2008
Las llaves del futuro
Junio de 2008


Las llaves del futuro

Este joven italiano sabe que el hecho de ejercer el sacerdocio contribuye a construir un puente hacia su felicidad.

En Florencia, Italia, las parejas acostumbraban seguir una vieja tradición: colocaban candados en el puente Ponte Vecchio y tiraban las llaves al río Arno, que pasa por debajo, como símbolo de que su amor quedaba “asegurado” para la eternidad.

En la actualidad, a fin de proteger el histórico puente, que data de tiempos medievales, se aconseja no colocarlos. Pero Cristian Morelli, de dieciséis años, sabe que hay llaves verdaderas que existieron mucho antes que el Ponte Vecchio, poderosas llaves del sacerdocio restauradas al profeta José Smith en 1829, cuando se restauraron el Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec. Una de esas llaves es el poder sellador, y Cristian sabe que el amor familiar puede ciertamente “asegurarse” para la eternidad. Sus padres fueron sellados en el templo por un poseedor de esa autoridad del sacerdocio, y él tiene planes de recibir también algún día las bendiciones del templo. A fin de prepararse para ello, cumple sus deberes del Sacerdocio Aarónico y lleva una vida digna de tan sagrada comisión.

La creatividad pura

Florencia se conoce como el lugar donde se originó el Renacimiento, un surgimiento en las artes, la literatura y el conocimiento científico. Como los talentosos hombres de esa época que lo precedieron, Cristian sabe que hay mucho de bueno en la música y en los libros. En los últimos tres años ha tocado el contrabajo y disfruta del estudio de literatura inglesa y filosofía.

Pero sabe muy bien que a veces la “creatividad” pasa a ser pecado, y conoce a adolescentes que escuchan música vulgar o se entretienen con pornografía. Por recordar el sacerdocio que posee, él sabe que debe ser un muchacho diferente.

Los fuegos purificadores

En 1497 hubo un monje florentino que convenció a los habitantes de quemar todo lo que poseían que pudiera considerarse mundano o grosero, incluso espejos, ropa fina y obras de arte. En 2008, la táctica de Cristian difiere un tanto de aquélla: en lugar de tratar de limpiar a la sociedad que lo rodea, busca el fuego del Espíritu Santo para purificarse él mismo.

“A veces se hace difícil”, dice. En su clase de seminario no hay más que cuatro alumnos, y no pueden reunirse todos los días porque están esparcidos en una amplia región geográfica. Con frecuencia se siente solo, pero sabe que a través de las pruebas se recibe un poder santificador y, para inspirarse, estudia a otras personas que han enfrentado la oposición.

Pedro, el apóstol de Jesucristo, enfrentó pruebas en la tierra natal de Cristian, donde pasó tiempo encarcelado en Roma y probablemente haya sufrido allí el martirio. Hasta el día de hoy, la autoridad sacerdotal de Pedro se ilustra muchas veces representándolo con llaves grandes en la mano. El jovencito quiere ser un verdadero discípulo, como Pedro, y mantenerse fiel a sus llamamientos del sacerdocio por mucho que le cueste.

Otro de sus héroes es Nefi. “Igual que Pedro, Nefi tuvo que enfrentar diversas pruebas”, dice. “Esas pruebas lo ayudaron a ser lo que fue”.

La oración, el estudio de las Escrituras y el refugio seguro de su hogar ayudan a Cristian a ser lo que es: un Santo de los Últimos Días resuelto a honrar el sacerdocio, a cumplir una misión y a llegar a ser algún día un esposo y padre recto.

Se concentra en lo que brinda gozo

Esas metas lo diferencian de sus amigos. “Desde que estaba en la Primaria he querido cumplir una misión”, comenta. Lamentablemente, sus amigos no tienen interés en que les hable de sus creencias ni nada sobre religión, porque “están muy concentrados en estudiar, participar en juegos deportivos y divertirse”.

Él se acuerda de las experiencias espirituales que tuvo cuando era diácono, al repartir la Santa Cena y al ayunar por un familiar que estaba enfermo. Siente gran satisfacción en la orientación familiar “por la actitud que se percibe al comenzar la visita y el cambio que se nota después de ella”, cuando se ve que las personas a las que él y su papá han enseñado “han recibido consuelo y están agradecidas por lo que se ha dicho”.

Esos son sentimientos y experiencias que muchos de sus amigos no comprenden. Tal vez él se sienta incomprendido de vez en cuando, pero la visión espiritual es una bendición que no quiere perder nunca. Como el ciego al que el Salvador sanó en uno de los relatos del Nuevo Testamento que más le gustan (véase Juan 9:1–11), Cristian puede ver claramente mientras que muchos de sus amigos todavía están ciegos con respecto al gozo del Evangelio.

Los que comparten la visión

Ésa es una de las razones por las que espera con entusiasmo salir en una misión: el ayudar a otras personas a ver las realidades espirituales que él ha tenido la bendición de entender. Desde niño ha disfrutado el ser amigo de los misioneros y se ha entristecido cada vez que trasladaban a uno de ellos. “Con el paso del tiempo, es posible que se me olvide el nombre del misionero, pero nunca me olvido de la experiencia de haberlo conocido. Cada uno de ellos me ha dejado una impresión particular”, comenta. “Quiero ser como los misioneros con los que me he relacionado hasta ahora”.

Le impresiona especialmente la determinación que ha observado en ellos cada vez que se ha ofrecido a acompañarlos. Aun cuando “muchas personas les digan decididamente: ‘No, no me interesa’ o les cierren la puerta en la nariz, ellos continúan”, dice. “Siguen golpeando puertas y empeñándose en compartir el conocimiento del Evangelio con otras personas”.

Cristian se prepara para su misión no sólo manteniéndose puro y estudiando el Evangelio, sino también vistiéndose sencillamente, sin ser llamativo, y de forma apropiada para la ocasión.

La moda es algo que predomina en Florencia, pero para él, la ropa costosa no tiene importancia. Los domingos, dice, “me pongo camisa blanca, chaqueta y corbata en señal de respeto por el día de reposo y por el Señor”. Sabe que eso le ayudará a mantener las reglas de vestir cuando sea misionero. El resto de la semana usa lo que le gusta. “Nunca me ha gustado seguir las reglas de la moda”, afirma, “y no me importa lo que lleve puesto con tal de estar vestido de forma apropiada”, sin tener en cuenta qué nombre aparece en la etiqueta de la prenda.

Las llaves para la felicidad

Cristian espera con entusiasmo el día en que reciba el Sacerdocio de Melquisedec, la investidura del templo, el llamamiento para ser misionero de tiempo completo y, con el tiempo, la oportunidad de “asegurar su amor” con su propia familia eterna.

Más que nada, siente gran expectativa por la segunda venida de Jesucristo. “Me consuela saber que cuando Él venga”, los pecados del mundo con toda la tristeza que provocan “llegarán a su fin”. Hasta entonces, él honrará a los que poseen las llaves del sacerdocio y guardará los convenios que lo acercan al Salvador, porque sabe que ésa es la única manera de estar espiritualmente a salvo y de ser feliz eternamente.