1990–1999
El gozo máximo
Abril 1990


El gozo máximo

“Me siento lleno de gratitud hacia ese Padre amoroso, el Padre de todos nosotros, que está con los brazos extendidos, animándonos y pidiéndonos que regresemos a El y a su Hijo amado, nuestro Salvador.”

Mis queridos hermanos, en los últimos días mis recuerdos se han remontado al pasado. Cuarenta y siete años atrás, los miembros de mi quórum y yo tomamos un autobús especial para venir, desde Midvale, a este sagrado edificio, con el fin de asistir a la conferencia general. Era la época de la Segunda Guerra Mundial, y si llegábamos diez minutos antes de que comenzara la sesión, podíamos encontrar asientos disponibles sin ningún problema. Recuerdo cómo me sentía en aquellos años en que las Autoridades Generales no subían al estrado por la parte de atrás, sino que entraban por el lado opuesto del Tabernáculo y avanzaban por los pasillos. Recuerdo que un domingo en que estabamos esperando fuera, un hombre grande y alto entró por el portón del lado este de la Manzana del Templo. Era el presidente George Albert Smith, que en ese entonces era el Presidente del Consejo de los Doce, y se dirigió a nosotros y nos habló mientras nos palmeaba el hombro. No he olvidado lo que sentí al ver que un Apóstol del Señor se detenía para conversar con cuatro diáconos provenientes de granjas.

Al refrescar la memoria de todos esos años, me he percatado de los muchos milagros que han ocurrido en mi vida y de los cuales he sido testigo. Me siento lleno de gratitud hacia ese Padre amoroso, el Padre de todos nosotros, que esta con los brazos extendidos, animándonos y pidiéndonos que regresemos a El y a su Hijo amado, nuestro Salvador.

Pienso en todas esas almas escogidas: Mi madre, que a los ochenta y un años de edad es todavía quien establece el ritmo familiar poniendo el ejemplo que sus hijos siguen; pienso en los maestros, los asesores y en muchas otras personas queridas con quienes me he vinculado en el correr de todos estos años.

Para mi ha cobrado un mayor significado la declaración de Alma que dice que la predica de la palabra del Señor tiene mas propensión a impulsar a la gente a hacer lo justo; que surte un efecto mas potente que la espada o

cualquier otra cosa (véase Alma 31:5). He podido ver eso hecho realidad en la vida de los misioneros con los que he tenido el privilegio de servir durante casi tres años, otros hijos e hijas que entraron a formar parte del núcleo familiar y a quienes mi esposa y yo hemos llegado a querer con toda nuestra alma. He visto ese milagro repetirse una y otra vez cuando se enseña la palabra de Dios a sus hijos y a los de su rebaño que oyen Su voz, y se produce en ellos un cambio y vienen a El.

E1 Evangelio de Jesucristo es verdadero; es el gozo mas grande, el mas puro que tenemos en esta vida. Cuando lo abrazamos, con todo lo que nos es querido-la familia, los seres amados-, todo lo demás esta contenido en ese hermoso don de amor que proviene de un Padre Celestial que nos ama.

Finalizo con el testimonio que oí la semana pasada de boca de tres nuevos conversos. Con lagrimas en los ojos, ellos testificaron del conocimiento que han adquirido en sólo unos pocos meses; testificaron que nuestro Padre Celestial vive, que se ocupa de nosotros, que Jesús es el Cristo y que, sin lugar a dudas, en el Libro de Mormón tienen ahora un mapa que les indica el camino que deben seguir, un mapa que se les ha dado para llevarlos seguros de regreso al hogar celestial; testificaron que José Smith es el Profeta de esta dispensación y que el presidente Ezra Taft Benson es en la actualidad el portavoz del Señor. Hago eco de ese testimonio porque, con todo mi corazón, se que es verdadero por la vida y las bendiciones que he recibido, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.