1990–1999
Un “Santo llamamiento”
Abril 1997


Un “Santo llamamiento”

“Todo miembro debe llegar a saber que su propio servicio en la Iglesia es de naturaleza sagrada.”

Hace pocos años tuve el privilegio de ser asignado a trabajar en la Presidencia del Área de Asia, que tiene la oficina en Hong Kong. Nuestros cuatro hijos mas pequeños nos acompañaron a mi esposa y a mi a esa ciudad fascinante, donde vivimos tres años muy interesantes. Nuestros hijos estaban acostumbrados a los espacios abiertos del Oeste estadounidense y Hong Kong le requirió a cada niño hacer algunos ajustes emocionales y personales muy importantes. Muchas noches nos sentábamos alrededor de nuestra mesa del comedor, en el modesto apartamento del decimotercer piso, tratando de ayudarlos con los desafíos escolares y culturales.

Una noche, después de haber trabajado con afán durante varias horas para completar las tareas escolares, nuestro hija mas pequeña, Kami (entonces de ocho años), me preguntó: “Papa,)cómo es que se nos ‘eligió’ para venir a Hong Kong?” Mi primera reacción fue contestarle con una broma y decirle: “Creo que tuvimos suerte”. Sin embargo, me di cuenta, debido a la mirada sincera que se veía en esa carita de niña, de que ella deseaba una respuesta adulta a su pregunta. En ese momento, mientras pensaba en los desafíos impuestos a nuestra pequeña familia por mi llamamiento del sacerdocio, yo mismo tuve que analizar la respuesta otra vez.

Recordé el día en el que, algunos años antes, descolgué el teléfono para escuchar la voz familiar del presidente Spencer W. Kimball, quien con delicadeza me extendió el llamamiento a servir como presidente de misión.

Después de la llamada, me sentí atribulado, con fuertes sentimientos de incapacidad. Además, mi esposa y yo teníamos entre treinta y cuarenta años, y éramos una familia joven que tenía seis hijos; recordé el amor y respeto profundos que tenía y todavía tengo por mi presidente de misión. )Podría haber cometido un error el presidente Kimball? )Comprendían realmente quien era yo?

Pocos días después se nos concedió una cita con el élder Rex D. Pinegar. Le explicamos nuestros sentimientos. Siempre recordaré la respuesta del élder Pinegar: “Hermano Brough, tiene un testimonio del llamamiento divino de nuestros Profetas y de otros lideres de la Iglesia?”

“Si”, conteste, “desde los primeros días de mi niñez he creído en los sagrados llamamientos de los lideres de nuestra Iglesia. Desde lo mas íntimo de mi alma creo que el presidente Spencer W. Kimball es un Profeta”.

El élder Pinegar dijo entonces: “Ahora debe ganar un testimonio de la naturaleza divina de su propio llamamiento; tiene que saber que también usted ha sido llamado por Dios”.

Pablo, el Apóstol, había ganado un testimonio personal de su propio “llamamiento santo” y del de Timoteo. El declaró que Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).

Este poderoso testimonio personal le requeriría a Timoteo “participa[r] de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios” (2 Timoteo 1:8).

Mientras Kami y yo leíamos juntos estos versículos, me di cuenta de que ella realmente quería comprender; yo quería que ella supiera que podría haber algunas “aflicciones” asociadas con nuestros llamamientos en la Iglesia y hablamos sobre el estar alejados de nuestro hogar y de los miembros de nuestra familia; y me di cuenta de que le era difícil adaptarse a ese nuevo entorno.

Sin embargo, era obvio que todavía no había logrado mi objetivo, puesto que me preguntó: “Pero papa, )por que se nos ‘eligió’ a nosotros y no a otra persona?” Bueno, eso era una pregunta mucho mas difícil. )Por que estos llamamientos y responsabilidades les tocan a algunos y no a otros? Me vino a la mente la instrucción que me dio el presidente Hinckley después de haberme ordenado Setenta; me dijo: “Hermano Brough, ahora mucha gente va a decir un montón de cosas lindas cerca de usted. ¡No les crea!”

Es muy peligroso para cualquiera Se nosotros pensar que nos hemos ganado el derecho a un llamamiento en la Iglesia; sin embargo, todo miembro debe llegar a saber que su propio servicio en la Iglesia es de naturaleza sagrada. Me acuerdo de mi maestra de la Primaria la hermana Mildred Jacobson, quien yo creo que fue llamada divinamente a su cargo de responsabilidad. Dos obispos, el obispo Lynn McKinnon y el obispo Ross Jackson, quienes sirvieron durante mi juventud, tuvieron un papel preponderante en la vida de mucha gente. Creo que tanto ellos como Pablo y Timoteo, fueron llamados por Dios mediante el mismo proceso de revelación.

Cada uno de nosotros debe prepararse para toda oportunidad de prestar servicio que pueda presentársenos y entonces aceptar el principio de que la base de nuestros llamamientos respectivos es la revelación, y no la aspiración personal. Podemos aprender bastante del siguiente relato del Nuevo Testamento:

“Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante el y pidiéndole algo.

“… Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”.

(Le explique a Kami que los hijos de Zebedeo eran los apóstoles Santiago y Juan, quienes mas tarde se sentarían con Pedro, uno a su mano derecha y el otro a su izquierda. Entonces leímos juntos de que manera Jesús respondió a la devota madre:) “el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes esta preparado por mi Padre” (Mateo 20:23).

A los Apóstoles se les enseñó concerniente a sus importantes llamamientos cuando Jesús les recordó:

“No me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16).

Le explique a Kami que, definitivamente, nosotros habíamos sido elegidos porque no habíamos buscado tan desafiante asignación ; esto fue reforzado cuando, pocos días después, se nos asignó a mi esposa y a mí a viajar a la India a una conferencia misional. El vuelo desde Hong Kong hasta Nueva Delhi fue un vuelo tardío que arribo a Nueva Delhi alrededor de las dos de la mañana y, no obstante la hora que era, había cientos de taxistas que querían ofrecernos sus servicios. Después de seleccionar un conductor, comenzamos nuestro viaje de aproximadamente 40 kilómetros hasta el hotel y, a pesar de que era tarde, los caminos estaban llenos de gente, de animales y de otros vehículos. Al pasar por una intersección, el motor del taxi se paró; mientras miraba al taxista que trataba infructuosamente de hacer arrancar el motor, mi inquietud crecía y, finalmente, ante la obvia frustración, el conductor se dirigió a mi y con su mejor inglés me dijo: “¡Taxi, empujar!” Eran las tres de la madrugada y mi esposa y yo estábamos muy cansados; salí del taxi y trate de empujarlo a través de la intersección, pero no pude hacerlo; entonces el conductor le dijo a mi esposa: “¡Taxi, empujar!” Lanette salió del automóvil y comenzó a ayudarme a empujar el taxi y, mientras nos esforzábamos por hacerlo, en medio del trafico, le dije a mi esposa: “Había algunas cosas que no entendimos bien cuando se nos extendió este llamamiento”.

Nunca me olvidaré de la experiencia que tuvimos en junio de 1993, en una reunión especial que tuvo lugar en Beijin, China, con matrimonios que estaban enseñando inglés en Vietnam del Norte y en Mongolia. Después de dos días de capacitación y de inspiración terminamos con este himno familiar:

“Quizás no tenga yo que cruzar

montañas ni ancho mar;

quizás no sea en lucha cruel que

Cristo me quiera enviar”.

Mientras cantábamos, mi esposa se acerco y me susurró al oído: “Pero quizás si ‘tenga yo que cruzar montañas o si tenga que cruzar el ‘ancho mar’ o si sea ‘en lucha cruel”’. Sin duda, el Señor tenía la necesidad de que esa hermosa gente sirviera en esta interesante área del mundo. Esos asombrosos matrimonios misioneros no eligieron ir a esos países; aun así, mientras ahora contemplamos el resultado de su servicio, se que fueron elegidos por el Señor para su llamamiento especial.

En cuatro ocasiones diferentes, mi esposa, nuestra familia y yo, abrimos, con emoción, los sobres que contenían el llamamiento misional y la asignación que les correspondería a nuestros hijos. En cada oportunidad hemos contemplado emocionados los varios lugares posibles donde podrían ir a la misión. Aunque se expresaron ciertas preferencias, en el momento en que veían las palabras: “Se le ha asignado a servir en la misión (nombre de la misión)”, sin excepción, se apoderaba de cada miembro de la familia un sentimiento de que estaba bien y era lo correcto. Todos sabíamos que un Profeta había guiado el proceso de selección divina al que cuatro de nuestros hijos contestaron con mucho gusto. Miles de ex misioneros también pueden testificar de este proceso y de la inspiración divina de su propio llamamiento misional.

Esa noche no le pude dar una respuesta completamente satisfactoria a la pequeña Kami. Con el correr de los años, hemos recordado aquel atardecer desafiante en el que una pequeña niña se sentía un poco abrumada con la vida; desde aquella vez, hemos leído y conversado sobre otros versículos de las Escrituras y muchos otros relatos. Hemos recibido la promesa maravillosa dada a aquellos a quienes el Salvador ha elegido: “… todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, el os lo de” Juan 15:10).

Esa promesa, la de contestar nuestras oraciones, también se dirigía a una pequeña niña, hecho que fue reafirmado recientemente cuando escuche a Kami (ahora de quince años) responder a una pregunta que le hizo una amiga adulta: “)Cómo es que tuviste tanta suerte de vivir en Hong Kong cuando eras una niña?” Kami me miró directamente a los ojos mientras le contestaba a nuestra amiga: “No fue suerte, ‘se nos eligió”’.

Esa revelación personal y profética es el cimiento sobre el cual se basa firmemente nuestro servicio en la Iglesia; es mi testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.