1990–1999
Loor a dios “por bendiciones de amor”
Abril 1997


Loor a dios “por bendiciones de amor”

“La presencia redentora de nuestro amoroso Padre y Dios en el Universo es la … verdad suprema que, junto con Su plan de felicidad, reina preeminente y majestuosa sobre todas las demás realidades.”

Doy gracias a la Primera Presidencia por esta oportunidad, en la cual, como notaran, las luces se combinan con los reflejos de mi cráneo para brindar una “iluminación” diferente a este púlpito. En cuanto a mi enfermedad, hasta ahora los tratamientos han sido alentadores, lo que me hace expresar contento mi profunda gratitud por haber “llegado hasta aquí” (2 Nefi 31:19).

Hermanos y hermanas, si en algo merezco las bendiciones de Dios, El ha satisfecho hace ya mucho tiempo mis insignificantes merecimientos con Sus generosas bendiciones a lo largo de mi vida. Expreso especial agradecimiento por la fe y las oraciones de mi amorosa y solicita esposa, mi familia, las Autoridades Generales y sus respectivas esposas, mi secretaria y cientos de miembros, y amigos, así como por los competentes médicos y enfermeros que se han ocupado de mi con interés; sin duda, el Padre Celestial ha respondido a sus oraciones y esfuerzos. Estos regalos que he recibido de ustedes son ya un incentivo espiritual para mi. En verdad, no me siento merecedor de ellos, pero no soy ingrato. Les extiendo a todos ustedes mi amor y gratitud.

Algo que he presenciado hacer al presidente Hinckley muchas veces en publico es dar toda la gloria, la alabanza y el honor a Dios. Y es algo que haré mas a menudo, a partir de hoy, y parte de ello es el expresar mi agradecimiento por las enseñanzas y las bendiciones que provienen de Dios. La incertidumbre sobre la duración de nuestra vida es para todos una de las realidades básicas de la existencia; de ahí que debamos importunar al Señor y suplicarle con fe las bendiciones que mas deseemos y al mismo tiempo “estar conforme[s] con lo que el Señor [nos] ha[ya] concedido” (Alma 29:3). Sin duda, las rutas por las cuales partimos de esta vida varían individualmente, así como el momento de partir.

Hay muchísimas personas que sufren mucho mas que nosotros: algunos sufren una agonía lenta, otros se van rápidamente; hay quienes son sanados; a algunos se les concede mas tiempo; otros quedan en estado estacionario. En nuestras pruebas tenemos variedad pero no inmunidad; por eso las Escrituras nos hablan del “fuego ardiendo” y del “fuego de prueba” (véase Daniel 3:6-26; 1 Pedro 4:12). Aquellos que salen triunfantes de sus variadas y ardientes pruebas han experimentado la gracia del Señor, la cual El dice que les basta (véase Eter 12:27). (Aun así, hermanos y hermanas, esas personas no corren a ponerse en fila delante de otro fuego ardiente a fin de tener otra oportunidad! No obstante, debido a que nuestra escuela terrenal es de tan corta duración, nuestro Señor, que es quien nos enseña, es el Maestro que decide el lapso de nuestra probación.

La presencia redentora de nuestro amoroso Padre y Dios en el universo es la grandiosa verdad que se relaciona con la condición humana; es la verdad suprema que, junto con Su plan de felicidad, reina preeminente y majestuoso sobre todas las demás realidades. En comparación, otras verdades no pasan de ser hechos triviales y pasajeros sobre los cuales podemos estar “siempre … aprendiendo” sin llegar al conocimiento de las verdades grandiosas (2 Timoteo 3:7).

La experiencia terrenal por siempre señala la Expiación de Jesucristo como el acto central de toda la historia de la humanidad; cuanto mas aprendo y mas experiencia adquiero, (mas abnegada, asombrosa e inclusiva me resulta Su Expiación! Si tomamos sobre nosotros el yugo de Jesús, eso nos conduce al fin a tener lo que Pablo llamó “participación de [los] padecimientos de Cristo” (Filipenses 3:10). Ya sea que se trate de enfermedades o de soledad, de injusticias o de desprecios o de lo que sea, nuestros sufrimientos, insignificantes en comparación, si somos mansos, afectaran las profundidades de nuestra alma. Por lo tanto, bien haríamos en apreciar no sólo los padecimientos de Jesús por nosotros, sino también Su carácter sin paralelo, dejando que nos impulsen a una adoración y emulación mas profundas.

Alma reveló que Jesús sabe cómo socorrernos en medio de nuestros dolores y enfermedades precisamente porque El tomó sobre si nuestros dolores y enfermedades (Alma 7:12). El los conoce por experiencia propia, con lo cual ha obtenido una comprensión profunda de ellos. Por supuesto, nosotros no comprendemos plenamente Su sufrimiento ni entendemos tampoco como pudo llevar sobre si todos los pecados de los seres mortales, pero Su Expiación sigue siendo la realidad que nos rescata y nos tranquiliza.

No es de extrañar, pues, que de todas las razones por las que podamos alabar a Jesús cuando venga otra vez con majestad y poder, lo alabaremos por Su “amorosa bondad y misericordia”; mas aun, continuaremos alabándolo para siempre jamas! (véase D. y C. 133:52; véase también Mosíah 4:6, 11; Alma 7:23). No necesitaremos ningún otro estimulo.

Por consiguiente, el reconocer siempre la mano redentora de Dios | es sumamente importante, pero, lamentablemente, este hecho se ve disminuido por la imprudente confianza del hombre en “el brazo de la carne” (2 Nefi 4:34; D. y C. 1:19). (Ah, el arrogante brazo de la carne que nos recuerda al deportista que se jactaba de que podía lanzar el balón a través de una cortina de agua y salía seco! Tal necedad y tal trivialidad simbolizan no solo el brazo, sino q también la mente de la carne, que no ve “las cosas como realmente c son … [ni] como realmente serán” (Jacob 4:13).

Finalmente, mi humilde alabanza no fluye hoy solamente hacia Dios, el Padre, por Su amoroso plan de salvación, y hacia Jesús, el Señor del e universo, por Su maravillosa y asombrosa Expiación, sino también hacia }el Espíritu Santo, de quien hablamos menos. Entre Sus muchas funciones, hoy expreso mi gratitud particular y personal por las recientes formas en las que El ha sido y es el preciado Consolador, incluso en mitad de la noche.

En el santo nombre de Jesucristo. Amen.