2023
Cinco mensajes que todos necesitamos escuchar
Enero de 2023


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Cinco mensajes que todos necesitamos escuchar

Los dos grandes mandamientos son el punto central del evangelio de Jesucristo; son la esencia de quiénes somos como seguidores Suyos.

Aunque nuestras circunstancias puedan ser diferentes, nuestros corazones no lo son. Por esa razón, hay ciertos mensajes que todos los hijos de Dios necesitan escuchar. Me gustaría compartir con ustedes cinco de estos mensajes: verdades y consejos que son para todos nosotros.

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avión y sol

1. Avancen hacia la luz.

Cuando era capitán de una aerolínea, a veces volaba mi Boeing 747 desde Alemania hasta la costa oeste de los Estados Unidos. En esos vuelos hacia el oeste, la luz del día parecía nunca terminar. Despegábamos en Alemania a la 1:00 p. m. y diez horas después llegábamos a California, ¡a las 2:00 p. m. del mismo día! El sol nunca se ponía sobre nosotros.

Cuando volaba hacia el este, ocurría lo contrario. El atardecer llegaba más rápido de lo normal. Salir a la 1:00 p. m. significaba que en unas pocas horas estaríamos envueltos en la noche más oscura. Sin embargo, debido a nuestra dirección y velocidad, en unas pocas horas más nos encontrábamos bañados de una luz resplandeciente y a menudo cegadora.

Ya sea que viajara yo al oeste o al este, el sol nunca cambiaba de rumbo. Mantenía su posición, firme en los cielos, proporcionando calidez y luz a la tierra.

Mi acceso a esa calidez y luz dependía de mi ubicación, dirección y velocidad.

Del mismo modo, Dios está en Sus cielos. Él nunca cambia, pero nosotros sí.

Todos necesitamos la luz de Dios en nuestra vida, y sin embargo, todos tenemos períodos de tiempo en los que nos sentimos en tinieblas.

Cuando lleguen esos momentos, podemos estar seguros de que Dios, al igual que el sol, siempre está allí. Cuando inclinamos nuestro corazón hacia Él, Él nos abraza y llena nuestra alma de calidez, conocimiento y guía.

2. Son mejores de lo que creen.

El Señor siempre ha utilizado las cosas pequeñas y débiles del mundo para llevar a cabo Sus gloriosos propósitos (véanse Alma 26:12; 37:6).

Jeremías creía que era demasiado joven para ser profeta (véase Jeremías 1:6–7).

Moisés dudaba de sí mismo porque era tardo en el habla (véase Éxodo 4:10–12).

Enoc se sentía incapaz de predicar el arrepentimiento porque, en sus palabras, “toda la gente [lo] desprecia[ba]” (Moisés 6:31).

El Señor a menudo logra más éxito con aquellos que se sienten menos exitosos. Él tomó a un joven pastor y lo hizo poderoso para matar a un gigante imponente y guiar a una nación incipiente a la grandeza (véase 1 Samuel 17).

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José Smith arrodillado en la Arboleda Sagrada

Un joven granjero sin educación académica se convirtió en el gran profeta de los últimos días que comenzó una obra maravillosa y un prodigio.

“Los deseos de mi corazón”, por Walter Rane.

En nuestra dispensación, Dios tomó a un joven granjero sin educación académica y lo guio hasta que llegó a ser el gran profeta de los últimos días que comenzó una obra maravillosa y un prodigio, la cual ahora está rodando hasta llegar a toda nación del mundo.

Quizás todos nos veamos a nosotros mismos como un poco menos de lo que somos. Indignos. Sin talento. Nada especial. Sentimos que nos falta el corazón, la mente, los recursos, el carisma o la estatura para ser de provecho para Dios.

¿Dicen que no son perfectos? ¡Bienvenidos al club! Puede que sean justo la persona que Dios está buscando.

El Señor escoge a los humildes y mansos, en parte precisamente porque son humildes y mansos. De esa manera, nunca hay dudas en cuanto a la razón de su éxito. ¡Estas maravillosas personas comunes y corrientes logran grandes cosas no por quiénes son, sino por quién es Dios! Porque “[l]o que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Lucas 18:27; véase también Marcos 10:27).

Dios no necesita que sean excepcionales, y mucho menos perfectos.

Él tomará sus talentos y habilidades y los multiplicará, aunque parezcan tan escasos como unos pocos panes y peces. Si confían en Él y son fieles, ¡Él magnificará sus palabras y acciones y las utilizará para bendecir y ministrar a multitudes! (véase Juan 6:8–13).

Dios no necesita personas sin defectos.

Él busca a aquellos que ofrecen “el corazón y una mente bien dispuesta” (Doctrina y Convenios 64:31–34), y los hará “perfectos en Cristo” (Moroni 10:32–33).

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un hombre ayudando a un hombre herido

¿Amamos a nuestra familia, amigos y vecinos?

“El buen samaritano”, por Walter Rane

3. Aprendan a amar a Dios y a amarse unos a otros.

Cuando un fariseo le preguntó a Jesús cuál era el mayor de los mandamientos, el Salvador estableció de una vez por todas cuáles deberían ser nuestras prioridades individuales y como Iglesia:

  1. Amar a Dios (véase Mateo 22:37).

  2. Amar al prójimo (véase Mateo 22:39; véanse también los versículos 34–40).

Ese es el centro del Evangelio. Ese debería ser el centro de todo esfuerzo como Iglesia y como discípulos de Jesucristo.

El lienzo del Evangelio es tan amplio y rico que podríamos pasar toda una vida estudiándolo y apenas arañaríamos la superficie. Todos tenemos temas o principios que nos interesan más que otros. Naturalmente, esas son las cosas que nos atraen, de las que hablamos y sobre las cuales hacemos hincapié en nuestro servicio en la Iglesia.

¿Son importantes esos principios? Por supuesto.

Sin embargo, haríamos bien en considerar si son los más importantes.

Los fariseos de la antigüedad compilaron cientos de reglas y mandamientos provenientes de escritos sagrados. Hicieron un gran esfuerzo por catalogarlos, cumplir con ellos y hacer que otras personas viviesen de acuerdo con ellos con precisión. Creían que la obediencia exacta al más pequeño de esos procedimientos conduciría a las personas a Dios.

¿Cuál fue su error?

Perdieron de vista lo más importante.

Perdieron de vista lo que era de mayor valor para su propósito eterno.

Veían la multitud de reglas como fines en sí mismos en lugar de verlas como medios para lograr un fin.

¿Somos susceptibles al mismo error hoy en día? Si propusiéramos ideas, estoy seguro de que podríamos recopilar una lista de expectativas de los últimos días que competirían con las acumuladas en la antigüedad o tal vez incluso las superarían.

No quiere decir que estas reglas y temas del Evangelio no son importantes ni valiosos. Tienen un propósito. Forman parte de un todo.

Pueden conducirnos al centro, pero no son el centro.

Son ramas del árbol, pero no son el árbol. Y si alguna vez se separan del árbol, no tendrán vida; se marchitarán y morirán (véase Juan 15:1–12).

Cuando nos encontremos con el Salvador en el tribunal del juicio, rendiremos cuentas por cómo vivimos los dos grandes mandamientos1.

¿Realmente buscamos a Dios? ¿Lo amamos con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza?

¿Amamos a nuestra familia, amigos y vecinos? ¿Cómo manifestamos ese amor?

Atesoramos todos los principios del Evangelio; “vivi[mos] de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Doctrina y Convenios 84:44). Sin embargo, siempre debemos recordar que “toda la ley y los profetas” apuntan a los dos grandes mandamientos (Mateo 22:40).

Ese es el punto central del evangelio de Jesucristo; es la esencia de quiénes somos como seguidores Suyos.

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Jesús ante Caifás

Cuando otras personas contendían con Él, Jesús hablaba la simple verdad, no con ira, sino con tranquila majestuosidad.

“The Lord Accused before Caiaphas” [El Señor es acusado ante Caifás], por Frank Adams

4. El conflicto es inevitable; la contención es una elección.

A veces pensamos en lo agradable que sería la vida si tan solo no tuviéramos tanta oposición.

Jesucristo, nuestro modelo de perfección, no vivió una vida libre de conflictos. Tuvo oposición a lo largo de Su ministerio, y en Sus últimas horas fue traicionado por un amigo, acusado por testigos falsos, calumniado, golpeado, ensangrentado y crucificado.

¿Cuál fue Su respuesta?

A algunos, no les habló ni una palabra.

A otros, les habló la simple verdad, no con ira, sino con tranquila majestuosidad.

Cuando otros contendían con Él, Él permanecía en Su lugar, confiando en Su Padre, tranquilo en Su testimonio, firme en la verdad.

El conflicto es inevitable; es una condición de la vida terrenal; es parte de nuestra prueba.

Sin embargo, la contención es una elección. Es una de las maneras en que las personas deciden responder a un conflicto, y podemos escoger una manera mejor.

Nuestro mundo rebosa de contención. Tenemos acceso a ella las 24 horas del día, los 7 días de la semana: en las noticias, en las redes sociales, e incluso, a veces, en nuestra relación con nuestros seres queridos.

No podemos ajustar el volumen de la amargura, la ira o el enojo de los demás.

Sin embargo, podemos escoger nuestra forma de responder.

Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo.

Abstenerse de contender con quienes contiendan con nosotros requiere gran disciplina. Pero eso es lo que significa ser un discípulo. Jesús enseñó: “… aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención […]. [M]i doctrina es esta, que se acaben tales cosas” (3 Nefi 11:29–30).

Cuando Dios habla —incluso cuando nos llama al arrepentimiento— es probable que Su voz no sea “una voz de trueno, ni una voz de un gran ruido tumultuoso, mas […] una voz apacible de perfecta suavidad, cual si [fuera] un susurro, [que penetra] hasta el alma misma” (Helamán 5:30).

Como seguidores de Jesucristo, seguimos este ejemplo. No avergonzamos ni atacamos a los demás. Procuramos amar a Dios y servir a nuestro prójimo. Procuramos guardar con gozo los mandamientos de Dios y vivir de acuerdo con los principios del Evangelio. E invitamos a los demás a hacer lo mismo.

No podemos forzar a nadie a cambiar, pero podemos amarlos. Podemos ser un ejemplo de lo que significa el evangelio restaurado de Jesucristo, y podemos invitar a todos a venir y a pertenecer.

Cuando otras personas nos insultan, ¿contraatacamos?

Hay una manera mejor.

A algunos no les decimos nada. A otros les declaramos con serena dignidad quiénes somos, lo que creemos y por qué lo creemos. Permanecemos seguros en nuestra fe en Dios, confiando en que Él nos sostendrá en nuestras pruebas.

Trabajemos en los asuntos de nuestro Padre.

Tenemos suficiente trabajo que hacer para emular a Cristo. Y lo hacemos al aprender a amar a Dios y al tender una mano para bendecir a los demás.

Sí, aún habrá conflictos, pero nuestro todopoderoso Padre Celestial ha prometido que peleará nuestras batallas por nosotros (véanse Éxodo 14:13–14; Deuteronomio 3:21–22; Salmos 20:6; 34:17; Proverbios 20:22).

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Jesús en Getsemaní

Cristo en Getsemaní, por Harry Anderson

5. Nuestro Padre Celestial es un Dios de nuevos comienzos.

Mientras los mortales vivamos en este maravilloso y hermoso planeta, cometeremos errores. Eso no es ninguna sorpresa para Dios.

Por esa razón, Él envió a Su Hijo Unigénito para que naciera de una mujer mortal, viviera una vida perfecta y llevara a cabo un gran y eterno sacrificio que nos limpia del pecado y abre la puerta a la santidad, la paz y la gloria por toda la eternidad conforme nos arrepentimos y tenemos fe en Él.

Gracias a Jesucristo, nuestros errores, nuestros pecados —incluso nuestros pesares, dolores, desilusiones y frustraciones diarios— pueden ser sanados. Gracias a nuestro Salvador, ¡esas cosas no tienen por qué impedirnos cumplir nuestro destino divino!

El Salvador nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Él ofrece perdón y fortaleza para mejorar. Gracias a Jesucristo, podemos dejar atrás nuestras cargas y tomar cada día la decisión de seguirlo mejor.

Nuestro Padre Celestial es un Dios de nuevos comienzos. Cada día, cada hora, puede ser un nuevo comienzo, una oportunidad para renovarnos en el Espíritu Santo y llegar a ser mejores en nuestra capacidad de caminar como discípulos verdaderos y fieles del Salvador. Su evangelio es la buena nueva de que podemos comenzar de nuevo, podemos llegar a ser nuevas criaturas en Cristo (véase 2 Corintios 5:17).

No estoy sugiriendo que minimicemos o trivialicemos nuestros pecados y errores. No debemos ignorarlos ni tratar de esconderlos.

Por el contrario, para recibir el perdón de Dios, debemos confesar nuestros pecados. Solo cuando reconocemos nuestras debilidades plena y sinceramente podemos aprender de ellas y superarlas. Debemos evaluar humildemente dónde estamos antes de poder cambiar el curso y progresar hasta donde deseamos estar.

En otras palabras, ¡debemos arrepentirnos!

Al participar de la Santa Cena, recordamos el convenio que hicimos al bautizarnos de tomar sobre nosotros el nombre del Salvador y andar por la senda del discipulado. Nos acercamos al trono de misericordia de Dios y, con humildad, presentamos nuestros pecados ante Él como ofrenda de sacrificio y suplicamos Su misericordia. Nos comprometemos nuevamente a amarlo y servirle, y a amar y servir a los demás. Pedimos Su bendición al dedicar nuestros pensamientos y acciones a Su servicio.

Hagan esto y sentirán que la mano de Dios se extiende sobre ustedes. El Dios del universo les infundirá la fortaleza y la motivación para mejorar.

Habrá errores y tropiezos en el futuro, pero así como cada amanecer indica el comienzo de un nuevo día, cada vez que nos arrepentimos emprendemos un nuevo comienzo en nuestro camino del discipulado.

Podemos comenzar de nuevo.

Dios anhela que vayamos a Él. Su misericordia es suficiente para sanar nuestras heridas, inspirarnos a seguir adelante, limpiarnos del pecado, fortalecernos para las pruebas que vendrán y bendecirnos con esperanza y con Su paz.

Si lo deseamos con todo nuestro corazón, Dios nos guiará a lo largo de esta vida terrenal y esperará con los brazos abiertos para abrazarnos en la resurrección.

No importa cuáles sean nuestras imperfecciones, no importa cuáles sean nuestros defectos, Dios puede sanarnos, inspirarnos y limpiarnos.

Él es el Dios de los nuevos comienzos.

Al igual que ustedes, soy un pobre peregrino que se esfuerza de manera imperfecta por andar por el sendero del discipulado y que espera cumplir con el gran deseo de nuestro Padre Celestial: regresar a Él y vivir, junto a ustedes, “en un estado de interminable felicidad” (Mosíah 2:41).

Ruego que encuentren esperanza, fortaleza y gozo en su trayecto, que puedan encontrar a Dios y amarlo con todo su corazón conforme se esfuerzan por bendecir la vida de los demás.

De un discurso pronunciado en la Semana de la Educación de BYU el 17 de agosto de 2021, titulado “Five Messages That All of God’s Children Need to Hear” [Cinco mensajes que todos los hijos de Dios necesitan escuchar].

Nota

  1. En uno de Sus últimos discursos en la vida terrenal, Jesús enseñó a Sus discípulos lo que sucedería en el juicio final y explicó que nuestro futuro eterno dependerá en gran medida de cómo hayamos tratado a los demás (véase Mateo 25:31–40).