2021
Jesucristo: la Luz del mundo
Diciembre de 2021


Mensaje del Área

Jesucristo: la Luz del mundo

Las Escrituras enseñan que el nacimiento de Jesucristo fue acompañado por un derramamiento de luz divina. En el Nuevo Testamento, aprendemos que una nueva estrella apareció en los cielos, lo que hizo que los magos de oriente viajaran a Jerusalén para adorar al “Rey de los judíos que ha nacido” (véase Mateo 2:2). La luz de esa estrella “iba delante” de los magos, “hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño”, lo que hizo que se regocijaran “con gran gozo” (véase Mateo 2:9–10).

La presencia de luz en la tierra del Libro de Mormón al momento del nacimiento de Jesucristo fue aun más notoria. Samuel el Lamanita había profetizado que en el nacimiento del Salvador “habrá grandes luces en el cielo” y “que no habrá obscuridad en la noche anterior a su venida, al grado de que a los hombres les parecerá que es de día” (véase Helamán 14:3).

Y así fue. El día de Su nacimiento, además de la aparición de “una nueva estrella”, tampoco hubo “obscuridad durante toda esa noche, sino que estuvo tan claro como si fuese mediodía” (véase 3 Nefi 1:19, 21).

No debería sorprendernos que la luz divina esté asociada con Su nacimiento. Después de todo, la revelación de los últimos días enfatiza que la luz de Jesucristo es “la luz del sol… la luz de la luna… la luz de las estrellas”, y la fuente de luz que “vivifica vuestro entendimiento” (véase D. y C. 88:7–9, 11). Además, en el momento en que se creó la tierra, fue el Salvador quien dijo: “Haya luz, y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena” (véase Génesis 1:3–4). Por último, el Salvador se ha descrito a sí mismo como la “luz verdadera” (véase D. y C. 88:50), la “luz que brilla en las tinieblas” (véase D. y C. 11:11), y la “vida y la luz del mundo” (véase D. y C. 10:70).

Entonces, la celebración de Su nacimiento durante la temporada navideña a menudo incluye símbolos de luz. Pero los símbolos físicos de la luz no son suficientes. Hay una experiencia aún mayor con la luz que deberíamos desear tener durante esta época del año en la que celebramos el nacimiento del Salvador.

Durante el ministerio terrenal de Cristo, Él compartió constantemente Su luz al sanar a los que estaban enfermos o afligidos, al perdonar a los agobiados por el pecado y al servir a los que enfrentaban los desafíos de la vida. Además, venció las tinieblas de la muerte al otorgar el don de la resurrección a toda la humanidad.

Uno de los relatos más conmovedores en los que compartió de Su luz ocurrió cuando Sus discípulos en las Américas oraron después de Su aparición como un ser resucitado en el templo en la tierra de Abundancia. Él había instruido a Sus discípulos a orar, lo cual hicieron “sin cesar”, y luego “los bendijo mientras le dirigían sus oraciones; y la sonrisa de su faz fue sobre ellos, y los iluminó la luz de su semblante; y he aquí, estaban tan blancos como el semblante y como los vestidos de Jesús; y he aquí, su blancura excedía a toda blancura” (véase 3 Nefi 19:17–18, 24–25).

Eso es lo que deberíamos desear experimentar durante esta temporada navideña, la recepción de Su luz. Y después de recibirla, debemos compartirla con otros como Él lo hizo y lo hace.

Podemos compartir Su luz más fácilmente al compartir el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo con otros, lo que en las Escrituras se describe como dar “luz a los que habitan en tinieblas” (véase Lucas 1:79) y convertirlos “de tinieblas a la luz” (véase Hechos 26:18).

A medida que cumplamos el mandamiento de Dios de confesarlo a Él “delante de los hombres”, Él nos confesará “delante de Su Padre” (véase Mateo 10:32) y entonces nuestro “cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en [nosotros]” (véase D. y C. 88:67). Como Él, entonces podemos ser una “luz que brilla en las tinieblas” (véase D. y C. 11:11) para aquellos que buscan el camino de regreso a la presencia de su Padre Celestial. Entonces entenderemos más claramente que no hay mayor regalo de Navidad para dar que compartir Su luz.