“Porque ella es madre”
“Si hacen lo que este a su alcance por ser buenos padres, habrán hecho todo lo humanamente posible y todo lo que Dios espera que hagan.”
Hay unas líneas que se le atribuyen al escritor Victor Hugo que dicen:
“Ella rompió el pan en dos trozos y se lo dio a sus hijos, quienes lo comieron con avidez.
‘No se dejó nada para ella’, refunfuñó el sargento.
‘Porque no tiene hambre’, dijo .. soldado.
‘No’, dijo el sargento, ‘porque es madre”’.
En este año en que celebramos la fe y el valor de quienes realizaron el difícil viaje en carromato a través de los estados de Iowa, Nebraska y Wyoming, deseo rendir tributo a la versión moderna de esas madres pioneras que oraron por sus bebes, los cuidaron, y en demasiadas ocasiones tuvieron que enterrarlos en el camino. A las mujeres que me escuchan que desean de todo corazón ser madres y no lo son, les digo que no obstante las lágrimas que ustedes y nosotros derramemos por ello, sabemos que Dios, en algún día venidero, traerá esperanza al desolado corazón’(1). Tal como los Profetas han enseñado en repetidas ocasiones desde este púlpito, a fin de cuentas “ninguna bendición [les] será retenida” a los fieles, aun cuando esas bendiciones no se reciban inmediatamente(2). Mientras tanto, nos regocijamos de que el llamado de criar hijos no se limita sólo a los de nuestra propia sangre.
Al hablar de las madres no es mi intención menoscabar la función decisiva y urgente de los padres, especialmente porque algunos consideran la falta del padre en el hogar contemporáneo como “el principal problema social de nuestra época”(3). En verdad, la falta del padre puede ser un problema aun en el hogar en que haya un padre presente, si come y duerme allí, pero no forma parte del núcleo familiar. Pero ese es un mensaje para el sacerdocio del cual se hablara en otro momento. Hoy deseo elogiar las manos maternas que han mecido la cuna del niño y que, por haber enseñado rectitud a sus pequeños, se hallan en el centro mismo del propósito que el Señor tiene para nosotros en la vida mortal.
Con este mensaje hago eco de lo que Pablo escribió cuando alabó de Timoteo su “fe no fingida … la cual habitó primero” dijo el, “en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice”(4). “Desde la niñez”, dijo Pablo, “has sabido las Sagradas Escrituras”(5). Damos gracias por todas las madres y abuelas de quienes se han aprendido esas verdades desde una tierna edad.
Al hablar de las madres en general, deseo en especial elogiar y alentar a las madres jóvenes. La labor de una madre es ardua y muchas veces pasa desapercibida. Los primeros años son con frecuencia aquellos en que el esposo o la esposa, o ambos, se encuentran todavía estudiando o en esas primeras etapas de escasez en que el marido aprende la forma de ganarse el sustento. La economía familiar fluctúa diariamente entre poco y nada. Por lo general, la decoración del departamento se compone de uno o dos diseños: el de las tiendas de segunda mano o “a lo vacío”. El automóvil, si tienen, anda con las llantas lisas y el tanque vacío. Sin embargo, a menudo el problema mas grande que enfrenta una joven madre que de noche tiene que alimentar al bebe o atenderlo porque le están saliendo los dientes, es la fatiga. En el transcurso de esos años, las madres hacen mas con menos descanso y dan mas a los demás, con menor recompensa, que ningún otro grupo del que yo tenga conocimiento, en cualquier otra etapa de la vida. No es de sorprenderse que tengan enormes ojeras.
La ironía, claro esta, es que con frecuencia es ella a quien deseamos llamar, o necesitamos llamar, para servir en las organizaciones auxiliares de barrio y de estaca. Eso es comprensible. ¿Quien no desea la influencia ejemplar de esas Loidas y Eunices en formación? Pero seamos todos sabios. Recuerden que las familias son lo mas importante de todo, especialmente en esos años formativos, y de todas maneras las madres jóvenes se las arreglaran magníficamente para servir fielmente en la Iglesia, así como otros les prestan servicio y las fortalecen a ellas y a sus familias.
Pongan su mejor esfuerzo durante esos atareados años, pero hagan lo que hagan, valoren esa función tan exclusivamente suya y por la cual el mismo cielo envía ángeles para velar por ustedes y sus pequeños. Esposos, en especial los esposos, al igual que los lideres de la Iglesia y los amigos Se todas partes sean serviciales, sensibles y prudentes. Recuerden que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”(6).
Madres, nosotros reconocemos y apreciamos su “fe en cada paso”. Por favor, sepan que su esfuerzo valió, vale y para siempre valdrá la pena. Y si por alguna razón están haciendo ese valeroso esfuerzo a solas, sin un marido a su lado, entonces serán mas fervientes nuestras oraciones por ustedes y mas resuelta nuestra determinación para extenderles una mano de ayuda.
Hace poco una joven madre me escribió diciéndome que su angustia parecía tener tres orígenes. Uno era que cada vez que escuchaba un discurso sobre la maternidad en la Iglesia, se preocupaba porque sentía que no estaba a la altura de lo que se esperaba de ella o que iba a ser incapaz de llevar a cabo la labor. Segundo, sentía que el mundo esperaba que ella enseñara a los hijos lectura, escritura, decoración de interiores, latín, calculo integral y la red Internet, todo antes de que el bebe siquiera balbuceara. Tercero, muchas veces sentía que la gente la trataba con aire condescendiente, casi siempre sin proponérselo, ya que el consejo e incluso los elogios que ella recibía parecían no reflejar la inversión mental, el esfuerzo espiritual y emocional, las exigencias intensas de toda la noche y todo el día que agotan la energía pero que a veces son necesarias si uno desea y trata de ser la madre que Dios espera que sea. Pero dijo que había una cosa que la hacia seguir adelante. Según dijo: “A través de los altibajos y de las lágrimas que en ocasiones he derramado, se muy dentro de mi que estoy llevando a cabo la obra de Dios. Se que por medio de la maternidad participo con El en una asociación eterna. Me conmueve pro fundamente que Dios considere la paternidad como su máxima finalidad y satisfacción, aun cuando algunos de Sus hijos le hagan llorar.
“Es esa comprensión”, dice, “la que trato de recordar durante esos inevitables días difíciles cuando todo esto cosas me abruma tanto. Quizá sea precisamente nuestra incapacidad e inquietud las que nos instan a acercarnos a El y a intensificar Su facultad para acercarse a Su vez a nosotros. Es posible que El tenga la secreta esperanza de que sintamos inquietud y que supliquemos humildemente Su ayuda. Creo que entonces El podrá enseñar a esos niños directamente, por nuestro intermedio, sin que opongamos resistencia. Esa idea me gusta y me brinda esperanza”, concluye. “Si vivo con rectitud delante de mi Padre Celestial, tal vez la guía que El les de a nuestros hijos no sea obstruida. Acaso entonces pueda llevarse a cabo Su obra y Su gloria en el verdadero sentido de la palabra”(7).
En vista de esa expresión, esta claro que algunas de esas grandes ojeras no provienen solamente del cambio de panales y de ser el chofer de los niños, sino de algunas noches en vela haciendo una evaluación del alma, buscando con ansias alcanzar la capacidad de criar a esos hijos para que lleguen a ser lo que Dios desea que sean. Conmovido ante esa devoción y determinación, quisiera decirles a todas las madres, en el nombre del Señor Ustedes son magnificas. Están haciendo una excelente labor. El solo hecho de que se les haya dado esa responsabilidad es una evidencia eterna de la confianza que el Padre Celestial tiene en ustedes. El sabe que el dar a luz no las pone inmediatamente dentro del circulo de los omniscientes. Si ustedes y sus esposos se esfuerzan por amar a Dios y vivir el Evangelio; si ruegan por la guía y el consuelo del Santo Espíritu que se ha prometido a los fieles; si van al templo tanto para hacer como para reclamar las promesas de los convenios mas sagrados que un hombre o una mujer puedan hacer en este mundo; si demuestran a los demás, incluyendo a sus hijos, el mismo amor, compasión y perdón que desean que el cielo les conceda; si hacen lo que este a su alcance por ser buenos padres, habrán hecho todo lo humanamente posible y todo lo que Dios espera que hagan.
En ocasiones, la decisión que toma un hijo o nieto les romperá el corazón. Algunas veces, lo que deseamos no se cumple inmediatamente. Todo padre y madre se preocupa por eso. Aun el presidente Joseph F. Smith, que fue un amoroso y extraordinario padre, rogó: “¡Oh Dios, no permitas que pierda a los míos!”(8). Ese es el ruego de todo padre y también su temor. Pero nadie que continua esforzándose y orando ha fracasado. Ustedes tienen todo el derecho de recibir aliento y de saber que al final sus hijos bendecirán su nombre, al igual que las anteriores generaciones de madres, que tuvieron las mismas esperanzas y los mismos temores.
De ustedes es la grandiosa tradición de Eva, la madre de toda la familia humana, que comprendió que ella y Adán tenían que caer “para que los hombres [y las mujeres] existiesen”(9) y para que hubiera gozo. Suya es la grandiosa tradición de Sara, de Rebeca y de Raquel. Sin ellas no hubieran existido esas extraordinarias promesas patriarcales dadas a Abraham, Isaac y Jacob que nos bendicen a todos. También la grandiosa tradición de Loida y Eunice y de las madres de los dos mil jóvenes guerreros, y la extraordinaria tradición de María, quien fuera elegida y preordenada desde antes que el mundo fuese para concebir, llevar en su vientre y dar a luz al Hijo del mismo Dios, les pertenece. A todas ustedes les damos las gracias, incluso a nuestras propias madres, y les decimos que no hay nada mas importante en este mundo que el participar tan directamente en la obra y la gloria de Dios, al brindar la mortalidad y la vida terrenal a Sus hijos, para que la inmortalidad y la vida eterna puedan lograrse en los reinos celestiales.
Cuando se acercan al Señor con mansedumbre y humildad de corazón y, como dijo una madre, “golpean a la puerta de los cielos para pedir, para rogar, para exigir guía, sabiduría y ayuda para realizar esa labor maravillosa”, la puerta se abre de par en par para proporcionarles la influencia y la ayuda de toda la eternidad. Reclamen las promesas del Salvador. Pidan el bálsamo sanador de la Expiación para cualquier problema que tengan ustedes o sus hijos. Sepan que con fe las cosas se pueden arreglar a pesar de ustedes, o mejor dicho, por causa de ustedes.
Es imposible lograrlo solas, pero tienen quien les ayude. El Maestro de los cielos y la tierra les bendecirá; El, que resueltamente busca a la oveja perdida, que barre con diligencia en busca de la moneda perdida y que espera eternamente el regreso del hijo prodigo. De ustedes es la obra de salvación y por consiguiente serán magnificadas, recompensadas, serán hechas mas de lo que son y de lo que jamas hayan sido al esforzarse honradamente, no obstante lo inadecuado que algunas veces piensen que es ese esfuerzo.
Recuerden todos los días de su maternidad: “He aquí… no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en el, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar”(10).
Confíen en El plenamente y para siempre. Y sigan “adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza”(11). Están haciendo la obra de Dios y la están haciendo maravillosamente bien. El las bendice y las bendecirá, aun y especialmente, en los días y las noches mas difíciles. Al igual que la mujer que en forma anónima, con humildad, quizá incluso con titubeo y vergüenza, se abrió paso entre la multitud para tocar solamente el borde del manto del Maestro, Cristo les dirá a las mujeres que se preocupan, dudan o a veces lloran debido a la responsabilidad que tienen como madres: “Ten animo, hija; tu fe te ha salvado”(12). Y esa fe salvara también a sus hijos.
En el sagrado y santo nombre del Señor Jesucristo. Amén.