2009
Hallé paz y esperanza en el Evangelio
marzo de 2009


Hallé paz y esperanza en el Evangelio

Soy el menor de seis hijos y nací en un pueblito llamado Bindura, Zimbabue, África. Mis padres se divorciaron pocos años después de que yo nací, y mi buena y amorosa madre tuvo que criar sola a cuatro hijas y dos hijos.

La vida fue difícil para nosotros; yo tenía que caminar cuatro o cinco kilómetros hasta la escuela, a donde iba descalzo y sin haber comido nada. Cada año no podía terminar los estudios escolares porque no podíamos pagar la cuota de la escuela; nos resultaba imposible conseguir dinero para pagar las cuotas a tiempo. Cada vez que conseguíamos dinero, trataba de averiguar cómo lo habíamos conseguido, pero no había manera de descubrirlo. Es un milagro ver lo bien que fuimos criados, y todo ello fue gracias al amor y a la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos.

A mi madre le gustaba ir a la iglesia y, dado que yo era el menor, siempre iba con ella. En 1998, cuando tenía trece años, dos misioneros mormones llegaron a mi vecindario para visitar a miembros menos activos. Cuando ellos pasaban por ahí, yo estaba jugando al fútbol con un amigo. Hablamos con ellos y los misioneros preguntaron si nos podían visitar la semana siguiente. Nos enseñaron y aceptamos la invitación de ser bautizados.

Cuatro años después, en 2002, mi padre y una de mis hermanas murieron con sólo una semana de diferencia. Seguí adelante, sirviendo como misionero de distrito hasta que, en 2004, recibí mi llamamiento para ser misionero de tiempo completo en la Misión Sudáfrica Durban. A los pocos meses de encontrarme en el campo misional, mi hermano llamó a mi presidente de misión y le informó que mi madre había fallecido y que ya la habían enterrado. ¿Se imaginan lo que se siente perder a una madre como ella? Cuatro meses más tarde, otra de mis hermanas falleció.

Como misionero, le había estado enseñando a la gente acerca del Evangelio restaurado. Gracias a mi testimonio, nunca me preocupé por mis pérdidas; estaba tranquilo y tenía esperanza de que, en el debido tiempo, volvería a ver a mis padres y a mis hermanas. Antes de volver a mi casa, tras haber terminado la misión en julio de 2006, pasé por el Templo de Johannesburgo, Sudáfrica, y realicé los bautismos de mis familiares que eran varones y que habían fallecido, y otras personas realizaron los bautismos por mis hermanas fallecidas.

La situación en Zimbabue sigue siendo difícil, pero tengo un testimonio muy grande de todo lo bueno que puede venir al seguir a los líderes y los programas de la Iglesia. A pesar de las dificultades que tengamos, podemos hallar paz y esperanza en el evangelio restaurado de Jesucristo. Agradezco a Dios que cuida y guía a Su Iglesia y a Sus hijos. Le doy gracias por el templo, el cual nos da paz y esperanza de que nos volveremos a reunir con nuestras familias.

El Señor dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

A pesar de las dificultades de la vida, sigamos esperando las cosas buenas y nunca dudemos de la voluntad del Señor ni la pongamos en tela de juicio.

Había llegado al campo misional hacía unos meses cuando mi hermano llamó con malas noticias; pero gracias a mi testimonio, nunca me preocupé.