1990–1999
Somos testigos de Dios
Abril 1990


Somos testigos de Dios

“Al final, lo que nuestro Padre Celestial requerirá de nosotros es más que una contribución: es un cometido total, una completa devoción; todo lo que somos y todo lo que podemos llegar a ser.”

Al pensar en las bendiciones que Dios nos. ha dado y en las muchas cosas hermosas del Evangelio de Jesucristo, me doy cuenta de que a lo largo del camino se nos pide que hagamos ciertas contribuciones a cambio, contribuciones de tiempo, dinero u otros recursos. Todas ellas son valiosas y necesarias, pero no constituyen nuestra ofrenda total a Dios. Al final, lo que nuestro Padre Celestial requerirá de nosotros es mas que una contribución: es un cometido total, una completa devoción; todo lo que somos y todo lo que podemos llegar a ser.

Comprendedme, no me refiero solamente a un cometido hacia la Iglesia y sus actividades, aunque estas siempre necesitan fortalecimiento. No, hablo mas específicamente de un cometido que se demuestra con nuestro comportamiento, nuestra integridad, nuestra lealtad al hogar, a la familia y a la comunidad, así como a la Iglesia.

Por supuesto, todas estas virtudes están estrechamente relacionadas entre si, porque nuestro comportamiento y nuestro carácter se forman de acuerdo con las enseñanzas y el ejemplo del Señor Jesucristo en todos los aspectos de la vida: tanto en lo personal, como en el hogar, en el trabajo y en la comunidad, así como en la devoción que rindamos a la Iglesia que lleva su nombre.

Si podemos moldear nuestra vida siguiendo el patrón que nos dejó el Maestro, y tomar sus enseñanzas y ejemplo como modelo supremo de nuestra conducta, no nos será difícil ser constantes en todos los aspectos de la vida, porque estaremos dedicados a una sola norma sagrada de comportamiento y creencia. Ya sea en el hogar o en la tienda, en los estudios o mucho después de haber pasado la época estudiantil; sea que actuemos solos o al unísono con una cantidad de personas, nuestro curso será claro y nuestras normas muy evidentes y habremos tomado entonces la decisión, como dijo el profeta Alma, de “ser testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9).

Es obvio que en esta lealtad se incluye el apoyo a la institución que es la Iglesia, pero uno de los propósitos de esta es cambiar y mejorar nuestra forma de vivir en todos los otros aspectos también, dondequiera que estemos y cualesquiera sean las circunstancias, “aun hasta la muerte”.

Quisiera rememorar brevemente uno de los magníficos ejemplos que cuentan las Escrituras, en el que tres personas bastante jóvenes se mantuvieron firmes en sus principios y defendieron su integridad aun cuando parecía que el hacerlo podría costarles la vida.

Aproximadamente 586 años antes de Cristo, Nabucodonosor, Rey de Babilonia, marchó contra la ciudad de Jerusalén y la conquistó; se quedó tan impresionado por las cualidades y el conocimiento de los jóvenes israelitas, que hizo llevar a varios de ellos a la corte.

Los israelitas enfrentaron un serio problema cuando Nabucodonosor hizo erigir un ídolo de oro y mandó a todos los de la provincia de Babilonia que lo adoraran, mandato que tres de los israelitas, Sadrac, Mesac y Abed-nego, rehusaron obedecer. El rey, “con ira y con enojo”, mandó que los llevaran ante el y les dijo que si no se postraban ante la estatua en el momento indicado, serian “echados en medio de un horno de fuego ardiendo”. Y luego, con arrogancia les preguntó: “¿Y que dios será aquel que os libre de mis manos?”

Los tres jóvenes respondieron con cortesía pero sin vacilación.

“[Si es así, que nos amenazas con la muerte], nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librara.

“Y si no [si por cualquier razón El decide no salvarnos del fuego], sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” (Daniel 3:13-18.)

Naturalmente, Nabucodonosor se enfureció mas aun y ordenó que calentaran el horno “siete veces mas de lo acostumbrado”. Después mandó que arrojaran al fuego a aquellos tres jóvenes valientes, completamente vestidos. Por cierto, el rey estaba tan empeñado y las llamas despedían tal calor que los soldados que llevaron a Sadrac, Mesac y Abed-nego para arrojarlos en el fuego cayeron muertos por el calor que se desprendía del horno.

Entonces ocurrió uno de esos grandes milagros a los que tienen derecho los fieles, de acuerdo con la voluntad de Dios. Los tres jóvenes se pusieron de pie y caminaron por en medio de las llamas sin quemarse. A continuación, el rey mismo, atónito, los hizo salir del horno. Sus ropas estaban intactas, no tenían ninguna quemadura, ni un solo cabello se les había quemado y “ni siquiera olor de fuego tenían” aquellos valientes y determinados varones.

“Bendito sea el Dios de … Sadrac, Mesac y Abed-nego”, dijo el rey, “que … libró a sus siervos que confiaron en el, y que … entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios … Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia.” (Daniel 3:28, 30; véanse también los versículos 19-27.)

Lo que realmente tiene valor es la capacidad de una persona de mantenerse firme en sus principios, de vivir con integridad y fe de acuerdo con sus creencias; eso es lo que establece una diferencia entre una contribución y un cometido. Esa devoción a los principios verdaderos-en nuestra vida intima, en el hogar y con la familia, en todo lugar donde estemos y donde tengamos influencia sobre otras personas-, esa devoción es lo que finalmente Dios requiere de nosotros.

Recuerdo que hace unos años, nuestro querido colega, ya fallecido, el presidente Stephen L. Richards, hablando a estudiantes universitarios, dio un discurso titulado “Pesado en balanza, y no hallado falto” [véase Daniel 5:27]. Habló de personas de nuestros días, incluso los jóvenes, que deben soportar las diversas pruebas de fidelidad y lealtad que de vez en cuando la vida nos pone a todos por delante. Ninguno de los ejemplos que dio era tan espectacular como el ser arrojado en un horno de fuego ardiendo, pero la integridad que se había requerido, así como el firme cometido a un principio elevado, en todos los casos eran los mismos. El dijo lo siguiente:

“¿Que pensamos del honor y la integridad? ¿Cómo reaccionamos ante las mentiras corteses para facilitar las relaciones sociales? ¿Hasta que punto toleramos la omisión o la falsificación de los hechos a fin de lograr una ventaja en los negocios? ¿Aceptamos sin escrúpulos el dicho de que todo esta permitido en el amor y en la guerra (y en política y en los deportes)? … ¿Hasta que punto consideramos sagrado el buen nombre de otra persona? <[Paladeamos con otros sabrosos trocitos de conversación … repitiendo rumores y cuentos que no hemos sometido a la prueba [de la verdad]?” (Where is Wisdom?, Salt Lake City Deseret Book Company, 1955, págs. 80-81.)

El presidente Spencer W. Kimball escribió esto sobre el mismo tema:

“Es posible que yo no pueda eliminar toda la basura pornográfica, pero mi familia y yo no tenemos por que comprarla ni verla.

“Es probable que yo no pueda cerrar todos los negocios inescrupulosos, pero sí puedo alejarme de las áreas de dudosa reputación y de mala fama.

“Es probable que yo no pueda reducir notablemente los divorcios de la nación ni salvar todos los hogares desintegrados y a los niños frustrados, pero si puedo hacer de mi propio hogar un lugar agradable, de mi matrimonio una dicha, de mi hogar un paraíso celestial, y de mis hijos unos seres debidamente equilibrados

“Es probable que yo no pueda detener las crecientes exigencias por la libertad de las leyes morales, ni cambiar todas las opiniones en cuanto al libertinaje sexual y a las perversiones sexuales, pero si puedo garantizar una devoción a todos los altos ideales y normas de mi propio hogar, y puedo esforzarme por dar a mi familia una vida feliz, de confianza mutua y espiritual.

“Es posible que yo no pueda acabar con la corrupción y deshonestidad que ocurre en los altos puestos, pero yo si puedo ser honesto y recto … lleno de integridad y verdadera dignidad …” (La fe precede al milagro, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1983, págs. 248-249.)

Esas son algunas de las pruebas rutinarias pero cruciales de nuestra época, en las cuales tenemos que estar dispuestos a mantenernos firmes en la integridad y el honor. Incluso en las situaciones sociales que requieren cortesía debemos disponernos a “ser testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9).

Permitidme concluir recalcando un lugar en la sociedad en donde se deben poner de manifiesto esa fortaleza y ese cometido si queremos que nuestra nación y nuestro pueblo sobrevivan, y aun que nuestra religión tenga un éxito completo: en nuestro hogar deben existir el amor, la integridad y los principios sólidos; debemos tener un firme cometido hacia el matrimonio, los hijos y la moralidad; debemos lograr el éxito en este aspecto, que será el mas importante para la próxima generación.

Sin duda, el hogar mas fuerte y hermoso es aquel donde se encuentran personas sensibles a los sentimientos ajenos, que se esfuerzan por servir a los demás y por vivir en el hogar los principios que demostramos cuando estamos en publico. Tenemos que esforzarnos mas por vivir de acuerdo con el evangelio en nuestro circulo familiar; nuestro hogar merece que le dediquemos el cometido mas fiel de nuestra parte. Un niño tiene el derecho de saber que esta seguro en su hogar, que ese es el lugar donde hallará protección de los peligros y los males del mundo exterior; y para poder ofrecerle esas condiciones, se requieren la unidad y la integridad de la familia. Los niños necesitan padres que tengan una buena relación y sean felices el uno con el otro, que se esfuercen contentos por lograr el ideal de la vida familiar, que amen a sus hijos con un amor sincero y abnegado, y estén entregados en cuerpo y alma n hacer que su familia sea un éxito.

El presidente N. Eldon Tanner dijo:

“Imaginad el cambio que se efectuaría si reinara absoluta integridad en la vida familiar: habría total fidelidad; el marido seria fiel a su esposa y la mujer a 8U marido; no habría relaciones ilícitas en lugar del matrimonio; abundaría el amor en el hogar, y padres e hijos se respetarían mutuamente … ó[De que otra manera podrían nuestros hijos llegar a] valorar la honestidad y la integridad?”

Una vida de éxito, la buena vida, la vida de un cristiano justo requiere algo mas que una simple contribución, aun cuando toda contribución sea valiosa. Por encima de todo, requiere cometido, un cometido del alma entera, profundamente arraigado y de valor eterno, hacia los principios verdaderos de los mandamientos que Dios nos ha dado. Necesitamos ese tipo de lealtad a la Iglesia, pero que se entienda claramente que se trata de una lealtad en los hábitos personales y en la conducta, una integridad en el ambiente mas amplio de la comunidad y del comercio, y-por el bien de futuras generaciones-devoción y solidez en el matrimonio, el hogar y la familia.

Si somos verídicos y fieles a nuestros principios, con el firme cometido de vivir con honestidad e integridad, no habrá rey ni lucha ni horno de fuego ardiente que nos hagan transigir. Que por el éxito del reino de Dios en la tierra seamos capaces de ser testigos de El “a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9). En el nombre de Jesucristo. Amen.