina cerca del apartamento, donde se detuvieron para recobrar el aliento. Sus camisas blancas ya estaban húmedas debido a la gran humedad que había en el aire.
El abuelo extendió la mano para sentir las primeras gotas de lluvia. “¿Lo sientes? Comienza a llover.”.
Abrieron los paraguas. Para cuando llegaron a la siguiente escalera, la lluvia caía fuertemente. Min-Jun entrecerró los ojos para poder ver cada paso que tomaba a través de la lluvia. “¡Vaya!”, gritó mientras se resbalaba y caía sobre la rodilla.
“¿Te has hecho daño?”, le preguntó su abuelo. Se inclinó para mirar el agujero en los pantalones de Min-Jun.
“Solo es un rasguño”, dijo Min-Jun con voz temblorosa.
“Lo podemos curar en la Iglesia”, dijo el abuelo.
Min-Jun y su abuelo subieron el resto de las escaleras y llegaron a la calle más alta.
“El viento es peor aquí”, dijo el abuelo, agarrando el paraguas con fuerza. Min-Jun casi no podía controlar su paraguas; de pronto, una ráfaga de viento dio vuelta al paraguas y lo rompió por las costuras. Min-Jun bajó los hombros decaído.
El abuelo extendió su paraguas. “Ven bajo el mío, ya casi hemos llegado”.
Min-Jun y su abuelo compartieron el paraguas, pero no ayudaba mucho para mantenerlos fuera de la lluvia constante. Al acercarse a la Iglesia, Min-Jun oyó la música que estaban tocando.
“¡Ya comenzaron!”. Min-Jun corrió hacia las puertas de entrada y entonces vio su reflejo en el cristal. Tenía el pelo enmarañado y empapado, los pantalones rotos y los zapatos llenos de barro. Se apartó de la puerta y bajó los escalones.
“No… no puedo entrar”, tartamudeó Min-Jun.
“No te preocupes”, dijo el abuelo.
“Pero estoy sucio y mojado”.
El abuelo miró a Min-Jun, y después miró el medidor de lluvia que estaba atado a la verja.
“Es fácil medir la lluvia, Min-Jun, pero ¿cómo nos medimos a nosotros mismos?”
Min-Jun miró a su abuelo y pestañeó.
“Tú ves zapatos con barro, una rodilla rasguñada y el pelo enmarañado, y crees que no das del todo la talla”, dijo el abuelo. “Pero Jesucristo tiene una mejor manera de medir; Él ve tu corazón y sabe que estás haciendo lo correcto. Si te mides a Su manera, verás que el medidor sobreabundará”.
Min-Jun miró el medidor de lluvia, que subía con cada gota. Pensó en cuánto se había esforzado para llegar a la Iglesia y en la calidez y felicidad que sentía cuando estaba allí. Pensó en cuánto amaba al Salvador, y en cuánto lo amaba el Salvador a él.
Min-Jun abrazó a su abuelo, y juntos caminaron hacia la Iglesia.