2004
La enseñanza de los hijos
octubre de 2004


Mensaje de la Primera Presidencia

La enseñanza de los hijos

Muy poco es lo que se ha escrito sobre la infancia de Jesús. Es de suponer que por haber sido Su nacimiento un hecho de una magnitud tan excepcional, éste haya tomado el lugar de los relatos de Su niñez. Nos maravillamos ante la sabia madurez del niño que, alejándose de José y de María, fue hallado en el templo “sentado en medio de los doctores”1, enseñándoles el Evangelio. Cuando María y José expresaron la preocupación causada por Su ausencia, Él les hizo la perspicaz pregunta: “…¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”2.

El registro sagrado dice de Él: “…Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”3. Un pasaje poco conocido describe Su transición de niño a hombre: Él “anduvo haciendo bienes”4.

El mundo ha cambiado debido a Jesucristo; se ha llevado a cabo la Expiación divina, se ha pagado el precio del pecado y el temible espectáculo de la muerte cede ante la luz de la verdad y la certeza de la resurrección. Aunque pasen los años, Su nacimiento, Su ministerio y Su legado continúan guiando el destino de todos aquellos que lo siguen, tal como Él tan anhelosamente nos exhortó que lo hiciéramos.

Todos los días nacen niños —incluso cada hora— de madres que, depositando su confianza en Dios, entraron en valle de sombra de muerte, a fin de dar a luz a un hijo o a una hija y bendecir a una familia, a un hogar y, en cierta manera, a una porción de la tierra.

Esos preciados días de la infancia unen a la madre y al padre al hijo o a la hija; se advierte cada sonrisa, se apacigua todo temor y se satisface el hambre. Paso a paso, el niño crece. El poeta escribió que toda criatura “es un tierno capullo de la Humanidad, recién caído de la morada de Dios para florecer en la tierra”5.

El niño crece en sabiduría y también en estatura, idealmente con la ayuda y la guía de padres rectos. El obtener conocimiento y el hacer las cosas se conviertan en prioridades que hay que atender.

Hay quienes hacen a un lado estas responsabilidades paternas al pensar que se pueden posponer hasta que el niño crezca. La evidencia revela que eso no es así. El momento óptimo para la enseñanza es transitorio; las oportunidades son perecederas. El progenitor que descuida el desempeño de su responsabilidad como maestro tal vez, en años venideros, capte una amarga perspectiva de las palabras de Whittier: “De todas las palabras, habladas o escritas, son éstas las más tristes: ‘¡Podría haber sido!’6.

El Dr. Glenn Doman, notable autor y afamado científico, reflejó toda una vida de investigación en estas palabras: “Lo que se introduzca en el cerebro de un niño durante sus seis primeros años de vida, probablemente permanezca ahí… Si durante [ese periodo] se le pone en su cerebro información incorrecta, resulta extremadamente difícil eliminarla”7.

Esa evidencia debiera persuadir a todo padre a efectuar una renovación de propósito: “…en los negocios de mi Padre me es necesario estar”. El niño aprende por medio de la guía paciente y la enseñanza persuasiva; busca modelos para imitar, conocimiento que adquirir, cosas que hacer y maestros que complacer.

Los padres y los abuelos desempeñan la función de un maestro, así como también lo hacen los hermanos mayores del pequeño. A ustedes que sirven como maestros de los niños, presento cuatro sugerencias sencillas para su consideración:

  1. Enseñen la oración.

  2. Inspiren fe.

  3. Vivan la verdad, y

  4. Rindan honor a Dios.

Primeramente: Enseñen la oración .

La oración sencilla

es de boca infantil,

sublime coro

en unión de todo el redil8.

Aprendemos a orar orando. Podríamos dedicar incontables horas a analizar las experiencias de otras personas, pero no hay nada que penetre el corazón humano como la oración personal y ferviente, y la respuesta que se recibe del cielo.

Tal fue el ejemplo del joven Samuel, la experiencia del joven Nefi y la trascendental oración del joven José Smith; y tal puede ser la bendición del que ora. Enseñen la oración.

En seguida: Inspiren fe .

Todos podemos aprender mucho de nuestros antepasados pioneros, quienes enfrentaron dificultades y congojas con firme valor y una fe perdurable en un Dios viviente. Hace algunos años, Bryant S. Hinckley, el padre de nuestro Presidente, preparó un libro titulado The Faith of Our Pioneer Fathers [ La fe de nuestros antepasados pioneros ]. Relatos bien escritos como éstos hacen que miembros de todas partes vuelvan la vista hacia nuestro legado pionero. Hubo jóvenes y niños entre los miles que tiraron y empujaron de los carros de mano o recorrieron a pie la senda de los pioneros, así como hay jóvenes y niños entre los santos actuales que son pioneros en sus propias regiones geográficas. Creo que actualmente no hay ningún miembro de la Iglesia que no se haya sentido conmovido por los relatos de los primeros pioneros. Aquellos que tanto contribuyeron al beneficio de todos ciertamente tenían como objetivo el inspirar fe. ¡Y alcanzaron su meta de modo espléndido!

Tercero: Vivan la verdad.

En ocasiones, la lección más eficaz sobre cómo vivir la verdad se halla próxima al hogar y en aquellos a quienes amamos.

Durante el servicio fúnebre de una noble Autoridad General, H. Verlan Andersen (1914–1992), uno de sus hijos le rindió un tributo, el cual podemos poner en práctica dondequiera que estemos o en lo que estemos haciendo. Se trata del ejemplo de la experiencia personal.

El hijo del élder Andersen relató que, años atrás, se celebró una actividad escolar especial un sábado por la noche. Por ese motivo, le pidió a su padre que le prestara el auto. Con las llaves en la mano y cuando se disponía a salir, su padre le dijo: “El auto va a necesitar gasolina para mañana; asegúrate de llenar el tanque antes de regresar a casa”.

El hijo del élder Andersen relató que la actividad de aquella noche fue magnífica: los amigos se reunieron, se sirvió un refrigerio y todos se divirtieron mucho. Sin embargo, con todo el alboroto se le olvidó seguir las instrucciones de su padre y ponerle gasolina al auto antes de regresar a casa.

Llegó la mañana del domingo. El élder Andersen descubrió que el indicador del combustible señalaba que el tanque estaba vacío. En casa de la familia Andersen, el día de reposo era un día para adorar y dar gracias, y no para realizar compras. El hijo del élder Andersen declaró: “Vi a mi padre ponerse el abrigo, decirnos adiós y caminar la larga distancia hacia la capilla a fin de asistir a una reunión que tenía esa mañana temprano”. El deber llamaba; la verdad no se subyugó en aras de la conveniencia.

A modo de conclusión de sus palabras durante el funeral, el hijo del élder Andersen dijo: “Ningún hijo jamás ha recibido una mejor enseñanza de su padre que yo en aquella ocasión. Mi padre no sólo conocía la verdad, sino que también la vivía”. Vivan la verdad.

Por último: Rindan honor a Dios .

Nadie puede superar el ejemplo del Señor Jesucristo de cómo vivir esta meta. El fervor de Su oración en Getsemaní lo dice todo: “…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”9. Su ejemplo en la cruel cruz del Gólgota habla por sí mismo: “…Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”10.

Según se registra en Mateo, el Maestro siempre enseñó una simple pero, a la vez, profunda verdad a todo el que estuviera dispuesto a escuchar. Aprendemos que después de que Jesús y Sus discípulos descendieron del Monte de la Transfiguración, se detuvieron en Galilea y luego se dirigieron a Capernaum. Sus discípulos le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?

“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,

“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.

“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”11.

Considero significativo el que Jesús amara tanto a esos pequeñitos que hacía poco que habían partido de la existencia preterrenal para venir a la tierra. Los niños, en aquel entonces y ahora, bendicen nuestra vida, despiertan nuestro amor e inspiran buenas obras.

Con razón el poeta Wordsworth expresa así nuestro nacimiento:

Al salir de Dios, que fue nuestra morada,

con destellos celestiales se ha vestido,

¡y en su infancia del cielo está rodeada!12.

En el hogar se forman nuestra actitud y nuestras creencias profundamente arraigadas; es allí donde se fomenta o se destruye la esperanza. El Dr. Stuart E. Rosenberg escribió en su libro The Road to Confidence [ El camino a la confianza ]: “A pesar de todas las nuevas invenciones y los diseños, la moda y los caprichos modernos, nadie ha inventado, ni inventará jamás, un buen sustituto para la familia”13.

Nosotros mismos podemos aprender de nuestros hijos y nietos; ellos no tienen temor; no albergan ninguna duda sobre al amor de nuestro Padre Celestial por ellos; ellos aman a Jesús y desean ser como Él.

En cierta ocasión, nuestro nieto Jeffrey Monson Dibb, en aquel entonces de seis años, acompañado de su amiguita, también de seis años, se detuvieron frente a una mesita de la casa en la que había una fotografía del élder Jeffrey R. Holland. La niña, señalando la foto, preguntó: “¿Quién es ese señor?”.

Jeff le contestó: “Ah, es el élder Jeffrey Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles. ¡Le pusieron mi nombre!”.

Cierto día, ese mismo tocayo del élder Holland y su joven amiga se fueron de paseo; caminaron confiados hasta la entrada de una casa, sin saber quién vivía en ella ni la relación que sus moradores podrían tener con la Iglesia. Llamaron a la puerta y contestó una señora. Sin la menor vacilación, Jeff Dibb le dijo: “Somos sus maestros orientadores. ¿Podemos pasar?”. La señora los pasó a la sala y les ofreció asiento. Llenos de fe, los niños se dirigieron a la señora: “¿Tiene alguna golosina para darnos?”. ¿Qué podía hacer ella? Fue y les llevó una golosina y luego conversaron amigablemente, tras lo cual los improvisados maestros se fueron, expresando un sincero “Gracias”.

“Vuelvan otro día”, escucharon que la señora decía sonriendo.

“Lo haremos”, fue la respuesta.

Los padres de ambos niños se enteraron del incidente. Estoy seguro de que se abstuvieron de no desalentar a los pequeños. Tal vez recordaron el pasaje de las Escrituras que dice: “…y un niño los pastoreará”14.

El sonido de la risa de unos niños que juegan felices podría dar la impresión de que la niñez está exenta de problemas y congojas. No es así. Los niños tienen un corazón tierno; añoran la compañía de otros niños. En el famoso Museo Victoria y Albert de Londres, se encuentra un magnífico lienzo titulado simplemente: Enfermedad y salud . Representa a una niña en una silla de ruedas, cuyo pálido rostro refleja una expresión de tristeza mientras observa a un organillero tocar su instrumento ante dos niñas despreocupadas y felices, que juguetean y bailan.

En ocasiones la tristeza y el pesar llegan a todos, incluso a los niños; pero éstos son fuertes, soportan con entereza la carga que tal vez tengan que llevar sobre sí. Quizás el bello Salmo describa esa virtud: “…Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”15.

Deseo describir una de esas situaciones. En la lejana Bucarest, Rumania, el doctor Lynn Oborn, que prestaba servicio voluntario en un orfanato, intentaba enseñar al pequeño Raymond, que nunca había caminado, cómo usar las piernas. Raymond había nacido con los pies deformes y estaba totalmente ciego. La reciente cirugía ortopédica que el Dr. Oborn le había efectuado había corregido el problema de los pies, pero Raymond todavía no tenía uso de las piernas. El médico sabía que, con un andador especial para niños, Raymond podría ponerse de pie, pero ese tipo de andador no se conseguía en ningún lugar de Rumania. Estoy seguro de que ese doctor ofreció fervientes plegarias después de hacer todo lo que estaba a su alcance sin contar con el aparato que ayudaría a caminar al pequeño. La ceguera puede limitar a un niño, pero el no poder caminar, correr o jugar puede dañar su preciado espíritu.

Volvamos ahora a Provo, Utah. La familia de Richard Headlee, al enterarse del sufrimiento en Rumania, se unió a otras personas con el fin de llenar un contenedor de 12 metros de largo con 18 toneladas de provisiones, que incluían alimentos, ropa, medicina, mantas y juguetes. Llegó la fecha de vencimiento del proyecto y el contenedor debía enviarse ese mismo día. Ninguno de los que tomaban parte en el proyecto sabía nada en cuanto a la necesidad particular de un andador infantil. Sin embargo, en el último momento, una familia llegó con un andador para niño y lo metió en el contenedor.

El contenedor que tan ansiosamente esperaban llegó al orfanato de Bucarest y el doctor Oborn estaba presente cuando lo abrieron. Cada uno de los artículos recibidos se utilizaría de inmediato en el orfanato. Cuando la familia Headlee se presentó al doctor Oborn, él les dijo: “Espero que me hayan traído un andador para Raymond”.

Uno de los miembros de la familia Headlee respondió: “Recuerdo vagamente algo parecido a un andador, pero no sé de qué tamaño era”. Un integrante de la familia se fue hasta el contenedor para buscar el andador entre todos los fardos de ropa y las cajas de comida. Cuando lo encontró, lo levantó en alto y exclamó: “¡Es para un niño!”. Estallaron los gritos de júbilo, que rápidamente se convirtieron en lágrimas, porque todos sabían que habían tomado parte en un milagro moderno.

Tal vez haya quienes digan: “Hoy día ya no hay milagros”. Pero el médico cuyas oraciones fueron contestadas respondería: “Claro que sí los hay, ¡y Raymond ya camina!”. La persona que fue inspirada a donar el andador fue una sierva dispuesta y por cierto ella estaría de acuerdo.

¿Quién fue el ángel misericordioso a quien el Señor inspiró para desempeñar un papel tan importante en ese drama humano? Se llama Kristin y nació con espina bífida, al igual que su hermana menor, Erika. De niñas, ambas pasaron largos días e inquietas noches en el hospital. La medicina moderna, practicada con amor, así como la ayuda de nuestro Padre Celestial, les han dado cierta movilidad a cada una de ellas. Ninguna de ellas está desalentada; ambas inspiran a los demás a seguir adelante. Actualmente, Kristin asiste a la universidad y vive por cuenta propia. Erika es una estudiante de secundaria muy activa.

En cierta ocasión tuve la oportunidad de decirle a Kristin, la joven que había enviado el andador a Rumania: “Gracias por escuchar al Espíritu del Señor. Has sido un instrumento en Sus manos para dar respuesta a las oraciones de un médico y al deseo de un niño”.

Más tarde, ofrecí mis propias “gracias” a Dios por los niños, por las familias y por los milagros de nuestros días.

Sigamos con diligencia Su dirección: “…Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”16.

Dios, nuestro Padre, nos ha confiado a estos pequeñitos para su cuidado en la tierra. Por ellos enseñemos la oración , inspiremos fe , vivamos la verdad y rindamos honor a Dios . Entonces tendremos hogares celestiales y familias eternas. ¿Qué otro don de más valor podríamos desear? ¿Por qué mayor bendición podríamos orar? ¡Ninguna!

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se mencionan algunos ejemplos:

  1. Hable brevemente de los pioneros y sus penalidades y pregunte a la familia si saben de personas que, actualmente, sean pioneros. Pregunte cómo se puede aprender de esos ejemplos de fe.

  2. Relate brevemente la historia del élder Andersen sobre el ejemplo que dio a su hijo y pregunte a los integrantes de la familia si recuerdan momentos en los que sus padres u otros maestros les hayan dado un buen ejemplo.

  3. Comparta la historia de cómo Kristin envió su andador a Rumania y pida a la familia que hable de conocidos que hayan bendecido la vida de otras personas al responder a la inspiración.

Notas

  1. Lucas 2:46.

  2. Lucas 2:49.

  3. Lucas 2:52.

  4. Hechos 10:38.

  5. Gerald Massey, “Wooed and Won”, en The Home Book of Quotations, selección de Burton Stevenson, 1934, pág. 121.

  6. John Greenleaf Whittier, “Maud Muller”, The Complete Poetical Works of Whittier, 1892, pág. 48; cursiva agregada.

  7. How to Teach Your Baby to Read, 1964, págs. 46–47.

  8. “La oración del alma es”, Himnos, Nº 79.

  9. Lucas 22:42.

  10. Lucas 23:34.

  11. Mateo 18:1–5.

  12. William Wordsworth, “Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood”, The Complete Poetical Works of William Wordsworth, 1924, pág. 359.

  13. The Road to Confidence, 1959, pág. 121.

  14. Isaías 11:6.

  15. Salmos 30:5.

  16. Marcos 10:14.