2003
Mi primera asignación en la Iglesia
agosto de 2003


Mi primera asignación en la Iglesia

Adquirí un amor perdurable por la historia familiar al descubrir mis raíces en China, Gran Bretaña, Latinoamérica y Suiza.

A las pocas semanas de haberme bautizado a los 16 años de edad, mi presidente de rama me llamó para que asistiera a una clase de historia familiar. Debido a esa sencilla asignación, mi vida cambió por completo.

Habiéndome criado en Uruguay con el apellido poco habitual de Harris (heredado de mi padre, que era británico) disponía ya de un interés natural en la historia familiar gracias a un linaje singular que incluye antepasados de Suiza, China y Gran Bretaña. Aquella clase contribuyó a que el Espíritu de Elías ardiera con más fuerza en mi interior. Comencé por entrevistar a mis abuelos para llenar los registros de grupo familiar, completar cuadros genealógicos y escribir mi historia familiar. Poco después de concluir la clase se me llamó para prestar servicio como maestro de historia familiar.

Durante los años siguientes, en varias ocasiones experimenté dirección espiritual mientras trabajaba en mi historia familiar, y desde entonces he aprendido que ese tipo de momentos son habituales cuando estamos dedicados a esta gran obra.

Registros archivados en Uruguay

Una de las experiencias más extraordinarias ocurrió cuando tenía 19 años. Fui relevado como consejero de la presidencia de la rama a fin de aceptar una asignación como director de historia familiar de la misión. Nos estábamos preparando para recibir la visita de George H. Fudge, del Departamento Genealógico de la Iglesia, en Salt Lake City, quien tenía la esperanza de microfilmar algunos registros de Uruguay; a mí se me pidió ayudar con los preparativos.

Aquella noche oré con fervor para tener la aptitud de hacer lo que se me había pedido. Más tarde me fijé en el titular de un diario que decía: “Genealogía en Uruguay”; hablaba de una próxima reunión de genealogistas uruguayos. Me fijé que el diario era de hacía varios días y que la reunión ya se había celebrado, pero de todos modos decidí acudir a la dirección que aparecía en la noticia.

La noche que decidí hacer la visita también se me había asignado supervisar una reunión de jóvenes y tuve que permanecer en el centro de reuniones hasta las 9:30 de la noche. No tenía dinero para el autobús, así que caminé hasta el lugar donde se había efectuado la reunión. Para cuando llegué ya era tarde; toqué el timbre, lleno de esperanza, y al cabo de unos minutos un hombre abrió la puerta.

Me presenté y el hombre me invitó a pasar. Sus palabras me sorprendieron: “Me alegra que venga tan tarde porque acabo de llegar. Si hubiera venido unos minutos antes habría encontrado la casa vacía”. No tardé en enterarme que él formaba parte del único grupo de genealogistas de Uruguay. También descubrí que el periódico había publicado la noticia de la reunión a pesar de habérsele pedido que no lo hiciera.

Pude concertar una cita para el hermano Fudge con ese grupo de eminentes genealogistas, los cuales pusieron sus archivos a la disposición de él. De acuerdo con su petición, se microfilmaron algunos de los índices de los registros de historia familiar de Uruguay. Creo que fueron los primeros registros que la Iglesia microfilmó en Uruguay.

Un poema chino de generaciones

Un segundo acontecimiento importante ocurrió unos años más tarde cuando fui llamado a servir una misión en Perú. Mi abuelo, que no era una persona religiosa pero sí la que yo respetaba más, no quería que yo fuera. Mi familia seguía las costumbres chinas y mi abuelo era su patriarca. En efecto, la familia era nuestra religión, y el obedecer y honrar a los mayores constituía nuestro código moral. Mi abuelo no me dirigió la palabra durante semanas debido a mi intención de servir en una misión. Una semana antes de partir me ofreció un regalo: me dio la navaja de afeitar que utilicé durante mi misión, la cual aún conservo. Él era un hombre amoroso, así que para ayudarle a sentirse mejor en cuanto a mi misión, le dije que haría todo lo posible por encontrar a sus parientes que vivieran en Perú.

En los primeros tres meses de misión conocí a Guillermo “Willy” Hauyon, sobrino de mi abuelo. Le dije a Guillermo que había oído que había un poema chino en la familia del que cada generación tomó una palabra y lo incorporó a su nombre de pila. Para mi sorpresa, encontró el poema y me dio una copia. Al volver a Uruguay una vez terminada la misión, pedí a mi abuelo que transcribiera el poema con su puño y letra. Actualmente, ese poema es un hermoso recordatorio de mi abuelo y de mi linaje. El poema contiene 48 caracteres chinos y se utiliza para trazar las generaciones, y ha sido de incalculable valor al determinar mis relaciones familiares.

A los pocos meses de encontrar el poema —mientras servía en la oficina de la misión— viajé a Trujillo, Perú, donde conocí a Elsa Huayon, que tenía 82 años de edad. Resultó ser prima de mi abuelo, que yo sepa el único pariente que se crió con él en China. Pasé horas hablando con ella, registrando los nombres de los hermanos y las hermanas de mi abuelo. Me enteré que eran 13, y no sólo los cuatro de los que hablaba mi abuelo. Con la ayuda de Elsa tracé nuestra línea familiar hasta el fundador de la ciudad de donde era oriundo mi abuelo.

Antepasados suizos en Perú

Otro suceso sagrado relacionado con la historia familiar también tuvo lugar mientras servía como misionero. Al llegar a Perú fui asignado a Callao, el puerto de Lima. Fue algo extraordinario, pues en ese entonces desconocía que en aquella misma ciudad se encontraban las tumbas de mis antepasados suizos. Con el tiempo, un pariente me habló de las tumbas, pero no me fue posible encontrarlas antes de que me trasladaran a otra ciudad.

Sin embargo, creo que el Señor quería que encontrara a mis antepasados. Aunque rara vez se asigna a un misionero dos veces a la misma rama, eso ocurrió conmigo. Volví a Callao cerca de un año después y en esa ocasión descubrí que había dos cementerios adyacentes, uno donde están enterrados mis antepasados de apellido Schlupp, y el otro donde se guardan los registros de la familia (que se remontan a 1820). Al buscar entre los registros, por fin encontré lo que andaba buscando: “Elizabeth Schlupp, 57 años, enterrada el 16 de septiembre de 1875; Ana María Schlupp Kruse, 66 años, enterrada el 24 de enero de 1918”. ¡Había encontrado a mis antepasados suizos!

Me quedé extasiado. Por fin me fue posible completar cuatro generaciones de mi historia familiar. De todos los lugares a los que se me podía haber asignado, el Señor me llamó, no una, sino dos veces a Callao, el sitio donde podría localizar a mis antepasados suizos.

Una impresión duradera

Todos esos acontecimientos maravillosos ocurrieron durante los seis años posteriores a mi bautismo. Al mirar atrás hacia mi juventud, me doy cuenta de lo mucho que mi testimonio de la Iglesia y de su divinidad se han fortalecido a través de la obra de historia familiar y el Espíritu de Elías. Ciertamente puedo decir que en muchas ocasiones he sentido la influencia del Señor al volver mi corazón a mis antepasados. La fibra sensible que tocó mi presidente de rama, quien sintió la inspiración de iniciarme en la obra de historia familiar a los 16 años de edad, aún resuena en las experiencias más sagradas de mi alma.

El élder John A. Harris, Setenta Autoridad de Área, sirve en el Área Utah Sur.

La Verdadera Razón

“Elías no sólo vino para avivar la investigación de los antepasados, sino también para hacer posible que las familias se entrelazaran eternamente más allá de los límites de la vida terrenal. En verdad, la oportunidad de que las familias se sellen para siempre es la verdadera razón de nuestra investigación. El Señor declaró por medio del profeta José Smith: ‘…éstos son principios referentes a los muertos y a los vivos que no se pueden desatender, en lo que atañe a nuestra salvación… ellos sin nosotros no pueden ser perfeccionados, ni tampoco podemos nosotros ser perfeccionados sin nuestros muertos’ [D. y C. 128:15]”.

Élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Un nuevo tiempo para la cosecha”, Liahona , julio de 1998, pág. 36.