1990–1999
El que persevera hasta el fin
Abril 1990


El que persevera hasta el fin

“La verdadera perseverancia no representa solamente el paso del tiempo, sino el paso del alma”.

Deseo agregar personalmente una bienvenida a los hermanos y a las hermanas a quienes hemos sostenido hoy. Lo que pasó hoy no habría ocurrido si no os hubierais casado tan bien espiritualmente hace ya muchos años.

En una de las raras ocasiones en que la voz misma de Dios se oyó, el Padre testificó diciendo: “Sí, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquel que persevere hasta el fin, éste será salvo” (2 Nefi 31:15). Entre todo lo que el Padre podía decir, ¿por qué hizo hincapié en la perseverancia?

Primero, porque Dios ha dicho repetidamente que organizaría la vida terrenal para que fuera una experiencia de probación (véase Abraham 3:25; Mosíah 23:21). Hermanos, Él ha cumplido su promesa y ha llevado a cabo su voluntad divina, ¿verdad? Por este motivo, como dijo Pedro, aun el “fuego de prueba” no debe parecernos una “cosa extraña” (1 Pedro 4:12). De ahí que el perseverar es vital y aquellos que perseveren hasta el último serán los primeros espiritualmente.

Al tomar sobre nosotros el yugo de Jesús y perseverar, aprendemos más a fondo sobre Él, y particularmente a ser como Él (véase Mateo 11:29). Aun cuando nuestras experiencias son ínfimas comparadas con las suyas, el proceso es el mismo.

En la vida son muchos los problemas que tenemos que soportar, como las enfermedades, la injusticia, la insensibilidad, la pobreza, la soledad, la indiferencia, los equívocos y las malas interpretaciones y, a veces, hasta los enemigos. Pablo nos recuerda que el manso y humilde Jesús, pese a ser Señor del universo, “sufrió tal contradicción de pecadores sobre sí mismo” (Hebreos 12:3). Sus discípulos experimentarán variedades más leves de esa misma oposición u hostilidad.

Nosotros tendemos a considerar sólo nuestra propia paciencia para sufrir, pero es la gran paciencia de Dios lo que nos da la oportunidad de mejorar, permitiéndonos el espacio y el tiempo que son tan imprescindibles para que lo logremos (véase Alma 42:4, 5).

Pablo dijo lo siguiente:

“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia …” (Hebreos 12:11.)

Ese “fruto apacible” sólo aparece en la estación correspondiente, después del brote y de la flor.

De lo contrario, si se abreviaran ciertas experiencias terrenales, sería como arrancar una planta florecida para ver cómo está la raíz. 0, como diría un ama de casa, si se abre demasiado la puerta del horno para mirar el pan, este se aplasta en lugar de leudar. Además, generalmente un cambio forzado no dura, mientras que la perseverancia productiva puede infundir un cambio permanente (véase Alma 32:13).

Se debe distinguir la perseverancia paciente del mero hecho de ser compelido. Perseverar es algo más que pasearnos de arriba a abajo por la celda de nuestras circunstancias; no es sólo aceptar la porción que nos ha tocado, sino actuar por voluntad propia magnificándola. (Véase Alma 29:3, 6.)

Por ejemplo, si estamos constantemente examinándonos para saber si somos felices, no lo seremos. Si continuamente comparamos para ver si lo que nos pasa es justo, no sólo evadimos la realidad sino que también somos injustos con nosotros mismos.

Por lo tanto, la verdadera perseverancia no representa solamente el paso del tiempo, sino el paso del alma, y no sólo de A a B, sino a veces por todo el recorrido de la A hasta la Z. El perseverar con fe y hacer la voluntad de Dios implica mucho más que limitarse a tolerar una circunstancia. (Véase D. y C. 63:20; 101:35.)

No se persevera de verdad siendo indiferente sino hundiéndose de alma en la experiencia. Jesús sangró “por cada poro”, no solamente por unos cuantos. (D. y C. 19:18.)

A veces, la obediencia espiritual nos requiere “aferrarnos” con amor, por ejemplo, a un hijo rebelde, mientras otros nos gritan “¡Suéltalo!” No obstante, la perseverancia en el sufrimiento puede indicarnos también que “soltemos” cuando todo nuestro ser quiere “aferrarse”, por ejemplo, a un ser querido “señalado para morir” (D. y C. 42:48).

Cuando las circunstancias son como un oleaje que nos arroja de un lado a otro, la perseverancia paciente nos permite aferrarnos a la fe en el Señor y en que Él sabe cuál es el momento oportuno. Aun cuando parezca que la corriente nos atrapa y detiene, en medio de los tumbos avanzamos, aunque sea un poco magullados.

Soportar la tentación con paciencia es una de las mayores dificultades que podamos enfrentar. Jesús sufrió tentaciones pero no cedió. (Véase Mosíah 15:5.) Cristo las soportó porque “no hizo caso de ellas” (D. y C. 20:22). Nosotros tendemos a flirtear con las tentaciones, a ceder un poco, jugando con ellas un rato, aunque después las desechemos. No obstante, el prestarles la más mínima atención crea el ambiente para sucumbir a ellas.

Los problemas más personales son a menudo los más difíciles y llenos de ironía. Por ejemplo, el rey Mosíah era venerado por su pueblo, pero, irónicamente, sus hijos se volvieron enemigos de la Iglesia por un tiempo. Sin embargo, la gente seguía amando a Mosíah. ¿Tendremos nosotros la misma tolerancia perceptiva hacia los que sufren por una cruel ironía? Cuando, por el momento, nosotros mismos no nos hallemos cargando una cruz, deberíamos estar, llenos de comprensión y bálsamo espiritual, junto a aquellos que cargan la suya. En el camino angosto y estrecho que conduce a nuestros pequeños Calvarios, no se oye a ningún viajero jactarse de que la jornada le resulte fácil (véase 1 Corintios 10:13).

Al perseverar se desarrolla también la disposición a marchar adelante, aun cuando estemos fatigados y lo que queramos sea ponernos junto al camino a descansar (véase 2 Nefi 31:20). De ahí que el Señor haya elogiado especialmente a un profeta por su “infatigable diligencia” (véase Helamán 10:4; también 15:6).

Pablo escribió diciendo que aun después que los discípulos fieles habían “hecho la voluntad de Dios”, les era “necesaria la paciencia” (Hebreos 10:36). ¿Cuántas veces las buenas personas hacen lo correcto al principio y luego se dejan quebrantar por el peso de las tensiones posteriores? Comportarse con corrección en un momento difícil, mientras se soporta una gran tensión, es digno de encomio, pero también lo es sobrellevar la tensión constante, sutil pero siempre presente, de lo que aparentemente son rutinas de la vida diaria. Sea como sea, debemos correr “con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1), que no es de corta distancia sino un maratón.

Cuando somos indebidamente impacientes, damos a entender que preferimos nuestro horario al de Él. Aunque la frase de las Escrituras “con el transcurso del tiempo” significa “finalmente”, también indica un proceso espiritual completo:

“…el Señor le mostró a Enoc todos los habitantes de la tierra; y vio, y he aquí, con el transcurso del tiempo, Sión fue llevada al cielo …” (Moisés 7:21. Véase también D. y C. 38:13; Génesis 4:3, 38:12; Éxodo 2:23; Jueces 11:4; 2 Crónicas 21:19.)

El paso del tiempo, en sí mismo, no nos brinda un avance automático; pero, como el hijo pródigo, a veces necesitamos “el transcurso del tiempo” para recobrar nuestros sentidos espirituales (véase Lucas 15:17). La conmovedora reunión de Jacob y Esaú en el desierto, después de muchos años de rivalidad fraterna, es un ejemplo típico de esto. La generosidad puede reemplazar a la animosidad; la reflexión puede traer una percepción nueva. Pero la reflexión y la introspección requieren tiempo. En muchos resultados espirituales es necesario que las verdades salvadoras se mezclan con el tiempo para formar el elixir de la experiencia, ese supremo remedio de tantos males.

Sabemos que la experiencia puede producir un fruto espiritual elevado (véase D. y C. 122:7). Tenemos el caso de Labán, que no quería que Jacob dejara el trabajo que él le había dado, diciéndole que sabía por experiencia “que Jehová me ha bendecido por tu causa” (Génesis 30:27). A la Iglesia restaurada se le instruye, aun en nuestros días, esperar “un corto tiempo” para edificar Sión; ¿y por qué? A fin de que “se preparen, y mi pueblo … adquiera experiencia” (D. y C. 105:9, 10). Obtenemos conocimiento mediante ciertas experiencias, pero tenemos que obtenerlo poco a poco y en una cosa determinada. De ahí que este proceso sea continuo, y quizás se nos perdone por preguntar: “¿No hay otra manera?” La perfección espiritual surge en el ser humano como consecuencia de la obediencia prolongada. Para dar forma a una rama hay que curvarla despacio, no partirla.

Sin la perseverancia paciente y mansa, aprenderemos menos, veremos menos, sentiremos menos y oiremos menos. Al ser egocéntricos e impacientes, disminuimos nuestra capacidad espiritual de recibir.

Y de todos modos, mis hermanos, ¿cómo podría haber un fuego refinador sin que tuviéramos que soportar algo de calor? ¿O una mayor paciencia sin aguantar una espera que nos la enseñe? ¿O más comprensión sin llevar unos las cargas de los otros, no sólo para aliviar las de los demás, sino para que nosotros seamos iluminados por esa comprensión más grande? ¿Cómo podemos ser magnificados más adelante sin soportar algo de privación en el presente?

Para engrandecer el alma, es preciso no sólo remodelarla sino excavar un poco en ella. La hipocresía, el engaño y otros rasgos que se le han incrustado no se le extraen fácilmente; pero si sobrellevamos bien las pruebas, éstas no nos impacientarán.

Más aun, se ha demostrado que el dolor puede expandir la mente y el corazón a fin de hacer lugar en ellos para el gozo que vendrá después.

La perseverancia, por lo tanto, es uno de los atributos principales, pero no se puede desarrollar sin el laboratorio que es este período de nuestro segundo estado. Ni aun los mejores sermones sobre la teoría de perseverar son suficientes. Se requiere perseverancia para desarrollar por completo las otras virtudes principales como el amor, la paciencia, la humildad, la compasión, la pureza, la sumisión, la justicia.

La incertidumbre, por ejemplo, es muchas veces el pestillo que abre la puerta al discernimiento; debemos tomar el pestillo firmemente y moverlo con fe. La aflicción del alma puede tener el mismo efecto que la rastra tiene en el suelo al mover y dar vuelta los terrones para tener buena cosecha. Moisés experimentó ese cambio trastornador. Una persona inferior a él no habría podido abandonar las riquezas y la condición social que tenía en Egipto, sólo para ser perseguido y luego despreciado por ser un profeta, en la misma corte a la que antes había pertenecido. Aun así, se nos dice que Moisés perseveró “por la fe” (véase Hebreos 11:26-29).

Alguien dijo que Dios es fácil de complacer pero difícil de satisfacer. Como Padre, a Dios le deleitan nuestros primeros pasos para avanzar, pero Él sabe lo recto, angosto y largo que es nuestro camino. Y en él, ¡qué vital es la perseverancia!

Felizmente, aunque el Señor nos ha prometido una vida llena de enseñanzas, también nos ha prometido cosas gloriosas.

“Y todos los que… soporten con fe… participaran de toda esta gloria.” (D. y C. 101:35.)

La vida eterna nos brinda, hermanos, el cumplimiento total de todas las promesas que se especifican en las sagradas ordenanzas del templo. Juan dijo que los “llamados y elegidos y fieles” heredaraán todas las cosas (véase Apocalipsis 21:7; también 17:14). Las Escrituras de nuestros días confirman que esas almas especiales recibirán “todo lo que [el] Padre tiene” (D. y C. 84:38). ¡Todo! Ni siquiera podemos imaginar tan grandiosas bendiciones.

Entretanto, con esa perseverancia espiritual puede existir la felicidad en medio de la pobreza, la gratitud aun sin abundancia; hasta puede existir la mansedumbre en medio de la injusticia. Nunca se ve brotar “alguna raíz de amargura” en los mansos que perseveran pacientemente (Hebreos 12:15).

Mientras estemos en medio de todas estas cosas, si somos sabios como Job, evitaremos atribuir “a Dios despropósito alguno” (Job 1:22).

Igual que con todas las demás virtudes, Jesús es el ejemplo en esto. Mientras carguemos su yugo, también nosotros podemos aprender mejor “cómo socorrer[nos]” unos a otros (Alma 7:12).

En la misma forma, después de haber pasado por todas las experiencias de la vida, en pequeña escala podremos al final decir, como Jesús dijo en la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30). También nosotros habremos podido acabar nuestros preparativos y hacer la obra determinada que Dios nos haya encomendado a cada uno (D. y C. 19:19; véase también Juan 17:4). No obstante, no es posible que pase de nosotros nuestra insignificante copa, porque por esa razón hemos venido al mundo (véase Juan 12:27).

De manera ínfima, aunque suficiente para nosotros, experimentaremos lo que es sufrir “en el cuerpo como en el espíritu” (D. y C. 19:18). Algunas aflicciones son físicas, otras mentales, o empiezan de esa forma; pero a veces ambas condiciones se combinan produciendo un sufrimiento especial.

De ahí que una de las preguntas más extraordinarias e inquisitivas que se nos haya hecho a todos en nuestros sufrimientos está suspendida en el tiempo y el espacio ante nuestros ojos: “El Hijo del Hombre se ha sometido a todas ellas. ¿Eres tú mayor que él?” (D. y C. 122:8). Jesús descendió a las profundidades y escaló las alturas para poder comprender “todas las cosas” (véase D. y C. 88:6). Por lo tanto, Él no sólo es el Salvador que efectuó la Expiación total sino el que tiene total comprensión en todo.

Las pocas palabras con que describió los tormentos de la Expiación revelan que Jesús estaba determinado a no desmayar al “beber la amarga copa” (D. y C. 19:18). En cambio, el sumiso Cristo nos hizo saber que bebió y consumó el sacrificio (véase D. y C. 19:19). Cada parte de éste era esencial. No es de extrañar que Pablo haya llamado a Jesús el “consumador de [nuestra] fe” (Hebreos 12:2).

Después de describir los tormentos de la Expiación, Jesús nos exhorta diciendo: “…camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz” (D. y C. 19:23). Mis hermanos, esa es la única forma en que evitaremos desmayar mientras tratamos de alcanzar esa paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).

Podemos ver en aquellos que “sobrellevan bien” una tranquila y pacífica majestad, una silenciosa e íntima percepción de que, como Pablo, han “guardado la fe”. Y lo saben, aunque no hablan de ello.

Como lo cantará este hermoso coro de la Primaria, nuestro deber es “tratar de ser como Jesús” y recordar “las lecciones que Él enseñó”. Expreso públicamente mi agradecimiento por el poder persuasivo, la perfección y la intensidad del eterno ejemplo de perseverancia de Cristo y mi gratitud imperecedera al Padre por el don de su Hijo, en el nombre de Jesucristo. Amén.