1990–1999
Las cosas pequeñas y sencillas
Abril 1990


Las cosas pequeñas y sencillas

“Los propósitos del Señor en nuestra vida personal en general se cumplen mediante cosas pequeñas y sencillas, y no por sucesos espectaculares.”

Hermanos y hermanas, me imagino que estaréis tan asombrados como yo ante los monumentales sucesos que han ocurrido en el mundo. Los Santos de los Ultimos Días reconocemos la intervención de la mano de Dios para realizar sus designios en la tierra. Sabemos que la “piedra [que] fue cortada, no con mano” seguirá adelante hasta llenar toda la tierra. (Véase Daniel 2:34~035.) Esta es una época impresionante en la cual vivir.

Aunque veamos acaecimientos arrolladores en el mundo, debemos recordar que los propósitos del Señor en nuestra vida personal en general se cumplen mediante cosas pequeñas y sencillas, y no por sucesos espectaculares.

Alma, al enseñar a su hijo Helamán la importancia de la historia escrita en las planchas de bronce, le dijo:

“… he aquí, te digo que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas; y en muchos casos, los pequeños medios confunden a los sabios.

“Y Dios el Señor se vale de medios para realizar sus grandes y eternos designios; y por medios muy pequeños el Señor confunde a los sabios, y realiza la salvación de muchas almas.” (Alma 37:6-7.)

Para ilustrar eso, leeré parte de una carta que una de nuestras fieles misioneras, que sirve en Sudamérica, escribió a su hermano cuando este acababa de recibir su llamamiento misional. Ella escribió:

“Es muy interesante trabajar con los campesinos: son muy callados, tímidos y vergonzosos. Nunca se sabe a ciencia cierta cuanto han comprendido. Vivirán y morirán en este pueblecito. Son muy pobres, muy sencillos … son como niños. Quizá nunca vean a una Autoridad General, ni nunca asistan a una conferencia general ni nunca vayan a la Universidad Brigham Young; nunca serán Boy Scouts, ni jugaran al basketball (baloncesto) en un salón cultural de la Iglesia, ni irán en su propio automóvil a conferencias de estaca, ni a competiciones deportivas ni a ningún lado. Muchas de las cosas en que pensamos cuando pensamos en la Iglesia-y que damos por sentadas-, ellos quizá no vean nunca. [Ahora, lo importante.] Pero tienen fe, se arrepienten, se bautizan, reciben el Espíritu Santo y renuevan su convenio bautismal todas las semanas al participar de la Santa Cena; oran y leen

las Escrituras a diario; saben que Dios vive y que Cristo es nuestro Salvador. Y yo creo que van a ir al reino celestial. Hago tantas cosas que ellos nunca harán y, sin embargo, no estoy muy segura de mi propia salvación.

“A primera vista, la Iglesia aquí no se parece en nada a la Iglesia allá, en el centro de Orem, Utah. Tengo que recordarme de continuo que es la misma Iglesia y que seguimos al mismo Profeta. Tenemos una reunión sacramental en el campo todas las semanas porque los miembros de ese lugar no tienen medios para venir al pueblo. Al encontrarme allí, sentada al aire libre en una silla de madera en el suelo de tierra, a la puesta del sol, con seis personas en la reunión, al cantar los himnos, orar y tomar la Santa Cena, me pregunto si no se estará aquí mas cerca de la Iglesia de Cristo que allá, en nuestra tierra. Supongo que en realidad es lo mismo. Lo que importa, los verdaderos elementos del evangelio que Cristo enseñó en 3 Nefi 11 son los mismos aquí que en Orem, Utah.”

El Señor en su bondad ha proporcionado los medios para la conversión de las personas aun en las mas sencillas y humildes circunstancias. Lamentablemente, algunos buscamos lo complicado y dependemos demasiado de los edificios, los presupuestos, los programas y las actividades para la conversión de las almas en lugar de las cosas pequeñas y sencillas que son lo fundamental del evangelio. No tenemos que mirar mas allá de nuestro propio corazón para experimentar los agradables sentimientos espirituales que se han prometido a los que obedezcan a Dios. Por esa razón, los miembros nuevos en las mas humildes condiciones experimentan el evangelio tan profundamente como los miembros que han pasado toda su vida cerca de la sede de la Iglesia.

Al reunirme con algunos de esos humildes miembros, veo que la Iglesia se esta estableciendo entre ellos y, por necesidad, de la manera mas sencilla. El evangelio se enseña basándose en las Escrituras y en el manual Principios del Evangelio. Las personas sienten el Espíritu y dan testimonio al venir a Cristo, y se bautizan en su nombre. El amor de ellas por el Señor irradia en sus, rostros; saben que la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el espíritu Santo, el servicio al prójimo y el guardar los mandamientos son esenciales para la exaltación en el reino celestial.

El mes pasado, el élder Charles Didier y yo visitamos a los miembros y a los misioneros de Trinidad y Tobago, de Guyana, de Surinam y de la Guayana Francesa, y dedicamos esas tierras para el establecimiento de la obra del Señor.

Vemos una enorme diferencia entre las humildes circunstancias de las zonas donde la Iglesia se encuentra aun en su mas tierna infancia y las circunstancias a que estamos acostumbrados en las zonas donde la Iglesia es firme y madura.

Cuando visitamos Surinam, conocimos a la mayoría de los miembros y nos enteramos de que el matrimonio misionero que sirve allí, el élder Limburg y su esposa, les habían enseñado el evangelio valiéndose de una serie de métodos de enseñanza y de aprendizaje muy sencillos. No tuvieron ni eventos ni actividades espectaculares, sino tan sólo diarias experiencias espirituales que derivaron de su percepción y obediencia a las indicaciones del espíritu.

Un nuevo matrimonio misionero, el hermano Don Rapier y su esposa, llegó Surinam un día antes que el élder Didier y yo, así que se reunieron con los miembros por primera vez junto con nosotros. Realizamos cuatro reuniones sacramentales en casa de los miembros el domingo que estuvimos allí. El élder Rapier expresó lo que sintió al bendecir la Santa Cena en el humilde hogar de uno de nuestros nuevos conversos. De ello dijo:

“Aquellas fueron las circunstancias mas humildes en que me habla encontrado en toda mi vida. La vivienda estaba hecha en su mayor parte de rozos de madera y no tenia electricidad ni agua corriente; el techo era de laminas de metal acanaladas. La casa y el patio estaban limpios. Tuvimos la Reunión sacramental bajo la saliente del techo a la entrada de la casa. Los miembros y las Autoridades Generales visitantes se sentaron en tablones afirmados en ladrillos. La mesa de la Santa Cena era un pequeño tablero con patas que se colocó sobre un pedazo de linóleo que cubría el suelo de tierra. Los manteles de la Santa Cena eran muy sencillos y estaban limpísimos.

“Al arrodillarme para bendecir la Santa Cena, me sentí sobrecogido por el espíritu de amor que tan rápidamente había adquirido hacia estos hermanos y pense que sin duda nuestro Salvador estaba complacido de que se le recordara en tan humilde escenario. Pense en las capillas que tenemos en nuestra tierra y en que en ellas nunca hubiera podido valorar la Santa Cena como la aprecio ahora tras esa experiencia especial. También pense que tal vez pasarían varios años antes de que estos amados y humildes miembros se dieran cuenta cabal de la importancia de tener en su hogar dos Autoridades Generales, una de ellas un Apóstol, bendiciéndoles a ellos y a sus familiares.”

La experiencia del hermano Rapier nos conmovió profundamente a todos los que estuvimos allí. Después de la cuarta reunión sacramental, reflexione en las palabras del Señor; “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C 64:33).

Otro ejemplo de la importancia de las cosas pequeñas nos lo dan el élder Jackson y su esposa, misioneros que sirven en Guyana: “Cuando llegamos al campo misional de Guyana, vimos en el periódico local de Georgetown el informe del ‘Adolescente del mes’. En él, el joven decía que su comida preferida eran los macarrones. Tomamos el recorte del periódico, un Libro de Mormón y una caja de macarrones y fuimos a su casa. Hemos enseñado y bautizado a siete de la familia desde esa primera visita”. Ese pequeño detalle dio por resultado un gran beneficio en el establecimiento de la Iglesia en Guayana.

Mientras vivía esas bellas y gratas experiencias espirituales el mes pasado, me entristeció pensar que cosas pequeñas y simples también pueden ser negativas y destructivas para la salvación de una persona. Una serie de procederes al parecer insignificantes pero incorrectos pueden convertirse en los pequeños insectos que consuman el fundamento de nuestro testimonio hasta que, sin darnos cuenta de ello, lleguemos al borde de la destrucción espiritual y moral.

El mes pasado, un hermano que fue misionero en la misión que presidí en Canadá me contó cómo las cosas pequeñas se amontonan hasta llevarle a uno casi a la destrucción si no despierta a tiempo. El escribió:

“Cuando volví de mi misión, contraje matrimonio y comencé a trabajar en la industria de la construcción. En los años que siguieron, tuvimos tres hijos y durante ese tiempo permanecí activo en la Iglesia. Mis negocios me fueron exigiendo cada vez mas y mas, y resolví con mayor ahínco hacer cualquier cosa con tal de progresar económicamente. Las consecuencias de ello se hicieron sentir de inmediato en casa; pero con el apoyo de una esposa comprensiva, pensamos que nos las arreglaríamos hasta que la situación mejorara.”

Continuaba diciendo que, por motivo de los problemas económicos, su esposa comenzó a trabajar y el empezó a alargar sus horas laborales, descuidando así a su familia y sus deberes en la Iglesia. El exceso de trabajo le dejaba emocional y físicamente agotado; comenzó entones a criticar a los demás, incluso a sus familiares y a los líderes de la Iglesia.

Su carta sigue así:

“Al seguir aumentando mis deudas, también aumentaba la aniquilación de mi paz y mi felicidad. El amor y la ternura que hablamos conocido como marido y mujer fue disminuyendo hasta quedar sólo en el recuerdo. Nos echábamos en cara nuestros mutuos defectos de carácter y nos ofendíamos el uno al otro por el mas mínimo incidente. Comencé a culpar a todo el mundo, menos a mi mismo, por los problemas. Un intenso sentimiento de desesperanza comenzó a llenarme el corazón y sentí que una nube de tinieblas me envolvía en medio de mi desesperación.

“Comprendimos que nuestro matrimonio no podía durar en esas condiciones y empezamos a hablar de divorcio. Busque asesoramiento en finanzas y, tras una revisión de mis recursos económicos, lo tragicómico fue que yo valía mas muerto que vivo, lo cual pareció en esa oportunidad jocoso e inofensivo. Con el transcurso de las semanas, la amenaza de divorcio, así como la amenaza muy real de la quiebra económica total, parecía inminente. Lo inofensivo del valer mas muerto que vivo comenzó a adquirir el relieve de una solución muy valedera. Hallándome solo en casa, en esa encrucijada, pensé en acudir al Señor por la ultima vez. De rodillas, llore sin poder contenerme al suplicar al Señor su misericordia y su ayuda en mi hora de desesperación.

“Unos minutos después, me entere de que el que había sido mi presidente de misión estaba en la ciudad y deseaba verme en una hora. Al encontrarme con usted, deseaba ocultar mis problemas como los había ocultado a todos los demás, pero usted me preguntó:

-¿Y cómo le va?

-Muy bien.

-¿Cómo esta su esposa?

-Esta muy bien.

-¿Y sus hijos?

-Muy bien, gracias.

“Entonces sobrevino aquella pausa, usted me miró a los ojos y me preguntó: ‘¿Y cómo van los negocios?’ Y rompí a llorar al contarle lo que me pasaba.

“Durante nuestra conversación, usted me pidió que le prometiera que yo leería el Libro de Mormón. Después de asegurarle que lo haría, usted me bendijo, aconsejándome que me acercara al evangelio y que guardara los mandamientos. Al despedirnos, yo sabia que el Señor había oído mi suplica.”

¿Veis, hermanos, en que forma cosas pequeñas y sencillas fueron socavando la vida de ese joven? Así como unas débiles fibras forman un hilo y luego una hebra y por fin una cuerda, las cosas pequeñas que se combinan se vuelven tan firmes que es difícil romperlas. Siempre tenemos que estar conscientes del poder que las cosas pequeñas y sencillas ejercen en la formación de la espiritualidad. Al mismo tiempo, tenemos que tener presente que Satanás también se valdrá de cosas pequeñas y sencillas para llevarnos a la desesperación y al tormento.

Me siento agradecido de que el Señor haya contestado las oraciones de ese joven instándome a hacer una cosa aparentemente pequeña e insignificante al pedir verle. Aunque yo desconocía sus problemas en la ocasión, pude ayudarle a asirse de nuevo a la barra de hierro del evangelio para guiar su vida. Nunca debemos pasar por alto las indicaciones del Espíritu de prestarnos servicio unos a otros.

En tanto que los acontecimientos grandes y asombrosos nos motivan, muchas veces las cosas pequeñas no nos llaman la atención. Al hacer notar que el Liahona funcionaba por la fe, Alma dijo: “Sin embargo, por motivo de que se efectuaron estos milagros por medios pequeños … [los del pueblo de Nefi] fueron negligentes y se olvidaron de ejercer su fe y diligencia, y entonces esas obras maravillosas cesaron, y no progresaron en su viaje” (Alma 37:41).

¿Obstaculizamos a veces nuestro viaje al olvidar la importancia de las cosas pequeñas? (Véase Alma 37:46.) ¿Nos damos cuenta de que pequeños sucesos y modos de proceder determinan el rumbo de nuestras vidas tal como un pequeño timón determina la dirección de una gran nave? (Véase Santiago 3:4; D. y C. 123:16.) ¿Somos como Naamán, el leproso, y esperamos algún gran suceso antes de prestar atención a los profetas? (Véase 2 Reyes 5:1-14.)

El Señor nos bendiga a todos y a cada uno para que sigamos el consejo de nuestros profetas. Tenemos necesidad de orar individualmente y en familia, de estudiar las Escrituras, sobre todo el Libro de Mormón, de realizar la noche de hogar, de seguir la admonición del Salvador de amarnos unos a otros, y de ser considerados, bondadosos y corteses dentro de la familia. Se nos ha prometido que por estas y otras cosas pequeñas y sencillas por el estilo, abundaran en nuestras vidas la paz y el regocijo.

Se que Jesucristo vive y que esta es su Iglesia. Testifico que su evangelio seguirá adelante hasta llenar toda la tierra al seguir llenando el corazón de los miembros de la Iglesia. En el nombre de Jesucristo. Amen.