2004
El establecimiento de normas eternas
octubre de 2004


El establecimiento de normas eternas

Hay ciertas decisiones que sólo tenemos que tomar una vez. Una vez tomadas, ya no debemos preocuparnos más por cómo obraremos en esa situación concreta en el futuro. El tomar decisiones hace que desarrollemos hábitos o normas; la palabra norma describe muy bien el consejo que me gustaría dar a los jóvenes adultos de la Iglesia. Es importante que sepan, a su edad y con la experiencia que tienen en la vida, cómo establecer normas que nos lleven a la felicidad eterna.

Muchos de ustedes tal vez han empleado una norma o patrón para hacer un vestido o un avión a escala. Norma también puede significar emular, imitar o seguir una ruta o un formato prescrito.

El Señor empleó la palabra norma en una revelación dada a José Smith en 1831: “Y además, os daré una norma en todas las cosas, para que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra engañando a las naciones” (D. y C. 52:14).

En la época en que se recibió esa revelación, la Iglesia apenas tenía un año y había ciertas manifestaciones de espíritus falsos y engañadores. Por consiguiente, el Señor dio instrucciones claras en esa sección en cuanto a que existe una norma establecida que se debe seguir para todos los procedimientos, las ordenanzas y las actividades, la cual ayudaría a los santos a obrar conforme a la manera del Señor.

Nuestro reto consiste en conocer, entender y seguir el camino del Señor. Él ha establecido normas que han sido probadas con éxito, las que, si las seguimos, nos servirán para hallar la felicidad en esta vida y también para hacernos merecedores de la vida eterna. El profeta José Smith dijo: “Dios mora en la eternidad, y no ve las cosas como nosotros”1. Si logramos ver las cosas tal como las ve nuestro Padre Celestial —y esto sólo sucede al estudiar las Escrituras, seguir a los profetas y recibir revelación personal— podremos seguir las normas del Señor y evitar algunas de las desgracias que puedan presentarse en nuestra vida.

Examinemos seis normas divinas que el Señor desea que sigamos.

La pureza moral

Sean limpios. Durante más de una década, la Primera Presidencia ha instado a los jóvenes de la Iglesia a seguir los preceptos de un folleto magnífico llamado Para la fortaleza de la juventud . Ese folleto contiene normas que mantendrán sus cuerpos y mentes limpios de los pecados del mundo.

Aunque es un folleto dirigido a los jóvenes, sería conveniente que cada uno de ustedes, los jóvenes adultos, continúen obedeciendo los consejos que contiene. Permítanme relatarles una experiencia personal que tuve con el folleto Para la fortaleza de la juventud .

La hermana Tingey y yo vivíamos en África y se me envió a Burundi, un pequeño país de África Central, donde había varias familias fieles que habían estado llevando a cabo reuniones de la Iglesia en sus hogares y que deseaban que se les asignaran misioneros que les aportaran ayuda.

Me reuní con un agradable caballero que representaba al gobierno. Le expliqué quiénes éramos, qué enseñábamos y por qué el establecer la Iglesia en su país iba a bendecir la vida de sus ciudadanos. Cuando terminé, él me dijo: “No veo que nada de lo que me ha dicho sea diferente de lo que ya tenemos, y no veo razón alguna para concederles permiso para que sus misioneros vengan a nuestro país”.

Me quedé desolado. La reunión casi había terminado y en cuestión de minutos me llevarían fuera de su despacho. En secreto, hice una oración en mi corazón para saber qué decir. En un instante me vino a la mente una idea y saqué de mi billetera nuestro pequeño ejemplar del folleto Para la fortaleza de la juventud, el que siempre he llevado conmigo. En los momentos restantes de mi visita, compartí rápidamente con él que todo joven de nuestra Iglesia tiene uno de esos folletitos. Le leí algunos de los temas y le expliqué que enseñamos a nuestros jóvenes a seguir esas normas.

Él me dijo: “¿Quiere decir que esperan que la juventud de su iglesia siga esas normas?”.

Yo respondí: “Sí, y lo hacen”.

“Es sorprendente”, me dijo. “¿Podría enviarme algunos de esos folletos para que pueda repartirlos entre los jóvenes de mi Iglesia?”.

Regresé a Johannesburgo y le envié unos 500 ejemplares del folleto, en francés y en inglés. Aproximadamente un mes más tarde, recibimos el reconocimiento oficial del gobierno de Burundi, que daba autorización para que la Iglesia se estableciera en ese país.

Desconozco la importancia de mi participación en ese hecho, pero sé sin duda alguna que el folleto Para la fortaleza de la juventud fue reconocido de inmediato por aquel buen hombre como algo de gran valor y probablemente haya sido un elemento importante para asegurarnos el reconocimiento oficial.

Les aconsejo a cada uno que obtengan su propio ejemplar del folleto y que sigan los preceptos y las normas que en él se explican para que disfruten de las siguientes bendiciones que promete la Primera Presidencia:

“Hacemos la promesa de que a medida que guarden esas normas y vivan de acuerdo con las verdades que se encuentran en las Escrituras, serán capaces de llevar a cabo las labores de su vida con mayor sabiduría y capacidad y soportar las aflicciones con más valor. Ustedes tendrán la ayuda del Espíritu Santo; tendrán un buen concepto de ustedes mismos y serán una influencia positiva en la vida de los demás; serán dignos de entrar en el templo para recibir las santas ordenanzas. Ustedes pueden tener ésas y muchas otras bendiciones más”2.

El día de reposo

Santifiquen el día de reposo. Éste es el momento de fijar un hábito que se convierta en el modelo a seguir por el resto de sus días. La norma del día de reposo quedó claramente definida en los Diez Mandamientos (véase Éxodo 20:8–11).

El Señor repitió este consejo en una revelación dada por medio del profeta José Smith en estos días:

“Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

“porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo” (D. y C. 59:9–10).

En el mundo de hoy, con el fuerte hincapié que se hace en el comercialismo, a veces es difícil distinguir el domingo de cualquier otro día de la semana. Si se descuidan, descubrirán cómo empiezan muy sutilmente a violar el sagrado día de reposo, para empezar a establecer su propia norma, que no será la del Señor y que con el tiempo se volverá difícil de cambiar.

Ustedes, estudiantes, tal vez deseen reconsiderar cuál debiera ser su norma respecto a estudiar en el día de reposo. Hablo por experiencia propia, tras haber asistido a tres universidades, entre ellas una facultad de leyes y la realización de una maestría avanzada en derecho corporativo. Durante parte de ese tiempo, serví como obispo y trabajé como abogado en la ciudad de Nueva York. Tenía toda tentación y oportunidad de estudiar en el día de reposo, pero tomé la determinación de que, simplemente porque era una cuestión de fe y de principios, evitaría estudiar los domingos. Considero que el Señor honró mi compromiso y pude terminar todos mis intentos académicos y sobresalí donde tenía que hacerlo.

El día de reposo puede ser un día magnífico para hacer el bien. Pueden asistir a las reuniones, participar de la Santa Cena, ayunar, estudiar el Evangelio, visitar a los necesitados, escribir a los misioneros, leer buenos libros, así como dedicar algún tiempo a contemplar, a meditar y a analizar sus metas y lo que estén logrando en la vida.

El élder Mark E. Petersen (1900–1984), del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “El que santifiquemos o no el día de reposo es una medida infalible para saber cuál es en realidad nuestra actitud hacia el Señor y hacia Su sufrimiento en Getsemaní, Su muerte en la cruz y Su resurrección de los muertos. Es una señal de si somos verdaderos cristianos o si, por el contrario, nuestra conversión es tan débil que la conmemoración de Su sacrificio expiatorio significa poco o nada para nosotros”3.

Los diezmos y las ofrendas

Paguen sus diezmos y ofrendas. Es importante que cada uno de ustedes establezca una norma mediante la que tomen una décima parte de su interés y lo den como diezmo. También deben asistir al ajuste de diezmos para que se escriba un registro claro de sus ofrendas en los registros oficiales de la Iglesia.

Muchos de ustedes tienen limitados ingresos cuando son estudiantes, pero otros están empezando a tener unos ingresos importantes. Cualquiera que sea el caso, se requiere gran fe para pagar el diezmo. Testifico humildemente que el fijar esa norma ahora bendecirá su vida. Aún no pueden entender cabalmente todo lo bueno que eternamente recibirán como resultado

Muchos de ustedes no han establecido la norma de pagar ofrendas de ayuno. Mientras ustedes crecían, muchos tenían padres que pagaban las ofrendas de ayuno; cuando ustedes sean una “familia” o una “unidad familiar”, deberán establecer el hábito de pagar una ofrenda de ayuno honrada para que el obispo, o el presidente de rama, pueda ayudar a los pobres y a los necesitados de la Iglesia.

El servicio en la Iglesia

Sirvan en la Iglesia dondequiera que se les llame. Esta Iglesia tiene la norma de tener un liderazgo laico, mediante el cual toda persona tiene un llamamiento en el reino. El presidente Gordon B. Hinckley ha señalado el “tener una responsabilidad” como uno de los ingredientes esenciales de la retención de los miembros recién bautizados.

Mi consejo es que acepten los llamamientos que reciban, y que sirvan bien. Ahora comparto una experiencia personal que ilustra cómo los que sirven en la Iglesia reciben bendiciones.

Luego de graduarme en la facultad de leyes, tuve una asignación militar que duró tres años. Mi esposa y yo partimos de Utah para terminar residiendo en una base militar en Nueva York. Casi al fin de mi obligación militar de tres años, mientras nos preparábamos para regresar a Utah, se me llamó como obispo del Barrio Manhattan, en la ciudad de Nueva York.

Por aquel entonces teníamos tres de nuestros cuatro hijos. El llamamiento resultó totalmente inesperado y una prueba de fe. Tendría que tomar el examen del estado de Nueva York por medio del cual se obtiene el título de abogado, para poder así ejercer la abogacía en esa ciudad. Además, tendríamos que mudarnos con nuestros hijos al congestionado ambiente de Nueva York, que era un estilo de vida diferente del que estábamos acostumbrados.

A pesar de ello, como siempre se me había aconsejado que aceptara los llamamientos en la Iglesia y sintiendo que debía aceptar éste, me convertí en el obispo de un barrio grande con casi 1.000 miembros.

Después de servir como obispo durante cerca de siete años, estaba enormemente preocupado porque llevábamos diez años de casados, teníamos cuatro hijos y todavía vivíamos en un apartamento de alquiler. Creyendo que nos iría mejor si pudiésemos invertir dinero en una casa propia, comenzamos a considerar la idea de mudarnos de la ciudad a un barrio residencial de las afueras.

El pequeño apartamento de dos dormitorios en el que estábamos viviendo se encontraba en un edificio en el centro de Nueva York. Por aquel entonces, el edificio pasó de ser un bloque de apartamentos a una propiedad cooperativa, es decir, que los apartamentos eran una especie de condominios. La ley establecía que cada ocupante de un apartamento podría comprar su propiedad cooperativa por menos del valor del mercado y luego venderlo a precio del mercado.

Con los ahorros que habíamos acumulado con los años, compramos nuestro apartamento y lo vendimos. Los beneficios de la venta equivalían casi al alquiler de los siete años que habíamos vivido allí. Al descubrir ese hecho, recordé mi preocupación por no haber tenido dinero invertido en una casa propia durante ese largo periodo. Entonces me di cuenta de que no habría podido administrar mejor el dinero de lo que lo había hecho el Señor. Nuestro servicio fiel durante esos siete años se vio recompensado de una forma que no podríamos haber imaginado.

Comparto con ustedes este testimonio, no para llamar la atención sobre la situación económica de mi familia, sino para ayudarles a darse cuenta de que el Señor los conoce y conoce el fiel servicio de ustedes. Sirvan con entusiasmo y el Señor bendecirá sus esfuerzos.

La educación y la preparación para el futuro

Destáquense por su educación. Cuando ustedes, que ahora son estudiantes, se gradúen y busquen empleo, sus oportunidades se basarán, en gran medida, en sus notas y en la capacidad que tienen para trabajar.

Cuando se está agobiado con las tareas de la vida estudiantil, a veces es fácil olvidar el hecho de que se está en la universidad para recibir una buena educación. Los aspectos sociales de la universidad son importantes, pero tengan cuidado de que no eclipsen el objetivo principal por el que están allí: el de asegurarse una buena educación. Sean dedicados; estudien con ahínco y aprendan conocimiento.

El matrimonio celestial

Desarrollen una norma que los guíe a aceptar las bendiciones y las responsabilidades del matrimonio celestial. La norma más importante que pueden establecer en la vida a su edad es la que los conducirá al matrimonio celestial.

La doctrina de la Iglesia es muy clara al respecto: las personas deben ser dignas de casarse en el templo y deben esforzarse por criar una familia recta con la guía de las Escrituras y “La familia: Una proclamación para el mundo”4.

La doctrina del matrimonio celestial es la siguiente:

“En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

“y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio];

“y si no lo hace, no puede alcanzarlo.

“Podrá entrar en el otro, pero ése es el límite de su reino; no puede tener progenie” (D. y C. 131:1–4).

Refiriéndose a la obligación que el hombre tiene de casarse, el presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó: “Cualquier joven que negligentemente desatiende este gran mandamiento del matrimonio, o que no se casa en virtud de un deseo egoísta por eludir las responsabilidades que la vida matrimonial traerá consigo, está adoptando una conducta desagradable delante de Dios”5.

Jóvenes, es importante que establezcan la norma por la que sean receptivos y estén dispuestos a avanzar hacia esa maravillosa asociación entre marido y mujer, y que se sellen en esa relación eterna.

El establecimiento de normas

El establecer en su vida normas eternas les guiará a la felicidad eterna. Esas normas incluyen: (1) Ser limpios; seguir los preceptos del folleto Para la fortaleza de la juventud, (2) santificar el día de reposo, (3) apreciar las bendiciones que se reciben al pagar el diezmo y las ofrendas de ayuno, (4) servir fielmente en la Iglesia, (5) sobresalir en sus estudios y prepararse para el futuro y (6) aceptar las bendiciones y las responsabilidades del matrimonio celestial.

Su generación promete grandes cosas para el futuro de la Iglesia. Creemos en ustedes. Enfrentan muchos retos, pero sabemos que pueden vencerlos con éxito. Sean dignos y receptivos a la inspiración personal. Deben estar dispuestos a avanzar, con fe, para que los eternos designios del Señor puedan realizarse en el mundo. Sabemos que pueden hacerlo.

Adaptado de un discurso pronunciado en una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia el 5 de mayo de 2002 en Mesa, Arizona.

Notas

  1. Enseñanzas del Profeta José Smith , pág. 441.

  2. Para la fortaleza de la juventud, 2001, págs. 2–3.

  3. “The Sabbath Day”, Ensign , mayo de 1975, pág. 49.

  4. Véase el interior de la cubierta posterior.

  5. Doctrina de salvación , compilación de Bruce R. McConkie, 3 tomos, 1954, tomo II, pág. 69.