1990–1999
“…Y tu, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”
Abril 1997


“…Y tu, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”

“Para llegar a ser uno con la familia de los santos, se requiere que los miembros establecidos de la Iglesia reciban con una calurosa acogida a los miembros nuevos: con los brazos abiertos.”

El Salvador, como afectuoso amigo, le dijo a Pedro, que hacia poco había sido llamado a seguir al Salvador: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo;

“pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tu, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-32). )Cual es ese proceso de conversión por el que debe pasar cada hijo e hija de Dios para ayudar a los demás a volver a Su presencia?

Las primeras semillas de la conversión comienzan con un conocimiento del Evangelio de Jesucristo y con un deseo de saber la verdad concerniente a Su Iglesia restaurada; “… dejad que este deseo obre en vosotros” (-Alma 32:27-). El deseo de saber la verdad se compara a una semilla que crece en el terreno fértil de la fe, de la paciencia, de la diligencia y de la longanimidad (véase Alma 32:27-41-). Ha habido algunas conversiones milagrosas que se han registrado en las Escrituras. La conversión milagrosa de Saulo es uno de esos ejemplos, que se hizo evidente cuando el hizo dos preguntas cruciales: “)Quién eres, Señor? …[y] )qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:56). En ocasiones, las personas pueden tener este tipo de experiencias, pero la mayoría de las veces, la conversión lleva tiempo y ocurre mientras el estudio, la oración, la experiencia y la fe nos ayudan a crecer en nuestro testimonio y nuestra conversión.

Cuando Abinadí les enseñó con intrepidez el Evangelio de Jesucristo al inicuo rey Noé y a sus sacerdotes, sólo Alma reconoció la verdad. Mas tarde, Alma tuvo que demostrar gran fe en las palabras de Abinadí mientras trataba de llevar a cabo un potente cambio en el corazón. Este cambio en el corazón fortaleció su conversión con el deseo de abandonar sus pecados. La conversión de cada miembro de la Iglesia no es tan diferente de la de Alma (véase Mosíah 17).

Salimos del mundo para entrar en el Reino de Dios. En el proceso de la conversión, experimentamos el arrepentimiento, el cual produce la humildad, un corazón quebrantado y un espíritu contrito, los cuales nos preparan para el bautismo, la remisión de los pecados y el recibir el Espíritu Santo. Después, con el tiempo y por medio de nuestra fidelidad, superamos las pruebas y tribulaciones, y perseveramos hasta el fin.

Pienso en lo que los primeros miembros de la Iglesia dejaron atrás. Muchos tuvieron que dejar sus familias y sus amigos, la patria donde nacieron y mucho del estilo de vida que habían llevado. Cruzaron el océano y atravesaron a pie una gran nación para ir a Sión a fin de tener la hermandad de los santos. Hoy es igual. Cuando los miembros nuevos salen del mundo y entran en el Reino de Dios, dejan mucho atrás. A menudo, ellos también dejan amigos e inclusive familiares, así como relaciones sociales y un estilo de vida que no es compatible con las normas de la Iglesia. Después del bautismo, el nuevo miembro de la Iglesia debe aprender a ser conciudadano de los santos en el Reino le Dios por medio del estudio, de la oración y del ejemplo y del afecto de los miembros. Todo miembro de la Iglesia desarrolla diariamente un cometido personal, un testimonio y una conversión mas profundos a medida que presta servicio a sus familiares y en sus llamamientos de la Iglesia.

Una vez que estamos en el Reino de Dios, como miembros recién bautizados, honramos el sacerdocio restaurado. El honrar el sacerdocio y el ser obediente al vivir los mandamientos son elementos importantes en el proceso de la conversión. Los miembros varones adultos reciben el Sacerdocio Aarónico poco después de su bautismo. Después de un período, si son dignos, deben recibir el Sacerdocio de Melquisedec, y cada miembro de la familia comparte las bendiciones del sacerdocio en el hogar. Las mujeres son bienvenidas en la Sociedad de Socorro y reciben las bendiciones de la hermandad de esta organización. Los jóvenes se hacen de amigos al tratarse mutuamente en las organizaciones de los Hombres Jóvenes y de las Mujeres Jóvenes; los niños son bendecidos al ser. enseñados y sentir el amor de los solícitos maestros de la Primaria. Nuestra obediencia a los mandamientos nos impele a servir y a sacrificarnos al aceptar llamamientos en los quórumes del sacerdocio y en las organizaciones auxiliares. Progresamos fielmente por lo menos durante un año después del bautismo y nos preparamos para entrar en el templo del Señor. En el santo templo recibimos nuestras investiduras sagradas, las que nos enseñan de que manera debemos vivir para regresar a la presencia de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo.

Entonces somos sellados por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad. Nuestros hijos vienen al mundo protegidos, habiendo nacido bajo los convenios eternos que hicimos como marido y mujer. Si entramos en las aguas del bautismo después de que nuestros hijos hayan nacido, ellos son sellados a nosotros como si hubieran nacido bajo el convenio. Durante todo ese tiempo nuestros testimonios continúan creciendo y, mientras lo hacen, se convierten en una protección para nosotros, “para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos … esto no tenga poder para arrastraros” (Helamán 5:12).

El saber la verdad y el ganar un testimonio nos fortalece para permanecer en el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna. Mientras crece nuestro testimonio, llegamos a convertirnos mas y mas al Evangelio de Jesucristo; cuando lo seguimos a El, nos comprometemos a servirle a El por medio del servicio a nuestro prójimo. Hermanos y hermanas, la Iglesia está creciendo rápidamente mientras nuestra fuerza misional presenta el Evangelio en todas partes del mundo a aquellos que están preparados y tienen oídos para oír. Ellos se unen a la Iglesia con gran fe, con un testimonio de Jesucristo, con amor en su corazón, y enfrentan en seguida la realidad de reordenar su vida para reflejar la voluntad del Señor; pierden el estrecho contacto que habían tenido con los misioneros que les llevaron la luz. Llegan a nuestros barrios y a nuestras ramas y se sienten como extraños. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). En las Escrituras leemos de las semillas y del sembrador de las semillas (véase Mateo 13; Alma 32). Se nos enseña que una semilla puede crecer, convertirse en árbol y dar fruto. Pero es preciso tener buena tierra para recibir la buena semilla, y esa es una de nuestras funciones en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: que proporcionemos la tierra que nutra la semilla para que crezca y de fruto, y para que el fruto permanezca (véase Juan 15:16). Muchos son lo suficientemente fuertes para perseverar hasta el fin; pero otros, si no reciben una cálida mano de hermandad, se desalientan y lamentablemente pueden perder el espíritu que los llevo a las aguas del bautismo. Lo que una vez fue el centro de su existencia lo dejan de lado por lo que acaso perciban como una ofensa, por asuntos mas urgentes o simplemente porque se pierden en las tareas del diario vivir.

Trabajar por la conversión de uno mismo y por la de los demás es una tarea noble y gozosa:

“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuan grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

“Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, (cuan grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:15-16).

¿Se han detenido a pensar alguna vez en el sufrimiento que significa perder un alma y en la tristeza que se debe sentir cuando se pierden muchas? Eso es lo que el Señor siente. Eso es lo que nuestro Profeta siente; y eso es lo que yo espero que ustedes y yo podamos sentir, para así mostrar la determinación de nutrir a los que han experimentado el regocijo del sentir el Espíritu, del ser bautizados y del ganar un testimonio y que están en el proceso de superar las pruebas y tribulaciones, tratando de lograr una conversión constante que dure eternamente.

En medio de nuestras ocupaciones diarias y de las preocupaciones que tenemos en nuestra vida personal y en nuestras familias, a veces no somos conscientes de las necesidades del miembro nuevo que acaba de entrar en el reino. Al tener el cometido de estar al lado de cada uno de los miembros nuevos, ¡podríamos caminar con ellos a lo largo del estrecho y angosto camino que conduce al templo, ir junto con ellos al templo, a fin de que tengamos gozo y regocijo en nuestra amistad con ellos mientras nos dirigimos juntos hacia la vida eterna?

“No obstante, los miembros de la iglesia se alegraron muchísimo por la conversión de los lamanitas, si, por la iglesia de Dios que se había establecido entre ellos. Y unos y otros se hermanaron, y se regocijaron unos con otros, y sintieron gran gozo” (Helamán 6:3).

Imagínense por un momento un pastor cuidando a sus ovejas. El pastor está estudiando y orando diligentemente para acercarse a Dios y mientras se concentra en su relación personal con Dios, se olvida del tiempo y de las circunstancias; no se percata de que sus ovejas se han dispersado o de que están siendo asoladas por merodeadores malvados. El pastor se despierta de su meditación personal a la realidad de que algunas de sus ovejas se han extraviado y de que el debe ir a buscarlas y traerlas de vuelta.

Nosotros los que estamos convertidos lo suficiente debemos llegar hasta aquellos que se han extraviado. Mientras así lo hagamos, encontraremos gran gozo en el recogimiento de las ovejas del Señor. Ammón, el misionero nefita, nos proporcionó un ejemplo. El decidió ponerse al servicio del rey lamanita y se le envió a cuidar los rebaños de Lamoni. Cuando una banda de forajidos atacó a las ovejas y las dispersó, los compañeros de Ammón tuvieron miedo y comenzaron a llorar. ¿Que fue lo que dijo Ammón? “… sed de buen ánimo, y vayamos a buscar los rebaños, y los recogeremos y los traeremos otra vez al abrevadero …” (Alma 17:31).

Ahora bien, podemos leer esto como si fuera un relato en el que algunos pastores trataban de agrupar algunas ovejas perdidas; pero el mensaje que encierra es mucho mas poderoso y mas trascendental que eso. Ammón fue un misionero que tenía nobles intenciones de llevar al rey y a su reino de vuelta al rebaño de la rectitud, al manantial de aguas vivas. El desafío les pareció desalentador a los que no podían ver mas allá: que las ovejas estaban dispersas en las sierras y no contaban con suficientes hombres para agruparlas; estaban desalentados y se sentían temerosos de que el rey descubriera su perdida.

Ammón no solo dirigió las fuerzas para recapturar las ovejas, sino que echó a los hombres malos que causaron los problemas; y sus heroicos esfuerzos persuadieron al rey a seguirle a el y a seguir al Salvador. Ammón nos enseña que no importa cuales sean las circunstancias en que nos encontremos, podemos ser un ejemplo para los demás, podemos edificarlos, podemos inspirarlos para que busquen la rectitud; y podemos testificar a todos sobre el poder de Jesucristo.

Para llegar a ser uno con la familia de los santos, se requiere que los miembros establecidos de la Iglesia reciban con una calurosa acogida a los miembros nuevos: con los brazos abiertos. De esa misma manera, también se les requiere a los miembros nuevos un esfuerzo sincero para venir a la Iglesia y participar con los otros miembros de ella. El ser uno (unidos) transciende la edad, el sexo de las personas, el estado civil y la situación económica de ellas.

La conversión exige que consagremos nuestra vida al servicio y al cuidado de aquellos que necesitan nuestra ayuda, así como el compartir nuestros dones y talentos. El Señor no dijo atiende mis ovejas cuando te sea mas cómodo; vigílalas cuando no estés ocupado. El dijo: apacienta mis ovejas y mis corderos; ayúdalos a sobrevivir en este mundo, manténlos cerca de ti y guíalos a buen resguardo, el resguardo de las decisiones correctas que los prepararan para la vida eterna. Las dificultades de los miembros son similares a muchas de las lecciones que los discípulos y los Apóstoles de Jesús aprendieron después de haber respondido a Su invitación sincera: “… ven, sígueme” (Lucas 18:22). En el Nuevo Testamento, Pedro, el Apóstol mayor, aprendió muchas lecciones y las compartió con nosotros porque estas son lecciones que debemos aprender en el proceso de la conversión.

Después de la Crucifixión, Pedro fue a pescar con los discípulos. Para entonces el era el Apóstol mayor, pero no se daba cuenta de lo que se esperaba de el: había olvidado que había de ser pescador de hombres. Desde la barca, uno de los pescadores reconoció al Señor resucitado que estaba en la playa. Pedro se dirigió a la costa para saludar al Salvador, quien lo recibió con una pregunta directa que indagó cuan profunda era su conversión. Pedro todavía estaba aprendiendo, tal como nosotros debemos continuar aprendiendo. “)Me amas?”, le preguntó el Salvador tres veces Juan 21:15-17). “)Me amas?” Pedro se entristeció y se extrañó: “… tu sabes que te amo”, le contestó (Juan 21:17). Entonces el Salvador le aconsejó: “apacienta mis corderos … Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).

Al igual que Pedro, muchos se convierten y dejan las cosas de este mundo para seguir al Señor. Al igual que Pedro, cuando se nos llama a ser pescadores de los hijos de nuestro Padre, )nos vamos “a pescar” (Juan 21:3) y nos olvidamos de apacentar Sus corderos y Sus ovejas? Al igual que Pedro, cuando aquellos que nos rodean sufren o se sienten temerosos y necesitan nuestro hermanamiento y nuestra ayuda, )nos dormimos a la entrada del huerto? (véase Mareo 26:36-46). Al igual que Pedro, cuando tengamos nuestras propias experiencias de aprendizaje, cabe preguntarnos si seremos capaces de responder de la misma manera que Pedro lo hizo cuando el Señor le preguntó: “Y vosotros, )quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15-16).

Hermanos y hermanas, ¿comprendemos realmente las enseñanzas del Salvador: “y tu, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”? (Lucas 22:32.) Apacienta mis corderos. Apacienta mis ovejas. El apacentar los corderos bien podría referirse a las labores misionales para con los miembros recién bautizados, que deben ser nutridos, a quienes se les debe cuidar con cordialidad y hermandad en la familia de los santos. Y apacentar las ovejas bien podría referirse a los miembros maduros de la Iglesia, algunos activos y otros menos activos, que tienen que ser cuidados y traídos al rebaño.

Hemos aprendido bien el mensaje de un Profeta: “Todo miembro les] misionero” (en “Conference Report” de abril de 1959, pág. 122). Esperamos responder de igual manera a la urgente petición de que todo miembro sea amigo y un compañero que brinde hermandad, y que nutra y cuide por igual a todos nuestros hermanos y hermanas: tanto a los miembros totalmente activos como a los miembros nuevos y a los miembros menos activos.

Anoche, en la reunión del sacerdocio, el presidente Hinckley nos hizo una suplica con respecto a nuestros miembros nuevos. Nos rogó encarecidamente que cuidáramos de nuestros miembros nuevos con las siguientes palabras: “Les suplico … les imploro a cada uno de ustedes que formen parte de este gran esfuerzo … Hermanos, ayudémoslos para que den sus primeros pasos como miembros. [Esta] es una obra para los maestros orientadores y las maestras visitantes; es una tarea para el obispado, para los quórumes del sacerdocio, para la Sociedad de Socorro, los Hombres Jóvenes y las Mujeres Jóvenes, e incluso la Primaria … se precisa su amable manera de ser … No hay razón para que el que se perdió se haya perdido; pero si se encuentra en algún lugar, entre las sombras, y si es preciso dejar a los noventa y nueve, debemos hacerlo para ir a buscarlo”.

Ruego que nuestra suplica personal en respuesta a la del profeta sea:

Quiero guiar a mis hermanos,

al desviado, rescatar

y mostrarle el camino

a tu celestial hogar.

Guíame a tus ovejas

que errantes andan hoy.

Quiero yo apacentarlas

y traerlas a Sión.

Que respondamos a la suplica de nuestro Profeta, que lleguemos a convertirnos para, luego, fortalecer a nuestros hermanos y hermanas es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.